domingo, 24 de mayo de 2015

La Danza secreta de las palabras y otras historias de brujería.



En una ocasión, me enfurecí muchísimo con Gloria, la niña más popular de la Escuela y le dije que me vengaría de ella. Lo hice a mitad del patio de recreo, rodeada de sus amigas y un grupo de curiosas, que me escucharon boquiabiertas e incluso, un poco aterrorizadas.

- ¿Que me vas a hacer niña loca? ¿Pegarme con las escobas de tu casa? - se mofó Gloria. El grupito de niñas que le acompañaban a todas partes se deshizo en risitas. Me acerqué a ella con las manos apretadas en puños.
- No, algo mucho peor.

A Gloria siempre le había caído antipática, aunque no sabía por qué. Después de todo, ella era la niña más bonita y querida de la Escuela. Todas las demás alumnas querían ser su amiga e incluso, las monjas bigotonas que dirigían el colegio, parecían haber sucumbido a su encanto de mejillas con hoyuelos, larga melena castaña. Así que no entendía muy bien por qué insistía en molestarme y provocarme. Pero lo hacía: cada vez que podía me llamaba "La loca de las escobas" y solía decir, en voz bien alta para que todo el mundo le escuchara, que mi familia de "locos" vivía en un manicomio por creer en "cosas del diablo".

Intentaba no hacerle caso. De verdad, que lo intentaba. Me concentraba en leer el libro que tenía entre las manos. O en seguir saltando la cuerda hasta que me dolía las rodillas y los tobillos. Pero en esta ocasión, Gloria había dicho lo imperdonable: Que mi abuela era "mujer malvada" que le comía niños. Arrojé el cuaderno donde había estado dibujando y la encaré.

- ¡No te metas con mi abuela! - le grité a todo pulmón. Gloria se regodeó feliz.
- ¿Que me vas a hacer para que no lo haga?
- Me voy a vengar de ti.

Moví los dedos frente a mi cara y me incliné hacia ella mirándole a los ojos. Moví los labios como si estuviera diciendo una cosa sin que nadie me escuchara, que por cierto no era cierto. En realidad, sólo decía cualquier palabra que se me ocurría con un tono misterioso y pretendidamente malvado.

- ¿Que haces loca? - gritó.  Seguí haciendolo, acercándome a ella. De pronto, las niñitas a su alrededor dejaron de reirse. Retrocedieron con el rostro tenso y serio.
- Ya verás lo que te va a suceder.

Entonces hice algo que había visto hacer a mi abuela en la cocina cuando lavaba las legumbres. Levanté las manos y las sacudí hacia adelante, moviendo la cabeza y ahora sí, diciendo algunas palabras incomprensibles en tono gutural. Aquello fue suficiente para Gloria, que empezó a chillar, entre enfurecida y asustada.

- ¡Maestra! ¡La loca está haciendo cosas locas! ¡Maestra!

Bajé las manos. Cuando la Sor Eugenia vino corriendo a donde nos encontrábamos, sólo me encontró allí de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Gloria y el resto de las niñitas de su grupo me miraban con recelo. Flor, mi única amiga del colegio, daba saltito sobre el muro de chicas más altas, con los ojos muy abiertos y asombrados. El resto de las alumnas que habían contemplado toda la escena, con una mezcla de curiosidad y horror.

- ¿Que pasa aquí? ¿Que estabas haciendo Aglaia?

Me encogí de hombros, mirándola con aire inocente. Gloria pareció enfurecerse con mi gesto.

- Me hizo un...HECHIZO o algo - gritó poniendo un énfasis enfermizo en las palabras. La joven monja la miró con los ojos muy abiertos.
- ¿Que dices?
- ¡Ella hizo algo! ¡Yo lo sé! - se quejó Gloría dando un puntapié malcriado al suelo - está loca.

Parecía que todo aquello superaba a Sor Eugenia, recién llegada al colegio y que todavía, no parecía muy segura de si misma para controlar el entusiasmo y las rivalidades del patio de recreo. Así que tomó una decisión salomónica: señaló el cuarto de castigo junto a la dirección con un dedo acusador.

- ¡Las dos están castigadas!
- Pero yo no hice nada - se quejó Gloria. Pero Sor Eugenia, que a pesar de sus enormes ojos inocentes era muy lista y despierta, sabía que las cosas no eran tan fáciles. Nos tomó a ambas por el brazo y nos obligó a caminar por el patio.
- No quiero escuchar nada. Están castigadas hasta que las vengan a buscar.

