sábado, 2 de mayo de 2015

Fragmentos de plata y otras historias de Brujería.





Soñé que despertaba en mitad de la noche. La oscuridad a mi alrededor tenía el aroma de la albahaca recién cortada, fresca y pura. Me levanté de la cama, con las manos extendidas, como si el olor me guiara entre las sombras. Envuelta en la sensación cálida que algo profundo y exquisito me esperaba en ese apacible silencio de la madrugada. Escondido entre los pliegues de la penumbra, a la distancia de mis manos abiertas. 


Tuve ese sueño unos días después de perder la bolsita de protección que me había confeccionado mi abuela. Nunca supe como ocurrió o donde, pero lo cierto fue que al abrir el morral del colegio, no lo encontré. Por casi una hora, rebusqué por entre bolsillos, pliegues de tela, la multitud de pequeños objetos que llevaba de un lado para otro hasta que me convencí que simplemente lo había olvidado en alguna parte aunque no lo recordara. Me quedé rodeada de la colección de pequeñas rarezas que atesoraba, con una profunda sensación de angustia que no podía explicar ni siquiera a mi misma.

- Oye pero Abu Celita te puede hacer otra bolsita ¿No? - dijo mi amiga Flor, muy conmovida con mi angustia. Me encogí de hombros.
- No lo sé.

En realidad sabía que no lo haría o eso era lo que me había parecido entender cuando me obsequió la que había perdido. Había sido una escena muy seria y casi ceremonial: Abuela - la sabia, la bruja - había colocado dentro de un cuadrado de terciopelo verde una colección de hojitas, piedras y un pequeño trozo de papel de pergamino escrito de su puño y letra. Luego luego había cerrado todo con un bello cordel de cáñamo y me lo había puesto entre las manos, con un gesto lento que me pareció una orden sutil.

- Cuidalo muchísimo - me dijo - es un objeto que representa lo que haz aprendido hasta ahora y lo que aún, te resta por aprender. Cuando debas hacerte otro, quiere decir que ya transitaste el camino necesario para hacerlo tu misma.

Sostuve la bolsita entre las palmas de la mano casi con reverencia. No tenía idea de por qué mi abuela había incluido esa combinación de hojitas y no otra o por cual motivo era tan importante las piedras que había escogido para la bolsita, pero sabía tenía su significado. Que seguramente significaba algo valioso y que debía recordar. Me carcomía la curiosidad de leer lo que había puesto en el papel - no me lo había mostrado - y me pregunté cuando sería un buen momento para abrir el atadito y revisarlo todo. Mi abuela me dedicó una mirada larga y un poco dura, muy poco frecuente en ella, cuando me escuchó.

- Si necesitas abrirlo para entender lo que lleva, no te he enseñado sobre el arte tan bien como creía - me dijo con voz dura. Me apresuré a guardar el saquito en mi morral, preguntándome como se suponía entonces que debía aprender sobre él y por qué motivo, todo tenía que ser tan complicado.

Tenía más de seis meses leyendo a diario los Libros de las Sombras familiares y la gran conclusión que había obtenido era que la brujería era más una manera de pensar que cualquier otra cosa. No había encontrado aún, los extraordinarios hechizos con los que soñaba de niña, mucho menos los asombrosos secretos que estaba convencida guardaban por algún lado. En su lugar, había leído muchísimo sobre la libertad de pensamiento, de creer y de construir una opinión personal sobre el mundo. Sobre la filosofía de asumir responsabilidades sobre lo que se hace y lo que se espera, de las aspiraciones hacia el futuro, del privilegio de la capacidad creativa del que todo ser humano disfruta. Mi abuela, además, solía incluir montones de párrafos de hombres y mujeres de la historia: Interesantes disertaciones de Kant, Intricadas ideas de Nietzche, incluso los bonitos y poderosos poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. En realidad, aunque muy interesante, todo aquello tenía poco o nada que ver con lo que me había imaginado cuando la abuela anunció que ya podía empezar a aprender brujería. Y eso me frustraba un poco.

