sábado, 12 de marzo de 2016

Danza de Luna Llena y otras historias de Brujería.




Cuando tenía once años, me inicié como bruja. Hasta entonces, no había creído pudiera hacerlo y de hecho, pasé los meses antes de la ceremonia ritual muy preocupada por mi torpeza, ignorancia e incluso cosas tan nimias como que mi cabello - una frondosa melenita rizada que me llegaba a los hombros - no se parecía ni por asomo a la célebre cabellera de la bruja.  Con frecuencia, me preguntaba si yo podría llegar a ser tan sabia, tan fuerte o tan libre como lo era mi abuela - la sabia, la bruja - o cualquiera de las mujeres de mi familia. Si sólo un ritual podría consolar mis miedos, inquietudes e inseguridades y convertirme en la bruja extraordinaria que soñaba ser.

- Por supuesto que no - me soltó mi prima M., cuando con mucha torpeza le confié mis temores - serás la misma niña flacucha y loca que eres ahora mismo. Un ritual no te dará superpoderes.

Me dedicó una de sus sonrisas malévolas y se volvió a mirar en el espejo de su cómoda, intentando perfilarse las cejas con pulso firme. Me quedé de pie junto a la ventana, con el corazón latiendo muy rápido.

- Pero...¿No me enseñará cosas? - murmuré - ¿No...pasará nada?

Prima siguió mirando con atención su reflejo. Parecía disfrutar de tenerme en tensión, aterrorizada y afligida unos pasos detrás de ella. Luego de varios minutos de saborear el suspense, se volvió de nuevo, los ojos brillantes de mala intención.

- Oye, sólo es un ritual. Pero al final del día, cuando te quites el vestido y te sueltes el cabello, sólo eres tu. Y bueno...

Soltó una risita entre dientes que me despertó el deseo casi irreprimible de golpearle en la cara. Pero no lo hice, claro está. Faltaban horas apenas, para recorrer el camino de velas del jardín y prometer bajo el cielo estrellado que aceptaba la sabiduría de la Diosa en mi vida, que seguiría el camino de Arte que habían recorrido todas las mujeres de mi familia. Supuse que nadie vería muy bien que antes de tan solemne ocasión, abofeteara a mi prima con todas las fuerzas, borrando de sopetón la malicia y la burla festiva de su sonrisa.

También ocurría que en medio de mi nerviosismo...temía tuviera razón. Nunca lo admitiría en voz alta pero a pesar de los meses de preparación y aprendizaje, continuaba preguntándome si realmente...podría ser una bruja. Y no sólo por las puyas de mi prima o sus comentarios malvados, sino por el hecho que a pesar de todos los esfuerzos de mi abuela y mis tías por enseñarme lo que se suponía debía saber del viejo Arte, continuaba teniendo más dudas y preguntas que cualquier otra cosa. Era una sensación incómoda pero sobre todo dolorosa. ¿Algún día podría memorizar los nombres de todas las plantas y sus propiedades como lo había hecho tia E., que los recitaba de memoria? ¿Tendría la seguridad y firmeza de abuela al recitar rituales? ¿Debatiría con la misma inteligencia y agudeza que bisabuela? Eran pensamientos dolorosos, porque estaba convencida que no podría hacerlo. Que a pesar de todos mis esfuerzos, mis horas de estudio y amorosa dedicación diaria, siempre sería la torpe aprendiz que era entonces. Y a esas preocupaciones constantes, se añadía además el hecho que mi madre había dejado bien claro que no sólo no estaba feliz con que hubiese decidido iniciarme en la Religión de la Diosa, sino que además, dudaba tuviera alguna "utilidad"·. Cuando me lo dijo, la escuché con los ojos muy abiertos y desconcertados.

- ¡Mamá, pero si tu también te iniciaste! - le recordé. Mi madre apretó los labios, un gesto que solo hacía cuando la contrariaba de verdad. Sí, lo sabía: no le gustaba que le recordaran nada que tuviera relacionado con el Antiguo Arte. Aún así, tenía que saber.

Mamá suspiró y se tomó unos momentos antes de contestar. Tenía esa expresión remota y cansada que solía poner en todas las ocasiones en que hablábamos sobre el tema de la brujería y la educación que mi abuela insistía en darme. Más de una vez, me había explicado que se trataba de una etapa de su vida que había dejado atrás por razones personales que prefería no discutir conmigo, pero continuaba pareciéndome impensable que alguien no quisiera llamarse bruja. Que no deseara aprender - o en su caso, recordar - ese conocimiento antiguo que era parte de nuestra herencia familiar. Pero para mi madre, el tema parecía tener una directa relación con dolores personales que no se permitía admitir y mucho menos debatir con su hija menor de edad.

