jueves, 20 de julio de 2017

De los dolores secretos y otros sobresaltos: ¿Es Annie Hall la mejor película de Woody Allen?





La filmografía de Woody Allen siempre ha sido una expresión recurrente de sus obsesiones. Desde los peligros de la intelectualidad — o esa aproximación tan cínica y pragmática suya sobre el tema — hasta esa noción del amor como una extraña mezcla de desconcierto y dolor, Allen ha logrado manejar toda una serie de símbolos íntimos en cada una de sus películas que las hacen inconfundibles. Y es que para Woody Allen, la frontera entre su inquietud sobre por qué nos enamoramos, parece confundirse con esa angustiada noción suya sobre el existencialismo contemporáneo. El ser o no ser que nos transforma no sólo en héroes de nuestras pequeñas epopeyas insustanciales sino en víctimas de lo que tememos, anhelamos e incluso lo que somos.

Ganadora de cuatro premios Oscar (mejor película, director, guión original y actriz protagonista para Diane Keaton), Annie Hall es quizás la quintaesencia de la comedia moderna. Construida para el humor intelectual pero sobre todo, para asumir su peso metafórico como idea sobre la sensibilidad contemporánea, la película cuenta la historia de Alvy (Woody Allen) y Annie (Diane Keaton) una pareja disfuncional cuya relación parece incapaz de soportar la neurosis que ambos comparten en un interminable debate existencialista. El argumento se plantea preguntas sobre los dolores contemporáneos del amor y el desarraigo, en clave de comedia aunque sin intención humorística, un raro fenómeno que Allen (autor del guión) insiste fue obra del azar antes que una verdadera intención de ruptura. Obsesionado con la depresión, el miedo al futuro pero sobre todo, su percepción sobre el romance y el placer, Alvy atraviesa lo cotidiano desde la incredulidad y el cinismo. Una combinación que sorprende por su efectividad.

A la película “Annie Hall” se le suele considerar la película más simbólica de su filmografía. La que refleja con mayor facilidad la necesidad de Allen de elucubrar acerca los pequeños dolores y sinsabores modernos. Además, marcó una ruptura entre el antes y el después de su lenguaje narrativo y sobre todo, mostró la capacidad del director para crear extraños y conmovedores matices en su planteamiento cinematográfico. Porque “Annie Hall” es una comedia — y una ácida y muy divertida, como todas las del director — pero también se trata de un meditado manifiesto sobre esa quebradiza sensibilidad moderna. La visión crítica no sólo de Allen sobre el mundo que le rodea, sino sobre sí mismo. Las piezas argumentales en “Annie Hall” no crean sólo el escenario de una película que seudo intelectual y con un ligero tinte amargo, sino que además medita sobre esa identidad de lo contemporáneo, esa borrosa capacidad para mirarse así mismo con una arrogancia casi infantil. Allen, de nuevo, encuentra el tono y la forma para contar las pequeñas historias que le obsesionan, pero en esta ocasión se retrata así mismo — con dureza, con un cinismo casi hiriente — y a través de su propia individualidad mira al resto de esta cultura de lo incompleto, lo insustancial, lo frívolo que crítica tan sutilmente.

Existe una anécdota que podría describir mejor que ningún otra el estado de ánimo general de Allen al escribir y dirigir “Annie Hall”: Por mucho tiempo, el director insistió en llamar a la película "Anhedonia" (incapacidad enfermiza para percibir la alegría). Lo insistió en el guión, en las posteriores discusiones con los productores y finalmente amenazó con no permitir su proyección si la película no llevaba la extrañísima denominación por titulo. Finalmente, al enterarse de la insistencia del director, su amigo íntimo y presidente de la United Artist, lo amenazó con tirarse por la ventana si persistía. Allen desistió entonces de su petición y agregó: “Lo hago no por tu muerte, sino porque si te suicidas demostrarías que la palabra describe al mundo que vivimos”. Una frase pseudo poética y filosófica — como todas las de Allen — que sin embargo resume su particular visión sobre lo que se cuenta en cada uno de sus film y también, de su necesidad de construir un mensaje entre líneas. “El hervor de lo que no existe” llegaría a decir.

