miércoles, 4 de julio de 2018

Crónicas de la loca neurótica: La contradicción como estilo de vida y otras formas de supervivencia.




Todo el mundo admira a los rebeldes y les desea que alcancen algo más noble que la simple rebeldía.
Kevin Patterson


Tenía doce años cuando leí por primera vez “El nombre de la Rosa” de Umberto Eco y me enamoré de manera irremediable de Guillermo De Baskerville. El llamado “Monje rebelde”, era además de un erudito, un hombre de extraordinaria perspicacia y sin duda, el espíritu más intranquilo de la abadía los Apeninos ligures en que se desarrollaba la historia. Con todo, el gran Guillermo no se consideraba “rebelde” (a pesar de sus conocimientos de textos prohibidos y sus anteojos de aumento, regalo de un sabio desconocido) sino un “buscador de la verdad”. Recuerdo que al leer la frase me quedé tan asombrada como supongo lo estuvo el buen Adso de Melk al escucharla. Y me hizo por primera vez en mi vida, pensar sobre el término “rebelde” como algo más que una manera de comportarse. Algo más cercano a una forma de pensamiento.

Recuerdo con frecuencia la frase de Guillermo, sobre todo, en nuestra época en la que se considera a la rebeldía una especie de triunfo social de cierto nivel. Hace unos días, una amiga insistió que ser “rebelde” — y no actuar con rebeldía, que es un matiz levemente distinto del tema — demuestra el poder de la independencia intelectual pero sobre todo, analiza cómo asumimos lo contemporáneo — la inusual homogeneización del estilo de vida, la forma y el tiempo — desde otro punto de vista. “Es poder, es negarte a lo evidente. Es es crear algo nuevo con lo viejo” me insistió, con un entusiasmo juvenil que me hizo sonreír. Por supuesto, recordé mi imagen mental de Guillermo, revisando libro por libro en la abadía, con el cristal de aumento frente al ojo derecho y tratando de descifrar el misterio que sacudía a la tranquila congregación benedictina. En realidad, dudaba que Guillermo le preocupara “negarse a lo evidente”, sino más bien, vivir la vida a su modo. Cuando se lo digo a mi amiga, me dedica una mirada impaciente.

— Ser rebelde es una forma de oponerte al mundo, tal y como te lo vendieron.
 — ¿No es en exceso trabajoso eso? Y artificial. Mejor vivir como mejor nos plazca — insisto. Ella suspira, como si mi comentario fuera del todo predecible.
 — ¿No sientes alguna vez la necesidad de romper todo a patadas?

Como cualquier adulto saludable, he sentido el impulso en más de una ocasión, pero me pregunto qué relación podrá tener con la idea más amplia sobre la oposición a lo tradicional y el conservadurismo. Después de todo, la “rebeldía” no es otra cosa que un modo inusual de mirar al mundo. Claro está, el concepto ha cambiado con el correr de las décadas y la “rebeldía” se ha entronizado como una especie de acto de valor en sí mismo. O de pura angustia existencial quizás. Con todo, sigue teniendo su cuota de valor espiritual. O eso supongo.

Con frecuencia, me llaman rebelde, aunque yo no creo serlo. Después de todo, las decisiones que he tomado en mi vida y que podrían denominarse de esa manera, han sido en realidad más viscerales que contra algo: comenzar a estudiar una nueva carrera Universitaria, trabajar como freelance en un país laboralmente conservador, asumir la idea de la soltería como un proyecto de vida no fueron decisiones que tomé llevada por la necesidad de enfrentarme a una idea en concreto, sino de ser fiel a mi propia perspectiva sobre quien soy o en todo caso, aspiro a ser. No obstante, la esencia de la rebeldía parece incluir también, esa noción de sobrepasar los límites tradicionales, asumir riesgos y sobre todo, atreverte a construir un estilo de vida que puede considerarse poco menos que incomprensibles. Desde ese punto de vista, sí podría llamarme “rebelde”, aunque con la única “causa” de intentar vivir mi vida de la mejor manera que puedo y de la manera más integra que me sea posible. Un aprendizaje que me llevó años aprender y que sobre todo, valorar. Y es que aún ahora, continúo cuestionándome a diario el motivo de lo que decido y sobre todo, de la forma como asumo las decisiones que tomo en mi vida cotidiana.

