jueves, 7 de enero de 2016

#12Cosas útiles (y prácticas) que aprendí durante el año #2015 y que pienso conservar en el #2016





El video músical “Sonne” del grupo de rock industrial alemán Rammstein es un pequeño y tenebroso cuento de hadas: Comienza por unas tomas cenitales en medio de la oscuridad, de un grupo de mineros que trabajan sin descanso en lo que parece ser una mina muy profunda y de difícil acceso. Poco después, el espectador sabrá que no se trata de trabajadores cualquiera, sino de los tradicionales 7 enanos, convertidos para la ocasión en esclavos de una majestuosa y pérfida Blancanieves. De pronto, el bajo eléctrico nos dirige hacia la visión inquietante de la espléndida Princesa, azotando a mano desnuda el trasero de sus desobedientes enanos, encargados no sólo de cuidarle — peinarle, alimentarle — sino también brindarle lo que parece ser el motivo de la extraña relación que sostienen: Oro. Pero no se trata sólo del valor del noble metal — o eso, al menos, no lo cuenta el videoclip — sino que la Princesa malvada lo utiliza como la más refinada de las drogas. Unas cuantas líneas de Oro que la espléndida y malvada “Ama” aspira con entusiasmo y que finalmente la hace sonreír. Paso a disolvencia y ahora Blancanieves, inmensa y deslumbrante, abre los brazos para recibir con amor a su pequeña tribu de sufrientes admiradores, que la contemplan con los ojos muy abiertos y fascinados por su belleza. Una pequeña fábula de la dependencia y el horror.

En su momento — hará unos quince años — el video causó furor y escándalo. Nadie parecía saber muy bien cómo encajar a esta Blancanieves drogadicta y su relación masoquista con un grupo de hombres absolutamente subyugados por ella. Se debatió sobre la distorsión y destrucción de un cuento legendario, del atrevimiento del grupo de atacar una fantasía infantil. El cantante del grupo Till Lindemann se burló de todas esas interpretaciones. “Es una historia de amor, una tradicional y muy común” declaró “todos nos entregamos a nuestras contradicciones y sobrevivimos por lo que recibimos de quienes queremos, sea lo que sea eso. No hay nada cruel. Es un asunto de supervivencia”. La polémica se detuvo en seco y hay quien llegó a decir que Lindemann tocó alguna fibra sensible que dejó en evidencia la hipocresía general de una sociedad obsesionada con el decoro pero fascinada con cierta perversión. Cual sea el caso, el video quedó para la historia como quizás una trágica y exquisita metáfora de esa necesidad insistente que todos tenemos de ser comprendidos, queridos y aceptados.

Una vez leí, que somos quienes amamos y odiamos. Extrapolando un poco la idea, podemos comprendernos mejor a través de nuestras relaciones con los demás y sobre todo, como reaccionamos a ellas. No se trata de una idea sencilla, a pesar que lo parece: ¿En cuantas ocasiones somos conscientes hasta qué punto influye en nuestro comportamiento la innata naturaleza social? ¿Qué tanto de quienes somos es parte de ese peculiar reflejo de amar, ser aceptado, querido comprendido por alguien más? Resulta difícil no reflexionar sobre la idea, sobre todo en un mundo obsesionado con las relaciones interpersonales como el nuestro. Unido por infinitas líneas que intentan sujetar — a la fuerza, en ocasiones — esa impaciente necesidad de sentir somos parte una idea de sociedad mucho más amplia que la nuestra. No obstante, hay una línea que insiste en dividir esa idea sobre quienes somos de lo que esperamos de quienes nos rodean. Una percepción sobre nuestra identidad más o menos clara en medio de este caos existencial de una cultura que se sostiene sobre su inocencia. Es por ello, que al momento de asumirnos como parte de ella, la gran pregunta que solemos formularnos es quizás la más simple ¿Que necesitamos para sobrevivir a este pequeño juego de espejos que llamamos relaciones interpersonales?

