jueves, 27 de julio de 2017

El norte de la tristeza: El retrato del hombre sensible de Pedro Almodóvar en la película “Hable con ella”.




La dimensión de las emociones masculinas suele analizarse de manera muy superficial en el mundo del arte. Nuestra cultura parece incapaz de concebir una visión sobre el hombre más allá de cierta contención y frialdad emocional, lo que hace que con frecuencia, el estereotipo del macho duro e inaccesible sea inevitable en la mayoría de las visiones sobre lo masculino en cualquier género artístico. Una percepción recurrente con la que el director Pedro Almodóvar suele sentirse incómodo y a la que se enfrenta en cada oportunidad posible. Para el director manchego “hay más misterio en las lágrimas masculinas que en las femeninas”. Una percepción que no sólo permite que Almodóvar sea mucho más consciente del peso y el valor de sus personajes masculinos, sino que además, de la dimensión de lo emocional en sus películas. Una combinación que la mayoría de las veces crea extraordinarias percepciones sobre la ternura, el dolor existencial y el sufrimiento.

La película “Hable con ella” es quizás el mejor ejemplo de la obsesión de Almodóvar por las emociones masculinas pero sobre todo, por la complejidad de los sufrimientos intelectuales y morales de nuestra época. Es una historia sobre la absoluta soledad, en la que cada uno de los personajes no sólo está emocionalmente aislado sino que perdió su capacidad para comunicarse con los demás. Esa noción sobre la distancia, el miedo a los territorios inexplorados de la mente y la angustia del desarraigo la que sostiene una narración que analiza al hombre desde la sensibilidad. Toda una rareza en medio de las expectativas sobre lo masculino y lo ideal que forman parte del imaginario colectivo.

También es una rareza dentro de la filmografía de un director a quien se le ha tildado de irritante, irritante y vulgar. También de vanguardista, espíritu libre y símbolo del nuevo cine español. En algún punto entre ambos extremos, entre el amor fanático de sus seguidores y el desprecio acérrimo de su detractores, se encuentra una manera de definir su singularisima mirada al cine. Porque quizás, el cine de Almodóvar sea algo más que una mezcla de metáforas incompletas y una reinvención del cine europeo a la medida de una nueva necesidad de expresión. Quizás se trate de una jugarreta, un melodrama con aspiraciones de pequeña reflexión que no llega jamás a rozar lo verdaderamente profundo, pero que tiene momentos de profunda inspiración. Cualquiera sea el caso (y por el motivo que sea) Almodóvar brindó una nueva identidad al cine Español: una a la medida de ese país que despertó a lo contemporáneo luego de décadas de conservadurismo cultural. Festivo, colorido y sobre todo, tan crudo en su manera de abordar temas hasta entonces prohibidos (el sexo, la homosexualidad, la violencia) demostró que el cine español necesitaba reconstruirse, desde esa propuesta tímida de cine bajo el ala del férreo control político para ser algo más. Para construir una nueva visión de si mismo y del mundo que intenta reflejar.

“Hable con ella” desconcierta. No se trata del producto al uso del Almodóvar polémico (aunque continúa siéndolo, por razones mucho más complejas que las habituales en el trabajo del director) sino por el contrario, una reflexión lenta y profunda, llena de silencios, de secuencias exquisitas y otras tantas repulsivas (no podía ser de otra forma con Almodóvar) que al final, construyen una historia conmovedora, durísima y singular. Porque “Hable con ella” es una historia triste, un melodrama lento y comedido, que aún así tiene momentos de brillante dulzura. Una combinación de esa insistencia de Almodóvar por lo extraño y lo chocante, combinado con algo más sutil, en una clave de registro inusual en la cinematografía de un autor acostumbrado al ruido y a mostrar de manera muy directa (y en ocasiones casi irritante ) la realidad. Pero en “Hable con ella” el director no solo transforma esa disonancia, esa cacofonía de brillantes colores en algo más dúctil, discreto sino que logra componer un discurso introspectivo hasta entonces impensable en su trabajo. Es quizás, el Almodóvar desconocido, inspirado, meticuloso y decidido a crear una visión nueva de esa soledad elemental del hombre moderno, de esa comunicación fragmentada que parece desaparecer a trozos, crea quizás su película más sentida, la más profunda y probablemente la más compleja de toda su filmografía.

Por supuesto, hay una rara ambigüedad en una película en la que los personajes femeninos son símbolos de ruptura y dolor — muñecas rotas incapaces de cuidarse por sí misma — y en el que los masculinos se debaten sobre la fragilidad a través de cierta violencia insinuada que jamás se muestra. Aún así, lo que sorprende sobre todo de “Hable con ella” es esa inusitada y conmovedora visión de Almodóvar sobre la soledad masculina, personajes hasta entonces un tanto olvidados y relegados por un Almodóvar obsesionado por las emociones femeninas. La película transcurre con una lentitud diáfana, una mirada muy precisa sobre la angustia existencial de dos hombres sometidos a un aislamiento involuntario, abrumados por el dolor y el no existir de la aridez emocional. Almodóvar crea una atmósfera emocional poderosa, con una puesta en escena sobria, modulada, cargada de símbolos y metáforas visuales que envuelve la historia con lentitud, le brinda belleza incluso a los momentos más duros y desconcertantes. Porque hay mucho de la habitual mirada melodramática de Almodóvar pero también, de una meditada reflexión sobre lo espiritual, sobre el sufrimiento e incluso, sobre algo tan sutil como la manera como asumimos las pequeñas tormentas emocionales. Una y otra vez, Almodóvar demuestra que puede construir una historia que asombra por su profundidad y que también emocione por su sencillez, por sus inusitados momentos de comedia, y sobre todo, por esa infaltable ingrediente de pura picaresca que define a Almodóvar incluso en esta singular suya a un cine mucho más personal.