- ¿No se supone que tendría que aprender como preparar brebajes y pociones? - me atreví a decirle en una ocasión a mi Bisabuela, que de todas las mujeres de la casa, era la única que seguramente se tomaría a risas aquella afirmación irrespetuosa. Como esperaba, me dedicó una de sus amplias sonrisas maliciosas.
- Oh, ¿Esperabas realmente que se te revelaran grandes secretos aún sin saberte amarrar la trenza de los zapatos? - se burló. La miré enfurecida.
- Soy una bruja. La abu lo dijo - le recordé muy ufana. La Bisabuela se levantó los anteojos de leer y me dedicó una de sus miradas verdes y furiosas.
- Eres una niñita aprendiendo a pensar. Eso es lo que eres - me dijo. Lo hizo en un tono hiriente y frío que me hizo sentir muy avergonzada, aunque no supiera por qué - aún ni sabes que es una bruja para llevar ese titulo con honor.
- Una bruja es una mujer sabia, y yo me la paso leyendo y escribiendo lo que la abuela me dice - le recordé. Empezaba a lamentar haberle venido a preguntar cualquier cosa a Bisabuela. Pero ella parecía muy divertida.
- Muy bien dicho. Y la sabiduría se obtiene avanzando en pequeñas dificultades, en momentos incómodos. En dolores e incomodidades - me dijo - ¿Te crees sabía sólo por qué quieres serlo? Pues no lo eres.

Me fui de allí furiosa. Me senté en la cocina, con la bolsita de protección entre las manos. La apreté y escuché las piedritas y hojas chocando entre sí en su interior. ¿Qué se suponía tenía que aprender de eso? ¿Cómo se suponía que tenía que analizar lo que guardaba? Me llevé la bolsita a la nariz. Un fuerte olor a Romero y Albahaca me aturdió. Sacudí la cabeza. Bueno, quizás esa era una buena manera de comenzar con aquello, me dije con cierto malhumor.

De manera que anoté en mi cuaderno Caribe - el mismo que me habían obsequiado en mi cumpleaños número once - que dentro de la bolsita de protección había hojitas de Albahaca y Romero. Miré las palabras y me sentí un poco tonta. En realidad, me sentí muy tonta, con aquella frase al aire como si realmente significara algo en medio del montón de frases de filosofos y gente muy sabia que apenas comprendía. Mejor sería agregar algo más, me dije. Mejor sería incluir por qué se suponía que ambas plantas tenía algún tipo de significado - de tenerlo - y por qué era buena idea ponerlas juntas. Era al menos una forma de entender aquella irritante bolsita o el motivo por el cual, debía aprender algo de ella.

Me pasé varios días investigando sobre la albahaca y el Romero en la biblioteca Familiar. Allí mi encontró mi bisabuela, rodeada de libros abiertos, copiando trabajosamente trozos de información de aquí y de allá. Se sentó en la silla grande frente al escritorio donde escribía, mirandome divertida.

- ¿Ya te volviste más sabia? - me preguntó. No la miré, muy ofendida.
- Bueno, al menos ya sé que la Albahaca se usa para purificar ambientes, para facilitar la respiración de los enfermos y para condimentar las comidas - comenté leyendo lo que había escrito. Bisabuela ladeó la cabeza lentamente, como si me escuchara solo por casualidad. El cabello cobrizo, apretado en una bella y gruesa trenza, le resbaló sobre el hombro.
- El conocimiento llega cuando escudriñas con más curiosidad que simple interés lo que quieres aprender - me dijo - en Brujería, aprender es un camino que recorres hasta llegar a la esencia, al poder mismo de lo que deseas comprender. ¿Te parece que una bolsita de protección debería llevar unas cuantas hojitas de Albahaca solo por eso?

