miércoles, 23 de marzo de 2016

De la referencia a la visión documental: El álbum fotográfico familiar.






Quizá tengamos una resistencia invencible a creer en el pasado, en la Historia, como no sea en forma de Mito. La Fotografía por primera vez hace cesar tal resistencia: el pasado es desde entonces tan seguro como el presente, lo que se ve en el papel es tan seguro como lo que se toca. Es el advenimiento de la Fotografía y no como se ha dicho el del cine, lo que divide a la historia del mundo. 

Roland Barthes.
La cámara lúcida.


Cuando era una niña, me obsesionaban las fotografías familiares. Enmarcadas y colgadas en la pared, tenían el aspecto de una pequeña galería de recuerdos mudos de los que podía imaginar cualquier cosa. Cada una de las imágenes tenían historias que había inventado para ellas: una especie de colección de recuerdos que no siempre eran reales pero si lo suficientemente intrigantes como para emocionarme. Pero más allá de eso, el álbum familiar (en la pared o en los viejos libros polvorientos) era parte de la identidad de mi familia. Mi abuelo, que era un entusiasta de la fotografía, solía insistir que cada fotografía que atesorábamos, era un fragmento de un pasado remoto que sobrevivía gracias a la magia de la cámara.

- Cuando me fui de España, llevé fotografías. Una caja entera - me contó en cierta oportunidad, mientras ambos mirábamos las páginas cuarteadas y rotas de uno de sus álbumes más queridos - fue lo único que creí podría necesitar. Y los traje para recordar. El lugar donde había nacido, mi familia. Incluso a mi mismo.

No entendí muy bien qué había querido decirme. ¿Se puede olvidar quienes somos? Tendrían que transcurrir muchos años para comprender el valor real de una fotografía, de lo que puede guardar y simbolizar. Pero ese día, sentada en las rodillas de mi abuelo y acariciando viejas imágenes de parientes que nunca conocí, pensé en que una fotografía era un tesoro. Un instante conservado en papel, luces y sombras para el futuro. Un pensamiento que me hizo sonreír y emocionarme, aunque no supiera exactamente por qué.

Tal vez por ese motivo, el primer recuerdo de casi todos los amantes de la fotografía es el álbum familiar. Más aún, es bastante probable que ese interés - curiosidad, pasión - por el mundo de la imagen provenga de un rostro conocido, inmortalizado en luz y sombra. Analizando la premisa, resulta muy intrigante encontrar, que para la fotografía - tal y como lo conocemos en la actualidad - el origen tampoco es muy distinto. Los retratos familiares y sobre todo, esa documentación casual del ámbito familiar permitió a la técnica recién nacida alcanzar un nivel de proyección insospechado. Muy probablemente, la fotografía solo ocupó el lugar que anteriormente tenía la pintura, como parte de esa necesidad histórica de conservar en fresco y óleo la historia familiar. La pintura de los siglos XVII y XVIII usó el retrato como una manera de conservar la historia doméstica y aunque por varios siglos el acceso al arte pictórico estuvo restringido a una élite debido a su alto precio, sentó el precedente de lo que sería después esa búsqueda de coleccionar escenas cotidianas como parte de la historia más intima.

Posteriormente, el retrato fotográfico ocupo el lugar de la pintura por su accesibilidad económica y sobre todo, relativa inmediatez. A pesar que durante la primera mitad del siglo XX la fotografía siguió siendo una técnica más o menos desconocida, su relativo bajo costo y el hecho que permitiera obtener imágenes exactas de rostros y paisajes, la popularizó como una curiosidad al alcance del cualquier bolsillo. Y por supuesto, fueron los retratos familiares, esa aspiración de trascendencia que se heredó directamente de la época pictórica, los protagonistas de esta época de transición. De pronto, se hizo un hábito poseer imágenes de los miembros de la familia y poco después, el habito se transformó en una costumbre que comenzó a formar parte de una visión del mundo de la fotografía mucho más intima, personal y transformadora. Una interpretación sobre el mundo visual que tuvo mucha relación con su manera de comprenderse así misma y de elaborar discursos y visiones subjetivas sobre la realidad, vista desde el ángulo más intimo y revelador.

Y es que los retratos familiares, con toda su pequeña carga histórica y simbólica cautivan la imaginación y la curiosidad de inmediato.  Son parte de ese paisaje habitual de cada hogar y tal vez por ese motivo, cuando se analiza como estructura formal fotográfica, se deba analizar desde un punto de vista sociológico y hasta antropológico. Porque un retrato familiar, más que un documento visual privado, es una forma de concebir la visión estética y social de la fotografía a través de las décadas. Es un reflejo de lo que consideramos una forma de creación privada, sin mayor elaboración. Una instantánea de la realidad cotidiana.

