miércoles, 8 de octubre de 2014

La batalla a ciegas del ciudadano Venezolano.




Mi mamá se llama así misma “radical”. Lo hace con esa convicción muy acendrada del opositor Venezolano que es inadmisible las medias tintas con un gobierno con claras inclinaciones autocráticas y que además, utiliza el poder como arma que se empuña. De manera que cuando menciono los frecuentes errores de la oposición política Venezolana, se lo toma como una afrenta personal, una crítica directa a su postura con respecto al gobierno chavista que adversa moralmente e incluso de manera emocional. Porque para mi madre, como para otros tantos Venezolanos, la oposición — el concepto brumoso y abstracto que agrupa el descontento del país — es una visión muy concreta sobre el futuro y sobre todo el ciudadano Venezolano que contradice al poder.

— La oposición ha hecho lo mejor que ha podido durante estos últimos años — me dice, con cierto malestar — es imposible contentar a todos y menos al Venezolano que es tan criticón.

— Me refiero en específico a los errores de planteamiento y concepto, más que a otra cosa — le explico — creo que la oposición necesita una buena dosis de autocrítica para fortalecerse.

— Luchamos contra un gobierno troglodita y también, profundamente primitivo — insiste mi mamá, sin escuchar al parecer lo que le comento — necesitamos una oposición constante, sólida.

— Y no la tenemos.

— Tenemos una oposición. Eso es más que suficiente después de dieciséis años de abuso de poder y de enfrentamientos. El Gobierno ha intentado pulverizarla, pero aún sobrevive.

— Sobrevive el ciudadano descontento, eso es otra cosa — le digo — la oposición política, la que debería existir, no existe.

La discusión suele prolongarse por horas hasta que una de las dos decide claudicar o simplemente guardar silencio. No obstante, el dilema continúa allí, mostrándose como una brecha entre la opinión del Venezolano que reclama un mejor gobierno y el que asume que la oposición es simplemente un reflejo del caos en que se encuentran sumidos buena parte de los partidos políticos Venezolanos. Aún más: En Venezuela, la oposición al Chavismo — y sus frecuentes errores de criterio y de análisis sobre las actuaciones del Gobierno — no sólo acentuó el clima de confrontación sino que tradujo la polarización en una nueva interpretación: la del ciudadano que se opone al poder pero aún así, imita sus formas de lucha, sus errores e intransigencias. Por ese motivo, el poder en Venezuela continúa siendo una expresión del yo personalista de quien ejerce las instituciones y la oposición, su contradicción inmediata. Ahora mismo, la oposición es una expresión de la divergencia, pero sin lograr aglutinar esa necesidad de construir una idea conjunta sobre como enfrentar efectivamente a un gobierno que aplasta y subyuga a través del aparato legal y social. De manera que no dejo de preguntarme ¿La oposición Venezolana necesita replantearse? ¿Necesita reconstruir un concepto de enfrentamiento político mucho más audaz y menos timorato que el que ha llevado a cabo hasta ahora? ¿Está consciente la oposición de los errores que comete y del hecho que cada uno de ellos aumenta la distancia de la brecha entre el discurso ciudadano y la efectividad de las tácticas de lucha?

Sí y no. O al menos, esa es mi percepción del clima político Venezolano durante el último año. De hecho, diría que la oposición tiene cinco enemigos a los que debe enfrentarse antes de convertirse en alternativa política concreta y que podrían resumirse de la siguiente manera:



* Del dicho al hecho, hay un peligroso trecho:

Para la oposición Venezolana, unificar discurso y actuación efectiva ha resultado un problema constante y no sólo debido a que actualmente gran parte de la oposición ciudadana — la llamada “de calle” — se encuentra desmotivada y sobre todo, erosionada luego de largo meses de manifestaciones que no fructificaron en un resultado concreto. El desgaste emocional, moral e incluso físico ciudadano es apreciable y deja claro que la oposición se mueve en un escenario difuso y frágil que aún no logra reconstruir. Las protestas del febrero y los meses siguientes carecieron no sólo de propuesta — más allá de expresar el descontento popular apreciable — sino además de objetivo claro, por lo que terminaron sofocándose por pura debilidad. La oposición política — representada en su mayoría por los partidos integrantes de la MUD y otros actores de menor y mayor relevancia — fue incapaz de articular la emoción y reacción callejera en un mensaje claro que aglutinara no sólo el reclamo sino también el descontento que la sostenía en una medida eficaz de enfrentamiento al poder. Y es que de nuevo, la oposición se encontró en la difícil disyuntiva de robustecer su representatividad callejera en medio de una crisis, sin disponer del suficiente bagaje político como para convertirse en interlocutor válido del descontento. Que continúa existiendo y manifiestandose, a pesar o quizás debido, a esa pasividad un poco desconcertante de una oposición que bien pronto se vio sobrepasada por la manifestación callejera y la pugnacidad interna del país.