Apreté los labios, disgustada. Pero tenía razón, me dije con cierto aburrimiento. Como siempre, la bisabuela había dado en el clavo. No creía que la única razón para incluir Albahaca - y Romero, no lo olvides, dijo una vocecita impertinente en mi cabeza - fuera por sus cualidades como condimento. De hecho, me parecía haber leído que en muchos pueblos europeos, la Albahaca se considera una planta sagrada. Una especie de regalo crepuscular de los Dioses. Pero no le presté demasiada atención al tema, más interesada en encontrar un sentido práctico al uso de una planta en el jardín.  Rebusqué en varios libros hasta que encontré la información. La bisabuela me pidió la leyera en voz alta.

- La Albahaca fue considera por mucho tiempo como una hierba que era capaz de curar males no sólo del cuerpo sino de la mente. Era parte del plato de Ofrendas de muchos Dioses Mediterráneos y Asiáticos. Para el hinduismo, a la albahaca se le considera una encarnación de la Diosa Lakshimi, la esposa de Vishnu y una de las deidades más importantes de la religión. Es llamada "La Incomparable" y la " Madre de las Medicinas de la Naturaleza", entre otras cosas, y se puede ver creciendo en las afueras de los templos hindúes.

La bisabuela sonrío, satisfecha. Sacudí la cabeza, un poco asombrada.

- Pensé...que sólo era una planta - confesé. Bisabuela suspiró, casi con cierto cansancio.
- Tenemos el habito de simplificar lo que nos rodea para comprenderlo - dijo - desechamos lo que nos parece carece de utilidad por un sentido de pragmatismo tan cínico que resulta doloroso. Pero todo lo que aprendemos tiene su propia profundidad, su belleza. Es metáfora de si mismo.

No entendí muy bien que quería decirme mi bisabuela con aquello pero no me atreví a decirselo. Ella se inclinó sobre el escritorio y comenzó a consultar libro tras libro, con una rapidez que me sorprendió. Como si los cientos de hojas escritas a manos no lo lograran confudirla - como me ocurría con frecuencia - o simplemente, les conociera tan bien que podía recorrerlos con las manos abiertas, sólo deteniendose en los pequeños fragmentos que deseaba leer. Finalmente encontró lo que buscaba.

- Durante siglos, el Romero fue utilizado como parte de los brebajes y pocimas que consumían los Oráculos para ofrecer sus vaticinios - leyó en voz alta. La miré boquiabierta - Los estudiantes griegos se colocaban romero entre el cabello para estimular la memoria antes de presentarse en el ágora y declamar en voz alta.  Incluso, Shakespeare, en Hamlet, hace referencia al romero cuando Ofelia, personaje de esta obra, dice: "He aquí el romero, con el fin de que te haga recordar". Por años, la planta fue considerada el símbolo de la sabiduría, la belleza y el conocimiento.

No supe que responder a eso. Recordé con cierta verguenza los pocos apuntes que había tomado sobre el Romero: sus propiedades curativas simples, incluso el hecho que se consideraba un manjar en varios países Africanos. Me pregunté que otra cosa que había considerado a sencilla, ocultaba verdaderos secretos, extrañas historias que contar. Esa sensación que cada cosa e idea podía ser tan profunda e intrigante como para sorprendernos de cientos de maneras inesperadas. La idea me sobresaltó pero también me agradó. Acaricié la hoja donde había tomado mis pocos y tediosos apuntes con la yema de los dedos. Después la arranqué en un impulso. Bisabuela esbozó una de sus sonrisas maliciosas.

- La brujería fue una ciencia antes de la ciencia. Las brujas siempre han sido buscadoras de la verdad, espíritus libres y curiosos en busca de respuestas. Las estudiosas, las esforzadas, las que deseaban comprender el mundo que les rodea. Eres sabio porque asumes que el conocimiento es valioso y merece ser atesorado. Y te haces bruja cuando el conocimiento es tu tesoro, el que llevas a todas partes. El que sostienes con enorme cuidado cada día de tu vida - dijo en voz baja. Se levantó, con esfuerzo, apoyándose en su bastón de madera. Me sorprendió que en ocasiones me pareciera tan frágil y cansada y en otras, toda energía y vivacidad. Tal vez se trataba de la manera en cómo pensaba, en como se construía así misma. Nunca había pensado en ella así y me gustó hacerlo. Me hizo preguntarme si yo podría lograr algo semejante. Una idea sobre mi mente y mi espíritu mucho más compleja de lo que suponía.

