miércoles, 21 de octubre de 2015

El espejo roto: La aspiración de la belleza irreal






Hace unos meses, la polémica recorrió las redes sociales cuando la actriz Maggie Gyllenhaal contó a la web norteamericana “The Wrap” que había sido rechazada para un papel donde encarnaría a la amante de un hombre de cincuenta y cinco años. ¿La razón? La nominada al Oscar cuenta que el director de casting no tuvo tapujos en explicarle “que era muy mayor para el papel”. Gyllenhaal no sólo descubrió la cara oculta de Hollywood y su manera de discriminar al género femenino sino además, lo que es lo que es un secreto a voces: la vida de los actrices en la meca del cine es efímera. “Primero me sentí mal, después me enfadé y finalmente me eché a reír”, confesó la actriz al contar su experiencia “pero es evidente que algo está muy mal en todo. Hay algo en la estructura del qué se vende al público y se toma por real que necesita un cambio urgente”.

Por supuesto, lo ocurrido con Gyllenhaal no es la excepción ni mucho menos un caso aislado de la percepción general que tiene Hollywood sobre la mujer, la belleza y la juventud. Hace menos de un año, el crítico de cine A.O Scott, se refería al mismo tema en un extraordinario ensayo publicado por el The New York Times, donde se refería a lo que llama “las cifras patriarcales”. Scott, que analiza la cultura occidental a través de los mensajes y metamensajes de la televisión y la cinematografía actual, insistía que la edad de los personajes principales — masculinos y femeninos — en series y películas de alta factura se ha reducido drásticamente en la última década. Para el crítico, esa disminución en los estereotipos de referencia — la visión del líder cultural y social, el apoyo de historias y nudos narrativos — parece sugerir que el hombre y la mujer actual se consideran cada vez más jóvenes, a pesar de la biología. En otras palabras, la juventud se asume como necesaria, inevitable, estrechamente relacionada con el éxito y sobre todo, como elemento indispensable de una interpretación sobre nuestra imagen social muy específica.

Por supuesto, que Scott analiza el planteamiento mirando el mundo del cine y de la televisión como un reflejo de cultura popular, lo cual puede limitar su reflexión a un ámbito muy concreto, pero aún así, es una forma de comprender qué está ocurriendo mientras los rostros en las pantallas, portadas de revistas e internet se vuelven mucho más jóvenes. ¿A dónde ha ido la edad adulta? ¿Qué ocurre cuando el hombre real toca ese límite de lo que se considera representativo de la era en que vive?

La sociedad parece muy sensible a esa visión comercial y cultural de la identidad. Hace algunos meses, tuve una discusión incómoda con un amigo quien me insistió que jamás contrataba a nadie con más de treinta años en su pequeña agencia de publicidad y fotografía, porque estaba convencido que la treintena traía un inevitable declive de la creatividad. Insistía en lo anterior, a pesar de él mismo haber llevado a cabo la mayor parte de su vida productiva durante la década de la treintena y comprenderse así mismo con la experiencia de su edad real. No la que le brinda la apariencia del cabello rizado y estudiadamente descuidado largo que le cae sobre los hombros, el jean, la camiseta de colores radiantes. Detenido en una juventud inexacta, parece además, asumir que esa juventud es parte de lo que cree es un fragmento de lo que somos y de la idiosincrasia occidental.

Scott, insiste que la cultura no abandonó la edad adulta, sino que la está deconstruyendo. Para el crítico, la visión del hombre social del siglo XXI, tiene una enorme deuda con la idealización del hombre extraordinario que tanto se aupó en el siglo XIX: hombres y mujeres que se comprenden así mismos como espléndidos, eternamente jóvenes. Como Oscar Wilde, que ensalzó la vanidad como “medida moral” y otros tantos estetas que insistieron en mirar a la sociedad como una redimensión de la juventud. No obstante, esa tendencia jamás ha sido más fuerte — y quizás destructiva — como en el nuevo siglo: Hablamos de una inmadurez intelectual y afectiva que hace retroceder a ciertas reflexiones sobre como concebimos el mundo que nos rodea y nuestras relaciones con nuestra personalidad y el grupo social. Siempre jóvenes, cada vez más irresponsables. No en vano, las estadísticas sugieren que la edad donde un joven se independiza de los padres aumentó en casi una década y más aún, se mira así mismo como carente de cualquier atributo de la edad. Hay algo desconcertante y juvenil en todos los ámbitos de lo que consideramos real y personal: Desde un mundo obsesionado con la juventud como atributo cronológico hasta el hecho de comprender las diferentes etapas de nuestra vida a través de ideas incompletas. Y de nuevo, miramos a la televisión: la figura del héroe júbilo, que rara vez rebasa la veintena, el superhéroe que roza la adolescencia, las incesantes reflexiones sobre la vida de principios de la treintena, el límite de la adultez para la ficción televisiva. ¿Qué hay más allá? ¿Hasta dónde avanzamos para comprender la verdadera idea de la longevidad física y mental del hombre? ¿O simplemente no queremos aceptarlo, asumirlo, interpretarlo más allá de ese límite imaginario donde los primeros signos de la edad se sustituyen por mera inocencia?