Eso quería decir que Gloria y a mi nos quedaban  unas dos horas sentadas juntas en aquel pequeño salón desastroso, lleno de pizarras viejas y pupitres rotos. Me senté en una esquina, detrás de una mesa con la pata coja y Gloria lo hizo junto a la ventana, con el rostro encendido por la furia y la verguenza.

- Todo esto es por tu culpa, loca - murmuró mordiendose las uñas. No dije nada, siguiendo con el dedo los dibujos que alguien había hecho en la madera del la vieja mesa seguramente hacia muchísimo tiempo - era un chiste, una cosa tonta...pero tu te pusiste...
- ¿Sabes lo que te va a pasar ahora no? - dije de pronto. Me sorprendió la rabia en mi voz pero más aún, mentir de esa manera. De inmediato, me sentí incomoda y avergonzada. Aquello era muy tonto, me dije. ¿Para que le dices esas cosas? Pero Gloria me disgustaba tanto. Me enfurecía como nadie más podía hacerlo.

Gloria me miró con los ojos muy abiertos y la boca apretada con fuerza. Era el rostro mismo del miedo, aunque claro está, ella no lo admitiría nunca y se apresuró a fingir que seguía estando furiosa.

- Nada pues ¿Qué me va a pasar?
- Ya vas a ver - murmuré en tono misterioso. Me volví en la mesa, medio inclinando la cabeza, procurando parecer enigmática aunque no tenía idea de como lograr algo así. Pero lo intenté de como lo recordaba en los libros y películas que había leído - primero no lo vas a creer. Después te va a asustar. Y después...

Solté un suspiro melodramático y seguí mirando la mesa. Escuché a Gloria revolverse nerviosa en el pupitre.

- Dime pues - me desafió - ¿Después qué?
- Ya vas a ver.

Por supuesto, yo no tenía idea de como continuar aquella patraña, de manera que me hice la desentendida y me dedique a contemplar con cierto aburrimiento el montón de objetos que se guardaban en la habitación. Gloria tampoco volvió a decir nada. La escuché sentarse en el pupitre con un gesto lento y no me volvió a dirigir la palabra hasta que Sor Eugenia vino a decirnos que nuestros padres - en mi caso mi abuela - nos esperaban afuera. La vi correr hacia el pasillo de afuera, toda faldas y rizos de cabello color castaño atados con lacitos rojos. Se le veía tensa y preocupada. Me pregunté como era capaz de creerme aquellas tonterías.

Pero a mi abuela, como a Gloria, no le parecían tonterías. Cuando Sor Eugenia le contó por qué me habían castigado, me dedicó una mirada dura y muy severa.

- ¿Cómo? ¿Que hiciste qué? - dijo en un tono frío que sólo le había escuchado cuando estaba realmente furiosa. Me encogí, preocupada y de nuevo avergonzada.
- Sólo le dije que le iba a pasar "algo" si me seguía fastidiando - confesé - pero abuela...
- ¡Y además la asustó con unos gestos y unas palabras! - describió con toda precisión Sor Eugenia - me pareció algo muy reprobable.

Mi abuela se disculpó en voz baja con la monja y luego, caminó hacia la puerta, sin mirarme otra vez. La seguí, entristecida por su disgusto, aunque sin entender muy bien que se lo provocaba.

- ¡Ella te llamó malvada! - dije por último, sacudiendo las manos alrededor de mi cabeza, tratando de hacerle entender la gravedad de lo que Gloria había hecho. Mi abuela se detuvo y me miró con los ojos entrecerrados y enfurecidos.
- Y entonces tu en vez de dejarla hablando sola, que todo el mundo notara su crueldad, utilizas nuestras creencias y el nombre que llevas para hacerle creer que puedes hacerle daño - me dijo.

No levantó la voz, pero sus palabras me dolieron muchísimo. Caminé a su lado, sin saber que decir, si debía disculparme o explicarle lo ridículo que había hecho. ¡Pero si sólo había movido las manos y dicho palabras a lo tonto! ¿Cómo Gloria se había asustado de eso?

- Se asusta porque por muchísimo tiempo, a las brujas se les consideró mujeres crueles capaz de hacer daño - dijo - se asusta porque la educaron para creer que realmente hay poderes que pueden herirla. Y entonces llegas tu y haces estas cosas.
- ¿Quién le enseñó eso? - pregunté sobresaltada. Abuela tomó una bocanada de aire, con la piel enrojecida por el disgusto.
- La cultura en que nacimos considera a la bruja una mujer perniciosa y peligrosa - me explicó casi con tristeza. La rabieta parecía haberse convertido en algo más amargo y eso me dolió mucho. Tuve la impresión la había lastimado de una manera que ni siquiera comenzaba a comprender - Una mujer sabia, Un verdadero sabio, con verdaderos conocimientos, siempre crea, construye, elabora cosas constructivas. El conocimiento o al menos, la aspiración a sabiduría nunca debe usarse para hacer daño.

