viernes, 15 de enero de 2016

Proyecto "Un país cada mes" Enero: Chile. José Donoso.





A José Donoso se le considera una leyenda. En su Chile natal o en el resto de latinoamérica, donde su obra se venera como parte de un legado perdurable sobre la renovación de la literatura hispana. Pero más allá del mito, José Donoso es parte de toda una percepción de lo narrativo que sin duda proviene de su capacidad para asumir una visión mucho  sorprendente sobre lo que le rodeaba. Y es que Donoso, además de escritor, era también un observador nato. Concienzudo y analítico, no sólo construyó un legado estético que aún se considera invaluable dentro de las letras del continente, sino que además creó una mirada única - ambigua, sugerente - sobre la manera de asumir esa identidad borrosa del latinoamericano. Esa que parece construida a trozos irregulares de perspectivas y dolores. Una visión que logró articular lo bello, lo feo, lo transformador y lo asombroso de América en una única expresión artística.

Vargas Llosa, quien fue su amigo personal y confeso admirador de su obra, suele decir que Donoso fue todo Literatura, siempre literatura, más allá del tópico, la pose y la necesidad de mostrar a la escritura como excusa de la necesidad creativa. Donoso escribía por necesidad, por placer, a toda hora, por todos los motivos. Y parte de esa compulsión por contarlo todo - por mirarlo todo a través de la palabra - es la que sostiene su obra, prolífica, inteligente, conmovedora. Para Donoso, la escritura es un espejo pero también un reflejo. Y entre ambas conjunciones - la literatura que se mezcla con la realidad, que la sublima y la embellece - encuentra una forma de contar que avanza con rapidez entre la fantasía y una percepción más íntima del mundo. Donoso escribe para contar, pero también para recordar. Una y otra vez, elabora la idea de la narración desde la necesidad imperiosa de mostrar la realidad a la medida de su sensibilidad y sobre todo, esa búsqueda de respuesta a la idea de lo que se escribe como una forma de libertad.


Más de una vez, Donoso admitió que desaparecía en sus personajes. Que no sólo se transformaba en cualquiera de ellos, sino que en realidad, vivía a través de todos durante el tiempo en que existían - reales y tangibles - a través de la pluma. Un proceso extraño que el escritor solía describir como una transubstanciación que brindaba una realidad física a esa minuciosa mirada literaria del escritor. Para Donoso ese juego de disfraces, esa búsqueda entre lo onírico y lo real era imprescindible para comprender no sólo la profundidad de su obra, sino para lograr que la alegoría - esa cualidad estética suya siempre tan presente en cada uno de sus relatos - fuera verosímil. Y es que Donoso como escritor, también era un visionario, un experimentado buscador de la verdad. Tal vez por ese motivo, todas sus historias llevan aparejadas un ingrediente enrevesado, durísimo, tan sensible y desconcertante como para provocar en el lector una empatía inmediata. Una obra que persiste en la sensibilidad de quien la escribe. Una forma de crear que sostiene no sólo la palabra que la compone sino algo más abstracto e ideal.

 En una ocasión, se le preguntó a Donoso el motivo por el cual todas sus historias parecían bordear cierto fatalismo, lo doloroso, una línea que abarcaba desde la preocupación existencialista - por otro lado, muy presente en todo el llamado Boom latinoamericano del que Donoso fue parte y piedra angular - hasta algo tan crudo como descarnado. Donoso, que solía insistir que escribía por un impulso vital respondió:  "En El obsceno pájaro de la noche yo jugué con lo monstruoso, lo esperpéntico, lo negro, lo miserable. Era un tipo de fuga del realismo. Aquí también me escapo de él, a través del artificio. Para mí la fuga del realismo no es lo fantástico, sino lo artificial. Es otra forma de deformación, de irrealidad". Una respuesta que parece resumir no sólo el nudo argumental de su obra más ambiciosa sino también el resto de su propuesta estilística. Y es que Donoso, como creador, no sólo asume la idea de la ambigüedad - en sus personajes y el la propuesta narrativa - como imprescindible, sino que además la profundiza a través de problemas existenciales, su complejidad psicológica. Donoso, como observador y escritor, asume lo incomprensible de la naturaleza humana como una idea que se entreteje con algo más insólito y quizás por ese mismo motivo, mucho más conmovedor.


Quienes le conocieron, insisten que la obra de Donoso, no sólo era de tenor escrito, sino que formaba parte de su vida cotidiana. Lo literario, tan profundamente confundido con la realidad, que no parecía haber una línea que dividiera ambas ideas. Un ligero matiz que pudiera hacerlo más comprensible. Donoso observaba para crear y creaba observando: la literatura estaba en todas partes, se hacia cada vez más poderosa en la necesidad del escritor de crear la realidad a palabra pura. También era un gran conversador, que disfrutaba narrando a viva voz lo mismo que escribir. Se dice que contaba sus historias con un furor apasionado y abrumador que parecía no sólo resumir su necesidad de crear -de  contar, de asimilar el mundo a través de su necesidad narrativa - sino también de rehacer el mundo a través de frases. La realidad estaba allí, pero también la otra realidad, que Donoso creaba con delirios alucinados y radiantes que asombraban a sus contertulios de la misma manera que a sus lectores. Entre una y otra cosa, Donoso tenía la capacidad de cautivar pero sobre todo, brindar a lo que le rodeaba de una mixtura memorable, incomprensible y siempre poderosa.

Tal vez por ese motivo, casi al final de su vida, se dice que José Donoso comenzó a olvidar de a poco esa exuberancia ficcional en beneficio de la literatura realista, el documento puro. Como si el deterioro físico, anunciara además, una lenta caída de esa recreación incansable de su imaginario en todo lo que le rodeaba. Muy delgado, callado y cansado, Vargas Llosa - que escribió un sentido panegírico para quien fue su amigo y en el cual  incluyó el relato de su último encuentro - recuerda que apenas podía hablar y escribir, pero que aún así, pasaba los días mirando a su alrededor, con los ojos muy abiertos y atentos, quizás asombrados. Porque Donoso, el hombre, continuaba quizás aferrado al escritor, a esa búsqueda incansable sobre el significado y la belleza que tanto le obsesionó durante su vida. Vargas Llosa, impresionado, cuenta que le tomó de la mano y Donoso le miró casi sin aliento. Pero vivo, tan vivo, como para sonreír, como para continuar aspirando a crear y a contar, a pesar de dolor y el miedo. "Sigo vivo" le recordó a Vargas Llosa, con una de sus sonrisas torcidas "Y a veces, eso es más que suficiente".

Creador, renovador pero sobre todo, un vitalista amante de la palabra como fuente de asombro absoluto, Donoso  recordó el valor de la vida que crea, que se construye a través de la capacidad para imaginarla. Una mirada hacia la esencia misma de la realidad pero sobre todo, hacia lo que la hace soportable: la necesidad de reconstruirla a través de una mirada personal.

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4 comentarios:

Unknown dijo...

eliieezeer@gmail.com. Muchísimas gracias

Unknown dijo...

Buenas, dejare esto aquí; eliieezeer@gmail.com. Muchísimas gracias.

Unknown dijo...

Hola, me encantaría leerlos, gracias. humbertosegura@hotmail.com

Unknown dijo...

eliieezeer@gmail.com.

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