miércoles, 15 de octubre de 2014

El hombre orquesta y la conveniencia del poder.





Hace poco, escuché el siguiente comentario "En Venezuela nadie puede ser ponderado". Lo recordé hoy, cuando leía las diferentes opiniones que suscitó la posible designación de Vladimir Villegas como parte (o incluso presidente) del Consejo Nacional Electoral, el controvertido poder independiente responsables de los procesos electorales en mi país. Villegas, hombre de izquierda, al parecer fue escogido como parte del nuevo grupo de integrantes por su carácter ecuánime o en otras palabras "critico moderado del gobierno" a pesar de sus simpatias ideológicas. Una idea que pudiera parecer razonable en un país altamente polarizado, hasta que se revisa un poco el historial de Villegas: no sólo a fungido en diferentes cargos administrativos y políticos durante la llamada "revolución" chavista, sino que además, tiene vínculos de amistad con buena parte del liderazgo y cúpula política gubernamental. Además, su hermano Ernesto es parte del tren ejecutivo (recientemente nombrado Jefe de Gobierno del Distrito Capital) y toda su familia conserva una fuerte vinculación con la izquierda histórica y tradicional del continente.

Pero a Villegas, se le considera moderado. Una idea que no deja de sorprenderme y que parece basarse en el hecho de haber expresado a través del tiempo, tímidas y puntales críticas a una administración corrupta y burocrática y haber reconocido, con una enorme prudencia, la existencia de la oposición política. De manera que, Villegas parece ser único en su especie, una excepción en un país donde la idea general parece propugnar la polarización extrema y los enfrentamientos. Pero, analizado sin el inevitable cariz de ponderación, ¿Es Villegas un hombre imparcial? ¿Puede existir realmente una postura equilibrada en medio del clima político que vivimos?

La respuesta inmediata parece ser que no, claro está. Y de hecho, si nos remitimos a un análisis de la historia reciente del país. Durante dieciséis años, el Gobierno de Hugo Chavez propugnó y adoctrinó una idea política que propiciara los extremos, un método común en regímenes totalitarios que permite crear un enemigo imaginario a la medida de las necesidades de un régimen que aspira al control absoluto de la opinión. Para Chavez, la necesidad de homogeneizar la visión social y política hacia una confrontación concreta era prioritaria: en un país donde la figura presidencial es crucial e idealizada, crear bandos en disputa le aseguraba la posibilidad de establecer un margen de maniobra apreciable ante cualquier decisión política controvertida. Y de hecho, durante la década y media de gobierno Chavista, la confrontación le ha permitido al gobierno disfrutar de una apreciable capacidad de reacción ante cualquier estrategia que intente erosionar su capital electoral. Chavez, líder carismático pero sobre todo, político audaz, supo utilizar esa variable emocional y directa de una militancia fanatizada para crear una división conveniente en lo social y lo económico. De pronto, no sólo había Venezolanos: sino buenos patriotas, chavistas y opositores de posiciones radicales, enemigos irreconciliables de dos aspectos de país dividido por una grieta histórica insalvable. Y es que a medida que el discurso se hizo más agresivo, pugnaz y el contenido ideológico aumentó, la visión del Venezolano sobre el país se transformó en algo más denso. Una identidad movediza y distorsionada sobre el gentilicio, las relaciones de poder y sobre todo, los deberes y responsabilidades del poder.

- Venezuela está enfrentada a sus propios espacios en blanco y a su propia memoria - me dijo en una ocasión uno de mis profesores, cuando le pregunté sobre la polarización nacional. Corría el año 2000 y aún no llegaban los peores años del enfrentamiento verbal y callejero, los momentos más delicados y arduos de una lucha de poderes y pareceres cada vez más cercana a la violencia radical. No obstante, los primeros indicios estaban allí: consignas que alentaban la lucha de clases y sobre todo, el enfrentamiento entre dos sistemas económicos contrapuestos que definían al gobierno y a ese renovada interpretación del enfrentamiento ideológico. Con Chavez a la cabeza, el país se sumió en un debate amargo y constante - El Venezolano tiene memoria corta. No hay comparación sobre lo que ocurre con otras experiencias históricas ni tampoco,  a nadie le importa hacerlo. Además, hay toda una nueva redimensión del "deber ser" Venezolano. Vamos directo a construir una nueva identidad, una basada en la política y que defina a los bandos en disputa.

La idea me desconcertó. Crecí en un país bipartidista, donde la política era una idea vaga e insustancial. Una democracia clientelar, corrupta y con apreciables problemas de exclusión, pero perfectible. Un modelo que podría transformarse en uno más eficiente y sobre todo, con renovadas instituciones y relaciones de poder. O al menos, esa era mi impresión, en medio de la "revolución" que planteaba Chavez, que aún no definía ideológicamente en que consistía su "proyecto Boliviariano" y que seguía disfrutando de las mieles de un apoyo electoral casi unánime.  Pero los primeros indicios de enfrentamiento eran muy evidentes como para ignorarnos: la retórica de la izquierda histórica sustituyó cualquier argumento y el resentimiento social, avivado de manera conveniente y sobre todo, impune por el gobierno, sostuvo toda una nueva clase política. El combate sustituyó a al dialogo y en el enfrentamiento a la simple negociación. La jerga militar parecía estar en todas partes, crearse a partir de un híbrido improbable entre civilidad y aspiración jerarquica y algo más peligroso: una interpretación del poder como arma que se empuña, un enfrentamiento constante en escalada que definió la noción de Chavez sobre la administración pública.