Continué caminando a su lado, con los hombros encorvados por el peso de la tristeza. Pensé en la mirada asustada de Gloria, en la forma como el resto de las niñas me miraban. En la expresión angustiada y hasta desconcertada de Flor. Y sentí, que de alguna manera, había sobrepasado una línea invisible, entre lo que asumía era correcto y lo que no. Me sentí, además de avergonzada, un poco necia por haber hecho aquel espectáculo sin sentido en el patio del colegio. De pronto, la escena había perdido todo lo divertido que podría haber tenido.

Mi abuela no volvió a mirarme ni a dirigirme a la palabra hasta que llegamos a la casa. Le tomé de la manga del vestido, abrumada y muy preocupada por su furia y su silencio.

- No pensé que era tan grave - comencé. Ella me dedicó una mirada limpia y callada que podría significar cualquier cosa - de verdad no lo pensé.
- Entiendo.
- No, no entiendes. De verdad estaba tan furiosa - pensé en las mejillas calientes de la ira, en como había querido golpear a Gloria, hacerla sentir tan triste y avergonzada como yo - pero ahora...no sé si debo disculparme.
- ¿Qué crees que debas hacer? - preguntó mi abuela. Me solté de su manga.

Lo sabía con toda claridad. Lo había venido pensando desde que habíamos salido de la Escuela. Pero no quería hacerlo. De verdad, odiaba el sólo pensamiento de decirle a Gloria que todo habían sido meros inventos. Pero ¿Qué otra cosa podía hacer?

- La brujería es una manera de ver el mundo. Una creencia que hace enormemente importante nuestro recorrido personal en busca de aprendizaje - dijo entonces mi abuela. Se inclinó hacia mí, mirándome con cierta tristeza. Bueno, al menos ya no está disgustada, pensé con cierto alivio. Aunque la verdad, no sabía que era peor entre ambas cosas - una bruja es una mujer fuerte, que intenta construir el conocimiento y la sabiduría a través de la experiencia. Eso ya lo sabías ¿No?
- Sí - dije en voz muy bajita.
- Entonces sabes que una bruja respeta y considera lo que sabe y lo que aprende lo más valioso del mundo. Su tesoro. Lo que tu hiciste hoy, fue burlarte de tu tesoro en conocimiento porque una niña te provocó. O de mi. Pero lo que hiciste es una burla aún mayor. Te burlaste de ti misma.

No dije nada, con las manos apretadas contra las caderas. Mi abuela me acarició la frente con sus dedos callosos y cálidos.

- No te diré que hacer, pero yo sé que sabes. Haz lo que debas hacer.

La miré alejarse por el salón de la casa, sin mirarme de nuevo. Me asombró su confianza, porque en realidad yo no tenía tan claro que debía hacer a continuación. De hecho sí, pensé con cierto fastidio, pero no que tanto importaba disculparme con Gloria. Quizás prometerme a mi misma que no lo haría más, sería suficiente. ¿O debería intentar hablar con Gloria y explicarle? Seguramente no me entendería, me dije aún disgustada, pero bueno...quizás mi abuela tenía razón.

Pues bien, aunque hubiese tenido muy claro que era lo que debía hacer, Gloria no fue al día siguiente como para que intentara hacerlo. Miré su lugar vacio en el salón. De hecho, todo el mundo parecía mirarlo. Y mirarme a mi también, además. Miraditas sorprendidas, rencorosas, sorprendidas, asustadas. Incluso Flor era incapaz de sostenerme la mirada.

- ¡Pero yo no hice nada! - le dije cuando me preguntó durante el recreo. Me miró con expresión severa. Sacudí la cabeza, enfurecida y angustiada - ¡En serio! ¡Sólo quería asustarla!
- ¿Y por qué no vino a clases? - dijo Flor con cautela. Me dedicó una mirada extraña y un poco huidiza. ¿Me tenía miedo? Caramba, y después de todo lo que me había costado convencerla que las brujas no eran personajes malignos como los cuentos que leía. Comenzaba a entender que había querido decir mi abuela.
- Quizás está resfriada.
- Después que tu hiciste eso - movió los dedos como yo lo había hecho - no sé, Agla.
- Oye no hice nada - insistí fastidiada y entristecida - sólo quería que no se burlara de mi.

