jueves, 19 de julio de 2018

Crónicas de la loca neurótica: Las cosas que todo ansioso quisiera que supieras (y no se atreve a decirte)





En una escena de la película “The Avengers” (Joss Whedon-2012), el doctor Bruce Banner — Mark Ruffalo — se vuelve para mirar al resto del equipo de superhéroes, justo antes de convertirse — en apariencia a voluntad — en la criatura enorme y de piel color verde llamada Hulk. A unos metros de distancia, el Capitán América — encarnado por el actor Chris Evans- le devuelve la mirada intrigado.

— Doctor Banner ¿Cual es su secreto para disgustarse tan pronto? — le pregunta , cuándo Banner encorva los hombros y se prepara para acometer la transformación. Banner sonríe casi con malicia mientras los hombros se le ensanchan y todo su cuerpo se deforma para transformarse en el peligroso alter ego del científico.

— Ese es mi secreto — confiesa — Siempre estoy disgustado.

Se podría decir que el buen doctor Banner y la pandilla de ansiosos del mundo compartimos el mismo secreto. Porque cuando alguien me pregunta cómo logro controlar mi natural nerviosismo y neurosis, no puedo evitar sonreír con tristeza. Porque la verdad es que siempre estoy ansiosa. De la mañana a la noche, siempre estoy al borde del desastre emocional. O al menos, creyendo que lo estoy.

Lo sé, suena melodramático. Nadie que no haya sufrido un cuadro de ansiedad aguda entiende realmente lo que significa la constante sensación de miedo que te abruma a toda hora. Y hablo de toda hora: desde que despiertas, preocupado por todo lo que tendrás que hacer — y probablemente no podrás llevar a cabo — , hasta que te vas a dormir obsesionado por ciento de imprecisas proyecciones sobre el dolor, la angustia, la desazón y el temor. No resulta un panorama sencillo de explicar y mucho menos de entender, pero es exactamente lo que sucede. De manera que como el doctor Banner — que siempre está muy cerca de convertirse en un monstruo peligroso e incontrolable — , el ansioso siempre está a punto de estallar. De avanzar hacia ese terreno impreciso donde las fobias y preocupaciones se entremezclan para crear un terreno minado que seguramente estallará la menor provocación.

Y no se trata que el ansioso no pueda — o quiera — controlarse o que algo — alguien — a su alrededor le provoque la insistente sensación que le acosa a cada minuto en que está despierto. La ansiedad es un padecimiento psiquiátrico que afecta la vida corriente de quien lo sufre. Incluso en las más mínimas cosas. De manera que el ansioso siempre se encontrará a medio camino entre intentar controlarse — sin lograrlo — o en pleno estallido y tratando de controlarse también. Por supuesto en medio de una situación tan caótica y sofocante, el ansioso debe aprender a vivir no sólo con las consecuencias de su trastorno sino también con las pequeñas cosas de la vida cotidiana que no deberían afectar a nadie …pero que en nuestro caso si lo hacen. No hay nada sencillo para un ansioso y de hecho, cada día significa un esfuerzo considerable en avanzar hacia cierta normalidad. En encontrar algún punto de equilibrio entre el temor — esa sensación desconcertante que te deja sin control de tu mente en mucha más ocasiones de las que deseas admitir — y la vida que deseas vivir. Una idea que no siempre logras conciliar pero que sin embargo, continúas intentando lograr siempre que puedes.

De manera que sí, la ansiedad para alguien que la sufre es un elemento constante a toda hora, todos los días y en cada momento de su vida. Y por ese motivo, pensé que la mejor forma de ilustrar cómo es la vida de alguien que padece cualquier trastorno relacionado al estrés, ansiedad y pánico, es describiendo situaciones aparentemente sencillas que para cualquiera de nosotros no lo son tanto. Pequeñas escenas cotidianas que parecieran ser simples fragmentos rutinarios que para cualquiera que soporta el miedo a toda hora, no lo son.

