viernes, 21 de julio de 2017

Una recomendación cada viernes: “Ready Player One” de Ernest Cline.




La ciencia ficción — sobre todo la distopía — es una forma de melancolía. Un recuerdo persistente e insistente sobre el pasado y sus bondades. Visto así, cada novela que enfrenta la incertidumbre el futuro desde el pesimismo, es una visión caótica sobre los deseos y esperanzas basadas en lo que conocemos y aspiramos. Un espejo deforme de nuestra identidad cultural y lo que resulta aún más intrincado, de nuestra visión del bien y del mal convertidos en un símbolo colectivo.

La novela “Ready Player One” de Ernest Cline resume esa percepción con enorme ingenio y un punto de vista original, que convierte a la especulación de la distopía en una comprensión sobre quiénes somos como cultura. Se trata de una perspectiva profundamente asimilada sobre los elementos que crean una percepción sobre la individualidad pero más allá de eso, un reconocimiento sobre el poder de la literatura como reflejo social. Imaginativa, llena de una vitalidad y un insólito sentido del ritmo — es una novela que sin embargo, no mantiene una estructura reconocible ni fácilmente clasificable — Cline logra con su novela debut crear un anecdotario creativo de inestimable valor referencial.

Todo, bajo el marco de una fantasía futurista al uso: en la década de 2040, los recursos energéticos y la economía de Norteamérica se derrumbaron bajo un desastre progresivo que la novela anuncia pero nunca termina de describir de manera clara. Aún así, el contexto es claro y permite sostener la trama sin mayor dificultad. En este país en escombros, en medio de la pobreza y cada vez más fragmentado por la tecnología, los pobres viven en “pilas” — especies de parques de remolque verticales en el extrarradio de las ciudades — e intentan sobrellevar como pueden la miseria en medio de los restos de lo que fue un país poderoso. Pero Cline no parece muy interesado en analizar el paisaje post apocalíptico sino el leve y circunstancial ritmo de vida una sociedad rota. La percepción sobre sus pequeños hábitos cotidianos y sobre todo, sobre el mundo que le rodea. Para Cline el desastre invisible es mucho menos importante que la mirada inquieta, fresa e incluso llena de vitalidad de quienes lo enfrentan a diario.

En medio de este paisaje desolado, algunos asisten a la escuela en línea. Internet ha sido suplantada por un mundo virtual llamado OASIS, una experiencia inmersiva a mitad de camino entre el 3D y algo mucho más sensorial. La realidad se desdibuja en los espacios alternativos y ultra sofistificados de este mundo nuevo, a medio descubrir y que los más jóvenes de este futuro a fragmentos, atraviesan con la rapidez y la buena disposición de pioneros entusiastas. Y es en OASIS, donde la estructura que Cline imagina para su futuro distante, encuentra su punto más alto. Su extrañísima visión sobre la riqueza y la prosperidad — con la moneda OASIS creando una profecía bastante cercana basada a lo que podría ocurrir con la moderna Bitcoin — tiene una inquietante simbolismo, que convierte a la educación y al desempleo en pequeñas fronteras inexpugnables. Porque más allá de OASIS y sus privilegios, la gente está atrapada en escuelas con una escalofriante semejanza con prisiones y la percepción sobre el trabajo parece muy relacionada con la esclavitud. En medio de un paisaje desolado semejante, la realidad virtual no es sólo una forma sofisticada de evasión sino en sí misma, una forma de vida.

En medio de este mundo sombrío pero funcional, los personajes de Cline se mueven en medio de lo que parece ser una competencia sorda por cierta prosperidad improbable. Su Wade Watts es un héroe improbable, mitad hacker experto y también, idealista venido a menos. No sólo a hackeado varias computadoras recicladas que le permiten analizar el otro rostro de OASIS sino que además, tiene un conocimiento considerable sobre los vericuetos del mundo virtual que admira. Se trata de un personaje que permite resumir las dimensiones del Universo de Cline: Wade se enfrenta a OASIS pero también escapa y navega a través de ella con una facilidad sorprendente. El resultado es un experto jugador, un tramposo experimentado y un miembro de una cultura extravagante que funciona como alegoría pero también, como punta de lanza de la percepción de Cline sobre la rebeldía. Wade encarna lo que parece ser el tradicional ideal distópico y se convierte en algo más enrevesado: en una búsqueda patente y poderosa de la identidad a través de todo tipo de símbolos culturales

