martes, 12 de mayo de 2015

La cultura que premia la violencia: La agresión sexual y la sociedad que la minimiza.





Hace doce años, un desconocido violó a Luisa (no es su nombre real). La golpeó, la mantuvo secuestrada por casi seis horas y después la abandonó de madrugada semi desnuda y herida, en una avenida solitaria del Oeste de Caracas, donde finalmente la policía la socorrió.

Luisa me suele decir que no recuerda exactamente lo que vivió. Que para ella, lo ocurrido es una sucesión de escenas medio borrosas que no logra ordenar y mucho menos comprender. Pero que si recuerda el miedo. Lo recuerda en cientos de maneras que es incapaz de consolar y que a pesar de años de terapia, no ha logrado superar. Sufre de agorafobia (terror a los espacios abiertos), paranoia y también un severo trastorno del pánico que no mejora incluso a pesar del estricto tratamiento médico que lleva para mejorar los síntomas. Para Luisa, el suceso es real a diario, le atormenta a toda hora, le abruma hasta lastimar su identidad, su manera de percibirse, su forma de mirar el mundo. Más de una vez, me ha repetido que para ella, la violación es un ataque no sólo a su cuerpo, sino a una idea esencial de sí misma que nunca logró recuperar del todo.

Recuerdo a Luisa — y su escalofriante historia — mientras veo la escena de una película que transmiten en un canal por cable: Una mujer con un vestido muy ajustado y prominente escote, corre por un callejón. Un hombre desconocido le persigue, gritando su nombre. Cuando ella resbala y cae al suelo, él se abalanza sobre ella, la abofetea e intenta contener sus frenéticos movimientos. Lo logra y entonces, ambos se miran en silencio. La escena parece cambiar de tono y sentido. Un primer plano los muestra a ambos, contemplándose entre jadeos entrecortados. La secuencia culmina con un apasionado y erótico beso. Me pregunto que pensará Luisa al respecto, como interpretará la óptica del guión y la perspectiva de la película con respecto a lo que vivió. Más allá, no dejo de pensar en todas las mujeres alrededor del mundo que han sido victimas de la violencia física, sexual y emocional. Que la mayoría de las veces se responsabilizan por lo sucedido o que incluso, tienen la sensación se encuentran en una zona de grises donde su experiencia no parece encajar en ninguna parte. Las que se preguntan si conocer a su atacante hace menos absoluto el termino violación o quienes simplemente se preguntan si tener miedo pero no tener los medios para enfrentarse a su pareja y evitar la relación sexual, también las convierte en víctimas. Un panorama difuso y sobre todo peligroso que parece extenderse en todas direcciones a partir de una idea esencial: ¿Por qué continúa considerándose que la violencia sexual es admisible?

Por supuesto, no me sorprende tropezarme con ese tipo de mensajes tan poco sutiles sobre la violencia y la sexualidad en todo tipo de películas, publicidad y libros. Durante la última década y a pesar de la toma de conciencia mayoritaria sobre el tema, la cultura de la violación parece escudarse — o disimularse — sobre esa percepción ambigua de los juegos de seducción o lo que parece ser algo más inquietante: la violencia como un medio de conquista sexual. Una y otra vez, la idea sobre la violación, el abuso sexual y sobre todo, lo que puede considerarse invasivo, peligroso o incluso, directamente agresión sexual parece borroso. Hablamos de un panorama donde la interpretación sobre la sexualidad continúa siendo lo suficientemente misógina para preocupar y sobre todo, para hacernos cuestionar sobre en qué medida se comprende el peso real que tiene la cultura de la violación en la actualidad.

Cuando le pregunto a Luisa que piensa al respecto, no me responde. O mejor dicho, no sabe que responder. Nos conocimos en uno de los grupos de apoyo para trastorno de ansiedad que frecuento y durante los meses en que hemos coincidido en las reuniones, noto que el tema de la violencia — no sólo la sexual — la supera, la deja sin argumentos, la sofoca. Me explica que la agresión no es sólo física, sino que parece ser una mezcla ambigua de una serie de elementos que sumados entre sí, crean una percepción sobre el sexo que resulta preocupante. Me escucha mencionar esa cultura subyacente sobre lo sexual que se asume necesariamente violento y después, suspira cansada.

— Uno aprende a sobrevivir a lo que le sucedió o a intentar hacerlo — me dice por último — pero lo que no te esperas es que todo lo que te rodea te lo recuerda y no accidentalmente. La mayoría del tiempo, me siento disminuida y atacada por todos lados, como si debiera sentirme culpable por lo que viví y no asumirlo “como algo que puede ocurrir”. Me ha llevado muchísimo esfuerzo entender que para la cultura, que una mujer sea violada es un hecho que se admite. Uno de los riesgos que la mujer debe aceptar “ocurrirá”.