¿Y cuáles podrían ser esos pequeños momentos de misterioso y profundo sufrimiento para un ansioso? Quizás los siguientes:

El ansioso y las reuniones sociales:
Nos producen estrés y ansiedad en cualquier ámbito, situación y motivo. No importa si se trata de un mitin político o el cumpleaños de nuestra tía desdentada. Lo peor que puede ocurrirle a un ansioso es que no pueda evitar acudir a una reunión social y que además se vea en la obligación de socializar. Nunca habrá nada que provoque tanta ansiedad para un ansioso como departir, conversar o llevar a cabo el menor intercambio social con alguien que no conoce. Lo más probable es que es que un ansioso intentará cualquier cosa antes de verse en la incómoda situación de estrechar manos, sonreír y escuchar la conversación ajena. Y no se trata que no nos interese, sino que el estrés que supone convencernos que todo irá bien, que no meteremos la pata de alguna manera estrafalaria o que terminaremos convirtiendo la conversación en una larga sucesión de errores imperdonables es lo suficiente abrumador como para disfrutar de algo semejante. Así que cada vez que veas al chico o la chica de rostro pálido y manos apretadas en un puño nervioso en cualquier reunión social, ya sabes que es lo que probablemente le está ocurriendo.

El ansioso y las pequeñas escenas cotidianas como conversaciones en el elevador, transporte público y otras parecidas:
Hace unos días, me tropecé con uno de mis vecinos en el jardín del edificio donde vivo y el buen hombre, consumado conversador, intentó todas las tácticas conocidas para entablar una fluida conversación conmigo. Por supuesto, no lo logró. De hecho, lo único que consiguió fue hacerme sonreír con todos los dientes — una mueca terrorífica sin ninguna alegría — y ponerme lo suficientemente incómoda como para que al final de una larga media hora, él también se quedara callado. Transcurrió casi media hora más hasta que logré avanzar en mi maraña de pensamientos ansiosos para intentar explicarle que se trata de uno de los síntomas de mi ansiedad. Pero ya para entonces, el hombre parecía convencido me había ofendido de alguna manera misteriosa: se apresuró disculparse y correr al pasillo interior del edificio.

Creeme, no se trata de mala voluntad, pésima educación o un relapso Snob preocupante que evita que un ansioso pueda entablar una conversación cotidiana con algún conocido eventual. En realidad nos tomamos tan en serio cada conversación, que nos lleva una considerable cantidad de tiempo decidir que decir o que no, convencidos que a la menor equivocación nuestro amable interlocutor notará nuestra locura/nerviosismo/torpeza y en consecuencia, se aterrorizará, avergonzará o lo que es aún más temible, nos avergonzará. Tampoco resulta sencillo encontrar una manera sencilla de describir la abrumadora sensación de miedo — de eso se trata, sin más — que nos produce cualquier interacción social. Así que la próxima vez que ese sujeto extraño que te encuentras en el elevador comienza a tartamudear cuando lo saludas, ten un poco de paciencia.

El ansioso y las relaciones amorosas/amistad/profesionales:
Hará unos cuantos años, salí con un hombre que jamás respondía los mensajes de texto con una frase concreta, sino con todo tipo de pequeñas ambigüedades que terminaban provocándome una aguda ansiedad, aunque no fuera su intención y de hecho, se disculpara una vez que le expliqué cómo me hacía sentir la situación. Preguntas tan sencillas como “¿Qué película quieres ver?” o “¿A que hora nos encontramos?” se convertían en pequeños debates extravagantes por mi necesidad de analizar hasta la última frase, pausa y signo de puntuación que utilizaba en sus lacónicos mensajes. Los “Claro”, “Está bien”, “No hay problemas” se convertían en verdaderos suplicios semánticos que terminaban no sólo enfureciendome — aunque yo jamás admitiera que esa era la razón — y que provocaron más de alguna pelea disonante y absurda. En más de una ocasión intenté explicarle que ocurría — y lo hice lo mejor que pude — pero no se trata de una situación comprensible para alguien que no la atraviese y por último, nuestra relación terminó. Y aunque mi ansiedad sobre aquellas extrañas conversaciones virtuales no fue el único motivo para la ruptura, si tuvo la suficiente importancia como para que asumiera que era uno de los motivos por los que la relación dejó de funcionar.

