martes, 15 de marzo de 2011

Un instante blanco




De nuevo, padezco uno de mis infernales dolores de cabeza. Y cuando hablo de infierno, no me refiero a la tortura puntiaguda consecuencia de alguna terrible acción, sino de esa sensación de vacío, el extásis misterioso e insoportable que lleva aparejado consigo el dolor. Tendida en mi cama, siento que las sienes me palpitan, pequeñas pulsaciones blancas y rojas me recorren. Dolor, dolor y dolor. Sin significado, sin forma. Pura sensación.


No hay miramientos ni pretextos para el dolor. Por ese motivo, siempre me ha sorprendido un poco que exista toda esta creencia absurda de adjudicarle un valor netamente moral. ¿Que valor puede tener este minima tortura de los sentidos, esta sensación invalidante? Una muestra de fragilidad, cualquiera sea su forma. Sí, dolor, dolor y dolor. Aprieto los dientes un poco, intento no emitir sonido alguno. Quejarme sería aceptar que espero consuelo. Y no existe. La carne es debil, y la sensación irresoluta.

Vacío y nada. Eso es el dolor. Una reacción fisica, una forma expresiva de cordura fisica. Quizás nos da un poco de temor pensar que el dolor es descarnado y puro como un grito en la oscuridad y por ese motivo tejemos quimeras alrededor del hecho concreto de sentirlo. Quién sabe. O simplemente, nos abruma un poco la sensación de poder absoluto que tiene una sensación fisica capaz de dominarnos, apabuyarnos, vencernos, humillarnos.

Dolor, dolor y dolor. Tan cerca del placer que es peligroso preguntarse donde culmina uno y comienza el otro. Simple dolor, un suspiro blanco en la piel.

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