jueves, 24 de marzo de 2011

De insomnio y la recurrencia de la memoria.

 
 
 
En ocasiones, siento que todos nos movemos por el mundo en medio de una suprema soledad. Un prqueño misterio personal nos separa los unos del otros. Lo imagino como un enorme desierto, extendiéndose en todas direcciones, a partir de esa inquietante sensación de zozobra que nos llena cuando deambulamos por el mundo un poco atolondrados. Una calle empedrada, que recorremos lentamente, turbados y cansados. Es una sensación concreta, muy sencilla quizá: Una soledad de las ideas, como si no pudieras comprenderlo ni abarcarlo todo en su toda amplitud. El concepto que tenemos de nuestra vida se hace tan grande que casi llena todo el paisaje, desborda los limites, se afianza en esos rincones inexplorados  de nuestras ideas. Somos y no somos, una sombra deshaciéndose lentamente. Existo y no existo. O simplemente, me debato en dudas:  de no saber donde encontrar el botón que de sentido a la intensa desesperanza que a veces me consume.


Creo que esos pensamientos suelen atormentarme con mayor fuerza durante mis largos períodos de insomnio.  Un fragmento de demencia que muchas veces me deja simplemente exhausta, mientras la sensación persiste, se acentúa, crece, se alimenta de si misma, se retuerce con dureza hasta adquirir un rostro y un sentido exacto. Afilado como un cuchillo, indemne de todo análisis. Retrocedo temblando de terror y cólera. Un suspiro cansino, la voz ahogándose en mi garganta - no quiero gritar, no lo haré - soy un reflejo de lo que más temo y lo que más anhelo.


"El único verdadero problema filosófico es por qué no me mato". Así, con la sencillez brutal que caracterizaba a sus frases, Albert Camus, el autor de "El extranjero" resumía su principal preocupación. Una lucha constante por dotar de sentido al mundo, y así evitar la tentación de un final precipitado. Esa ambivalencia perpetua que se repite incansablemente. Esta muerte aparente, la deliciosa ficción de creer que el mundo puede tener sentido por el mero hecho de desearlo, de insistir en ellos.

La cita de Camus es algo que ponemos en práctica todos los días aunque lo hagamos en forma inconsciente. La madre de todas las decisiones es ésa, la disyuntiva de permanecer o no en la vida. Todas las demás elecciones están subordinadas a esta soberana determinación.


Creo que es inevitable pensar todas estas cosas mientras la noche se desgrana interminable, minuto a minuto. El insomnio se convierte de nuevo en mi monstruo personal, una sutil realidad donde se condesa la incertidumbre hasta dar forma a conceptos disparatados y temerarios. Con los ojos cerrados, tendida en el suelo de mi habitación favorita, intento tranquilizarme a medias. Me debato entre una sensación deleve desorientación. Por un momento, dudo de mi nombre, de mi lugar en este mundo de olores y pesos reales y me pregunto, con una perturbadora ingenuidad, si existiré realmente, sino seré más que una simple creación mental, un sueño infinito extraviado en medio de un ahora imposible. Me acurruco en posición fetal, mientras un ligero sobresalto con respecto al futuro me recorre, ¿inconformidad quizá? con el presente y quizá dolor por el pasado. Una paradigmática sensación que engloba mis esperanzas e incertidumbres. Creo que es lógico preguntarse hacia donde nos lleva la evolución moral y si la intelectual tendrá la capacidad de equiparse a la medida justa de nuestra aspiración espiritual. Aprieto los ojos, siento mis sienes temblar de puro desconcierto. Una forma concreta de pensamiento le brinda sentido a esta sensación: rostros, fragmentos de conversaciones, imagenes superpuestas. Una creación caótica de mi vida, de mi propia perspectiva de las cosas.

Hundo el rostro en la oscuridad, caigo en un estado de duermevela donde todas las ideas parecen tener sentido. Un mundo utópico e inconcreto, flotando en otro momento de la realidad, en la eterna conciencia que me une al cosmos. Soy y a la vez, no existo. Me debato en la oscuridad y la luz, entre el miedo y la razón.

Finalmente, duermo. Un atisbo de paz.

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