domingo, 27 de marzo de 2011

Desvarios y otras locuras diminutas





Dejo escapar una carcajada, mientras un escalofrío reticente me recorre de pies a cabeza. Solamente porque ayer, caminando por las calles descuidadas de la ciudad, encontré, sorpresivamente, una carta del tarot. No puedo decir de donde salió o como llegó al pequeño banco de piedra donde la encontré. Estaba simplemente allí, húmeda por la lluvia que acababa de caer, pero en perfecto estado. Una de esas casualidades que bien pueden significar mucho o muy poco.  Durante todo el día había debatido en mi mente el pensamiento de una joven locura, de una necesidad casi natural del caos para comprender el tiempo normal, la voz del hoy, la forma del presente, la acepción más común de realidad. El loco, brillando con sus pequeños retazos de pintura dorada, derritiendose bajo el calor de mis manos, tan parecido a la idea del Bosco sobre la completa enajenación, que por un momento tuve la sensación que era un fragmento de mi memoria pictórica. Ah, sí, la nave de los locos navegando por una Caracas árida y húmeda, carente de matices, un poco triste en su vejez prematura. Sonreí y disfrute del sabor de la lluvia entre mis labios, las ráfagas heladas haciendome temblar. ¿Que es la vida sin esta sensación de perdida, esta felicidad pérfida? Tan solo ver semejante prueba (subjetiva por supuesto, una voz silenciosa palpitante entre mis dedos ) me imaginé algun otro espiritu, arrebatado por las mismas locuras a las que yo me entrego, sosteniendo la carta, que ahora era mia y antes había sido suya. ¿cómo no iba a sentirme crecientemente afirmada, corroborada, legitimada? Reí, en voz alta, aun sin motivo o conociendolo demasiado bien para darle importancia. Caminé por la calle, llevando en alto la carta como el simbolo de esta sensación quemante de felicidad y confusión devoradora. Ah, sí, el tiempo transcurre. Mi imagen se dilata y se enfoca en cada cristal, la joven mujer de cabello negro saltando entre fragmentos de realidad, sin aliento, un poco frenética, perdida en  este sueño intelectual que nunca termina de nacer. Y la carta en mi mano, ondeando en alto, manchando mis dedos con la tinta de la eufória. El resplandor de un minimo rayo de luz atravesando el ojo de la tormenta. La lluvia, me envuelve. La lluvia en mi aliento. Por un momento solo soy entre las gotas, un suspiro plateado y silencioso.

Yo estaré loca, quién va a negarlo ya a estas alturas. ¡Pero no sola!

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