Me cuenta que en ocasiones no puede soportar los mensajes directamente violentos que ve, lee o escucha con respecto a lo que es una violación. Desde campañas publicitarias que insisten en que toda mujer es “accesible” físicamente si insistes lo suficiente o debería serlo, hasta escenas de películas donde se interpreta la agresión como “necesaria” para acceder a la mujer. O cuando se insiste que está bien el uso de bebida, presión emocional e incluso, cierto maltrato físico para tener sexo con una mujer. Para Luisa, hay un ingrediente que se insinúa, que está en todas partes y que se hace tan normal que pocas veces se nota.

— Me siento muy paranoica cuando me duele o me asusta un anuncio donde hay un ingrediente sexual relacionado con la violencia. Me pregunto si lo noto yo o es cosa asumida. No sé como reaccionar.



Lo que dice Luisa, me recuerda el magnifico artículo A Gentleman’s Guide to Rape Culture de Zaron Burnett III, que se volvió viral luego que mostrara un durísimo panorama sobre la cultura de la violación. No sólo la muestra como algo que la sociedad intenta restar importancia o incluso disimula las repercusiones de la violencia sexual, sino que la normaliza en cientos de formas cotidianas. Uno de los párrafos del texto que más polémica causó, fue el siguiente:




“Si eres un hombre, formas parte de la cultura de la violación. Y sí, ya sé que suena duro; no eres necesariamente un violador, pero perpetúas comportamientos a los que comúnmente nos referimos como cultura de la violación.

Seguramente estarás pensando «Para quieto ahora mismo, Zaron, ¡ni siquiera me conoces, colega! Como se te ocurra insinuar que me molan las violaciones… No, yo no soy de esos, tío».

Sé cómo te sientes, tuve la misma respuesta cuando me dijeron a mí que formaba parte de la cultura de la violación. Suena fatal, pero imagínate andar por el mundo sin dejar de tener miedo a que te violen. Aun peor, la cultura de la violación no solo es una mierda para las mujeres, lo es para todas las que estamos involucradas en ella. Pero no te obsesiones con la terminología, no te quedes pasmado en las palabras que te ofenden y dejes de lado lo que en realidad quieren decirte. La expresión «cultura de la violación» no es el problema; sí lo es la realidad que describe.”


De manera que se trata no sólo del hecho de comprender que la Cultura de la Violación se acepta, sino además, es parte de cierta noción sobre como asumimos lo sexual actualmente. No es un planteamiento sencillo de digerir. Después de todo, somos una cultura muy sexualizada donde el cuerpo se ha convertido en un objeto con tintes eróticos, re interpretado y consumido como un elemento para y por el sexo desde un preocupante número de puntos de vista. Más allá, se asume el sexo como una necesidad que debe ser satisfecha a toda costa. No hablamos ya de la mera insinuación de la violencia sexual — como la campaña “Up for Whatever” (Arriba para lo que sea) de Budweiser, que incluía etiquetas en las botellas de cerveza con la frase: “La cerveza perfecta para quitar el “no” de su vocabulario para la noche” — sino el hecho, que directamente se asume la violencia sexual como una idea aceptable dentro del juego erótico. Progresivamente, la cultura de la violación parece encontrarse en todas partes, incluso, convertirse en un elemento de la cultura pop asumido como necesario. Hace unos días, el periodista Jemayel Khawaja, jefe de redacción de Thump (el sitio de electrónica de la revista Vice) mostraba en su cuenta de Twitter la fotografía de uno de los asistentes al festival Coachella, llevando una camiseta donde se podía leer con toda claridad: “Eat, Sleep, Rape, Repeat” (come, duerme, viola, repite). Junto a la fotografía, Khawaja escribió: “Este chico gana el premio a la peor elección de moda/estilo de vida en Coachella. No soy fácil de ofender, pero esto es una mierda” lo que reabrió el debate sobre el hecho que la violación se considere una idea sexualmente aceptada e incluso, celebrada por cierta perspectiva sobre las relaciones eróticas entre hombres y mujeres.