Tal vez eso sea lo más provocador de un álbum familiar. Esa cuidadosa recopilación de momentos y escenas que no solo captan la memoria del lugar al que pertenecen, sino también su esencia. Espontáneas, la mayoría de las veces rudimentarias y casi siempre sin ningún tipo de técnica fotográfica formal, tienen sin embargo la capacidad de construir un lenguaje propio, una aproximación certera no solo a quienes fotografía sino además, al ambiente que les rodea.


En más de una ocasión se ha dicho, que la fotografías familiares, ese corriente álbum familiar al que todos hemos tenido acceso alguna vez, tiene un peso especifico y una importancia muy definida dentro del lenguaje fotográfico en constante creación. No solo permite construir una historia documental de inestimable valor sino además, es una ventana a la esa recreación documental, formal y argumental del hecho fotográfico en si. Recopila los llamados ritos de paso familiares - bautizos, graduaciones, bodas y en algunos extremos muerte - sino que además permite la especial y rara oportunidad de recopilar una idea fotográfica y visual que se hace más rica y profunda a medida que transcurre el tiempo. Tal vez por ese motivo, Pierre Bourdieu, sociólogo francés, insiste que el hecho visual del álbum familiar - desde el daguerrotipo hasta la instantánea Polaroid - implica una insistencia sobre los motivos sustanciales que llevan a cualquier fotógrafo a obsesionarse con la imagen. El sociólogo insiste que la práctica fotográfica existe -y subsiste- la mayor parte del tiempo por su función familiar, es decir, por la función que le atribuye la familia: solemnizar y hacer perdurables los grandes momentos de la vida familiar; reforzar, en suma, la integración del grupo, reafirmando el sentimiento que tiene de sí mismo y de su unidad. En otras palabras, casi de manera inconsciente, la fotografía familiar es el génesis de esa recreación del mundo, de esa interpretación de valores concretos que reestructura el mundo a través de la visión del fotógrafo. Porque una fotografía familiar es de hecho, una percepción optimista y limitada de lo que ocurre más allá de la historia que no se ve ni se aprecia, que se sostiene así misma, llena de símbolos privados a los que el espectador no tiene acceso ni forma de interpretación posible. Tal vez por ese motivo, su poder de evocación y más allá, la necesidad de mirar la fotografía que se conserva como parte de la historia familiar como una puerta abierta hacia una metáfora concreta del mundo que se crea a través de la intención artística.

Un hecho notable, es que la fotografía familiar, humilde y referencial, parece tener un inocultable interés por trascender, por rebasar sus simple intención de construcción visual doméstica y crear algo más. Tal vez se deba a que por mucho tiempo, la fotografía evidenció - y plasmó - el paso del tiempo, la transición entre lo evidente y lo sutil, lo real y lo póstumo. Como hecho visual, la fotografía familia realzó esa idea social de la familia como núcleo cultural y acentuó, esa visión de la familia como génesis de toda concepción del tiempo y la identidad individual. Esta sensación es mucho más evidente en las fotografías anteriores a 1940, cuando la fotografía era de hecho, un elaborado rito que llevaba esfuerzo realizar. La foto familiar era entonces, una ocasión solemne, donde los miembros de la familia se reunían para una ocasión que de alguna u otra manera, sería parte de la historia familiar. Un rito que finalmente se hizo tan habitual en las familias - incluso las de escasos recursos y quizás allí el éxito de la fotografía como documento doméstico - que para los primeros años de la década de los '50, la fotografía familiar formaba parte de una costumbre tan arraigada como necesaria dentro del ámbito intimo.


Con la llegada de las cámaras de menor tamaño, durante la década de los años '70, la fotografía familiar sufrió una definitiva transformación que la transformó en identidad indispensable dentro de la estructura visual de referencia. Porque gracias a esa capacidad para formar parte de los ritos y costumbres familiares, la fotografía logró introducirse - y plasmar - lugares insospechados de la vida familiar e incluso, de la intimidad personal de sus miembros. A través de esa candidez de la fotografía espontánea, de esa recopilación casi involuntaria de momentos de menor o mayor trascendencia, el álbum familiar se convierte en testigo de las etapas de la vida intima de cientos de individuos anónimos, en una mezcla de visiones de un mundo en constante transformación.

Cabe preguntarse si esta nueva apertura hacia el replanteamiento de los límites de lo privado y lo público, tiene origen en esa documentación elemental, extensa y probablemente inconciente de la vida familiar que toda familia ha llevado a cabo en alguna oportunidad. ¿Es entonces la perdida de prejuicios hacia mostrar la intimidad en imágenes una progresión natural de esa necesidad de componer y conservar la historia propia y la de quienes nos rodea en imágenes? Una pregunta de enormes implicaciones y que tal vez, nos lleve años responder a través de esta evolución constante e incesante del arte fotográfico como vehículo formal de expresión.

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