sábado, 7 de febrero de 2015

Fragmentos de secretos y otras historias de brujería.





La mariposa voló, ingrávida y casi trasparante, sobre las feas rosas de mi abuela. La observe, subir y bajar, como llevada por las corrientes de aire, danzando entre pequeños aleteos coloridos a la luz del sol. Mi tia M. sonrío con ternura.

- ¿Te gustan las mariposas?
- La verdad, no.

Mi tia parpadeó. La miré, un poco avergonzada por la deslenguada franqueza de mis nueve años cumplidos. Pero ¿Qué otra cosa podía decirle? En realidad, no me gustaba ningún insecto: sentía por ellos un tipo de repugnancia tan visceral que no podía disimularlo. Me provocaba un nerviosismo tal que la mayoría de las veces terminaba gritando de un tipo de miedo que ni yo misma podía comprender. No importaba si se trataba de una espantosa cucaracha o una preciosa mariposa, para mi todos los insectos tenían una cualidad furtiva e incluso levemente inquietante que me resultaba insoportable. Claro que, a esa edad no lo pensaba en términos tan complejos. Sólo sabía que me provocaban una profunda repugnancia y ya.

- ¿Por qué no te gustan? - insistió mi tía. Se volvió para mirarme. Sostenía por el tallo una de las rosas deformes del rosal de mi abuela. Los grandes pétalos carmesí se abrian en un extraño ramillete incadescente y el olor - dulzón y penetrante - me produjo una inmediata comezón en la nariz. Me rasqué con el dorso de la mano, un poco incómoda por la pregunta de mi tia. ¿Qué tenía de importante que me gustara una mariposa o no? me pregunté. Pero para ella parecía ser importante. Me miraba con los ojos abiertos y atentos y una expresión seria en la cara.

- Porque son...no sé, son sólo como pequeños retazos de color voladores - respondí. En mi salvaje imaginación de niña, vi las mariposas convertirse en trozos de tela deshilachada, revoloteando sobre el feo rosal, remontando la cuesta del muro de piedra y volando hacia el horizonte azul de Caracas. No había nada bello en ellas, nada que me llamara la atención - no hacen otra cosa que ser bonitas. Que volar para todos los lados, como si no supieran a donde ir o no...

Miré a la Mariposa que había estado mirando. Estaba aferrada a una de las ramas del árbol de la casa vecina, con su detestellante color azul siendo muy visibles entre las hojas de un verde jugoso. ¿Eso era todo lo que podía hacer una mariposa? Además, me dije con cierta insolencia, de haber querido, estaría muerta. Aplastada entre mis dedos regordetes de niña. Una criatura pequeñísima que al parecer sólo podía ser bella. Que no tenía otro significado que existir en un breve período de tiempo.

Tia suspiró y siguió podando las rosas deformes de abuela. Eran enormes, de tallos muy gruesos y hojas un poco picudas. Siempre me había asombrado ese aspecto elemental, casi primitivo de las enormes flores. Tenían poco que ver con las preciosas de las que siempre hablaban los libros. Me pregunté más de una vez, si la Bestia del cuento, le habría regalado una fea rosa como esta a su Bella, tan delicada. Podía imaginar la escena: La criatura de garras peludas, extendiendo una rosa de enormes pétalos, con gigantescas espinas en el tallo. Sería un raro regalo de amor. Nunca había entendido muy bien por qué mi abuela las quería tanto, las mimaba de una manera tan cuidosa. Ahora que estaba de viaje con abuelo, tia se ocupaba de ellas con el mismo esmero: les pasaba un trapo húmedo por las ramas retorcidas y las enormes hojas gruesas, regaba con enorme delicadeza los pétalos un poco monstruosos. La miré mientras se inclinaba para hundir las manos desnudas en la tierra fresca y removerla. Parecía un poco disgustada.

- ¿En serio por qué es tan importante me guste una Mariposa o no? - me quejé - oye, sólo es un bicho.

Tia soltó una carcajada pero no me miró. Siguió revolviendo la tierra y luego se las sacudió con un gesto vigoroso.