No obstante, no se trata sólo de mensajes aislados que aúpan la violencia sexual, sino de la normalización de una cultura que supone que la agresión física, la manipulación emocional, la manipulación sexual son admisibles dentro de lo que se supone son las relaciones entre hombres y mujeres. Una perspectiva que se perpetua, se asimila como corriente y que finalmente, parece formar parte de una serie de planteamientos sobre las relaciones sexuales entre adultos que bordean lo peligroso e incluso, lo directamente ilegal. Como lo que ocurre con la reciente globalización de las llamados Pick — up artist (que según la inefable wikipedia se definen con el ambiguo término “artistas de la seducción” y se les considera verdaderos expertos en el arte de atraer mujeres) donde las relaciones entre y mujeres, se minimizan hasta convertirse en meras fórmulas de manipulación psicológica.

Hace poco, saltó a las noticias internacionales, la campaña que en varios países del Mundo se llevaba a cabo contra Julian Blanc, prominente “pick up artist” que insiste en “ayudar” a los hombres tímidos del mundo a relacionarse con el sexo femenino. O al menos, ese es el mensaje central de lo que parece ser una inofensiva campaña motivacional para hombres desesperados y socialmente ineptos. Pero en trasfondo, lo que se mueve en el discurso de Blanc y su visión sobre las relaciones entre hombres y mujeres, es algo más turbio e incluso peligroso.

Actualmente, Blanc recorre el mundo con un costoso seminario que enseña como invadir los límites de la mujer a través la persistencia, el abuso psicológico, el acoso o la violencia sexual pura. Para Blanc y la filosofía que difunde, la mujer es un “objetivo” que puede ser alcanzando “destrozando” lo que llamas tabúes de género. En uno de los videos más conocidos de Blanc y que provocó una considerable polémica, asegura que en Tokio, seducir a una mujer es “tan sencillo como tomar su cabeza y apretarla entre sus piernas”. Algo que de hecho, demuestra mientras recorre las calles de la ciudad cámara en mano. Para Blanc, una mujer es poco menos que una criatura “frágil” que puede ser “sometido” al deseo del hombre y sobre todo, “vencido en su resistencia”. Todo un pequeño discurso que resume lo más sustancial de una cultura que premia el acoso y la violencia sexual y considera a quien lo comete, una especie de héroe de género.

Por supuesto, una idea semejante crea de inmediato una rama extrema. En el caso de los llamados “Artistas de la seducción” se trata de un grupo que reacciona directamente contra la propuesta. Son hombres que no sólo participaron en cualquiera de las dinámicas de los seminarios y grupos de internet, sino que además, se sintieron estafados por el hecho que en realidad, no lograron la tan deseada compañía de una mujer. Y es que en el caso de los anti pick up artist, la principal motivación no es oponerse a la visión que propone el llamado “juego de seducción” sino, a la idea que no siempre tiene el resultado prometido. Además, los miembros de este grupo no sólo culpan a la PUA (como se denomina a los pick up artist a través de las redes sociales -por su poco éxito romántico, sino también a las mujeres. Para los reaccionarios a la idea PUA, lo inadmisible no es la visión sobre la mujer que propone el supuesto método, sino el hecho puede ser inefectivo. Los anti pick-up, son abiertamente misóginos y asumen que las mujeres — en general, sin ningún tipo de comprensión sobre la complejidad e individualidad del género — son culpables de sus rencores e insatisfacciones. Se trata de una compleja red de reflexiones primitivas y además, basadas en la cultura de la mujer objeto, que parece no sólo mostrar un rostro inquietante sobre la percepción masculina sobre la mujer sino incluso algo más turbio: esa insistencia cultural de la mujer como accesorio, como parte de una idea masculina en la que sólo calza a medias y siempre para satisfacción del hombre.



Hasta hace pocos meses, el sitio anti-PUA www.PuaHATE.com" se convirtió en el lugar favorito de los desencantados y resentidos por la PUA. Además, se convirtió en una diatriba cada vez más pertubadora sobre las diversas visiones masculinas sobre la mujer. El periodista Mike Wendiling investigó para su artículo “La extrema misogonia de los anti — Pick up” en los foros de la web page y lo encontró fue una muestra escalofriante no sólo de odio hacia la mujer sino nuevas dimensiones de un tipo de misoginia preocupante y particularmente virulenta. Weddiling además, conversó con el periodista Patrick Keans que ha participado en varias oportunidades en PutHate.com y para quién las opiniones ede los foros es una muestra del resentimiento masculino que produce una cultura que vanagloria al hombre y convierte a la mujer en deseable. “En uno de los foros, uno de los usuarios preguntaba ¿Las mujeres feas completamente inútil para la sociedad?” Otros sugirieron que las mujeres gordas se debe impedir que salir de la casa hasta que llegaron a un índice de masa corporal saludable” contó Keans para el artículo de la BBC “ y así, cientos de tópicos directamente denigrantes y dedicados al menosprecio de la mujer que no es accesible sexualmente”.