La mire caminar hacia la puerta de la biblioteca. Cojeando de la pierna derecha pero siempre erguida. La mejilla iluminada a medias por la luz del sol de la tarde. El cabello cobrizo coloreandole las mejillas. Una mujer fuerte, pensé con cierto sobresalto. Una mujer inteligente. Una bruja como la que yo deseaba ser.

Pasé muchos días pensando en esa tarde y en lo que había descubierto. Y me esforcé por comprender el conocimiento con una nueva profundidad, con esa necesidad de aprender más allá de lo obvio. Sostenía la bolsita entre las manos, escuchando su contenido moverse sinuoso de un lado a otro, esforzandome por comprender no sólo los secretos, sino también su belleza, el hecho que alguien en algún momento de la historia familiar considerara que era bueno y significativo combinar todas aquellas cosas. La Albahaca, el Romero, un poco de mostaza. Las piedras de textura lisa y firme. ¿Qué habían querido decir con aquel pequeño amuleto? ¿Qué conocimiento habían querido transmitir con aquella pequeña combinación de ideas? En las noches, sostenía la bolsita entre las manos. Y tenía la sensación que el conocimiento era nuevo, recién estrenado. Profundo y hermoso. Una experiencia que recordar. Una lección que atesorar.

Y entonces, había perdido la bolsita. La había perdido en el momento justo en que comenzaba a pensar en todo lo que la formaba como un todo y a comprender que las lecciones en brujería nunca eran sencillas ni muchos menos aparentes. Que cada pequeño fragmento de información e ideas se mezclaban entre sí para crear algo más singular y complejo. Me quedé con las manos abiertas, sintiendome abrumada y torpe.

- ¿No podrías hacerte una igualita? - preguntó Flor.
- No sería la misma.
- ¿Y eso es importante?
- Cada conocimiento es único y tiene su propio motivo para existir - recité en voz alta la frase sin saber donde la había leído la frase o cuando la había memorizado. Pero era ideal para ese momento, era lo que sentía había perdido junto con la bolsita. Flor suspiró con genuina tristeza y me apretó el brazo cariñosamente.
- Diselo a Abu Celita, ella sabrá que hacer - me recomendó.

Suponía que eso era lo que debía hacer, pero no lo hice. De alguna manera, sentía que perder la bolsita había sido el final de algo muy concreto, aunque no tenía idea qué.  Esa noche, anoté en mi cuaderno Caribe que había entendido por qué todo conocimiento debe ser atesorado y guardado. Por qué, cada fragmento de lo que se aprende y se sueña, debe conservarse para que alguien más pueda aprenderlo. Tuve una sensación extrañísima, mientras escribía aquello. Una combinación entre asombro por el hecho que pudiera pensar algo semejante - casi adulto, me dije - y también, por haber descubierto otro pequeño secreto entre muchos secretos. Me pregunté si aprender siempre sería esa idea transformadora, poderosa y sobre valiosa. Un momento entre cientos de momentos, una idea entre cientos de pequeños trozos de historia.

En el sueño, despertaba en mitad de la noche. Mi habitación olía a Albahaca y Romero. Un olor muy fuerte y concentrado que vibraba en el aire envolviéndome, cálido y vivo. Cuando me incliné sobre la mesita de noche, mi bolsita de protección estaba allí, abierta. El terciopelo verde parecía palpitar como una flor recién nacida. Las hojitas de Romero y Albahaca flotaban a su alrededor, ingrávidas, como pequeños fragmentos de luz perdidos. Y el pequeño papel de pergamino ahora estaba abierto, brillando en la oscuridad. Me incliné para leerlo: "El conocimiento está vivo. El conocimiento eres tu".

Desperté. Cuando volví a dormir, aún continuaba sonriendo.

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