No lo sé, por supuesto. Y tampoco creo que lo sepa en un tiempo considerable. Pero he descubierto que hay una cierta perspectiva sobre cómo deseo comprenderme — y comprender a quienes me rodean — que me permite una cierta paz. Una idea sobre asumir la diferencia como parte de lo esencial de quien soy. Por ese motivo, decidí resumir todas las situaciones emocionales y personales que me ocurrieron durante el 2015 en una serie de aprendizajes más o menos coherentes. Una interesante colección de pequeñas lecciones que pienso conservar todo lo que pueda y que de alguna manera, son parte de esa necesidad de liberarnos del peso del otro o en todo caso, de su punto de vista. ¿Y cuales fueron esa sabiduría de ocasión que adquirí.
Aquí se los dejo en rápida sucesión:

No se dé por aludido: De la egolatría y otros demonios modernos
Nuestra generación es ególatra y eso nadie lo duda. Estamos profundamente obsesionados con la manera como otros nos miran, que piensan de nuestra vida y sobre todo, que tan importante les resulta nuestra mera existencia. Tal vez por ese motivo olvidamos con frecuencia algo muy simple: Somos parte de una cacofonía infinita donde nuestra identidad se diluye en ese cúmulo anónimo que llamamos, a falta de una palabra mejor “audiencia”. De manera que repita después de mi: nadie está hablando de mí, ni por mi ni para mí. Somos un fragmento de información entre otros tantos. Así que relájese un poco y a dejar el melodrama. Comprenda — por su bien y su equilibrio mental — que a menos que sea una celebridad de ocasión, su opinión, su punto de vista e incluso su mera existencia le importan muy poco a cualquiera que como usted, forme parte de ese paisaje interminable y engañoso que llamamos el mundo 2.0

Nadie le tiene “envidia”
De la misma cosecha de la noción de “la virtualidad conspira a favor de mi necesidad de atención”, llega esa percepción malsana sobre la crítica, el comentario y cualquier otro tipo de expresión verbal y emocional que forma parte de nuestro mundo interconectado: la Envidia. Últimamente, cualquier visión desfavorable parece provocado por una única idea infantil, carente de sustancia y lo que es aún peor, firmemente anidada en esa percepción de nuestra identidad como relevante. Lamento si lo desengaño: nadie siente “envidia” por usted. El espectro emocional del ser humano es muy amplio y variado y lo más probable es que usted merezca la crítica que recibe, el comentario irritante e incluso, esa idea un poco brumosa sobre su aceptación personal. Tampoco a nadie “le molesta ver ojos bonitos en cara ajena” ni ninguna otra floritura fruto de nuestro temperamento tropical y novelero para justificar el malestar con respecto a lo que otros piensan sobre usted. Así que madure, diviertase, sonría, despreocúpese. La vida es esencialmente una experiencia fugaz.
Dediquese a disfrutarla.

Deje el melodrama
Lo sé, somos latinos, caribeños y apasionados (o eso dice el mito urbano) pero por su salud mental, deje de armar escándalos y llorantinas a la menor provocación. Y aún si usted se encuentra en algún punto geográfico más nórdico y distante, procure dejar la algarabía emocional para fiestas especiales como su cumpleaños, la borrachera anual o cualquier otra ocasión donde las lágrimas, las quejas exageradas y el tormento existencial sean admitidos e incluso comprendido. El resto del año por favor, abstengase de esa necesidad histriónica y narcisista de llamar la atención. Puede resultar abrumador.

Diga lo que quiera
Lo cual significa exactamente eso. Ni más menos. Si a usted le molesta alguien, le fastidia una situación, ¡DIGALO!. Si usted tiene una opinión, una perspectiva o un punto de vista ¡COMPARTALO! La censura sobre nuestra forma de pensar, actuar o incluso crear, puede resultar nociva y a la larga, emocionalmente castrante. ¿Le parece que exagero? pregúntese cual fue la última vez que expresó una opinión sin preguntarse antes de hacerlo si resultaría agradable, popular e incluso, digna de mención. Diga lo que quiera siempre que quiera. Asuma las consecuencias. ¿Qué su visión de las cosas contradice a la de la mayoría de la gente? ¿Qué importancia tiene eso?

Adiós a la solidaridad automática
Por favor, usted dejó la infancia hace tanto tiempo como para haber madurado ciertos hábitos del jardín de niños. Y eso incluye “apoyar” a los amigos de manera irracional. Aprenda a juzgar las situaciones que ocurren entre adultos con la madurez que presumiblemente el calendario le brindó. No tome partido ni tampoco juzgue. Tómese la molestia de ser justo y ponderado. Haga preguntas en las situaciones incómodas. Analice el comportamiento de quienes le rodean con cierta objetividad. O al menos inténtelo.

¡Arriba la amistad entre adultos!
Lo que quiere decir que brinde a quienes comparten con usted su vida un poco de inteligencia, respeto y buen humor. Por favor, basta de ser esa criatura maléfica y chismosa que tanto próspero en la adolescencia. Le repito¡Ya usted dejó atrás la infancia!

