jueves, 13 de julio de 2017

El lenguaje de la belleza y otras formas de abstracción: Algunas reflexiones sobre la película “Los sueños de Akira Kurosawa”.





El cine, como arte mayor, se considera un reflejo de las inquietudes, obsesiones y sobre todo interpretaciones de la realidad de la época y cultura a la que pertenece. Por añadidura, el cine como creación personalísima, es también una revisión de los símbolos y expresiones más intimas de su autor. De manera que como cualquier expresión artística que se precie, el cine no sólo se limita a mostrar una opinión sobre el mundo sino también, la trascendencia de esa interpretación, esa visión del arte como perdurable y esencialmente simbólico. Una huella cultural elemental.

Muy probablemente por ese motivo, el director Akira Kurosawa sea considerado referencial al momento de analizar el cine como arte en estado puro. Y es que el director japonés, célebre por su devoción a los detalles, pero sobre todo, su profundísima concepción de la realidad a través de la metáfora visual, supo brindar al séptimo arte, una interpretación estética totalmente nueva. Un ejercicio introspectivo que reconstruye el lenguaje del fotograma para crear algo mucho más amplio y referencia. Una mirada a esa necesidad esencial del espíritu humano por trascender su limitada naturaleza o lo que es lo mismo, aspirar a esa atemporalidad que solo puede brindar el lenguaje artístico. Una aproximación a esa primitiva necesidad de contemplación del hombre hacia el hombre y los motivos de sus circunstancias más personales.
Los llamados “ocho sueño de Kurosawa” — titulados de manera muy poética El sol bajo la lluvia, El huerto de los melocotoneros, La tempestad de nieve, El túnel, Los cuervos, El Fujiyama en rojo, Los demonios gimientes y La aldea de los molinos de agua- son en apariencia fragmentos de una historia visual con tintes poéticos sin conexión entre sí. No obstante, no sólo están vinculados unos a otros por un complejo sustrato de símbolos y alegorías, sino que además analiza la idea de lo metafórico como una forma esencial de expresión. La estructura se sostiene no sólo en la belleza de las imágenes — que se complementan hasta crear un fantástico diorama visual de enorme profundidad — sino también en la exploración imaginaria del director de un visión existencialista sobre el ser humano. Para Kurosawa no se trata sólo de narrar en sentido lineal una percepción sobre la esperanza, la belleza, el amor, la tristeza y la muerte, sino crear una connotación por completo nueva basada en la cinematográfico. De una belleza exquisita y salvaje, “Los sueños de Akira Kurosawa” son desmesurados en su complejidad y ambición, pero también desbordan una sensibilidad que transforma cada segmento en una pieza de arte independiente. Como si el director intentara mezclar la noción de lo onírico con una versión más poderosa sobre lo sensorial, la película construye un audaz lenguaje visual que creó una nueva forma de concebir cine y lo subjetivo.

A la película se considera parte del cine de autor imprescindible para comprender el rasgo estético del cine como arte y construcción visual. El film forma parte de la trilogía llamada “testamentaria” en la obra del director y junto con Rapsodia en Agosto (1991) y “Madadayo” (1993) crean un único discurso visual, basado íntegramente en las obsesiones y cuestionamientos íntimos de Kurosawa. Y es que para el director, su obra cinematográfico, integra un cuidado mecanismo capaz de expresar en símbolos más o menos recurrentes, sus profundas reflexiones sobre la cultura que le vio nacer, la época que analizó siempre desde una perspectiva visual casi preciosista pero sobre todo, esa necesidad suya de elaborar un lenguaje metafórico referencial. De hecho “Los Sueños…” es toda una declaración de intenciones sobre su postura con respecto al cine y en el subtexto, el arte como vehículo de expresión formal. Porque Kurosawa, medita ya no únicamente sobre su manera de comprender al mundo, sino esa humanismo casi conmovedor que el director conceptualiza a través de su dilatada filmografía. Una búsqueda cargada de nostalgia que brinda al metraje una aire onírico lírico.

