miércoles, 16 de marzo de 2011

Desvarios de la simplicidad




Cuando era adolescente ( la primera adolescencia, la olvidable) recuerdo haber leído una frase que en esa época hiperquinética me pareció incomprensible: "Un cansancio elemental, tan plano y silencioso como la hora después de haber despertado con dificultad". Pues bien, o me hecho muy vieja o volvi a la adolescencia - la insoportable, la emocional - porque finalmente comprendí la cita: así me siento. Así llevo sintiéndome una semana y no me hice mayor, como creía. A veces me pregunto por qué la desidia no es un pecado capital (¿estará incluida dentro de la pereza? ¡craso error!).



Y mientras una serie de tragedias desconcertantes sacuden el mundo y la mitad de mis conocidos parecen perfectamente convencidos que el apocalipsis se encuentra a un año de distancia, comienzo a pensar en que lo cotidiano tiene un sentido superfluo, un poco de baratija levemente olvidada. Tal vez se deba al caos de mi ciudad, perenne y siempre a la vuelta de cualquier circunstancia o a esta sensación que vengo experimentando desde que el año empezó: que esta tercera década de vida es una compresión de lo básico y sencillo en mi vida. Pasiones, temores, una inquieta sensación de busqueda que no parece terminar jamás y que cada día se amplía un poco: la necesidad, la curiosidad insatisfecha. Y siempre claro, la perenne sensación que estoy en una extraña etapa intermedia entre una juventud desdeñable y una temprana adultez que no termino de comprender.

Levanto la taza de café, me la llevo a los labios. Finalmente pienso, que tal vez lo único que quiere esta humanidad un caótica y tan joven como yo sigue siendo que se acabe el mundo; Van seis siglos donde el final está llegando a cada década y detrás de cada evento cósmico. Y aqui estamos. Probablemente seguiremos por unos cuantos cientos de años más, preguntandonos ideas Universales mientras nuestra sencillez se hace palpable. Siempre me ha hecho sentir muy pequeña esta sensación de pura comprensión que somos un breve espacio entre un infinito devenir. Ah, sí, quizá por eso todos corremos detrás de la trascendencia : buscamos una idea más grande que nosotros mismos a la cual aferrarnos. Alguien le llama Dios, yo le llamo arte. Y cualquiera sea su nombre, nos situa en un silencio personal de una busqueda que jamás acaba y que por supuesto emprendemos con la inocencia del que cree que terminará.


Si, la simple adolescencia emocional. Esa informalidad tan encantadora: no recuerdo la última vez que puede decirse que me alimenté bien. Esta semana desde luego, no fue. Y la pasada creo recordar que tampoco. La anterior sí, fue una orgía de verduritas, como diría mi buen amigo Sifontes. La pasada fue la gran celebración de la comida chatarra y ésta, la del queso.

De manera que sí, creo que este fin de los tiempos - que arrogancia el ser humano, temer que el mundo pueda acabar con su muerte - es una metáfora de esta juventud del espiritu a la que todos aspiramos, y que muchas veces confudo, como me acaba de suceder, con un simple hastio intelectual


Y mientras el apocalipsis transcurre, seguiré obsesionada con las imágenes del señor Franz von Stuck - como la que acompaña la entrada - , tal vez para compensar este enorme desvario.

C'la vie.

1 comentarios:

Adriana C Lopez dijo...

jejeje entretenido momento de divagancia!

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