- No es importante, en realidad. Pueden gustarte o no. Me preocupa que no mires la verdadera belleza de las cosas - dijo. Me encogí de hombros, un poco desconcertada por su respuesta.
- ¿Como es eso?
- La belleza nunca es evidente Agla. Tampoco es fácil de comprender. Lo que te parece bello a ti, no me lo parece a mi. Y eso es bueno. La belleza es una forma de creación, es una aspiración a ideas más profundas - me explicó - de manera que no se trata sólo de lo que te parece hermoso, sino de lo que lo hace hermoso para ti. Cada idea sobre lo que te asombra y te maravilla, expresa la manera como construyes el mundo, sobre como asumes sus pequeñas complejidades.
- Oye, pero una mariposa no tiene nada complejo - insistí - es una cosa que vuela con alas de colores. Es Bonita, sí, pero nada divertida. Ni hace nada que no sea ser una Mariposa.

Tia miro hacia el cielo, hacia esa inmensa bóveda azul interminable del verano eterno de mi ciudad. Lo contempló con los ojos muy abiertos y asombrados, como si no hubiese visto nada más extraordinario y bello nunca. Le di una miradita curiosa: ¿Me estaba perdiendo de algo? sólo me parecía el cielo de Caracas y nada más.

- ¿Sabías que en muchas tradiciones mágicas Europeas el espíritu de la bruja se representa como una mariposa? - me dijo. La miré boquiabierta.
- No, no lo sabía.
- Es una metáfora sobre su fragilidad, su ternura, su libertad, su capacidad de cambio. La belleza puede parecer superficial pero no lo es - me miró de nuevo - para muchas culturas, una Mariposa es el simbolo de del espiritu que remonta vuelo hacia el infinito, radiante, que lucha por vivir. Lo que la hace bella no es sólo el color de sus alas, sino su poder para vivir a pesar de su fragilidad.

No dije nada. La idea me desconcertó: siempre había concebido la belleza como algo muy claro y evidente, algo de lo que nadie podía tener duda. También como algo muy plano, muy concreto. Nadie discutía que el mar era precioso, ni tampoco una pintura o una fotografía. Incluso las frases podían ser bellas y eso era evidente. Te asombraran, te dejaban una sensación curiosa y cálida entre los dedos, una maravilla invisible en algún punto detrás de los ojos muy abiertos. Pero...¿Una mariposa? Traté de imaginarla como la tia la describía: una criatura espléndida pero diminuta, que luchaba por vivir, que a pesar de su tamaño y su fragilidad, podía remontar el vuelo, ser ella misma por un momento. Eran conceptos muy complejos que por supuesto, no pude entender. Sólo imaginé a la Mariposa volando con un enorme esfuerzo de sus alitas coloridas contra el viento, hacia el cielo azul quemante, la montaña interminable. De pronto, fui muy consciente de lo pequeña que era y de lo enorme y amenazante que podía ser el mundo. ¿A eso se refería tia?

- Pero... - suspiré. No sabía como expresar ideas tan extrañas, que no podía tomar con las manos - pero...eso la ¿hace bella? ¿Ser fuerte a pesar de ser pequeña es una forma de belleza?

Tia se sentó a mi lado con esfuerzo. Ya era un poco mayor y algunas canas comenzaban a aparecer en su mata de cabello rojizo. Su rostro regordete y pecoso tenía un aspecto radiante, rozagante, pero también había pequeñas arrugas, diminutas historias que contar en el pliegue de sus ojos y su boca. Las manos callosas, el cuerpo redondeado que le habían dejado el nacimiento de dos bebés. Todos los pequeños detalles en ella la hacian mi querida Tia M., la que preparaba la mejor limonada del mundo, la que cantaba con tanto oido que podía aprenderse las canciones más complicadas escuchándolas una vez. La que visitaba mi habitación a medianoche, para cubrirme con las mantas y no pasara frío. Mi tia era hermosa, a su manera delicada y discreta y para mi, además, era insustituible. Extraordinaria en su delicadeza y ternura.

- La belleza existe en quien la mira. Por ese motivo en Brujería se insiste en que lo bello, es un reflejo de lo que temes, amas y aspiras. Lo bello es esperanza, lo bello es lo que necesitas creer que existe para elevarte por encima de tus temores - señaló el cielo azul de Caracas  - lo bello o lo que consideras bello, te hace sonreír, te hace sentir emoción. Te conmueve tanto que te hace sentir pequeño, diminuto. Un poder más allá de toda descripción, como si el mundo se resumiera a una mirada.

