domingo, 27 de marzo de 2016

El brillo de las estrellas olvidadas y otras historias de brujería.




La primera vez que celebré el solsticio de Primavera lo hice en brazos de mi madre, siendo un bebé de cuna. No lo recuerdo por supuesto: sólo tengo una fotografía sobre esa noche y unos cuantos relatos familiares.  Y también, una profunda sensación de añoranza que no sé muy bien donde podría encajar: fue una de las últimas veces que ambas compartimos un ritual de brujería juntas, lo cual es un pensamiento triste y quebradizo. Siempre que se lo recuerdo, ella parece profundamente incómoda e incluso, irritada por mi insistencia en rememorar la ocasión.

- Sabes lo que pienso sobre eso - me dice con severidad. Se inclina sobre el plato de la cena, sacude la cabeza - no es algo que forme parte de mi vida como para insistir en hablar sobre eso.

Me incomoda su tono de voz pero sobre todo, la manera como todo su cuerpo se pone rígido, como si la mera mención a la celebración le provocara un malestar invisible. Mientras mastico levemente un trozo de pasta de la fuente que compartimos, me pregunto si debo insistir. Si debería explicarle lo mucho que me preocupa el silencio entre ambas, ese espacio sensible que nunca debatimos en realidad. Se trata de un pensamiento doloroso y que he tenido en más de una oportunidad - tantas veces, incontables - mientras crecía. Ahora, adulta y bruja, la actitud de mi madre hacia las creencias que compartimos me parece inaudita.

- Pero no se trata de nada grosero - vuelvo a la carga - sólo que me gusta tener una fotografía de ambas en una ocasión tan importante para la familia.

La fotografía la encontré hace poco revolviendo las viejas cajas que traje cuando se vendió la casa de mi abuela. Había imágenes de todos nuestros parientes, en albumes y marcos de metal, otras perdidas entre hojas de libros, flotando en medio de objetos sin nombre y sin recuerdos, rotas en medio del estropicio de tiempos mejores, olvidados y perdidos. Las recopilé una a una, las ordené contemplándolas con una profunda y rara nostalgia. Y entonces, allí estaba: la única fotografía que mostraba a mi madre en el traje blanco de las ceremonias, con el cabello trenzado, la coronilla de flores apretada en la sien. Lleva un bulto envuelto en tela clara entre los brazos. Apenas me reconozco en el bebé de mejillas rosadas y cabello abundante que muestra la imagen.

- Para ti, es una ocasión importante. Para mi es un recuerdo.

No entiendo como puede desdeñar su propia historia con tanta facilidad. Desde que la encontré, llevo conmigo la fotografía a todas partes. La miro de vez en cuando, disfrutando de ese fragmento congelado y recuperado entre cientos de remembranzas parecidas, de palabras y escenas que se escapan del ahora y crean el pasado a fragmentos de melancolía. En la imagen, el jardín antipático de mi abuela tiene un aspecto frondoso y salvaje, con su maleza mal cortada sobresaliendo aquí y allá. Y en medio de la multitud borrosa a espaldas de mi madre, hay algún que otro rostro que reconozco. La bisabuela mirando con su acostumbrada sonrisa burlona. Mi petulante prima M. sosteniendo las cintas de colores entre las manos. La primavera en medio del Verano perpetuo de mi ciudad Caribeña. Y sonrío, de pura maravilla, de comprender la historia entre las historias, de encontrar la belleza en cientos de palabras silenciosas e imágenes a medio construir. Las brujas, eso somos. Las mujeres que dieron sentido a mi vida.

- ¿Cómo puede ser un recuerdo? - insisto con los ojos muy abiertos y asombrados - creciste siempre bruja, te educaste en la brujería. ¿Cómo puedes olvidarlo?
- La religión no te define - tercia mi madre intentando mantener la calma. Pero noto la furia llenándole las mejillas. Los ojos entrecerrados de un pesar colérico que me lleva esfuerzos comprender - Creí, lo abandoné. Ahora soy alguien más.

En una ocasión, mi abuela - la sabia, la bruja - me contó que toda mujer es bruja, aunque no lo sepa. Aunque huya en sentido contrario al fuego de su espíritu, que se empeñe en escapar de la sabiduría del viento y del agua. Que no recuerde el tiempo de la Luna en su mente, las miles de palabras que crean un camino de sabiduría y conocimiento. Que toda mujer es bruja porque es una creadora nata, porque sabe el valor del dolor y la alegría, porque construye y levanta ciudades enteras con un mero esfuerzo de su mente. Que toda bruja es una mujer que aspira, que sueña, que lucha, que se debate, que teme y que vence. Que toda mujer lleva el miedo y el valor en el corazón, la noche y el día, la Luna y el sol.

