domingo, 3 de enero de 2016

La sonrisa de la bruja y otras historias de brujería.





Cuando tenía nueve años, mi abuela me obsequió un pequeño espejo de plata envuelto en un fino papel blanco. Lo sostuve entre las manos, muy asombrada por el obsequio y sin saber muy bien que haría con él. Mi abuela soltó una de sus estruendosas carcajadas cuando me voy dejarlo con mucho cuidado sobre mi mesa de tocador, como si el espejo fuera a despertar y a morderme los dedos en alguna ocasión.

- ¿Y que hago con esto? - le pregunté. Abuela ladeó la cabeza, divertida.
- Mirarte ¿Qué más se puede hacer con un espejo?

Pero sabía que lo decía en broma. Con frecuencia, las cosas en casa de mi abuela - la sabia, la bruja - podían sorprenderte. Nada era lo que parecía ser y más sorprendente aún, nada hacia lo que se suponía podía. Era una casa donde las escobas no barrian, los calderos no cocinaban - o al menos, no unicamente -, las puertas simbolizaban cosas y los adornos de la pared contaban historias. Así que me pareció lo más natural del mundo que el bello espejo, con marco ornamentado y una base pulida, hiciera otra cosa además de reflejar mi cara.

- ¿Es un espejo de brujas? - insistí. Abuela dejó escapar un suspiro muy teatral.
- Bueno, es tuyo. Y casi eres una bruja...así que...
- ¡Abuela! - me quejé impaciente. Ella volvió a reír.
- Sí, es un espejo que hace cosas...curiosas - admitió por último.

¡Lo sabía! me dije triufante. Me acerqué para mirarme y aunque sólo vi mi cara delgada y pecosa, asumí que muy pronto, me mostraría algo más. ¿Sería el futuro? ¿El pasado? ¿Quizás respondería mis respuestas como el de la malvada Reina de Blancanieves? Me entusiasmé ¿Qué se le puede puede preguntar a un espejo? ¿Respondería con esa voz pomposa y meliflua que solían tener los espejos en las películas? Mi abuela levantó las manos, como para calmar aquella nerviosa avalancha de preguntas.

- Mi niña, en realidad, sólo es un espejo - me repitió. Comencé a protestar y ella sacudió la cabeza - pero también, tiene una cualidad muy especial. Te permite ser niña para siempre.

Abrí mucho la boca. ¡Vaya! eso si que no me gustaba para nada. Con nueve años, estaba francamente fastidiada de ser una niña. Me aburría ir a la escuela, me impacientaba tener que obedecer a las monjas bigontonas que la dirigian, tener que hacer mis deberes, tan largos y machacones que a veces me producían sólo sueño. Y estaba también la cosa de las prohibiciones. ¡Nunca podía hacer nada! Si quería subirme al árbol grande del jardín antipático de mi abuela, seguro llegaba alguien para bajarme de allí mientras me recordaba era peligroso. O si me lanzaba a correr por las escaleras, seguro una de mis tias me reñía por hacerlo. Así que no, eso de ser niña para siempre me sabía a poco. Era un pensamiento que me molestaba más que otra cosa.

- Oye, Pero ¿Para que quiero ser chiquita para siempre? - me quejé. Con un movimiento rápido, evité mirarme en el espejo. ¿La magia del reflejo ya habría empezado a funcionar? ¿Ya me habría añadido años de niñez por sólo mirarme una vez? Mi abuela ladeó la cabeza y me dedicó una mirada tierna.
- Ser chiquita es una cosa y ser niña, es otra - comentó mi abuela. Tomó el espejo y con un movimiento lento, lo cubrió con la tapa de metal que llevaba adosado en la parte superior. Ahora se había convertido en un bello objeto decorativo, lanzando destellos sobre la madera de mi mesa - Para la brujería, lo importante no es tu edad, sino que tan joven sea tu esperanza.