Sí, sé que parece absurdo. Y también sé que no tiene mucho sentido la idea que alguien pueda acarrearle un sufrimiento semejante el hecho que no pueda entender el sentido exacto de una frase escrita. Pero no puedo negarlo: para un ansioso así suelen ser las cosas. Tenemos la tendencia sobredimensionar, analizar hasta el cansancio y enredar lo sencillo hasta que termina aplastandonos en una mezcla de impotencia y angustia. Las relaciones interpersonales para alguien que sufre de ansiedad suelen ser tan complicadas como dolorosas no sólo por lo mucho que nos importan sino por el hecho que justamente por la enorme importancia que tienen en nuestras vidas, nos interesa comprenderlas y lograr que funcionen. Se trata de una presión desigual, incómoda y muchas veces enloquecedora, que muy pocas veces provoca nuestra pareja, amigo o colega y por tanto, jamás llega a comprenderla del todo.

El ansioso y la opinión ajena:
En el grupo de ayuda para ansiosos en el que participo hay una chica que asegura tener pesadillas con la opinión de quienes la rodean. Y no sólo se refiere a chismes, cotilleos y comentarios mal intencionados — que también le provocan sueños inquietos — sino justo eso: la opinión ajena su vida, su aspecto físico e incluso, cosas tan corrientes como los perspectiva de los demás sobre si misma. Con frecuencia, nos cuenta que sueña con que se encuentra en una sala vacía donde una multitud la señala con el dedo y se ríe de cada cosa que dice, hace o piensa. Que la persiguen de un lado a otro, cada vez más cerca. Empujándola, riendo a gritos y que por último extienden la mano para apretarla contra la pared, golpearla, arañarle la cara.

— A veces creo que moriré de miedo — nos dijo hace poco, con rostro compungido — que toda esa multitud de críticas terminarán asustandome tanto que sufriré un infarto o algo semejante. Y es que no puedo soportarlo. Realmente no puedo hacerlo.

Quizás en cualquier otro lugar, una confesión semejante hubiese hecho reir a una concurrencia escéptica. Pero entre nosotros, sólo hubo cabezazos y asentimientos de comprensión. Porque para un ansioso, la opinión de quienes le rodean es importantísima. Aunque no lo crea, lo parezca o incluso lo admita en voz alta. Se trata de enfrentar no sólo la mirada del otro sino admitir lo mucho que nos preocupa y nos duele complacer expectativas ajenas, como si se tratara de una desagradable lucha contra nuestra intimidad y la forma como el resto del mundo nos mira.

¿Suena exagerado? Por supuesto que lo es. Y justamente allí radica el problema: la percepción sobre el miedo, la tensión social y la ansiedad general de un ansioso es muy distinta a la de cualquier otra persona que no sufre un trastorno parecido. Se trata de una carrera de obstáculos contra ti mismo, contra lo que piensas y sobre todo cómo te percibe. Una competencia desigual contra el temor.

El ansioso y las enfermedades:
Mis amigos ya me conocen y se toman el asunto a risa: en cada ocasión que tengo un síntoma físico inexplicable — por pequeño que sea — lo siguiente que ocurre es que me encuentro en medio de un debate mental sobre mi posible muerte. Ya sea gracias a Google — Paraíso del Hipocondríaco — o por el hecho que no podemos controlar el espiral de pensamientos funestos que nos abruman ante situaciones semejantes, estar enfermo es de las peores cosas que puede ocurrirle a un ansioso. Con toda seguridad, no sólo perderá de inmediato la capacidad para discernir entre lo que está imaginando ocurre y lo que realmente ocurre sino que además, se encontrará inmerso en un mar de suposiciones e incertidumbres funestas que lo sumieran en el miedo más profundo. Para un ansioso estar enfermo no es sólo significa perder la salud sino también, su limitada capacidad para contener y manejar la pulsión incesante del medio que debe soportar a toda hora.

Una lista corta sin duda. Podría seguir escribiendo por horas para describir cada situación normal que para un ansioso resulta potencialmente enloquecedora. Pero creo que esta pequeña lista resume no sólo lo que la ansiedad puede ser — y en que te convierte — sino que además, brinda una perspectiva bastante clara de cómo es en realidad soportar un trastorno que convierte a tu mente en tu peor enemigo. Después de todo, todos somos un poco ese alter ego monstruoso y violento que nos domina cada cierto tiempo y como bien lo sabe el Doctor Bruce Banner, en ocasiones es tan incontrolable como inevitable. Parte de nuestro mapa mental.

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