La visión de Scott resulta necesaria para comprender lo que está ocurriendo en Hollywood con respecto a las actrices con más de cuarenta años y sobre todo, a la forma como se interpreta lo deseable. Un patrón que se repite hasta crear un canon único. Porque mientras la cultura popular asume que el hecho de la juventud perenne y la belleza que obliga sea una norma social necesaria para aceptación social, las ideas restrictivas al respecto se impondrán por necesidad. Por supuesto, ya es una costumbre que Hollywood venda y comercializa una imagen edulcorada sobre la realidad. Se trata quizá de un elemento imprescindible en una industria basada en la creación de estereotipos y sobre todo, que se asume como una ideal en si mismo. No obstante, esa percepción distorsiona peligrosamente conceptos que se consideran esenciales dentro de nuestra compresión sobre la identidad. De allí, que el esquema de la plenitud juvenil — la ilusión de la belleza perfecta — sea considerable uno de esos prejuicios que Hollywood continúe conservando a pesar de la oposición creciente y las protestas al respecto.

No se trata de algo nuevo, aunque sí, parece haber empeorado con el transcurrir del tiempo. Ya por 1958, Alfred Hitchcock recibió tímidas críticas por la pareja conformada por James Stewart y Kim Novak en Vértigo. El director, obsesivo y controlador, no se dio por aludido y dejó bien claro que no podía imaginarse “a una actriz que no fuera un objeto del deseo” fuera la protagonista de uno de sus films. La discusión duró poco y desapareció de inmediato en medio del éxito de la película. Sin embargo, el debate que suscitó pareció dar origen a ese persistente cuestionamiento sobre el hecho de como analiza Hollywood el tránsito de la edad y sobre todo, el envejecimiento. A pesar de la indiferencia de Hitchcock con el tema, Vertigo dió origen a cierta desconfianza con respecto a la eterna juventud femenina en contraparte con la dorada madurez masculina. Aunque por supuesto, nunca fue lo suficientemente representativo para provocar un cambio real al respecto.

Actualmente, la situación no es en absoluto distinta, aunque hay pequeñas señales que quizás, el poderoso mecanismo de Hollywood comienza a replantearse aspectos muy concretos sobre la identidad comercial de género que hasta ahora ha sostenido como esencial. La lucha de mujeres como Meryl Streep — la actriz con mayor cantidad de nominaciones al premio Oscar en la Historia — representa un hito sobre lo que esa percepción sobre el deber ser en la meca del cine. Streep, que posee una enorme visibilidad y sobre todo, un considerable poder dentro del mundo del cine, se ha propuesto modificar las reglas no escritas sobre el hecho que la edad y la exigencia de la juventud sean un requisito indispensable para la actuación profesional.
Pero además, Streep ha dado en paso en defensa de la representatividad femenina alejándose de etiquetas y luchando lo mejor que ha podido contra el hecho de alinearse con ideas feministas. De hecho, más de una vez ha dejado claro que su labor en la búsqueda del equilibrio es una idea racional y humanista, que un planteamiento político en sí. La actriz muestra gestos de apoyo a líneas y argumentos muy precisos y es ese punto de vista lo que hace su lucha sustentable: en febrero, aplaudía de manera muy visible el discurso reivindicatorio de Patricia Arquette durante la entrega de los Oscar, dejando claro su posición al respecto. Unos meses después, creó la iniciativa Writers Lab, en un intento de incrementar y apuntalar el trabajo de mujeres guionistas mayores de 40 años en la industria del cine. Para completar un año de trabajo arduo y a la sombra, en junio enviaba cartas a congresistas estadounidenses para apoyar la Enmienda por la Igualdad de Derechos. Para Streep la lucha es de conceptos basado en hechos. Una argumento sencillo pero contundente sobre la igualdad que comienza a rendir algunos pequeños pero significativos frutos. La pregunta inmediata que cualquiera puede hacerse