No supe que responder a eso. Todavía, no entendía muy bien la mayoría de las cosas que mi abuela me explicaba sobre la brujería. Algunas eran extrañas y profundas, otras casi líricas. Pero siempre, eran un poco misteriosas. El tipo de cosas que debes pensar mucho, hasta que te duela la cabeza. Aunque no había comenzado a estudiar lo que la brujería era, ya sabía que era mucho más que mover las manos y hacer cosas prodigiosas. Había mucho de soñar, de imaginar y confiar en tu propia mente. De comprender las cosas que pasaban en tu espíritu y sobre todo en tu mente. Eso me sorprendía y...(todo hay que decirlo) también me desilusionaba. ¿Donde estaban los rayos de luz que salían de las manos? ¿Y los dragones, Unicornios, las escobas voladoras? Tal vez vendrían después, me decía a veces, intentando mantener el ánimo firme. Tal vez tenía que aprender mucho para volar por el cielo a toda velocidad con un sombrero picudo y zapatos de punta rizada.

- ¿Mi esperanza? ¿Lo que quiero ser de mayor? - pregunté. Abuela asintió con una sonrisa de pillete.
- Sí y no. La esperanza es el deseo firme de creer que podemos construir nuestra vida a la medida de lo que deseamos - me explicó - de lo que soñamos, de lo que creemos. Es algo muy bonito y la Brujería, cree que la esperanza es además, la convicción que somos parte de una historia mucho más grande y compleja que la nuestra. Que despertamos cada día para aprender, para hacernos más sabios, más fuertes, más libres. Y lo hacemos, mirándonos con atención. Aprendiendo de nuestros errores. Creciendo a través de nuestra capacidad para sabernos más inocentes, más empecinados en buscar la esencia de las cosas.

Ahora si que no entendía nada, me dije cruzando los brazos sobre el pecho. ¿Una bruja es más poderosa si es más inocente? ¿Como se entendía eso? Miré de nuevo el espejo cubierto, preguntándome si enseñaba esas cosas. Si mostraba de alguna manera mágica lo que necesitábamos saber para continuar.  Mi abuela se quedó allí, mirándolo también. Su bonito perfil blando de mujer que ha vivido muchas vidas, levemente delineado por la luz de la tarde que entraba por la ventana.

Pensé que de todas las mujeres de la casa, abuela era la que más parecía una bruja o al menos, como yo la comprendía. Era una señora alta y rolliza, de pechos y caderas amplias, con el cabello cobrizo siempre trenzado cayéndole sobre el hombro. Tenía un aspecto bello y amable, pero también muy vivaz. Como si siempre estuviera llena de ideas, de cosas que pensar y hacer. De asombro y de mucha energía. De la mañana a la noche, mi abuela iba de aquí para allá, haciendo cientos de cosas distintas. Cocinaba, leía, escribía, zurcia los pantalones del abuelo, veía sus películas favoritas, reía a carcajadas, invitaba a sus amigas para tomar café todas juntas en el salón. La abuela siempre parecía desear algo, querer algo que la hiciera sonreír. Y a mi eso me impresionaba. No entendía como una mujer con el rostro lleno de arrugas siempre tenía tiempo para todo y para todos. Como siempre parecía fresca y feliz por estar en todas partes a la vez.

- ¿Y una bruja entonces es...como una niña? - seguí preguntando. No entendía nada, pero quería entenderlo. Y mi abuela, siempre respondía todas mis preguntas. Era una de las cosas que más me agradaba de ella.
- Una bruja es un espíritu eternamente joven, renovado en el fuego de sus pasiones, de sus pensamientos, dolores y amores - me respondió - Para una bruja el mundo siempre tiene alicientes, siempre tiene un sueño que espera por ser descubierto. Una bruja está llena de curiosidad y vivacidad. A una bruja nunca la detiene el desaliento. A una bruja jamás la detiene el dolor, aunque lo sienta, aunque la hiera. Una bruja está convencida que su corazón es Infinito puro y su mente, un paisaje creándose a diario. Y eso, mi niña, la mantiene joven. La mantiene llena de expectativas y poder de creación cada día de su vida.