* El líder, el mártir, el Santo:

La oposición, fiel a la tradición personalista y presidencialista de país, continúa repitiendo el esquema del líder unificador que sea un símbolo visible del planteamiento político. O aún peor, convierte al posible vocero, en mártir de sus principios en pleno enfrentamiento dialéctico. Ni una figura ni la otra, es capaz de enfrentarse a un gobierno que enfrenta directamente a través de la propaganda, el desprestigio y el uso de recursos comunicacionales para crear una matriz de expresión. Y es que mientras la oposición insiste en encontrar una cabeza visible que dirija acciones y que articule la protesta y el mensaje, el Gobierno encauza sus recursos ilimitados hacia la tentativa de destruir cualquier rostro y figura que pueda crear una línea de comunicación entre el ciudadano y las organizaciones opositoras. La lucha entre ambos planteamiento erosiona no sólo cualquier propuesta sino que además, exige la existencia de una individualidad concreta sobre quien recaía la responsabilidad, la construcción del discurso e incluso la representatividad. Una idea que sin duda reduce y limita los parámetros de acción política y sobre todo la capacidad de la oposición para construir una visión viable sobre lo que desea construir como mensaje social e incluso cultural.

Por supuesto, un actor político sólido y sobre todo, con la capacidad de elaborar un discurso coherente, es quizás la necesidad más inmediata de la oposición. Pero no sostenido sobre la insistencia de una figura heroica o trágica que se base en la emoción más que en el pragmatismo, como hasta ahora ha venido ocurriendo.

* La contradicción, el temor, el punto blando:

Durante dieciséis años de contienda política, la oposición Venezolana se enfrentó a un líder carismático de considerable poder comunicacional como lo fue Hugo Chavez. Y la respuesta inmediata, fue utilizar — o intentar hacerlo — las mismas armas que el difunto presidente utilizó para asegurarse la simpatia y conexión emocional con su militancia. No obstante, la oposición no pudo construir una visión emocional de su propuesta, mucho menos una alternabilidad concreta que le permitiera equilibrar un discurso semejante al que el oficialismo vende y elabora como ideología. En otras palabras: la oposición continúa siendo un grupo de partidos políticos sin mayor representación ciudadana que ejercen una oposición directa y comunicacional contra un gobierno cuya mayor baluarte es una representación de calle sustanciosa y organizada. Y es que el Chavismo ha sabido crear una compleja estructura de apoyo popular, basada en elementos de poder inéditos basadas en la representividad del militante radical. La oposición, al contrario, continúa concibiéndose como una construcción política elemental que organiza las acciones ciudadanas desde cierta distancia racional, bajo el análisis más o menos acertado de consecuencias inmediatas. Una visión de la representatividad ciudadana limitada y que además, restringe la participación popular.

* La escaramuza, la oposición dentro de la oposición:

Las protestas de Febrero y meses siguientes tuvieron dos consecuencias inmediatas: Hizo que el Chavismo radical y tradicional cerrara filas alrededor de un debilitado y tambaleante Nicolás Maduro y que la oposición sufriera una seria fractura de base. Para el Chavismo, las protestas callejeras que recorrieron al país representaron una oportunidad inmediata de reconstruir el discurso, acentuar la polarización — lo cual es un beneficio inmediato en su política de enfrentamiento e ideología del odio — y además, fortalecer la figura del enemigo imaginario, el que podría justificar su ineficiencia y sobre todo, cualquier rasgo autoritario. Al contrario, la oposición se debilitó al fragmentarse y crear toda una nueva interpretación de la oposición basada en el apoyo irrestricto o no a las manifestaciones de calle, la propuesta opositora pública e incluso a determinados líderes políticos.

Y es que mientras el Chavismo logró superar la inestabilidad que una elección controvertida sumió al Gobierno de Nicolas Maduro, la oposición actualmente lucha contra sí misma, debate no una estrategia en común contra el gobierno, sino la manera de dividir su propio discurso en beneficio de las partes en disputa. Un panorama preocupante que no sólo demuestra que la oposición continúa sin comprender que el Chavismo usufructua y utiliza sus errorres como estrategia sino que además, afecta su base de apoyo directa. Mientras la oposición se enfrenta a un discurso divido, escindido en dos posturas antagónicas, el Chavismo obtiene un considerable margen de maniobra en medio de una crisis económica y social que en cualquier otra circunstancia, habría erosionado seriamente su base social.

* Sin rostro, todos a la vez, la cacofonía de la confusión:

La oposición Venezolana sigue sin poder articular el descontento genérico del ciudadano común, que aunque crítica al gobierno, no se identifica ni con las actuaciones o el discurso opositor. Una gravísima visión sobre la estructura de la oposición como alternativa y además, como opción electoral viable. Porque la oposición, quizás por su misma incapacidad para convertirse en un interlocutor natural de no sólo de las victimas inmediatas de la crisis que padecemos sino de quien adversa al gobierno por razones privadas, carece de viabilidad política y social. A la oposición no se le reconoce, se le minimiza, discrimina o por el contrario, sólo se le señala en beneficio del poder, sin identidad, convertida en un enemigo de ocasión al servicio de las intenciones de un régimen que construye un contrincante a su medida. Para el Gobierno la oposición no representa un interlocutor de peso, sino una imagen borrosa y conveniente contra la cual luchar o con la cual pactar según las circunstancias y el beneficio que pueda obtener de ambas cosas.

Por supuesto, todo lo anterior dibuja un panorama preocupante con respecto no sólo a la oposición como símbolo político sino como mensaje al ciudadano anónimo que continúa sin sentirse representado por ningún discurso en concreto. Y es que probablemente, lo más preocupante de la situación social y política actual del país, sea esa orfandad dialéctica y esa incapacidad del ciudadano de identificarse con algún lider de los que intentan representarle o aún peor, esa insistencia en una visión del país que no parece incluir su opinión.

El país donde el poder utiliza la contradicción política como un argumento de lucha.

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