- Lo hice. Y Después, transcurrido mucho tiempo, me pregunté si era necesario. Si todos esos conocimientos de ideas poco prácticas y sin ningún valor en la actualidad.
- Ser bruja es parte de ti - le recordé. Me dedicó una de sus frías miradas verdes.
- Ser Bruja es parte de la educación que me dieron pero puedo decidir si deseo continuar siéndolo - protestó. Sentí un golpe de calor en el rostro, un miedo diminuto y amargo en el corazón.
- Y tu decidiste no serlo.
- Sí, lo hice - declaró. Y lo hizo sin dramatismo. Sólo constataba un hecho - Más allá de la casa, de tu abuela y de la vida de la familia, hay un mundo real. Un mundo donde debes trabajar, enfrentarte a las miradas y los comentarios, donde debes avanzar con muchas dificultades. Todo esto de la brujería es...otra cosa con la que debes cargar.

No supe qué responder a eso. Tuve la exacta sensación que habría sentido si me hubiese golpeado en el rostro. Porque aunque sabía que mi madre no tenía paciencia para rituales y conocimientos ancestrales, tampoco sabía que su punto de vista fuera tan duro e insensible.  Me hería de una manera que no me atrevía a confesarle, su indiferencia, su dureza. ¿Por qué existía un abismo tan grande entre ambas? ¿Como podía haberse apartado con tanta facilidad de algo tan profundamente hermoso como la brujería?

Por supuesto, no se trataba de un tema que pudiera abordar con facilidad con mi mamá. Para ser del todo sincera, tampoco con algún otro miembro de mi familia. Nadie parecía muy cómodo con la idea de hablar sobre las razones de mi madre para haberse alejado no sólo de sus creencias sino incluso de sus parientes. De esa decisión muy concreta de protegerse aunque yo no supiera muy bien de qué.

- No es algo que debas cargar - dije por último, titubeante - son ideas que forman parte de tu vida. De como ves el mundo. Mamá...

Sacudió la cabeza, tomó un sorbo del jugo que comenzaba a entibiarse en su vaso. Parpadeó, como si intentara contener las lágrimas, aunque su expresión siguió siendo dura y clara.

- Puedes decidir lo que quieras, ya eres mayor como para hacerlo - contestó de mala gana - pero mi opinión es esa: cuando crezcas descubrirás que la brujería es una antigüedad, una pieza sin sentido en el mundo en que vas a vivir. Y que la tendrás que cargar a cuestas.

Recordé ese comentario allí, de pie, mientras mi prima me recorría con una de sus miradas petulantes. De pronto, la excitación y la alegría del día se agriaron un poco, como si perdieran su brillo ante la ráfaga de pensamientos deprimentes que me atormentaban. Mi prima parpadeó,  sorprendida.

- Oye sólo era una broma.
- No importa - murmuré - tienes de razón.
- Agla...
- ¿Cómo puedo esperar ser una bruja como...la que me imagino? - balbuceé. Sentí el hilo caliente de las lágrimas en la garganta y lamenté no poder ocultarlas con la misma habilidad como lo hacia mi madre - ¿Cómo puedo esperar volverme sabia e inteligente? Es no...

Además, estaba...lo otro, pensé con un sobresalto. Estaba esa expresión en el rostro de mi madre. Esa ligera tristeza y esa decepción. ¿Me ocurría de la misma forma alguna vez? ¿Llegaría el día que todo mi amor y fascinación por la brujería se transformarían en algo más? ¿En una idea triste, antigua y extraña que apenas quería recordar? Retrocedí un paso, con la respiración convertida en un hilo doloroso.

- Agla, de verdad, era un chiste - mi prima ahora parecía realmente preocupada. Se puso en pie - en serio sólo fue un broma de las mias. Una pesadez.

No la escuché. Salí corriendo de la habitación y bajé como un vendaval por las escaleras vacías, hacia el salón cuidadosamente limpio y ordenado. De hecho, toda la casa parecía refulgir con un brillo acerado y elegante. Mi abuela y mis tías habían dedicado la semana entera en asegurarse de dejar impecable la vieja casa familiar. Para homenajear mi Iniciación, para asegurarse fuera una ocasión para recordar. Sentí que la angustia se me acumulaba como un nudo amargo en el pecho. ¿Tenía sentido todo aquello? ¿O era como decía mi madre, una vieja creencia destinada a convertirse en una carga insoportable en mi vida futura?