Después de todo, hablamos de una industria dedicada a la venta de la ilusión comercial y comercializada. Una, donde se critica que la actriz Mónica Bellucci — de cincuenta años — sea la próxima chica Bond en la cinta Spectre, la nueva entrega de la franquicia de películas actualmente protagonizada por Daniel Craig y que es la vigesimocuarta de la saga. La actriz, de hecho, será la de mayor edad en haber representado a la mítica “mujer fatal” de la entrega, lo que ha provocado cierta incomodidad entre cierto número de críticos. ¿Se trata de una concesión políticamente correcta de la franquicia, tantas veces acusada de machista? ¿O del simple hecho que Hollywood responde con algunas señales favorables a la presión insistente sobre la manera como comprende a sus actrices?

No son ideas simples de analizar. Porque la edad de las actrices — y su aspecto físico — no parece ser el único problema al que debe enfrentarse una actriz en la meca del cine. La película “Perdida” basada en el libro homónimo de la escritora Gilliam Flynn fue acusado de “machista” y “feminista” a partes iguales, por el hecho de mostrar un personaje femenino que se aleja de los cánones habituales. Fría, manipuladora y asesina, la “Amy” de Flynn — encarnada magistralmente por la actriz Rosamund Pike — no sólo contradice esa visión sobre la mujer Hollywoodense sino que la replantea. También la cinta Mad Max: Furia en la carretera, recibió múltiples críticas por brindar un peso protagónico y curiosamente asexuado al personaje interpretado por Charlize Theron.

Tal vez por ese motivo, la escena más impactante para buena parte de los fanáticos en el más reciente trailer de la película “Star Wars: The Force Awakens” fue la que imagen que mostró a la Princesa Leia — interpretada por Carrie Fisher — en brazos de Han Solo (Harrison Ford). Leia, ídolo de toda una generación y sobre todo símbolo de la saga, disfruta de un primer plano que muestra a una mujer de cabello canoso y arrugas visibles en el rostro. Para sorpresa — y sin duda alegría — de buena parte de los fanáticos, Hollywood decidió que uno de los personajes más icónicos de la historia del cine se mostrara como una mujer adulta, sin cortapisas ni disimulos. La Leia de Fisher, no sólo parece el rostro visible de una nueva aceptación sobre la idea de la edad como parte de una comprensión más profunda sobre el género y la cultura, sino que reinventa a la heroína tradicional de una manera por completo nueva.

Y es que Carrie Fisher cumplirá 59 años esta semana y por años ha luchado a brazo partido con gravísimos problemas de adicción y de salud, fue una de las primeras mujeres fuertes — y no sólo bajo la acepción más simple — en la pantalla grande. Su personaje no sólo sostuvo la mayor parte de la trama de la trilogía original de Star Wars, sino que mostró todo un nuevo planteamiento de género en el cine de acción y ciencia Ficción. De manera que su regreso y más allá de eso, la forma como Hollywood lo asume, demuestra que tal vez, la mujer ideal de la meca del cine comienza a transformarse en algo por completo desconocido para una industria obsesionado con una perfección irreal.

Claro que, no hay que tener demasiadas esperanzas que el cambio sea completo, rápido o incluso significativo a corto plazo. Hace unas semanas, la actriz Anne Hathaway confesó haber perdido papeles por actrices más jóvenes. Y Natalie Portman reclamó manera pública la necesidad de incluir más talento “femenino” en las grandes producciones. La misma Fisher tuvo que enfrentarse al hecho que su Leia cinematográfica exige ciertos sacrificios para recobrar su lugar en la pléyade de las heroínas inolvidables: tuvo que perder casi veinte kilos y someterse a una estricta rutina de ejercicios para encarnar de nuevo el papel.

No obstante en una Industria que hasta hace poco la idea de mostrar una mujer envejecida era un insulto a la pretensión de la belleza rutilante que comercializa, el rostro de Leia es un símbolo. Una idea de lo que puede esperar el futuro y sobre todo, una celebración a ese pequeño triunfo que ha llevado tantos años alcanzar: el renacer de la mujer real. Una visión fresca sobre lo que Hollywood concibe como identidad y más allá, como expresión de una idea de género realista.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso es para todos.
Es muy complicado seguir en el mercado hollywoodense.
En todos los trabajos hay un tope de edad donde las empresas ya no necesitan personas sobre los 50 independientemente de la experiencia o el currículum.

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