Caramba, eso si que me dejó sorprendida. Pensé en tia E. que solía reír a carcajadas a la menor oportunidad e insistía que hacerlo, la hacía sentirse fuerte.  En mi prima M. que bailaba sola con los brazos abiertos mientras cantaba con enorme desafino su canción favorita. En el placer que sentía mi mamá, tan callada y distante, al caminar descalza por el jardín antipático de mi abuela. Lo hacia con el rostro levantado hacia el sol, hundiendo los dedos desnudos en la hierba mal cortada, en el barro fresco. Eran cosas como de niños, tan sencillos, tan de todos los días. Pero también eran hermosos, como pequeños regalos diarios. Me pregunté si a eso se refería la abuela.

- ¿Ser joven es siempre...poder reír? - insistí. Abuela me pasó un brazo por los hombros y me besó en la frente.
- Es siempre poder aspirar a hacerlo, a pesar de todo - se inclinó hacia el espejo y con un dedo, subió la pantalla que lo cubría - ven a mirar una cosa.

Me subí a sus rodillas y le obedecí. En el espejo, su rostro y el mio eran uno solo. La anciana y la niña, el cabello cobrizo veteado de canas y los rizos rebeldes muy oscuros. Sonreí y me gustó que mi reflejo pareció iluminarse cuando lo hice. Mi abuela - la del reflejo - me miro con sus brillantes ojos color miel llenos de vitalidad.

- En Brujería, se suele decir que reflejamos lo que creemos - me dijo. Alargó la mano y acomodó el espejo para que reflejara no sólo nuestro rostro, sino también la habitación. La imagen onduló, se deslizó sobre la superficie brillante y de pronto tuve la impresión que la mujer y la niña del reflejo nos miraban con atención propia, ajena - Que creamos lo que somos cada día, en todas las decisiones que tomamos. En la manera como nos construímos. En la forma como soñamos podemos ser. No se trata sólo de inocencia, sino también, de esa cualidad del espíritu de rehacerse así mismo. Somos nuestras creencias, somos nuestras esperanzas y dolores.

Movió de nuevo el espejo. Ahora reflejaba solo la mitad de nuestro rostro. La niña y la mujer mayor nos miraron con ojos brillantes, como de otro tiempo. Las contemplé a ambas y por primera vez en mi vida, tuve una sensación clara sobre el paso del tiempo. Sobre el poder de algo profundo e invisible en mi, que se mantenía a pesar del aspecto de mi rostro, de la forma como me veo. Me sobresalté. Mi abuela apoyó su cabeza contra la mía para calmarme.

- ¿Se movieron? - dije. Seguro que me lo imaginé. Abuela río bajito.
- Somos, mi niña, el fruto de nuestra historia. Y la brujería lo celebra. Lo mira con atención. Crecer y madurar son experiencias necesarias, pero mantenerte joven, también. Entre ambas cosas, hay todo un aprendizaje que crece y se hace fuerte como tu mente, como tu cuerpo. Como si tu mente fuera un gran paisaje iluminado poco a poco con la luz del amanecer.

Seguí mirando con atención mi reflejo en el espejo. De pronto, mi rostro me pareció el de una niña desconocida. Como si a fuerza de mirarme, dejara de reconocerme. Y eso me asombró y me desconcertó. Me pregunté que ocurriría después, en el transcurso de los años. En el tiempo que transcurriría  hasta que hiciera una mujer. ¿Que pasaría durante todos esos años? ¿Como sería ver ese rostro pálido y pecoso cambiar? Miré la cara de la anciana a mi lado, con sus arrugas, su cabello entrecano y sus ojos de niña. ¿Me ocurriría así también? ¿Me haría mayor pero siempre recordaría el camino de vuelta?

- Una bruja sabe que la eterna juventud no está en la piel sino en el corazón - dijo entonces mi abuela con una sonrisa. Su reflejo tenía una mirada pensativa, profunda diáfana - Y por eso, siempre medita sobre lo que hace que su espíritu esté lleno de preguntas, de curiosidad y de belleza. Somos lo que creamos. Somos lo que asumimos podemos ser. Y la brujería te lo recuerda, cada vez que puede.