Desde que había ido a vivir a casa de mi abuela, había deseado ser una bruja. Lo había deseado tanto y de tantas maneras, que no recordaba un sólo día durante esos cuatro intensos años de aprendizajes y descubrimientos que no pensara en la idea, que no imaginara detalle a detalle la ceremonia de la Iniciación. Esa ocasión donde toda mi familia se reuniría no sólo para celebrar conmigo la decisión de aprender el Arte de la Diosa sino asegurarme, estarían a mi lado en el trayecto, el largo camino de crecer y madurar en sabiduría. Con frecuencia, me dormía imaginando la noche estrellada, el fuego del caldero familiar, el camino de velas que me llevarían hacia el pequeño altar de piedra. Las manos extendidas de mi abuela.  Pero ahora, no podía dejar de pensar que quizás había sido una ingenuidad de mi parte creer que todo podría ser como mis fantasías infantiles. Que aprender Brujería me haría alguien más...fuerte, sabio e incluso interesante. Mi prima tenía razón: sólo sería yo, de nuevo, con todas mis dudas y preocupaciones. Sólo sería yo, torpe, un poco impulsiva y nerviosa. ¿Eso era suficiente? ¿Qué había esperado ocurriera? ¿Qué solo con un ritual pudiera adquirir esa misteriosa fuerza que la tradición y mi familia atribuía a las brujas?

Me escondí en mi habitación, donde finalmente me eché a llorar a mis anchas. El vestido blanco que con tanto cuidado mi abuela había cosido, estaba colgado de la puerta de mi armario, listo para usarse. Era una pieza muy sencilla, de lino crudo, que me llegaba a los tobillos y se anudaba con una cinta de esparto tejido a la cintura. La coronita de flores frescas que llevaría sobre las sienes también estaba allí: podía imaginar a mi tatarabuela, con sus manos sarmentosas y deformadas por la artritis, tejiéndola con cuidado.  Sentí un dolor inexpresable, crudo y lento. Un enorme desengaño. Sólo eran objetos, sin otro objetivo que formar parte de una ocasión especial. Pero ¿Qué hacía realmente valioso, importante y trascendental el ritual de Iniciación? ¿Qué lo hacía mágico? ¿Era posible...que...en realidad...no hubiese nada más que mis expectativas, mis dudas y temores?

Era un pensamiento muy triste. Tomé la coronilla - que tantas veces había soñado llevar puesta - y la contemplé como una simple colección de trazos y pequeños nudos. Sentí una especie de vértigo de tristeza, una sensación seca y hosca que me dejó sin habla. Entonces ¿La brujería era sólo un conjunto de creencias? ¿Y la magia y el misterio? ¿Donde...?

El sonido de la puerta me sobresaltó. Mi abuela me dedicó una de sus miradas apreciativas, que te hacían sentir transparente, sin secretos. La sostuve mientras ella venía a sentarse junto a la orilla de mi cama.

- ¿Te encuentras bien?

Acaricié las margaritas cosidas a la cinta de satén amarilla de la coronilla. No sabía cómo explicarle las complejas ideas que me atormentaban, mucho más cuando alguna de ellas me parecían directamente ofensiva con lo que me había enseñado durante los últimos años. Pero tampoco podía mentirle. Tomé una bocanada de aire.

- Creo que me imaginé muchas cosas sobre la Iniciación que no son ciertas - respondí en voz muy bajita. Mi abuela asintió, con semblante calmo.
- Eso puede pasar. ¿Qué cosas son esas?
- Pensé... - tragué saliva. Aquello no sería sencillo - Pensé que me convertiría en alguien distinto. En una bruja como...tu, supongo. En alguien fuerte, que no tiene miedo. Pero...

Una de las margaritas se descolgó del hilo del que estaba cosida y cayó a mis pies. Me sentí profundamente triste, como si algo tan corriente tuviera un significado enorme y casi poético en medio de mi tristeza. Mi abuela se inclinó hacia mi y me quitó de las manos la coronilla, un gesto firme pero dulce que me conmovió.

- No, mi niña, un ritual jamás podrá hacer eso - dijo con sencillez. Sentí que el miedo en mi pecho se volvía azul, como una roca dura y lisa que no permitía respirar - nadie tiene el poder de darte valor. Nada tampoco te hará más fuerte o invencible. Todo esa capacidad, no la tiene nada en el exterior.

Tomó la margarita del suelo con cuidado. Volvió a sentarse erguida en la orilla de la cama, con la coronilla en las rodillas. Me encogí de hombros.

- Yo sabía que esas cosas no existían - admití, aunque no era verdad. Realmente lo había creído posible. Realmente había estado convencida...mi abuela sonrío.
- ¿Como que no?
- Me acabas de decir que un ritual no hará eso por mi.
- Por supuesto que no. Lo harás tu misma.

