miércoles, 18 de julio de 2018

Crónicas de la ciudadana preocupada: la voz invisible de la ideologización.




El lunes, desperté con la noticia que el presidente Nicolás Maduro había anunciado durante el acto de graduación de policías en la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES) que “insistiría en la eliminación” de licenciaturas universitarias relacionadas con las humanidades como Letras, idiomas modernos, estudios internacionales. Maduro consideró que “no pueden haber universidades con carreras graduando miles y miles de profesionales en carreras que no tienen nada que ver con el desarrollo del país”. Leí la noticia con un escalofrío de miedo, no sólo por ser egresada de una de las carreras mencionadas sino además, por las implicaciones directas que tiene el hecho que el Gobierno haya decidido atestar un golpe — a corto y mediano plazo — al pensamiento crítico y también, a la formación intelectual integral de la siguiente generación de Venezolanos.

Por supuesto, no se trata de algo que me sorprenda, luego de la rápida radicalización de la llamada “revolución chavista” durante los últimos tres años y sobre todo, a partir de las manifestaciones callejeras del año anterior. Aún así, me sorprende que la intención del gobierno por imponer un sistema educativo y Universitario a la medida de su ambición ideológica, sea tan claro, tan elocuente, tan imparable. Maduro aseguró que insistirá en que “todas las universidades tienen que estar conectadas con el plan de la patria 2025”, lo que equivale a decir que tendrán que encontrarse al servicio de un plan ideológico específico y además, plegarse a los requisitos de una percepción sobre el estado discriminatoria y sectaria.

— Era inevitable que algo semejante ocurriera — me comenta P., socióloga y que desde hace más de tres años sigue con ojo crítico los cambios al pensum estudiantil implementado por el gobierno — Para el gobierno, las Universidades son un bastión de resistencia que no han podido controlar a pesar de sus intentos. No ha podido mermar su representatividad ni tampoco, controlar sus opiniones o formas de protesta. Lo que quiere decir que el camino más evidente es crear una percepción de la Universidad como un instrumento que debe utilizarse “por el bien común”

Claro está, no es la primera vez que ocurre algo semejante: hace unos años, la llamada “Colección Bicentenaria” de textos escolares fue motivo de discusión en redes Sociales debido a la evidente y tendenciosa manipulación de la historia que lleva a cabo el Gobierno a través de sus páginas. El gobierno no sólo procuró elaborar solo una nueva visión de la historia — re interpretada y revisada a conveniencia — sino además, que construyó un nuevo escenario histórico donde la ideología es el punto de unión en la opinión futura. Con un escalofrío, recuerdo las ilustraciones donde la figura del Difunto Presidente Hugo Chávez aparece como parte conclusiva de la historia que se cuenta, que formará parte de la futura visión del país y siento temor. No solo por las implicaciones de lo que puede significar una intrusión semejante en medio de la educación básica, sino además el simbolismo de crear una opinión política desde la niñez. El país de pronto, el posible, el que se debate en aulas, el que se sueña en figuras y escenas, se desdibuja, carece de sentido, se desmorona. Se hace una única conclusión cultural.

- Es una técnica habitual en todo sistema político que se base en una transformación ideológica. Educas para fomentar el agradecimiento al poder, para instruir al futuro ciudadano en las ideas que beneficien la autopreservación del poder — Me dice P. cuando le menciono el tema — se trata de un proyecto de inducción educativa que incluye no solo a la educación, sino a la visión del país que se elabora a partir de una visión social.

P. suspira con una evidente preocupación. Nos encontramos en su oficina en la Universidad privada en la que aún imparte clases, aterrorizada por las posibles consecuencias de la última y más agresiva tentativa del gobierno por controlar el pensamiento colectivo. Mi amiga me mira con pesar y luego se levanta para tomar uno de los libros ordenados en su biblioteca desordenada. Se trata de un ejemplar de la ya célebre colección bicentenaria. Lo abre en cualquier hoja y me lo extiende: Chávez, caricaturizado y llevando la reconocible banda que lo distingue como presidente, sostiene en brazos a una niña que lee muy atenta bajo la sombra de un árbol. La imagen resulta grotesca, inquietante. Hugo Chávez parece incluido a la fuerza en ese paisaje de las primeras letras infantiles, en la recién nacida visión del mundo del niño que sostendrá el libro.