Nos quedamos en silencio juntas. Sus palabras parecían  haberme dejado sin aliento, como si hubiese corrido muy rápido por la pendiente del jardin antipático de mi abuela. Cuando levanté los ojos de nuevo al cielo, su brillo espléndido me coloreó las mejillas, como si de una emoción se tratara. Recordé las veces en que miraba el cielo cuando me encontraba triste y cansada, todas las ocasiones en que creía que la vida era hermosa sólo con sentir los rayos del sol calentándome la piel. Había una especie de promesa secreta, dulce y muy profunda en esos pequeños momentos magníficos, en la emoción de la primera frase de un libro abierto, del primer rayo del sol brillando en el cristal de la ventana. Del olor de la cocina de mi abuela, la sensación de asombro al hundir los pies en la tierra húmeda y olorosa del jardin antipático. Pero ¿Eso era belleza?

- En muchas culturas, se llama al revoloteo de las mariposas, la "emoción del amor" - dijo mi tia - se intenta simbolizar esa emoción recién nacida, esa percepción de la delicadeza de todo sentimiento profundamente personal e intimo. La belleza es así también. La belleza es una manera de mirar al mundo, de encontrar lo mejor y lo más intimo, en cada cosa que miras, que tocas, que sostienes entre tus manos. La belleza es una búsqueda, la belleza es una larga travesía en medio de todos las pequeñas escenas de la vida que te rodea.

"Por ese motivo, el espíritu de la bruja es como alas de Mariposa. Como bien lo dijiste, una Mariposa no hace otra cosa que ser una Mariposa, como si su naturaleza pudiera definirla, sólo a través del color de sus alas. La percepción de su fragilidad. Lo mismo podría decirse de todo espíritu que busca, que aspira, que cuestiona, que admira, que se conmueve, que espera y construye la belleza a partir de su experiencia diaria. Que disfruta de la curiosidad que construye nuevas ideas, que asume la esperanza como una palabra que crea mundos. Una mariposa frágil, recién nacida pero también a punto de morir, siempre en alto vuelo hacia lo sublime y lo espléndido".

No diré que comprendí todo lo que mi tia me dijo, pero si recuerdo que el corazón se me desbocó con una emoción extraña, dificil de definir. De pronto, me encontré pensando en la belleza ya no como lo que podía contemplar, sino algo más, tan profundo que podía provocar dolor. Una idea que parecía abarcar el mundo entero, cada cosa a mi alrededor. La belleza en el cielo interminable, en la montaña majestuosa abriendose en vertical, la ciudad maltrecha y hostil, la belleza en todos los pequeños detalles y fragmentos de historias a medio contar. Y por primera vez, me pregunté si la belleza no sería justamente esa combinación de pequeñas ideas, de extraordinarios matices, de infinitas variaciones de luz. La belleza, como una percepción de lo que somos, de las incontables posibilidades del espíritu, de todos los sueños que se recuerdan a fragmentos pero que continuan siendo preciados, exquisitos, inolvidables.

La mariposa volvió. La vi revolotear de nuevo entre las feas rosas, remontar el vuelo junto a la línea de piedra del muro. Y luego elevarse, con esfuerzo y tenacidad, más allá del mundo, hacia el azul de todos los tiempos apenas construidos, de esa interminable esperanza que parece carecer de peso y que se alza más allá del mundo de las cosas reales y obvias. Tendida sobre la hierba cálida, tuve la sensación que el mundo era inmenso, una enorme extensión de cielo sin nombre y que junto a la Mariposa, remontaba mi propia historia para mirarme otra vez, desde la inocencia de comprender que siempre habrá una posibilidad de soñar y sonreír.

- ¿Siguen sin gustarte las mariposas? - dijo mi tia al cabo de un rato. Sonreí, tomando una bocanada de aire caliente y limpio, con olor de montaña.
- Siguen sin gustarme - levanté las manos, los rayos del sol parecieron atrevesarlas - pero ahora, no sólo son Mariposas. Son una manera de mirar.

Incluso a mi me sorprendió la frase, enorme y tan antigua en mis labios de niña, en mi mente infantil. Pero allí se quedó, dorada y preciada, creciendo, haciendose cada vez más fuerte. Una escena sin tiempo y sin lugar.

La recuerdo a veces, cámara en mano, el lápiz a punto de escribir y sonrío. La mariposa en mi mente sigue volando, libre y ardiente, bajo los rayos de un sol sin edad.

C'est la vie.

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