Si le molesta alguna de opiniones, pensamientos, puntos de vistas, chistes, ¿por qué insiste en leerla?
Con frecuencia, leo en las Redes Sociales comentarios mal intencionados, discusiones a gritos, enfrentamientos enconados carentes de cualquier argumento. Y la siguiente pregunta que me hago es ¿Por qué insistir en hacerlo? Por supuesto, no niego que por una buena cantidad de tiempo, invertí tiempo, energía y paciencia — de la que no ando muy dotada — a intentar dirimir enfrentamientos con usuarios anónimos en varias de mis plataformas preferidas. Finalmente, por puro cansancio, llegué a una conclusión obvia: ¿Por qué necesito convencer a nadie sobre la manera en que veo las cosas? Así que desistí de esas extenuantes diatribas y decidí que mis redes sociales serían algo más parecido a un anecdotario delirante. Así que en nombre de todos los que se encuentran discutiendo en mayúsculas todo tipo de situaciones, le pido saque de sus amigos, de Unfollow, lo que le sea más fácil para hacer más feliz su vida y la de esa persona que tanto le irrita. ¡Le aseguro no se lo tomara personal!

Lo mismo puede hacer en el mundo fuera de la pantalla de la computadora: ¿Por qué insistir en la amistad, convivencia, relaciones personales o lo que sea que le una a esa persona que tanto le encoleriza? Aproveche el nuevo año para obsequiarse un poco de paz.

Intente el arte de convivir
Nadie le pide que tolere, “aguante” (que palabra tan fea esa) o incluso muestre simpatía por la forma de vivir de alguien más, sino que simplemente la respete. ¿Ve que sencillo?

Deje de competir
Si usted tiene problemas de autoestima, autoimagen, complejo de Edipo o Electra no resueltos lo lamento. Realmente empatizo con su incómoda situación y le deseo lo mejor. Pero deje de resolver cualquiera sea su trastorno emocional o mental creando conflictos artificiales a quienes le rodean. Y eso incluye competir ( a la manera irracional de la niñez ) con quienes le rodean. No tiene sentido y sólo logrará, en el mejor de los casos, hacer el ridículo. Por enésima vez le recuerdo de nuevo: la infancia ya quedó atrás.

A Nadie le interesa su vida
Es una idea dura de asumir, sobre todo en un mundo infinitamente obsesionado por lo que se muestra como testimonio de la intimidad. Pero debo aclararle: el interés es tan momentáneo que deja de ser significativo. A nadie le interesa sus dolores, alegrías, padecimientos. El café que tomó en esa famosa cafetería, el color de sus medias sobre una sábana arrugada, los selfies con su novio nuevo, los pies en el aeropuerto. Usted es un rostro más entre los millones que pululan en la red y con toda probabilidad, uno de los que no se diferencian en absoluto del otro. ¿Eso malo? ¿Es terrible? ¿Es trágico? Por supuesto que no. Se trata de esa consecuencia inmediata de lo que Joan Fontcuberta llamó “la infinita red de rostros e imágenes”. Sólo se trata de asumir que somos un dato de información entre cientos y que eso, de alguna forma, le libera del dolor de cierta lucha intelectual con quienes le rodean.

¿La ventaja? que todas sus paranoias sobre chismorreos y comentarios mal intencionados carecen de sentido. Asúmalo, por doloroso y árido que parezca.

No, nadie se volveré Vegano, deportista y Yoguista sólo porque esté de moda. O usted insista en sermonear, “enseñar con el ejemplo” o cualquier otra sana pero incómoda intención parecida
Y mire que todos quienes le leen con toda probabilidad saben que es algo saludable. Pero basta del sermón diario. Nadie lo necesita.

Sea feliz como es
Y eso implica todos los elementos que componen su personalidad, su manera de ver el mundo y su punto de vista. Las virtudes y defectos, el mal humor mañanero, la neurosis diaria, la estupidez ocasional o la que no lo es tanto. Como sea, usted merece ser aceptado exactamente como es y sin críticas. Todos lo mecemos, en realidad. Comience a disfrutar de esa pequeña maravilla que es ser usted mismo.

Una lista corta y un poco irritante, lo sé. Pero también, llena de las mejores intenciones. Después de todo, somos parte de una sociedad consumista, en ocasiones cruel, que amamos aunque no sepamos por qué. De una manera muy parecida a la que esos enanos imaginados por Rammstein aman a su tenebrosa Blancanieves. Y con las mismas implicaciones, también.

0 comentarios:

Publicar un comentario