Pero el hecho es que, romper los roles tradicionales y sobre todas las ideas típicas sobre el deber ser cultural, es quizás una de esas empresas que te lleva años cristalizar. Desde asumir que no hay un empleo a tu medida — y definitivamente, debes construir uno que satisfaga tus necesidades y celebre tus talentos — hasta trabajar desde tu propia perspectivas de las cosas, el ser “rebelde” es sin duda una de esas perspectivas que te hacen comprender que el mundo que te rodea — laboral, cultural y social — tiene una serie de reglas y limitaciones que lleva tiempo y sobre todo perservarancia romper. Por supuesto no me refiero a la idea de “quebrantar” la norma en el sentido romántico y hasta utópico, sino de elaborar un espacio a tu medida, que te permita mirarte desde un punto de vista totalmente distinto y sobre todo, individual. Porque asumamoslo, la sociedad está construída sobre la idea de la homogenización: hay una serie de percepciones sobre quienes somos y como nos asumimos, que forman parte de una percepción global que suele generalizar hasta el anónimato los rasgos comunes, menospreciando en ocasiones la individualidad hasta construir una noción de la “normalidad” poco menos que aplastante. Así que la gran pregunta que solía hacerme, cuando comencé a analizar mi visión sobre mi trabajo, talento y capacidades, fue hasta que punto lo que consideramos normal, contradice nuestra identidad, esa manera esencial de analizar como nos comunicamos, expresamos e incluso nos analizamos como parte de una sociedad específica. La respuesta, que me llevó años encontrar y que aún dudo sea la correcta, es que cada decisión que tomamos elabora una percepción sobre el mundo personalísima, una mirada a nuestra identidad cada vez más profunda. Y claro está, es esa percepción intima, elemental, lo que nos permite comprender que la “rebeldía” — comprendida ahora sí como la necesidad de enfrentarte a límites — es una manera de reinvidicar la libertad personal. ¿Idealista? Quizás. ¿Necesario? siempre, supongo.

¿Y que he aprendido luego de casi una década de esa batalla discreta, constante y sobre todo intima por encontrar un lugar a mi medida en un mundo muy consciente de sus parámetros? Quizás lo siguiente:

Vale la pena enfrentarte a lo que te limita:
Cuando tenía veintiún años, comencé a trabajar como pasante en un lujoso bufete de la ciudad donde vivo. Me había licenciado en leyes hacía menos de dos meses y se suponía que el pasó siguiente era comenzar a trabajar para ascender los peldaños de una profesión marcadamente jerárquica y sobre todo, muy relacionada con ese apego a ciertos planteamientos muy conservadores. Y uno de ellos era, desde luego, comenzar desde muy joven por el peldaño inferior del organigrama. De manera que, después de pasar mis años Universitarios soñando con fotografiar y escribir, me encontré sentada en un escritorio de una oficina organizando todo tipo de documentos legales. Ganaba un salario considerable, me esperaba lo que se suponía sería una fructífera carrera como abogada y sobre todo, completaría ese especie de ciclo imprescindible de todo joven profesional en mi país por la época. Una joven madurez dorada a la que se suponía debía aspirar.

Pues bien, para mi era intolerable. Probablemente se debía a que las leyes nunca fueron mi verdadera vocación y que esa insistencia mía en continuar trabajando en algo que detestaba era poco menos que absurda. No soporté demasiado: dos meses después, la mera idea de concebir mi vida bajo ese cariz — de comprenderme bajo esa restringida opinión de la normalidad — me abrumaba. Así que tomé un par de decisiones que probablemente cambiaron mi vida para siempre: renuncié al empleo y volví a las aulas de clases Universitarias, esta vez para estudiar la licenciatura a la que realmente deseaba dedicar mi vida. Con veintiún años cumplidos, sin un empleo tradicional, sobreviví a base de traducciones, dictando clases de inglés y francés, antes de comenzar a trabajar en el mundo editorial, como siempre lo había deseado. Pero sin duda, fue un trayecto mucho más feliz de lo que había sido durante los últimos seis años. Se trató de un aprendizaje monumental, asumir que de vez en cuando, lo que consideramos casi imposible, es quizás la mejor opción para obtener lo que deseamos alcanzar como triunfo personal.