Porque “Ready Player One” es mucho más que su curiosa combinación de estructura futurista con infinitas referencias del imaginario pop. Desde el tradicional recorrido del héroe — reconvertido para la ocasión un hiper tecnificado viaje iniciático — hasta los elementos de la novela de aventura convertidos en una visión temporal, la narración avanza a través de capa tras capa de diversos significados sobre lo que consideramos valioso y trascendente. Las múltiples visiones sobre nuestra cultura se entremezclan para crear una concepción del bien y del mal que se asume directamente desde la inocencia. Cline logra combinar con éxito esa percepción del misterio y el riesgo, con un enciclopédico conocimiento sobre todo tipo de elementos culturales que vistos como conjunto, describen a nuestra época mejor que cualquier otra cosa. Wade siempre parece estar al borde de descubrir una nueva pista para la intrincada carrera de obstáculos que plantea la novela y lo hace a través de un conocimiento asombroso sobre ese pasado distante, que poca gente recuerda ya en un mundo devastado por la pobreza y la desesperanza. Pero Cline logra rescatar cierta inocencia a partir de los escombros y es entonces cuando la narración alcanza sus mejores momentos, lo más duros de asimilar pero también, lo más asombrosos y divertidos. Todo, mientras Wade se debate entre lealtades, temores y su conocimiento esencial sobre OASIS como un monstruo virtual que admira y ama al mismo tiempo.

La novela tiene cierto parecido con el guión que Cline escribió para el clásico Indie “Fanboys” del director Kyle Newman. Ambas comparten el sentido de la maravilla, la aventura y el asombro hacia la identidad pero sobre todo, esa comprensión de cierto ritmo festivo y juvenil que parece ser la firma de Cline en la mayoría de sus obras. Pero a diferencia de la película — que fue editada y al final, reducida a su mínima expresión por la producción — la novela desborda de ese espíritu rebelde y transgresor que convierte a la cultura pop en un mapa de ruta hacia una brillante visión del futuro. Aunque lo parezca, “Ready Player One” no es una novela pesimista, sino una colosal superestructura que sostiene una percepción sobre lo que somos — y por qué lo somos — desde un punto de vista fresco y poderoso.

En “Ready Player One”, Cline establece paralelismos y una inteligente frontera entre los dos aspectos básicos de su historia: la durísima vida de Wade en el mundo real — su condición de huérfano pobre lo convierte en quizás, el estrato más vulnerable de la sociedad en la que nació — y su conexión con OASIS, fuente de toda la riqueza cultural y económica del mundo que habita. Entre ambas cosas, Wade va de un lado a otro con una facilidad pícara y tramposa, que recuerda a los grandes antihéroes de la pantalla grande pero además, llevando a cuestas esa comprensión sobre su vulnerabilidad, reconvertida en símbolo de todo lo temible que debe enfrentar. En el espacio virtual, Wade es famoso y reconocido, un “Gunter” — abreviatura de egg hunter o buscador de Easter egg referenciales en el mundo virtual — una estrella Gamer que parece abarcar todo lo que OASIS como estructura puede ofrecer. Pero más allá de eso, Wade también comprende las infinitas ramificaciones de este espacio virtual controlado por la ambición y cierta noción de control que se expande en dimensiones inimaginables. La mezcla de ambas cosas, convierte a “Ready Player One” en un tablero de juegos en el que las implicaciones del poder, la habilidad y el conocimiento son tan tortuosas como asombrosas.

Por supuesto, ese entramado de visiones y percepciones hace que la novela sea mucho más de lo que parece. Cline sabe cómo utilizar el recurso de un personaje del futuro obsesionada con la “cultura antigua” y llena las escenas de sus novelas con todo tipo de recuerdos y una nostalgia bien medida que sostiene el argumento en sus momentos más planos. Como recurso literario, la obsesión de Wade por nuestra época nos permite atravesar y analizar la historia reciente desde un cariz casi amable hasta encontrar que todo en la novela gira sobre esa melancolía de singular belleza. Además, Cline tiene un conocimiento sutil y bien asimilado sobre la historia norteamericana y la incluye en su novela en pequeños trozos de información selectos: la situación de Wade — su extrema pobreza y los dolores que atraviesa — parecen reflejar la situación de muchos ciudadanos durante las reformas de la era Reagan. De hecho, en más de una ocasión la referencia es exacta y refleja la forma como el escritor juega con el sustrato y el símbolo como un acertado piso argumental de su obra.

“Ready Player One” es Ciencia Ficción en estado puro, pero también una inteligentísima visión sobre el pasado, el futuro y lo que somos como parte de la infinita red de conexiones que une ambas cosas. Con su tono divertido y engañosamente liviano a su rápido giro argumental que descubre toda su profundidad y belleza, la novela amplía la percepción de la especulación científica y tecnológica hacia algo más emocional. Y es allí, donde la novela se hace una combinación de buen hacer literario y una profunda sensibilidad cultural. Con una astucia que se agradece, Cline no sólo logra recordar las maravillas de nuestras rarezas culturales — y su importancia — sino el significado perenne y conciso de nuestra capacidad para crear un mundo mejor. Una aventura llena de inocencia que nos recuerda quizás, la verdadera dimensión de la imaginación como puerta abierta a la esperanza.

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