- Aquí no hay nadie inocente: desde los partidos tradicionales que estafaron al país, hasta el ciudadano que se concibe así mismo como victima y votó por Chavez para castigar. Desde el que se está aprovechando de la brecha entre ciudadanos y el que le teme y prefiere no meterse en medio de la lucha  - insistió mi profesor, quien moriría justo en medio del mayor enfrentamiento entre oposición y chavismo, diez años después, en medio de una Venezuela convulsa y confusa. Su memoria recibió insultos y también recriminaciones y recordé su enfática posición en defensa de la legalidad, de la necesidad de comprender al ciudadano más allá de la ideología - vamos directamente a un país donde la opinión puede convertirse en criminal.

A doce años de esa conversación, la recuerdo y me asombra la sensación que no sólo dibujo un panorama inquietante que llegó a cumplirse casi punto por punto, sino que además, muestra un rostro de la ideología que necesita y prospera gracias a esa división evidente y amplia de la sociedad Venezolana. Luego de década y media de un proceso político borroso sin base ideológica alguna más allá que los golpes de inspiración de un líder Carismático, la política Venezolana y sobre el todo el discurso del enfrentamiento sobreviven como único rasgo reconocible de una Revolución que carece de rostro real. De pronto, los extremos continúan  en plena confrontación pero sin un verdadero sustento ideológico, histórico o incluso político que los diferencie en realidad. Tan parecidos entre sí que terminan confundiéndose en el planteamiento, las herramientas de lucha e incluso los errores cometidos en plena batalla dialéctica.

Es entonces cuando surge la necesidad del ambiguo "ponderado", que no parece comprenderse así mismo a través de una identidad política directa, sino en su capacidad para no irritar demasiado a los bandos en disputa. De hecho, la figura de Vladimir Villegas parece pertenecer a esa zona gris del político a medias,  que jamás parece tener una opinión formal que pueda contradecir las líneas específicas que definen al poder. En más de una ocasión, Villegas se ha llamado así mismo "ponderado" a pesar de a la vez, insistir en que su interpretación política es mucho más cercana al oficialismo y a la izquierda que a cualquier otra. A pesar, además, de más de una ocasión, mirar al poder casi con aires de benevolencia, como si los desmanes y errores formaran parte de un margen de error permisible que una grave circunstancia que puede afectar al país como estructura social. Y es que para Villegas, el "equilibrio y la neutralidad" parece tener una directa relación con su capacidad para admitir que el poder comete errores  - a conveniencia - sin que la crítica tenga una verdadera trascendencia.

A principios del año pasado, Villegas concedió una entrevista a su hermano Mario Villegas, también periodista y actor político ocasional. En ella, además de críticar con enorme timidez las actuaciones de Nicolas Maduro se aseguro de insistir en que la corrupción y la burocracia clientelar era circunstancias "comunes" en cualquier Gobierno. Además añadió que "Se bajaba del autobus de Maduro porque Chavez cambió la ruta y Capriles no logró arrancar". No obstante, meses después insistió en que le apostaba "al éxito de Maduro, porque era el éxito de todo el país", sin mencionar la gravísima coyuntura económica y mucho menos, el aumento de la pugnacidad y enfrentamiento callejero en el país, como su inmediata consecuencia. Porque para Villegas, la crítica parece alcanzar el límite de lo que se justifica ideológicamente, lo que se asume inevitable en un proceso político de las proporciones que sufre Venezuela y aún peor, esa noción básica del país como escenario en lucha retrógrada que los románticos ideológicos continúan insistiendo como necesidad.

No obstante, la mejor definición sobre la ambigüedad de Vladimir Villegas la ofrece él mismo, en una entrevista realizada en Septiembre, donde dejó bastante claro que su posición política no sólo es una mezcla del particular criterio sobre equilibrio en tiempos de revolución que propugna, sino además de esa reflexión a medias e incompletas sobre un sistema político que agoniza: "El país necesita algo distinto en materia política. Pero no me arrepiento, aunque llegó un momento en el que consideré que debía retirarme. Eso ocurrió cuando se propuso la reforma constitucional. A partir de ahí asumí mis puntos de vista con total independencia y desde entonces milito en el partido del diálogo. Creo que mi aporte consiste en apoyar ese proceso y mantengo contacto, tanto con el gobierno como con la oposición. En ese sentido apuesto al éxito del presidente Maduro y al de su gobierno. Y lo hago porque si lo logra nos puede ahorrar muchas dificultades. Si el gobierno fracasa pudiéramos vivir situaciones no solo peores sino que nos pueden hacer mucho daño."

¿En donde está entonces, la necesidad de la crítica y sobre todo de la exigencia de un hombre que pasará a ocupar un cargo vital en medio del arduo enfrentamiento social que soportamos? ¿Que tanto peso tiene sobre la aparente neutralidad de Villegas esa visión de apuntalar el éxito a partir de la necesidad política? ¿Cual es su interpretación sobre lo que es realmente equilibrio político? el mero cuestionamiento preocupa, sobre todo en un país donde los espacios para el disenso son cada vez más limitados y el poder se asegura de restringirlos aún más.  ¿Es Villegas es el símbolo de lo que no existe en un país en  disputa?

Sólo el tiempo lo dirá.

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