Tendrás que esforzarte el doble:
Con frecuencia, hablar del camino menos transitado no suele incluir que es también, el trayecto más difícil de recorrer. Lo que quiero decir es que muy probablemente tendrás que trabajar el doble para conseguir buenos resultados en propuestas poco tradicionales o minoritarias. No sólo se trata de la cantidad de trabajo que debes desempeñar sino también, de su calidad: en el momento de comenzar a construir una propuesta por completo nueva, por lo general te toparás con todo tipo de obstáculos e inconvenientes desconocidos, que deberás solventar no mediante la experiencia sino gracias a la innovación. También ocurrirá que a pesar de lo mucho que te esfuerces y trabajes, no lograrás de inmediato lo que necesitas y anhelas. La rebeldía por lo general es un proceso lento, laborioso e incluso, un poco caótico.

Eso lo descubrió muy pronto J., una de mis amigas que decidió hace dos años renunciar a su trabajo de oficina para desempeñar el mismo cargo que llevaba a cabo en ella, por cuenta propia. Estaba convencida que con una sólida reputación como Contadora y una cartera de clientes satisfechos, el tránsito sería sencillo. Error: no sólo le resultó el triple de complicado lograr mantener su respetable reputación sino que encontró que los mismos clientes que confiaban en ella puertas adentro de una empresa de renombre, dudaban de su desempeño como agente libre. No sólo tuvo un primer año muy complicado durante el cual le llevó un considerable esfuerzo afianzar su prestigio como contador Freelance, sino que incluso ahora, cuando ya dispone de un circulo de contactos y referencias muy valiosas, sigue tropezando con dificultades para lograr que su pequeño proyecto de emprendimiento tenga ganancia constantes. Cuando le pregunté que era lo más valioso que había aprendido, soltó una carcajada amarga. “A no arrugar la nariz cuando te dan los portazos en la cara” me contestó.

Así que la gran lección que todos quienes tomamos decisiones no tradicionales en el terreno laboral — e incluso, en el personal — aprendemos bien pronto que hay que dedicar una considerable cantidad de esfuerzo y dedicación a obtener resultados a largo plazo. Un planteamiento que hace de la “rebeldía” una idea mucho más complicada de lo que suele plantearse a primera vista.

Escucha a tu instinto:
Mi amigo Juan era hasta hace dos años, profesor de fotografía y fotógrafo freelance. No obstante, su gran sueño era incursionar en el mundo de la videografía y el cine. Pero en Venezuela, las posibilidades eran pocas y como me confesó más de una vez, le preocupaba pensar en emigrar sólo para perseguir un sueño difuso y por ahora inconcreto. Para Juan, la perspectiva de abandonar un trabajo bien remunerado para recorrer un camino incierto sólo por vocación, era cuando menos preocupante. “Me preocupa tener que admitir sólo era una impulso y no una verdadera opción a futuro”, me explicó en una ocasión en que intentó explicarme de nuevo, porque le llevaba tanto esfuerzo decidirse a tomar una decisión hacia ese camino profesional en particular. Con treinta y cinco años cumplidos, tenía la sensación de recorrer terreno desconocido en un momento especialmente confuso de su vida.

Finalmente y luego de muchos titubeos, lo intentó: aplicó para una beca Universitaria en un país vecino para la especialización con que soñaba. Lo hizo sólo como prueba y de hecho, nunca creyó realmente podría obtenerla. Pero la obtuvo y en condiciones inmejorables. De inmediato, lo que era un plan difuso a largo plazo, se convirtió en un proyecto inmediato. La alternativas que ocasionó la noticia le brindaron la oportunidad de mirar su vida desde dos perspectivas bien distintas: continuar con su trabajo como profesor y fotógrafo u optar, por comenzar desde las aulas de clases en un país nuevo en la profesión que siempre había soñado. Como me contó después, de haber tomado una decisión racional, lo más probable es que habría continuado en Venezuela, en su rol como profesor. No obstante, por una vez en su vida, decidió tomar una decisión visceral: optó por aceptar la beca y emigrar, a pesar de que pocas veces había considerado hacerlo y que significa reconstruir su vida desde las bases. Pero valió la pena: siete meses después, es un aventajado alumno de la carrera con quien siempre soñó, trabaja en el área de su preferencia y también, comienza una nueva vida en un país mucho menos inhóspito que el nuestro. No obstante las incomodidades y sabores — que también lo ha tenido en el largo trayecto que le ha llevado reconstruir su vida desde varios aspectos — Juan está convencido que valió la pena. “A veces la única decisión que puedes tomar es la menos sensata y la más loca” me comentó hace poco, con una enorme sonrisa de satisfacción. “Prefiero arrepentirme por lo que hice que lamentar lo que dejé de hacer” añadió. Lo cual demuestra — otra vez — que toda “rebeldía” supone un riesgo y sobre todo, el enorme valor de asumir recorrerás un trayecto nuevo a pesar — y quizás debido — a sus consecuencias.