¿Cómo olvidas algo semejante? ¿Cómo dejas de escucharte a ti misma?

- No hablamos de religión. Hablamos de tu capacidad para crear y construir lo mejor de ti misma - le digo. Alzo un poco la voz. A nuestro alrededor, algún comensal del restaurant donde nos encontramos se vuelve para mirarnos, un poco sobresaltado. Mi mamá aprieta la boca, toma la copa de vino con mano temblorosa - hablamos que eres parte de una historia más vieja que ti misma. Que eres cien mujeres a la vez. ¿Cómo puedes rechazar todo eso?

Hemos discutido sobre el mismo tema por años. De niña me obsesionaba el rechazo de mi madre a la Antigua Religión. No podía entender su dolor, su miedo, su distancia. No podía entender sus razones, las prácticas, las simples y las complejas, para abandonar el circulo de fuego. Para mirar en otra dirección y avanzar dejándolo todo atrás. Una vez que creí quise entenderla, necesité hacerlo. Pero seguía sin lograrlo. Ambas enfrentadas por una comprensión del pasado y del futuro contradictorio para ambas.

- Aglaia, simplemente soy quien soy. Y lo decidí hace mucho tiempo - dice terminante - ¿Por qué no puedes entender eso? "Bruja" sólo es una palabra. Y sólo eso significa para mi ahora.

Pero sé que no es cierto. La he visto obedecer sin querer los tiempos de la Luna. Mirar por la ventana para comprender la estación. La he visto combinar hierbas y cocimientos con sabiduría, con la naturalidad de un hábito tan viejo que ya no sabemos de donde proviene. La he visto plantar con sus manos semillas en suelo fértil, la he visto abrir la ventana en su lujosa oficina para recibir al sol de marzo. La he visto barrer con manos firmes hacia afuera, hacia el viento, conjurando en voz baja todo lo que le preocupa. Le he visto escribir sus pensamientos, anudarlos y arrojarlos al fuego, en un gesto tan simple que parece carece de significado. Pero lo tiene, como tantos otros, como otras decenas de pequeños rasgos que sobreviven a pesar de su dolor, de sus deambular más allá del bosque de los Silencios. De los recuerdos que atesoramos.

- Eres bruja porque aún estás convencida que todo el valor de lo que eres y creas, forma parte de tus decisiones, tu voluntad, tu manera de asumir el poder de la esperanza - le digo. Siento un escalofrío de angustia cuando ella me mira con una frialdad que desarma. Pero no me detengo, no quiero hacerlo - Conoces el valor de las promesas que te haces a ti misma. La fuerza de tus propios rituales. Sabes como sanarte a ti misma. Confias en tu corazón, en tu espíritu, en tu mente más que en cualquier otra cosa. Eres fuego puro, eres todas las cosas que construyes y levantas. Eres indomable, audaz, impenitente. Eres justa, pero jamás dura y obtusa. Tienes la energía de todos tus pensamientos y todos tus dolores secretos. Eres una bruja.

Ella no responde. Inclina la cabeza y sigue comiendo, con la barbilla endurecida por la furia y quizás la angustia. Y la recuerdo en mi niñez, silenciosa y callada, mirándome copiar rituales en mis libros de las Sombras. La recuerdo en mi adolescencia, ayudandome a enfundarme en mi vestido blanco sin decir una sola palabra. Siempre en la periferia, en la lejanía. Siempre mirandome a cierta distancia. Siempre consciente de lo que compartíamos pero sin atreverse a admitirlo. Conozco su dolor, ese del mundo corriente, del mundo que no admite un conocimiento antiguo y ancestral. Conozco su verguenza, sus decisiones. Pero no las comprendo, no las admito. Y a veces me pregunto que tan necesario es que lo haga.

- Ser una bruja es una decisión - dice de pronto. Lo hace en voz baja y cansada, como si sobreviviera a un debate encarnizado consigo misma - ser bruja es un camino, un libro abierto. Una página a medio escribir. Una canción que se recuerda de inmediato. Ser bruja es un país sin fronteras. Y no sé si perdí el camino, no sé si deseo encontrarlo. Y debes respetar que así sea.

No digo nada, entristecida y colérica. Dejo los cubiertos sobre la mesa y de pronto, me levanto, aunque no sé a donde voy ni por qué lo hago. No miro atrás. Simplemente avanzo por el restaurante atestado y salgo al jardín que lo rodea, que huele a lluvia, a humedad, al trópico donde nací. Me quedo de pie, con los brazos furiosamente apretados sobre el pecho. Temblando de angustia y algo más duro que no se definir.