Con un dedo, movió el espejo de nuevo. La niña y la señora vieja en el espejo nos miraron con seriedad. Y las admiré, distantes y tan cercana, esa percepción del tiempo tan nueva para mi que apenas podía asimilarla en toda su profundidad. De pronto, comprendí que alguna vez, dentro de muchos años, mi aspecto sería como el de mi abuela. Quizás mi cabello sería muy parecido. Tendría sus mismas arrugas. Y sin embargo, más allá de la piel, en alguna parte de mi mente, seguiría siendo la niña que era. La que se despertaba de madrugada para mirar asombrada el cielo brillante. La que bailaba a solas y con los ojos cerrados los días de lluvia. La que lloraba con las historias que contaban los libros. Sería anciana sí, pero también sería yo, la niña que ahora sonreía.

- Cada día que vivimos nos hace más fuertes, pero también un poco más tristes. La experiencia a veces, amarga un poco nuestra capacidad para perdonar y perdonarnos, para avanzar y ser libres - me dijo mi abuela. Cerró de nuevo la pantalla del espejo y me miró y fue como si en lugar del espejo, me viera reflejada en ella - pero si recordamos, que somos tan joven como nuestro pensamiento más fuerte, más empecinado en aprender y vivir, seremos eternos. En esa furiosa necesidad de aprender, comprender la belleza, asumir el peso de cada nueva experiencia. Somos adultos en nuestra capacidad para mirar al futuro y niños, en la esperanza recién nacida que podemos encontrar en nuestros pasos.

Miré el espejo, ahora cerrado y me pregunté cuántas veces a partir de ahora, reflejaría mi rostro. Cuantas veces me vería cambiar, como en una lenta sucesión de imágenes, para encontrarme a mi misma. Me lo pregunté esa noche, cuando me levanté para abrir la pantalla y mirarme otra vez, asombrada por esa extraña sensación de no reconocerme. De ser una extraña en la luz pálida que entraba por las ventanas, de la sonrisa un poco nerviosa que coloreaba mi expresión. Me lo pregunté sosteniendo el espejo entre las manos, con los dedos tensos y un poco asombrada por ese reconocimiento tardío, esa sensación de existir y ser a través de lo que miro.  Una mirada profunda a quien soy - los ojos muy abiertos de asombro, el rostro tenso de expectativa - y quien quiero ser.

Y me lo pregunté muchas veces en el futuro, mientras crecía frente a la estela fugaz y plateada del espejo. Me lo pregunté siendo ya una adolescente callada y sombría, con los ojos levemente velados por la desazón. Me lo pregunté siendo una mujer joven, furiosa y desconcertada en que me convertí. Me lo pregunté noche a noche, a ese espejo silencioso, testigo de risas y lágrimas. Me lo pregunté tantas veces que dejó de importar la respuesta, que comencé a buscarme en el rostro de la mujer que comencé a descubrir en medio de mis recuerdos,  en la bruja en que me convertí. De pronto, no fue sólo una historia que contar, sino cientos otros que recordar. Como si mi imagen fuera no sólo mi aspecto físico, sino algo más profundo y trascendental. Un trozo de mi misma, de lo que sueño alcanzar. De todos los fragmentos encontrados y perdidos de mi misma que el espejo podía completar.

Como si se tratara de una imagen que revive y sobrevive. De un visión del tiempo que se transforma, de una expectativa siempre insatisfecha. ¿Quienes somos más allá de lo que vemos? me pregunto a veces, sentada frente al espejo, sonriendo. ¿Quienes somos más allá de la piel? ¿De lo que asumimos real? En ocasiones, la pregunta parece elevarse en espiral hacia el silencio infinito pero en otras, sólo se queda allí, en el reflejo de la mujer de cabello negro y ojos asombrados que soy, pero también el rostro menudo y sonrisa traviesa de la niña que fui. Entre ambas, hay un paisaje interminable, una promesa a medio cumplir. Somos una forma de esperanza. Una manera de soñar y crear.

Quizás esa aspiración hacia la sabiduría, como la magia más antigua de todas.

2 comentarios:

Diosa Lunar dijo...

Que maravillosoooooo, me encantó ver este reflejo, gracias por compartir

Elanih dijo...

¡Bravo! es hermosa la historia.

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