- Y esto es solo un ejemplo de lo que se lleva a cabo — comenta — carteleras, actos de colegio alusivas al gobierno y su desempeño. Textos escolares donde se exalta la obra partidista. El Himno escolar cantado por la voz de Hugo Chávez. El Gobierno intenta englobar la idea política con la noción de país. Crear un todo indivisible que convierta al chavismo, más allá de una fuerza política, en una forma de comprender a Venezuela.

Pienso en el concepto de “Patria” que el gobierno usa con frecuencia. Esa perspectiva sobre la nación, que parece incluir no solo su historia, el gentilicio, las características y detalles que forman esa gran noción sobre la Venezuela simbólica, la metáfora cultural, sino también la ideología. La “patria” que define a un nuevo tipo de país, uno cónsono con la insistencia ideológica, del patrioterismo barato y como no, el militarismo a espuertas. Ese socialismo vago e insustancial que sostiene una idea de Gobierno basado en la exclusión del disidente. Unos pocos meses después de la muerte de Hugo Chavez, la ciudad se llenó de imágenes en blanco y negro de su rostro, una alegoría a lo Urbano que parecía incluir el rostro del difunto líder político en cada espacio cotidiano. Miro de nuevo el libro: el dibujo de Chávez me sonríe desde cada página, enseñando las primeras letras, mostrando el país desde una óptica única. Elaborando una nueva idea de Venezuela sin matices. Siento un escalofrío.

- El gobierno está creando un caldo de cultivo cuidadoso para conservar su ideología — dice P. y me muestra la fotografía de una Escuela Pública de Caracas, donde un grupo de niños posan frente a una fotografía de Hugo Chávez. Los niños miran la cámara con sus sonrisas desdentadas, ninguno tendrá más de seis años. Pero todos hacen un saludo militar, en una imagen de pesadilla — lo está creando a partir de lo esencial: de desmerecer y desaparecer cualquier otra opinión contraria a la suya. Poco a poco, el nuevo Venezolano asumirá que el Chavismo no es solo un partido político, sino una parte esencial de la identidad Venezolana. Para ser buen Venezolano, deberás ser chavista. Para de hecho, llamarte Nacional, deberás asumir que Chávez es parte de tu historia y como un funcionario político, sino como una visión esencial del país.

Se trata de un proceso lento y laborioso que el gobierno ha llevado a cabo con inusual eficacia: hace dos años, hubo un moderado escándalo mediático por las transformaciones que el Ministerio del poder popular para la educación, implementó en el pensum escolar del país. La intervención ideológica en el temario es evidente y las consideraciones para llevar a cabo semejantes cambios, difusas y eminentemente políticas: según el documento que circuló en escuelas del país “el academicismo mutiló el trabajo, el hacer, la práctica y desvirtuó a saberes teóricos memorizados, con muy poca aplicación en la realidad, la vida y la cotidianidad; se convirtió en un ancla que detiene el proceso de comprender el mundo complejo”. También puntualizó que los métodos de enseñanza utilizados por los Centros educativos del país son “simplificadores, reduccionistas, mecanicistas” y que el aprendizaje en general tiene un enfoque fragmentado que “evita el aprendizaje como proceso”.

— Pero se trata algo más que eso — me explica P. — no se trata de una modernización del sistema educativo sino algo mucho más intencionado y con una carga política notoria: la propuesta de reforma escolar intentó conectar con los llamados “objetivos históricos” del llamado “Plan de la Patria” redactado por Hugo Chávez. Un proceso que comenzó a llevarse a cabo en el 2007 con la presentación del denominado “Currículo Nacional Bolivariano”, que formaba parte de la Reforma Constitucional. Fue rechazado en elecciones pero lentamente ha sido impuesto a través de decretos, sin consenso alguno.

Se trata de un tema evidente que se ha debatido por años, oculto detrás de los cada vez más graves problemas económicos y sociales que atraviesa el país. En el 2016, Luis Rosas, representante del Colegio de Profesores de Venezuela, destacó en una entrevista en el periódico “El Nacional” que la transformación impuesta — o el intento, para entonces — de los requerimientos del gobierno a los Centros educativos Venezolanos, tenía por único propósito la ideologización de la nueva generación de Venezolanos y además convertir a las escuelas y Universidades, en centros de formación política. “el pensamiento bolivariano al lado de los símbolos patrios y de los valores de la nacionalidad como dogmas de fe que no pueden ser discutidos, sino simplemente acatados, con lo cual se ofende la memoria del prócer, quien postulaba una educación creativa y crítica”.