Pero Gloria no había acudido al colegio al día siguiente. Ni lo hizo el día después de ese. Para entonces, todas las niñas de mi clase me miraban con cierto sobresalto. Incluso tuve la impresión que las maestras murmuraban entre ellas al verme. Aquello era demasiado. Llegué llorando a mi casa el tercer día en Gloria no fue a clase.

- Sor Eugenia dice que tiene un resfrío - le expliqué a mi abuela entre lágrimas - pero no sé que hice o que no hice. ¡Me culpan a mi!
- Tu hiciste algo para crear miedo. Ahora todos te tienen miedo - dijo mi abuela con preocupación. Me sequé las lágrimas con una servilleta.
- Pero ¿Es por mi que está así? Seguro no es eso.

Pero si lo era. Había escuchado a una de las primas de Gloria, que estudiaba dos grados después de nosotras, diciendo que la niña estaba aterrada y convencida que "se estaba muriendo". Y que a pesar que sólo tenía los sintomas de un resfrío normal, para Gloria era la prueba que la "loca de las escobas" le había hecho "algo grave". Me sentí responsable por toda aquella angustia, pero sobre todo, enfurecida de no saber como solucionar aquel entuerto.

- Sí, sé que todo es consecuencia de algo. Pero ¿Ahora que hago?
- Vamos a hablar con Gloria.
- ¿Cómo? No sé nada de ella. Ni donde vive. Ni siquiera su teléfono.
- Yo me ocupo.

Mi abuela hizo algunas llamadas al colegio. Conversó con la directora, con su habitual tono mesurado y amable. Le explicó que yo quería disculparme con Gloria - lo que no era del todo cierto - y le explicó lo muy preocupada que yo estaba por su salud - eso sí era verdad -. Al final de la tarde, mi abuela conducía hacia el Este de la Ciudad, donde Gloria vivía en unos bonitos edificios color ladrillo.

- ¿Y que le voy a decir? - le pregunté ansiosa. Mi abuela me dedicó una mirada dura.
- Tu sabrás que hacer.

Resultó que la mamá de Gloria era una señora muy simpática que nos recibió muy agradecida hubiésemos visitado a su hija enferma. Cuando mi abuela le explicó que era conmigo con quien había peleado, me dedicó una mirada entre exasperada y divertida.

- Así que tu eres la que la asustaste - me dijo. Y tuve la impresión que estaba más irritada de lo que parecía - bueno, ve y dile que no pasa nada. Está obsesionada con eso.

Al principio, Gloria no quería recibirme. Su mamá tuvo que insistir e insistir, hasta que finalmente, me permitió entrar a su cuarto. Miré a mi abuela con gesto suplicante.

- ¿Vienes?
- No, ve tu sola.

Me mordí los labios, inquieta. Después me resigné y seguí a la mamá de Gloria hasta su habitación.

Ella estaba sentada en su cama, llevando pijama y con el cabello recogido en una cola de caballo muy pulcra. Incluso resfriada, asustada y disgustada, se veía como lo que era: La niña más bonita de la clase. La odié un poco por eso. Su habitación era un espectáculo de muebles de madera, color roja y peluches. Me pareció lindo, pero tan parecido a ella que me provocó cierta repulsión. Me quedé en la puerta mientras su mamá prometía volver con dos vasos de refresco.

- No entiendo por qué viniste - me dijo. Tenía las aletas de la nariz roja y ojeras de cansancio. De pronto, parecía de todo menos la niña malcriada y temible a quien solía rehuir en la escuela.
- Tenía que decirte unas cosas.
- ¿Que cosas? Tu no eres mi amiga.

No dije nada. Ella me miró obstinada y furiosa, con los labios apretados y los brazos cruzados sobre el pecho.

- Era mentira.
- ¿Qué cosa? - preguntó perpleja. Suspiré.
- Todo eso que hice en el patio. No te estaba haciendo nada.

Levanté los ojos. Gloria me miraba atónita.

- ¿De que hablas?
- Tu sabes de qué.

Si sabía. De pronto, hubo un gesto en su cara que la hizo parece fragil y asustada. Se secó la nariz húmeda con una servilleta.