Por supuesto, “Hable con ella” despertó polémica. No es una película sencilla de digerir y a pesar de mirada aparentemente sencilla de Almodóvar en temas muy sensibles, levantó controversia por el mero hecho de construir una historia que parece no ofrecer opinión sobre ellos, ni tampoco censurarlos de manera directa. Desde el excesivamente fiel retrato de la tauromaquia — varios toros murieron durante el rodaje — hasta las protestas de grupos feministas debido a un giro del argumento especialmente controversial, la película logró de nuevo (aunque no por las vías habituales) levantar pasiones y argumentos a favor y en contra. Se habló de la glorificación “de la violencia contra la mujer disfrazándola de arte” y también, de la “misoginia” del director manchego, inocultable en una “muestra de violencia tácita muy lamentable”. Como suele ocurrir, Almodóvar no se dio por aludido e insistió que su película buscaba reflejar algo más duro que lo evidente: “ “Lo que tememos y deseamos debe hacerse escuchar, porque nadie sabe la resonancia del eco, por eso es también importante hablar, incluso cuando parece que nadie nos escucha” llegó a decir cuando se le preguntó sobre el sentido último de su película.

Emocional, estremecedora hasta las lágrimas y por completo diferente a cualquier otra propuesta de Almodóvar, suele considerarse una película menor en la filmografía del director. Una mirada injusta quizás a su obra mejor construida. No obstante “Hable con Ella” es una película mucho más importante en la trayectoria de su director de lo que puede interpretarse a simple vista: es una giro primordial hacia un discurso mucho más intimista y maduro de un Almodóvar que hasta entonces se había regodeado únicamente en el escándalo y en su capacidad para escandalizar. No obstante, en “Hable con Ella”, el director intenta un planteamiento novedoso y lo hace de la mejor manera que conoce: en pequeñas escenas casi independientes, que hilvanan algo más elemental que una simple propuesta visual. La brillante delicadeza del libreto logra remontar los momentos más espinosos y sortear salidas sencillas a los temas más complejos, hasta lograr un espléndido leitmotiv que sorprende por su intensidad emocional.

Más de una vez, Almodóvar ha insistido en que le obsesionan las mujeres: que a través de sus películas, explora sus corazones, sus mentes, su vasto y complicado mundo emocional. Tal vez por ese motivo “Hable con ella” sea tan inusual no sólo en la obra del director sino en su argumento: un mundo de hombres al margen, una mirada íntima a esa soledad masculina de la que tan poco se habla. Inusual en la obra de Almodóvar, es también una rareza en el cine actual, donde la imagen del hombre parece estereotipada a una única visión sobre su identidad. Quizás por ese motivo la trascendencia de su interpretación de la naturaleza masculina y más allá, esa delicada mirada a un universo misterioso definido habitualmente a través de la fuerza, antes que la vulnerabilidad.

Por supuesto y como todos los trabajos de Almodóvar, “Hable con Ella” tiene altibajos, momentos completamente inexplicables y baches argumentales que la convierten en una rareza fílmica con momentos de ritmo irregular. Pero a pesar de eso, se sostiene, incluso en las escenas más incomprensibles (la aparición de Loles León, y esa especie de fiesta onanista en la que aparecen amigas y actrices de anteriores films), avanza hacia esa mirada torva hacia los extremos de un mismo planteamiento. Y es que mientras los hombres de “Hable con Ella” sufren y padecen sus penurias de manera muy visible y casi visceral, las mujeres son demiurgos, diosas espléndidas, silenciosas y lejanas que sólo habitan en el recuerdo masculino que se tiene sobre ellas. Son imágenes quebradizas, a las que se mira con deseo o se teme desde la distancia. Y quizás un logro asombroso de este Almodóvar reinventado para la ocasión, sea ese símbolo de la mujer poderosa, irascible, una criatura fabulosa que convierte a la psiquis masculina — que no alcanza a comprenderla — en victima propiciatoria.

La película transcurre en pequeños sacudidas emocionales que alcanza su momento máximo en un final que podría ser catalogado de sensiblero de no haber sido cuidadosamente estructurado para lo que es: un alegato simple sobre las heridas abiertas, los dolores íntimos y las pequeñas tragedias personales. Al final, Almodóvar logra crear lo que quizás sea la más exquisita metáfora sobre el sufrimiento masculino: Una lágrima solitaria en un escenario vacío.

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