Me quedé boquiabierta. Mi abuela sacó una aguja e hilo blanco de su impecable delantal. La miré enhebrar con dedos hábiles y luego comenzar a coser de nuevo el tallo de la Margarita fugitiva en la coronilla.

- Pero...yo...no puedo. Es decir, yo... - balbuceé desconcertada - no sé si...
- El verdadero poder de una bruja no radica en los rituales que conoce o en la manera en que su voz invoca - dijo entonces mi abuela - el origen del verdadero poder nace de tu espíritu, de tu capacidad para crear, aprender, para ser libre. Para vivir según tus reglas y principios, para atreverte a decir la verdad aunque tengas miedo. Para luchar contra tus temores incluso en los momentos donde crees que no podrás. Una bruja es una eterna estudiante, una maestra que educa con el ejemplo. Un espíritu rebelde, poderoso. Fuego puro que se hace cada vez más fuerte por su empeño de buscar sabiduría, por crecer, por hacerse más fuerte.

"Una bruja tiene dudas, mi niña, pero no se rinde a ellas. Una bruja crece a medida que se equivoca, que comete la osadía de insistir a pesar de equivocarse. Una bruja es fuerte en cada momento que decide crear y construir ideas, de asumir su poder soñar y avanzar. Una bruja es capaz de crear un mundo a su medida, porque sabe que puede cambiar la realidad. Una bruja jamás se detendrá por la crítica, por el terror, por el desconcierto. Una bruja es una mística, una mujer sin freno, una provocadora nata. Una bruja cree en sus contradicciones, en sus desigualdades, en sus momentos de valor. Una bruja ama sin freno, cree con pasión, camina con poder. Y lo hace por cada día sabe el poder de la sabiduría que nace de si misma, de cada momento de su vida que asume con ese fervor de quien está convencida el poder real nace de su propia capacidad para soñar. Una forma de esperanza.

"Un ritual está llenó de símbolos y metáforas de nuestro conocimiento. Pero lo realmente valioso en cada cosa que hace una bruja, es esa convicción de tomar tu poder espiritual e intelectual y crear algo extraordinario. Una bruja es una mujer que nunca deja de luchar, que vuela con las alas rotas. Una bruja es una mujer que se empeñará en encontrar cada momento de su vida una forma de inspiración, de creación y especial comprensión que le rodea. Una bruja es un alma inquieta, impaciente, malcriada, sin compón. Una mujer impredecible, una que aspira siempre a una profunda comprensión no sólo de si misma sino de cada elemento del mundo que le rodea. Una hija de su historia, un fragmento de una sabia tradición de poder y belleza."

Siguió cosiendo punto a punto la Margarita fugitiva, que ya volvía a formar parte de la corona de flores que sostenía con cuidado entre sus dedos. Se me llenaron los ojos de lágrimas escuchándola, muy consciente que la mujer que describiría, no era yo.

- Abuela, pero sólo soy una niña torpe y asustada - admití en voz baja - no soy todas esas cosas...no creo que lo sea.
- Lo eres, aunque no lo sabes - me respondió. Y lo hizo con esa seriedad suya, donde no había resquicio para la duda, donde no existía una sola grieta que pudiera darle cabida a la incertidumbre - eres una mujer en creación, una mente que crece y madura con su curiosidad, un espíritu voraz. ¿No ves que ahora mismo estás abrumada y llena de angustia por qué deseas ser todas esas cosas? ¿Qué hay en ti una inquietud desesperada y firme por crecer y hacerte más sabia? Te lamentas porque aún no eres la bruja que deseas, pero ya eres la bruja que aspira a  ese saber que nace de si misma, de todo lo que te hemos enseñado, de cada palabra y lección que has asimilado con esa infatigable necesidad tuya de hacerte cada día más sabia.

Sonreí entre lágrimas. Eso era cierto. De verdad, mi mayor deseo era ser una bruja. Una mujer sabia y fuerte. No sabía si lo lograría y me desesperaba pensar si en algún momento perdería el empeño, si como mi mamá... Suspiré, mirándome las uñas mordidas y disparejas de la manos con una sensación de profunda desazón.