- ¿Qué quieres que te diga?

Allí está ella. Alta, hermosa, callada. Tal y como la recuerdo en la infancia. La miro con los ojos de mi mente en la fotografía que encontré. Era muy joven entonces, el cabello largo trenzado le caía sobre los hombros. El rostro cálido, la sonrisa timida. ¿Quienes eres mamá? ¿Quién soy que no te comprendo? No me muevo de donde me encuentro y ella se acerca, con su paso lento, delicado, firme.

- ¿Quieres que te diga que en ocasiones duermo para soñar con rituales? ¿Con la vieja casa? - me dice y hay casi amabilidad en su mirada - ¿Qué recuerdo cada cosa que me enseñó tu abuela, como te las enseñó a ti? ¿Que me alegra seas más terca, más violenta, más decidida de lo que nunca fuí?

No sé que responder a eso. Nos quedamos las dos, mirándonos a la distancia de un árbol extraordinario que sólo florece en nuestra imaginación. Pienso otra vez en la fotografía, en la mujer exquisita que fue. En la Dama Triste que es. Y entre ambas, este silencio, este dolor, esta pequeña agonía.

- ¿Nunca volverás a mirarte como lo que eres? - le digo y ya no estoy disgustada, sólo infinitamente triste y abrumada - ¿Nunca volverás a levantar las manos? ¿A celebrar con la Luna? ¿Siempre huyendo? ¿Siempre mirando sobre el hombro?

Ella suelta un jadeo irritado, se balancea de un lado a otro. De pronto, soy muy consciente de su edad, de su casi seis décadas de vida, de su fortalezas y debilidades. Cuando sacude la cabeza y el cabello le cae sobre los hombros, veo hilos blancos entre el oro de su melena abundante. Y siento tristeza, amor y maravilla. Mi madre, que soy yo.

- No sé quien soy ahora o quien seré en el futuro. Sólo sé que estoy en el lugar que me he creado para mi misma. Qué soy...
- Tu mejor obra de arte - completo. Ella sonríe, como si la vieja frase ritual le provocara una cierta alegría triste.
- La verdad, soy parte de muchas historias. Inclusive la tuya.

***

Más tarde, cuando nos despedimos, me da un abrazo fuerte y firme, muy poco común en ella. Cuando se separa de mi, me acaricia el cabello y me dedica una de sus lentas y dulces sonrisas cansadas.

- ¿Tienes la fotografía allí?

Me sobresalta la pregunta. La miro con los ojos muy abiertos y asombrados. Ella toma una lenta bocanada de aire, como para despejarse la cabeza.

- Muestramela - me pide.

La vemos juntas. La chica de la fotografía sonríe, a la distancia. Y el bebé en sus brazos levanta los puñitos y parece incomodo en medio de las pequeñas mantas. Mamá me pasa un brazo por los hombros y me besa en la sien, mientras la mujer y la niña de la fotografía nos miran a la distancia del tiempo.

- Todos somos parte de un ciclo interminable de conocimiento complejo - dice entonces. Me cierra la mano sobre la fotografía. Escucho el papel crujir, combarse. Sus dedos firmes sobre los míos - Somos parte de muchas historias, ya lo sabes. Y allí puedes ser la madre, la hija, la olvidada, la que se recuerda...
-  Y la bruja - murmuro.

Mamá ríe en voz baja. Me besa las mejillas me acaricia el cabello. Después se da la vuelta y camina hacia la puerta de su edificio. Antes de entrar se detiene un momento.

- Una vez pensé que todos los rituales formaban una única forma de comprendernos - dijo entonces - que siempre celebramos lo mismo porque siempre somos las mismas personas. Así que sí, quizás la bruja en mi sobrevive. Aunque yo no lo sepa, me preocupe o lo desee.

Cierra la puerta. Me quedo con la fotografía arrugada apretada en la mano. Y de pronto sonrío, con lágrimas en los ojos, con una sensación de puro alborozo que no sé de donde proviene pero que disfruto como una ráfaga de calor. Una palabra que escucho en silencio. Un recuerdo profundo y exquisito que atesoro en algún lugar de mi corazón.

***

A veces miro la Luna Llena desde mi habitación y pienso en mi madre, que no se llama bruja pero lo es y todas las mujeres que como ella, celebran lo femenino, lo fuerte y lo poderoso sin nombrarlo de alguna manera. Y me pregunto si así sobrevivió la bruja, la antigua, la perenne, la mujer de fuego a través de las épocas. En los espíritus que no llevan el nombre pero bailan en el fuego. En la voz del viento que canta en silencio para quienes sufren de desazón. Un misterio dentro de un misterio. Una obra de arte de infinito valor.


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