Se feliz, a pesar de todo.
Cuando decidí que la fotografía en mi vida no era sólo un hobby sino parte de mi vida y de mi manera de expresarme, me asusté. No sólo porque la fotografía en Venezuela es un mundo muy restringido sino porque además, una elección muy complicada de asumir. Además que, volvía a encontrarme en ese encrucijada un poco brumosa de decidir a pesar de la sensatez y no obstante esa noción de “sentar cabeza” que con tanta frecuencia se insiste en nuestro país cuando rebasaste cierta edad. Pero lo cierto es que fotografiar no sólo me hacia feliz, sino que además, completaba toda mi experiencia creativa. De manera que decidí insistir, perseverar a pesar de mis dudas y sobre todo, mis temores. No fue un camino sencillo: cuando decidí tomarme muy en serio la fotografía me pregunté muchas veces si la fotografía me tomaba en serio a mi. Como mujer, autorretratista, con un trabajo esencialmente artístico y subjetivo, mis posibilidades de enfrentarme a esa visión de la fotografía tradicional en mi país eran muy pocas. Pero no me detuve, y de hecho, aún continúo trabajando a diario por demostrar que la fotografía es mucho más que un documento social y cultural a secas. Lo hago con la convicción que trabajar en el mundo fotográfico es mi manera de convertir una de mis pasiones primarias en algo más sustancioso y hermoso que un mero impulso artístico desordenado. Una forma de crear.

Así que, toma el riesgo de ser feliz. Quizás parezca una frase de autoayuda — a mi me la habría parecido hace algunos años — pero en realidad se trata de una forma de analizar las opciones y como asumir el poder que tienes de lograr lo que necesitas para aspirar a la satisfacción personal. No será fácil, te llevará una buena cantidad de tiempo lograr resultados, pero será profundamente significativo, aprender que tu punto de vista es tan valioso como para intentar plantearlo como un proyecto real.

De lo poco, progresivo y meditado:
Una vez leí que ser “rebelde es también amar lo inmediato”, lo cual me hace preguntarme si quien la dijo, estaba consciente de la rebeldía, muchas veces es un largo trayecto agridulce. Porque comenzar a construir lo que deseas — en el ámbito que sea — implica asumir que necesitaras un considerable esfuerzo en construir bases viables: desde la experiencia hasta las habilidades, construir una visión personal sobre tus capacidades, talentos e incluso tu vida personal es un trayecto prolongado y meditado. No sólo por el hecho que la preparación es fundamental sino que además, indispensable para obtener el mejor resultado de cualquier proyecto que desees emprender.

Cuando mi amiga Luisa decidió abrir un pequeño café Gourmet, tenía una idea bastante romántica del tema: imaginó mesas y sillas de madera, una maquina antigua de café y el olor del grano llenando un pequeño local cálido. Por supuesto que, no tardó en comprender que necesitaba no sólo los conocimientos administrativos sino también comerciales, de mercadeo e incluso sobre el grano y su preparación para llevar adelante un proyecto tan ambicioso. Mi amiga lo asumió como una especie de carrera universitaria alternativa: dedicó una considerable cantidad de tiempo al estudio de todo lo referente al café, desde su óptica gastronómica hasta su comercialización. Visitó a expertos, estudio opiniones, tomó cursos profesionales sobre el tema. Para cuando finalmente el proyecto comenzó a avanzar, tenía el suficiente conocimiento para maniobrar entre los cientos de imprevistos que encontró y enfrentarse a un buen número de problemas que de otra manera, jamás habría podido resolver. Aún así, me cuenta que le llevó casi seis años llevar el proyecto a buen término y un esfuerzo mucho mayor al que supuso le llevaría en primer lugar. “Un problema dentro de cientos de problemas” me explicó tomando un café en una de las bonitas mesas de su local “y es probable te surjan cientos más. Lo único constante en los proyectos personales, es que no son sencillos. Pero valen la pena”.