Durante toda su trayectoria, Kurosawa — el director — insistió en repetidas ocasiones en la visión del cine como herramienta esencial en la creación de un discurso intimista. Pero con “Los Sueños de…” Kurosawa — el artista — creó algo mucho más ambicioso y por contradictorio que parezca, personal. Porque desde su mirada subjetiva, intenta reflexionar sobre la Universalidad, la identidad del hombre común, que trasciende la individualidad para convertirse en parte de la historia del mundo, de ese elemento amplio e inacabable que parece vincula al género humano aquí y donde se encuentre. Y a partir de esa afirmación ambivalente — del hombre por el hombre, y su historia como parte de un ciclo interminable — Kurosawa analiza su propia vida, la mira desde una perspectiva optimista, se perdona sus pequeñas flaquezas y enaltece sus triunfos en una epopeya de lo pequeño que podría considerarse vanidosa de no mostrarse con tanta dulzura y honestidad.
A pesar de su virtuosismo visual y su exquisita puesta en escena, “Los sueños de Akira Kurosawa” es una de las obras más controvertidas de su realizador. Debido a que la película se financió en parte con capital norteamericano — sus productores fueron George Lucas y Steven Spielberg — la película ha sido considerada una traición estética a la tradición estilística del cine japonés. Y aunque nadie puede negar que “Los sueños de Akira Kurosawa” es la película más occidental de la filmografía de Kurosawa, también es innegable la evidente influencia de su herencia japonesa sobre su planteamiento visual y argumental.

Comparado de manera injusta con maestros de la talla de Ozu o Mizoguchi, a Kurosawa se le acusó de desvirtuar ese preciosismo conceptual que define al cine asiático. No obstante, el cine de Kurosawa versa casi con insistencia obsesiva en temas tradicionales de la cultura Japonesa — el amor trágico, la vida y la muerte, el honor — de una manera que hace indudable su análisis como parte de esa larga tradición de creadores asiáticos que miran el mundo a través del cristal de su cultural. Cuestionado al respecto, el director se limitó a señalar que “El arte es Universal pero por sobre todas las cosas, es parte del espíritu humano. Atemporal y sobre todo esencialmente idéntico allí a donde vaya”. Una interpretación de la individualidad del hombre que con frecuencia parece ser el metamensaje más recurrente en toda su obra cinematográfica.

Con frecuencia se insiste que “Los Sueños de Akira Kurosawa” es probablemente la conclusión más sentida de una obra cinematográfica basada en el humanismo como forma creativa esencial. Y no obstante, a pesar de que la película muestra elementos comunes con toda la obra previa de Kurosawa, “Los sueños de…” brinda un nuevo sentido a esa búsqueda interior del director. La hace mucho más amplía, libre, quizás estéticamente retadora. Y es que Kurosawa ya no solamente mira al mundo desde un punto equidistante entre lo que analiza, lo que construye y lo que simboliza una serie de ideas comunes, sino que va más allá de eso al reconstruir todo su planteamiento visual en un esquema que abarca desde la nostalgia de la pérdida a la esperanza. No queda registro emocional que el director no abarque y lo hace con exacto virtuosismo y el mismo pulso exquisito para mostrar no sólo la belleza como una forma de expresión, sino el lenguaje cinematográfico como su mejor vehículo. Estructurada en ocho relatos independientes, la película es una alegoría al poder de los sueños — no solo por estar basada en el mundo onírico del director — sino además, a la capacidad del hombre para construir símbolos y metáforas profundamente sentidas. Una visión del arte como reflejo del espíritu humano y más allá, elemento indispensable de nuestra concepción de la identidad de nuestro espíritu creador.

En consonancia con la mayor parte de su obra y sobre todo, con su planteamiento artístico “Los Sueños de Akira Kurosawa” está dotada de una gran fuerza visual. Y sin embargo, la obra trasciende lo meramente estilístico para construir algo más elemental. Una mensaje que rebasa la primera reflexión para reflexionar sobre ideas mucho más profundas que las sugiere una primera lectora. Un film que no sólo refleja la cultura de su creador — esa visión humanista, delicada y misteriosa de la realidad — sino esa visión conmovedora y sobre todo, íntima de su autor sobre el mundo que le tocó vivir y la época que intenta reflejar.
El cine como una visión sustancial del arte y como discurso creador.

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