domingo, 20 de marzo de 2011

De los cuentos de Hadas que no sobreviven al amanecer

 
 
 
 
Creo que conservamos muchos estereótipos de los cuentos de hadas que leemos en la infancia. La gran bruja malvada, la princesa inocente, el buen rey, incluso el sabio espejo de la verdad o la bondadosa hada madrina. Tal vez se deba a una cierta coincidencia entre la fantasia y la realidad durante la infancia, donde todas las ideas son tan simples como extrañamente coherente o al simple ocio adulto. No podría decirlo.

En mi sincera opinión, creo que toda esta identificación con los esquemas de los cuentos infantiles, tiene mucho que ver con la inclinación que tenemos por afianzar una idea romántica. Ah, sí, el amor ¿Cuando no es una razón obsoleta pero válida para cualquiera de nuestras lindezas? Hablando sobre ideales inalcanzables, estoy convencida que mucha gente busca un compañero de vida para salvarlo o ser salvado. Sí, la imagen idílica de un poderoso sentimiento que cura heridas y consuela pesares. ¿Pero como esperar tal cosa, cuando la mayoría de las veces nadie quiere ser rescatado? ¿Por qué intentar buscar un sentido a nuestro dolor más allá de nuestro concepto más profundo de intimidad? No lo sé, en realidad.


Por supuesto y creo que como cualquier mujer de mi tiempo, no me considero la cenicienta ni el principe. Intento invertir los papeles tradicionales siempre que puedo, con menor o mayor exito. De hecho, me burlo un poco de esa idea tan esencial que puede convertirse una razón para vivir: vivir para encontrar un significado, que otorge un significado a vivir.

En la soledad simple de mi personal definición de las cosas, solo puedo decir que quisiera trascender los Grandes Reinos de la Imaginación, para crear un cuento -para adultos, me parece - donde el valor del pensamiento sea absoluto y venial.

C´la vie.

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