- Pero mi mamá...
- Tu madre es una bruja, como tu.
- Pero ella dice...
- Tu madre está herida, dolida y frustrada porque el mundo que le rodea la lastimó más de lo que puede admitir - dijo mi abuela, que jamás mentía. Que siempre respondía mis preguntas con la verdad, así fuera dolorosa o yo no pudiera comprenderla de inmediato - tu madre perdió a tu padre y sintió que lo que conocía como su vida, había terminado. Y después, también se enfrentó a un mundo donde llamarse bruja una verguenza. Y tomó la decisión que cree la alivia del dolor. Pero sigue siendo una bruja. Y lo será porque ella confía en su fuerza y sigue creando, a pesar de ese sufrimiento privado, de todas las cosas que la hacen alejarse de nosotras.

Sí, sabía que separarse de mi padre le había causado un dolor insoportable a mi madre. Nunca hablaba sobre eso pero no era difícil deducirlo: jamás hablaba sobre él y no me permitía incluso nombrarlo. También sabía que siendo muy joven mi madre se había enfrentado a las burlas y a la intolerancia por llamarse bruja. Tampoco hablaba sobre eso. Y sin embargo, entre ambas cosas, había una grieta dolorosa y enorme. Una sensación de abrumadora desesperanza a la que yo le temía.

- Pero...Si todo proviene de mi - tomé aire, no era una pregunta sencilla - si todo proviene de mi ¿Qué pasará si un día me pierdo? ¿Si un día me fallo? ¿Si un día...no encuentro el camino de regreso a casa?

Abuela terminó de coser la coronilla. La sostuvo entre las manos, la contempló en silencio. Luego se levantó y de pronto, me pareció imponente, con su cabello trenzado rodeándolo la cabeza y su rostro sereno iluminado por los últimos rayos del sol del día. La miré, un poco asombrada, como si se tratara de otra persona. No supe que decir cuando se inclinó hacía mi y me puso la corona de flores en la cabeza, con un gesto lento pero firme que me dejó sin aliento.

- El día que te pierdas, que no sepas a donde ir, que no recuerdes el camino...la Bruja que hay en ti te traerá de vuelta a este día - dijo en voz baja. Se inclinó y me miró directo a los ojos. Una expresión dura y radiante, como si ambas fuéramos ancianas mirándonos a la distancia - Vendrás a este día, al ritual que te  obsequiará el nombre de bruja y sonreirás, porque aquí estarán las respuestas.

Nos quedamos una frente a la otra, la niña y la bruja, rodeada de la luz roja del atardecer. Y de pronto pensé que no era tan sencillo perderte cuando el circulo de tu vida siempre te llevaba al punto más importante de tu mente. Esa región radiante y querida, donde comienzan todas las ideas y pasiones. A ese lugar donde la bruja - la que eres, la que serás -  vive para siempre.


***

Llevo el vestido blanco y la corona de Flores en la cabeza. Sostengo la vela de miel en una mano y la venda con que me cubrirán los ojos en la otra. Y siento que la noche canta para mi, que las estrellas parpadean en una lenta ondulación de belleza. Cuando mi tía se acerca a donde me encuentro para llevarme al centro del Jardín, al camino de velas, me sonríe. Se le ve hermosa y serena, con el cabello trenzado y los ojos radiantes de luz.

- Este es el primer paso de un largo camino - me susurra, acariciándome las mejillas - recuerda: lo que hoy comienza será una forma de crear el mundo. Sigue tu espíritu, alimenta el fuego de tu vida. Nunca cejes en asumir el riesgo de vivir.

Son las palabras rituales pero aún así, siento que son mías. Cuando toma la venda para cubrirme los ojos, me dedica un rápido guiño cariñoso. A pesar de lo nerviosa que me encuentro, no puedo dejar de sonreír.

- Allí vamos - susurra tía entre risitas - volver a nacer para crear.

Me señala con un gesto rápido entre las sombras del jardin, más allá del circulo de velas, del fuego del caldero familiar. Y entonces noto, a la figura delgada y alta que observa, también vestida de blanco como yo, el cabello suelto y revuelto sobre los hombros. Mi madre no sonríe cuando nota que la estoy mirando, pero su expresión es de pura ternura, de una calidez impensable en ella, tan dura y tan distante. Y pienso en los ciclos que se completan en silencio, en el lugar al que las brujas siempre habrán de regresar.

Un parpadeo de tela blanca. El corazón latiendo con fuerza, la mano apretando la vela que sostengo. La mano de mi tia me roza la espalda y cuando comienzo a caminar, tengo la sensación que un largo sueño comienza. Que un alto vuelo de la imaginación se abre espacio en la oscuridad. Y avanzo, con las extendidas en luz, hacia el grupo de mujeres vestidas de blanco que me esperan. Hacia esa historia que ahora también es mía. Hacia ese recorrido de estrellas que comienza hoy.

Una bruja que alza los brazos al cielo.
Una esperanza a punto de nacer.

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