El 26 de marzo de 2014, Elliot Rodger de veintiún años asesinó a seis personas (tres con un cuchillo, tres con una pistola) y luego se suicidó. En un vídeo publicado en su canal personal de YouTube, Elliot explicó que el motivo por el cual cometería el crimen fue el “el rechazo que durante toda su vida sufrió por parte de las mujeres”. Elliot deja claro que se vio obligado a tomar la decisión debido “Durante los últimos ocho años de mi vida, desde que llegué a la pubertad, me he visto obligado a soportar una vida de soledad, rechazo y deseos insatisfechos. Todo porque las chicas nunca se han sentido atraídas por mi. Chicas que le dieron su afecto, sexo y amor, a otros hombres. Pero nunca a mí. Tengo 22 años de edad, y yo todavía soy virgen”. (Lee más sobre la historia aquí)



Y es que para Elliot, el motivo de todo su dolor e incluso, la ira asesina que desencadenaria en un asesinato, se debe a las indiferencia femenina o mejor dicho, a su incapacidad de seducir a una mujer. Elliot llama a sí mismo de manera “hombre perfecto”, y declara que va a “castigar a todos ustedes [las mujeres]” para no reconocer que él es “el caballero supremo.” Además, en el video detalla con espeluznante exactitud todos los detalles de la masacre que cometería poco después. La mayoría de las afirmaciones de Elliot parecen provenir de su incapacidad para utilizar el método PUA o mejor dicho, en el hecho que jamás le resultó efectivo. Una y otras vez, Rodger insiste en que fue convertido en el “macho Beta”, excluido por los alfa del ritual de apareamiento. Como activo participante del foro PUAHate.com, clausurado a raíz de la matanza, se encontraba convencido en todo lo contrario a lo que la cultura PUA sugiere un hombre debería ser. En esa pertubadora mezcla de dolor, resentimiento soledad que desencadenó en tragedia, Rodger demostró que la la misogonía que se ampara en el menosprecio de la mujer, puede ser mortal.

¿Es entonces Rodger una victima de una cultura que simplifica las relaciones entre hombres y mujeres hasta lo primitivo? en el caso de Elliot Rodger y otros tantos como él parece serlo: la lógica del resentimiento crea las condiciones para una venganza abstracta, hacia la mujer como objeto inaccesible pero a la vez, digna de menosprecio. La culpa de la imagen de la mujer predadora, que es incapaz de brindar al hombre lo que necesita — y desde esa perspectiva inquietante, lo que le pertenece por derecho — y que merece sufrir un juego perverso donde el principal trofeo es inmediata y simple satisfacción sexual. La mujer que sólo existe en la medida que complace y más allá, en su capacidad para cautivar.

El día en que debatimos en el grupo de apoyo al que asisto junto con Luisa sobre el tema de la violencia hacia la mujer en la cultura de nuestro país, ella no hace comentarios. Se habla sobre la ansiedad que le provoca a una mujer sentirse siempre vulnerable, en peligro. Más aún en un país como Venezuela, marcadamente machista y agresivo. Se debate en voz alta del poco reconocimiento de la identidad femenina, de lo preocupante que resulta que los indices de agresiones y violencia aumente. Alguien habla sobre su experiencia al tener que soportar piropos groseros, humillantes, violentos. Una de las muchachas más jóvenes cuenta como un hombre se masturbó frente a ella en un vagón del Metro de Caracas y nadie intervino. Luisa permanece callada, con los brazos apretados contra el cuerpo. Y me pregunto como será para ella escuchar un debate semejante, que sentimientos le provocará saber que la sociedad donde vive glorifica al agresor y menosprecia a la víctima. Cuando la sesión acaba, sale rápidamente de la oficina y después me enteraré, que no regresará en un buen tiempo. ¿Alguien puede culparla?

Quizás, el mejor resumen para la idea general sobre la cultura de la violación, lo haga Zaron Burnett III, cuando insiste que “Dejemos de concentrarnos en cómo las mujeres pueden evitar ser violadas o cómo la cultura de la violación hace sospechosos a hombres inocentes, ciñámonos a lo que, como hombres, podemos hacer para evitar que se cometan violaciones: desmantelar las estructuras que las permiten y modificar las actitudes que las toleran”. Un planteamiento que parece englobar no sólo la forma como comprendemos la violencia sexual sino la manera en que podemos enfrentarnos a su normalización cultural.

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