“Annie Hall” parece resumir esa visión en una síntesis inteligente y bien planteada sobre las relaciones humanas en el mundo contemporáneo. La estructura de la película — en el fondo inexistente y que de hecho, se convirtió en el preludio de las futuras películas románticas de argumento lineal — permitió a Allen todo tipo de chistes y juegos de palabras, que en el fondo, expresan la necesidad del escritor y director de describir — y mirar — al mundo desde una perspectiva dura, aguda y mordaz. No hay un sólo elemento del mundo que le rodea, de los personajes que gravitan a su alrededor, de la extraña relación que sostiene con Annie (protagonizada por la estupenda Diane Keaton, pareja del director por entonces) que no esté impregnado de esa leve amargura risueña, esa noción del otro a medio camino entre la burla y la sátira. Allen se burla, de todos y de todo, pero sobre todo, de sí mismo, de idea y tópico que le rodea, en medio de la ciudad que todo lo mira — la Nueva York de Allen, siempre majestuosa y ligeramente idealizada — y de esa leve interpretación desencantada del mundo tan recurrente en todas sus películas.

Se suele decir que “Annie Hall” además, es una vuelta de tuerca al cine romántico moderno, una reestructura de lo que hasta entonces se había considerado el amor cinematográfico. Porque “Annie Hall” no es una película edulcorada, ni tampoco enaltecedora. Es una feroz disección de la neurosis moderna, una mirada dura y burlona a ese ego soterrado de la cultura de lo banal que parece formar parte de nuestra visión del mundo que nos rodea. “Annie Hall” de hecho, se considera especialmente importante en la obra de Allen, por dos motivos. En primer lugar, logra crear toda una interpretación novedosa sobre el amor — doloroso, ambiguo — que hasta entonces, había resultado desconocido en el lenguaje cinematográfico. El amor que madura con ambos personajes pero que sin embargo, no llega por ese motivo a ser menos superficial. El otro motivo esa capacidad de Allen para jugar con la realidad y los planos de la narración. Nada parece ser evidente, en esta narración siempre desde dos puntos de vista, desde esa visión que se desdobla para mostrar un extremo de la realidad en contraposición con el otro. Y esa noción de dos realidades contradictorias, es quizás el elemento fundamental de esta extraña visión sobre el dolor, el amor y los singulares temores del existencialismo contemporáneo.

Para Allen, “Annie Hall” representó esa ruptura con ese lenguaje cinematográfico que hasta entonces había mostrado. Creó un real alter ego cinematográfico — y de hecho, cada uno de sus personajes parecen serlo de los actores que les encarnan — y además, un acto de liberación absoluto de esa interpretación suya de la realidad que hasta entonces habían sido breves pinceladas humorísticos. El Allen de “Annie Hall” dejó atrás esa cierta confusión de sus primeros planteamientos cinematográficos, para alcanzar un brillante discurso personal. Desde “Annie Hall”, el neurótico Urbano que siempre ha sido el tópico favorito de Woody Allen, se convirtió en un personaje artístico que no sólo admite reconstrucción y una reflexión cada vez más profunda, sino que puede ser concebido incluso en contextos más serios como en la hermosa “Hannah y sus hermanas” (1985) o Maridos y Mujeres (1992). Un estereotipo construido a la medida del Allen creador, de la época que le permitió reflexionar sobre si mismo con tanta libertad y de ese amor malogrado, en ocasiones amargo y siempre idealizado, que tan bien ha sabido plasmar en cada una de sus películas. Quizás, uno de los personajes anónimos más entrañable del cine moderno: una visión levemente triste, cínica y humorística sobre la naturaleza humana.

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