No hay medias tintas: Un plan viable siempre necesitará de una planificación considerable, a pesar de tus buenas intenciones. La “rebeldía” o mejor dicho, la noción de asumir riesgos, necesita que sepas y de manera muy clara, hasta dónde puedes llegar, que puedes esperar y sobre todo, lo mucho que deberás lograr para celebrar esa “independencia” que créeme, tardará en llegar.

¿Tomaste la decisión? Llévala a cabo lo mejor que puedas.
Hace unos años, tomé mi cámara y junto con un grupo de aventureros, recorrí un cementerio abandonado de mi país. Lo hice a pesar de lo peligroso del lugar, las recomendaciones en contra y que en realidad, no había un motivo concreto para fotografiar que no fuera mi curiosidad por la historia del camposanto. ¿El resultado? una serie de interesantes fotografías que pensé pasarían a formar parte de mi archivo personal…hasta que la fundación que conserva — en la medida de lo posible — el Cementerio me envió un mensaje que había un conservador interesado en comprar la serie de imágenes a un precio considerable. Después, el trabajo completo fue publicado en un diario de publicación Nacional y también formó parte de un reportaje Internacional sobre el cementerio. Una repercusión que jamás imaginé podría obtener pero que demostró otra vez, que las buenas decisiones en ocasiones son una combinación de vencer los propios temores y obedecer el instinto primario que te impulsa a llevar a cabo lo que casi siempre se cataloga como “locuras”.

Más de una vez, me he preguntado si valían la pena todos los esfuerzos que estaba llevando a cabo, los sacrificios, sinsabores y momentos amargos que sufrí mientras avanzaba por el camino que había decidido tomar. Finalmente, decidí que es necesario insistir siempre que pueda en lo que creo conveniente. Y lo hice todas las veces que tuve que hacerlo, en todas las oportunidades que creí era necesario continuar, a pesar de todo. Porque “La rebeldía” implica una considerable cantidad de perseverancia, voluntad, buen humor y sobre todo, comprender que cada paso implica un esfuerzo responsable, meditado y concreto para alcanzar lo que deseas obtener. Y sí, al final del día vale la pena.

El éxito y el triunfo: dos aspectos de ideas muy personales.
En una ocasión, mi madre me preguntó si había valido la pena “todas mis decisiones a contra corriente”. Me lo preguntó, luego de habernos enfrentado por la mayoría de ellas durante buena parte de la segunda década de mi vida. Para mi madre, mi manera de afrontar la vida adulta es poco menos que preocupante, por una serie de razones que van desde el hecho de trabajar como freelance me hace enfrentarme a un mundo laboral inestable hasta temas tan brumosos como puede afectar mi futuro la “informalidad” como asumo la mayoría de mis decisiones. También sé que al preguntarme al respecto, me cuestionaba directamente sobre esa idea general sobre el éxito que tiene mucho que ver con el dinero y cuanto he logrado ganar con mi talento y capacidades. No obstante, la preocupación de mi madre es por completo válida: vivo en un país que atraviesa una complicada crisis económica y varias de mis decisiones personales, me colocan en una especie de franja “marginal” con respecto al resto de las mujeres de mi edad en la cultura donde nací. De manera que me tomé unos minutos para pensar la respuesta.

Mi amiga Lucia suele decir que el mundo moderno te hace asumir el éxito y el triunfo como una proporción del dinero que puedes acumular, lo cual hace que analices tus logros a través de lo rentables que puedan ser económicamente hablando. Pero, una lección que he aprendido durante los últimos años, es que aunque el dinero es un indicativo concreto de que tan redituable es el proyecto de vida que escogiste construir, tampoco es el último. Las mayoría de mis decisiones personales y laborales no han tenido como norte único conseguir un salario mayor o una ganancia considerable. Cada una de ellas, me han proporcionado la experiencia, el aprendizaje y triunfos artísticos que han brindado a mi carrera una sustancia y profundidad considerable. Por supuesto, también desempeño mi rol laboral lo mejor que puedo y obtengo las ganancias que merezco, pero mi manera de evaluar el triunfo no se basa en la cantidad de dinero puedo conseguir. No al menos, de manera exclusiva.

Puede parecer idealista, pero la “rebeldía” implica que debas asumir el coste de alejarte un poco del ideal del adulto próspero por algo más complejo. Y aunque todos aspiramos — y necesitamos — ganar dinero con nuestro talento y nuestras capacidades, la cantidad que podamos obtener no demuestra otra cosa que el momento económico que vivimos y el mercado donde nos desenvolvemos. Hay una serie de variables que perjudican o benefician cuanto dinero podemos ganar y que tienen poca o ninguna relación con el concepto de éxito personal. Aprender ese ligero matiz me llevó años y sobre todo, una nueva manera de asimilar mi propia carrera y mi percepción sobre la profesión que desempeño.