- De inmediato me empecé a sentir mal.
- Ya te sentias y lo relacionaste con lo que te dije - le expliqué. Me sentía avergonzada y furiosa. Gloria pareció de pronto entusiasmada.
- O sea que me dijiste un embuste.
- Sí.
- Eres un fraude.
- No - comenzaba a enfurecerme. Ni siquiera recordaba que quería decir esa palabra - o no sé que quieras decir con eso. Yo solo me defendí de ti.
- Cobarde, no te hacia nada.
- Te metias con mi familia - dije y traté de contener la furia que me subió a las mejillas - mira, tu puedes seguir siendo la niña boba que eres. Yo vine aquí y demostré que era más valiente que tu.

Vaya, ¿De donde había salido eso? me pregunté desconcertada.  Me quedé de pie, con las manos apretadas contra el vientre, sin saber a donde mirar o que decir. Gloria no dijo nada, enfurruñada en la cama. Volvió a soplarse la nariz.

- Yo lo hago para reirme, no para hacerte nada - se quejó - no sé...
- Tu te ries, pero los demás se sienten horribles.
- No sé por qué.
- Tu sabrás...

Pero tuve la impresión que si sabía por qué. Me encogí de hombros, mientras ella volvía la cara, sin mirarme, hacia su colección de muñecos de felpa y peluche.

- Eres una mentirosa.
- Y tu una persona que se burla de los demás - la acusé - yo al menos sé que no volveré a decir mentiras. ¿Tu que harás?

No esperé a que me respondiera. Volví a la sala. Su madre, que conversaba con mi abuela sosteniendo la bandeja de refrescos, me miró perpleja.

- Eso fue rápido.
- Se sentía enferma y ya me disculpé - le expliqué. Mi abuela se acercó a donde me encontraba y me pasó un brazo por los hombros. La señora me me dedicó una mirada amable.
- Gloria es malcriada, lo sé, pero es una niña que está madurando - me aseguró. Señaló una fotografía donde aparecía Gloria junto a ella y un hombre de cabello canoso - desde que su papá se fue, no ha sido fácil para nosotras.

No dije nada. Mi abuela tampoco. La señora movió la cabeza con un gesto triste.

- Para los niños no siempre es sencillo el mundo de los adultos.

Pensé en esa frase mientras mi abuela conducía hacia la casa. Recordé a Gloria, altanera y gritona en el patio del colegio y también, a la niña de la fotografía, más pequeña e infinitamente más frágil. Pensé en su furia, en el hecho que siempre se estaba burlando de todos y de todo. Pensé en mi misma, en como la ira, me había hecho amanezarla con algo que ni yo sabía que era. De pronto, me sentí muy confusa y también, muy cansada.

- Nada es simple - le dije a mi abuela más tarde, sentada en la mesa de la cocina - todo parece tener mil explicaciones. No entiendo nada, a veces.
- El mundo es complejo porque necesitamos asumir que cada quien tiene su propia visión de las cosas. No es sencillo analizar y juzgar que piensa alguien más - dijo mi abuela con un suspiro - por supuesto, entiendo que te disgustaras. Pero también, debes entender que la ira es el camino sencillo para entender las cosas.
- Y el complicado...es este - pregunté con cierto desánimo. Ella río.
- En Brujería hablamos de causa y efecto porque todo se relaciona en consecuencias - me explicó - nada de lo que haces, deja de crear algo nuevo. Pero asumir que así sucede, te permite aprender. Construir tu propio trayecto de aprendizaje. Crecer a través de tus propias experiencias.

Pensé en la sensación de responsabilidad que había sentido cuando supe que Gloria estaba enferma. Y también en el alivio - a pesar de la ira y la incomodidad - cuando disculpe. Me encogí de hombros.

- Al final, la magia es lo que hacemos a diario bajo nuestro propio riesgo - dijo mi abuela con una sonrisa - y todo lo que ocurre a partir de que comprendes eso. Somos poderosos en nuestras decisiones.

No comprendí muy bien esa frase. No lo haría por completo hasta mucho después. Pero quizás comencé a hacerlo, cuando Gloria regresó al día siguiente a clase, aún estornudando pero repuesta. Intercambiamos una mirada lenta, cansada y después me ignoró. Yo también lo hice. Jamás le dirigí la palabra de nuevo y tampoco le conté a nadie lo que sabía de ella. Quizás todo se trata de eso, pensé en más de una ocasión semanas después, cuando nos tropezábamos en los pasillos del colegio sin mirarnos mutuamente. De asumir que somos distintos y quizás no siempre coincidentes, pero a que a pesar de eso, necesitamos mirarnos con simple respeto. Unidos en medio de una experiencia de las que todos formamos parte. En un único recorrido existencial.

C'est la vie.

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