Hace unos años, investigué por meses el tal celebrado sistema escolar soviético, que terminó convirtiéndose en un sistema que se asentaba directamente en la ideología. Se trataba de un sistema educativo creado a la medida de las aspiraciones y sobre todo, elaborado para favorecer la formación de ciudadanos a la medida del sistema y censurar, casi de manera originaria, el pensamiento crítico. La distribución forzada de las licenciaturas en las Universidades, logró crear una generación de relevo construida a la medida de las necesidades del poder central. Jóvenes educados para asumir la política y la ideología como parte de su gentilicio y sobre todo, de su percepción sobre el país y su identidad.

— En Venezuela bien podría ocurrir lo mismo — me explica P. con desánimo — la intención del gobierno no es procurar educación como una forma de crecimiento intelectual de la población, sino formar individuos ideológicamente competentes, lo cual por supuesto, es su forma de perpetuar la Revolución más allá de cualquier restricción legal.

Hace menos de dos años, el gobierno intentó imponer una propuesta de nuevo currículum estudiantil que no incluía asignaturas, sino ejes de aprendizaje, que según la información suministrada por el Ministerio, pudiera “garantizar la continuidad durante los cinco años”, especificando que deben estar “transversalizados con los cinco objetivos históricos del Plan de la Patria en un tejido interdependiente”. Los ejes estaban divididos en Lenguas, Culturas y Comunicación (LCC), Memoria, Territorio y Ciudadanía (MTC), Matemática, Ciencias Naturales, Lenguas Extranjeras (LE), Educación para el Trabajo (EPT) y Educación Física. Durante los tres primeros años, cada uno de los ejes tendría asignado seis horas semanales, a excepción de Memoria, Territorio y Ciudadanía, que tendría ocho. En conclusión, el pensum educativo estaba propuesto estaba construido para crear y elaborar una idea de un ciudadano sometido al arbitrio del Estado y sobre todo, a la noción de la educación como herramienta ideológica. Y Aunque el por entonces Ministro de Educación, Elías Jaua, anunció el 20 de enero de 2017 “suspender el avance progresivo del plan de estudio propuesto en el artículo 8 de la Resolución 0143, la cual contempla los Lineamientos del Proceso de Transformación Curricular en todos los Niveles y Modalidades”, es evidente que la intención continúa siendo cierta y directa. Un pensamiento que se acerca a un tipo de control sobre el pensamiento y la independencia ideológica individual cuyas consecuencias resultan inquietantes en sus alcances e implicaciones.

Imagino entonces a la generación que crecerá en Venezuela en la década siguiente. Una generación de jovenes que estará convencido recibe dádivas del gobierno, que debe agradecer la visión del hombre que le brinda el gobierno, la ideología como principal motivo y motor de conclusión sobre lo que vive, lo que es. Un país donde la disidencia sea contraria a la concepción misma de nación, que deba mirarse así misma como un elemento ajeno a la visión del país, al hecho mismo del gentilicio. Un país donde la juventud no tenga otra interpretación de la realidad y del futuro que la que le brinda la política. Un país de ideología. Un país sin argumentos ni debate. Un país silencioso.

Y siento miedo. Miedo que Venezuela se desdibuje por completo en el entorno de una posición ideológica prestada, a pedazos, sin sentido. Cuando camino por las calles sucias y caóticas de Caracas, miro a mi alrededor con un nuevo sobresalto: el rostro de Chávez me mira desde todas partes, una presencia omnipresente desde Vallas amarillentas, carteles rotos. El rostro flotando entre líneas de pintura en proclamas casi imprescindibles del rostro urbano. Y la política allí, en todas partes, como un temor, como una visión del desconcierto. La ideología rebasando una idea simple y convirtiéndose en algo más, una grieta pesarosa e irreconciliable del país posible, de la esperanza, de la simple necesidad de concebirnos como una de idealización del sueño histórico.

¿Quienes somos? Me pregunto de nuevo, en medio de esta fragmento de realidad sin nombre, en la tierra arrasada del ciudadano anónimo. ¿Que es esta Venezuela que comienza a vislumbrarse, herida y visceral, a un futuro borroso? No lo sé, quizás no haya respuesta para ese cuestionamiento recurrente. Para esa incertidumbre dolorosa que sustituye la necesidad de futuro. Un país sin norte.

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