— Sí, sí valió la pena — le respondí a mi madre, luego de sopesar los logros personales con respecto a los logros económicos — por supuesto, aun hay un largo trecho que recorrer, pero estoy convencida que avanzo no sólo en la dirección correcta sino en la que escogí y me satisface personalmente.

Mi madre no quedó satisfecha con la respuesta — no podía ser de otra manera — pero a mi me permitió analizar mi vida personal y profesional desde una perspectiva nueva: ¿Qué consideramos triunfos? ¿Que asumimos como progreso? ¿Y cuando de ambas cosas deben coexistir en determinados momentos para afianzar nuestra percepción sobre lo que hacemos y por qué lo hacemos? Todavía no he logrado encontrar la respuesta correcta. Pero sé que buscarla — razonarla, meditar, reflexionar sobre ella- ha hecho mucho más rico y complejo mi concepto de éxito y lo que me exijo a mi misma para lograrlo.

¿No hay espacio para ti? Construye uno a tu medida:
Desde que recuerde, quise ser escritora. Pero en mi país, la mera intención, preparación y pasión a menudo no es suficiente para lograr hacerlo. El mundo editorial es pequeño, selectivo y de acceso complicado. Las editoriales tienen un durísimo procesos de selección y lleva un considerable esfuerzo acceder a cualquiera de ellas. De manera que, cuando tomé la decisión consciente de escribir para vivir — luego de varios años de vivir escribiendo — sabía sería un largo camino que me llevaría un enorme esfuerzo recorrer.

Comencé a escribir en mi blog personal hace diez años. Lo hice más por un ejercicio de disciplina personal que como una manera meditada de continuar mi aprendizaje como escritora en formación. Resultó que al final se transformó en ambas cosas: porque escribir a diario me ha permitido comprender mi estilo y mi manera de comprender lo que escribo — y por qué lo hago — y además, en una manera sustanciosa de crecer como narradora. Pero también, de pronto encontré que el blog se convirtió en un proyecto sustancioso, una mirada constante y por último una forma de replantear mi profesión como escritora. No obstante, por mucho tiempo continué considerándolo como pequeño proyecto sin ninguna trascendencia. Pero la experiencia actual me ha demostrado que menosprecie la herramienta y sobre todo, mi manera de plantearla: durante los últimos cuatro años he conseguido oportunidades de trabajo, expresión y publicación que jamás habría alcanzado a no ser por el blog y mucho más aún, una perspectiva totalmente novedosa de lo que quiero hacer como escritora en crecimiento. Y eso, en un país como el mio, tan poco dado a las artes y donde el mundo literario es restringido y sometido a una serie de presiones de índole económico es todo un logro para celebrar.

Así que, otras de las lecciones que aprendí de la “rebeldía” — la real, la que se aleja del tópico y se acerca más a una concepción personal del término — es que la mejor manera de hacer las cosas a tu manera, es lograr encontrar un lugar a tu medida donde puedas hacerlas. Construir una serie de opciones que te permitan desarrollar no sólo tu manera de ver el mundo sino también, tu forma de comprenderlo. Que por más extraños, inusuales e imprecisos que te parezcan tus proyectos, intentarlos siempre será una manera de celebrar tu identidad y también, tu forma de crear. Una esperanza que se construye de a poco, con paciencia y sobre todo, con esa convicción ciega que el resultado a todo el esfuerzo será una celebración a tu percepción sobre el mundo que te rodea.

Muchas veces, he pensado que la palabra “rebelde” no logra definir realmente la osadía, perseverancia y capacidad de quienes toman la vía menos transitada y deciden construir una muy personal para avanzar — casi siempre con dificultad — hacia sus triunfos personales. Quizás por eso, la palabra puede parecer en ocasiones superficial para asumir el poder de las decisiones que tomas y más allá, como percibes tu propia identidad. No obstante, la “rebeldía” — la real, la visceral, la que te lleva a valorar las consecuencias de lo que haces — siempre será la manera más sincera de construir esa perspectiva del mundo que te pertenece más que cualquier otra cosa.

C’ est la vie.

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