domingo, 8 de febrero de 2015

Páginas rotas en el recuerdo y otras historias de brujería.





El rosal de mi abuela era feo. No había otra manera de describirlo: las rosas eran enormes y deformes, con ramas retorcidas y espinas muy protuberantes, las hojas enormes y de un color muy oscuro y casi venenoso. Crecía desordenado y muy tupido sobre la pared más alejada de su jardín antipático, de manera que siempre me pareció era un poco misterioso, amenazante. Más de una vez, lo miraba a la distancia, preguntándome por qué mi abuela lo cuidaba con tanto mimo y devoción. Era por distancia, su planta favorita del jardín y sin duda, una de sus posesiones más valiosas. Yo no podía entenderlo.

- ¿De verdad parece tan incomprensible? - me dijo en una oportunidad. Había tomado varias de las enormes y deformes rosas para decorar la mesa para una cena familiar. Tenían un aspecto siniestro - o a mi me lo pareció - y su olor dulzón me resultaba desagradable. Me encogí de hombros, incómoda.
- No lo sé. ¿Realmente por qué las quieres tanto?

Abuela miró el ramillete con una mirada larga, silenciosa. Parecía analizar mis palabras con detenimiento, como solía hacer siempre. Una de las cosas que más amaba y apreciaba de mi abuela, es que siempre dedicaba una franca atención a todo lo que decías, incluso a las frases que parecían más intrascendentes y vulgares. Mi abuela - la sabia, la bruja - estaba convencida del valor del pensamiento, del poder de la imaginación y lo dejaba muy claro siempre que podía.

- Es una historia larga.
- Tengo tiempo.
- Quizás no paciencia.
- Puedo tenerla.

Me senté en la mesa. Con catorce años, me había hecho irascible y maleducada, una criatura solitaria y antipática que apenas le dirigía la palabra a mi madre y al resto de la familia. Pero con mi abuela me gustaba hablar, sentía un auténtico interés por todo lo que quería decir o no. Quizás se debía a que mi abuela jamás fingia un sentimiento o que era en ocasiones, tan inocente y extravagante como un niño. Cualquiera fuera la razón, las conversaciones con mi abuela siempre lograban sorprenderme y conmoverme. Y eso me encantaba.

- Es algo de brujería seguro - le pinché. Durante las últimas semanas habíamos tenido algún que otro encontronazo por mi manifiesta rebeldía contra mis creencias. Y eso también era una forma de contradecir e imponer mi punto de vista. Pero mi abuela no solía prestarme mucha atención . A cada provocación mia, ella solía reír o construir argumentos tan notoriamente fuertes que me llevaba horas analizar. De manera que, había renunciado a provocarla y prefería debatir su punto de vista. Aún así, siempre dejaba bien claro que todo ese asunto de las creencias, la fe y la esperanza, me traía a mi, adolescente díscola y sin cínica, sin cuidado.
- Por supuesto - se burló. Me dedicó una de sus amplias sonrisas maliciosas - soy bruja, todo en mi vida tiene relación directa con la brujería.
- ¿No te aburre eso?
- No, me obliga a hacerme preguntas, a cuestionarme, a analizar todo lo que me rodea desde multiples puntos de vista - me dijo - la brujería es mi forma de mirar el mundo, por tanto, es a través de ella que analizo la mayoría de las cosas.
- Que poético - me burlé. Mi abuela extendió los dedos y acaricio uno de los pétalos deformes de sus rosas.
- Todo es poético en nuestra vida.
- Oye, eso es muy simplista - me quejé - la vida no está llena de lecciones enaltecedoras ni mucho menos de preciosas alabanzas a todo lo bonito y lo poderoso. La vida es dura, cruda y desagradable.

Estaba empeñada en ese tipo de planteamientos, aunque no tenía una idea muy clara por qué. Durante los últomos meses, me había hecho aficionada a los grandes escritores americanos de la generación Beat y quizás de ellos, había heredado esa pesadumbre crónica, esa noción del dolor de lo contemporáneo tan dificil de expresar. Bukowski es mi pastor y nada me faltará y esas cosas. Mi abuela no parecía ni sorprendida ni escandalizada por mi nuevo apetito por la literatura pesimista o mi necesidad de insistir en el sufrimiento como forma de expresión antes que la belleza. Después de todo, me había dicho más de una vez, era hija de mi tiempo. Un espiritu joven en plena formación en la época de la contradicción y el temor.

- La vida es la vida, mi niña - me dijo entonces - no puedes definirla a través de los extremos. Nada es completamente bello y mucho menos, completamente feo. Todo tiene un punto de equilibrio, una manera de concebirse más allá de lo obvio. Lleva esfuerzo comprenderlo, lleva esfuerzo asumir el poder de los matices, de comprender lo que te rodea más allá de lo que muestra a simple vista. Pero así es la vida. La vida es una combinación de valores, no los valores en si mismos.

Miré de nuevo el ramo de rosas. Allí, en medio de la delicada vajilla de plata y porcelana, el mantel de encaje, tenía un aspecto aún más desagrable. Las enormes flores parecían inclinarse hacia adelante y los petálos gruesos, caer por su propio peso. No había nada hermoso ni mucho delicado en ellas. Eran extrañamente inquietantes, como pequeños fragmentos de algo más desconcertante que la mera idea de una flor. Su fealdad les otorgaba una cierta personalidad, lustrosa y aciaga. O a mi me lo parecía al menos.

- ¿Y cuales la historia de estas rosas entonces? - pregunté - ¿Qué tiene que ver con la brujería?
- ¿Las Rosas? absolutamente nada - comentó con una breve carcajada - las tengo por un motivo más o menos vulgar. Me las obsequió tu abuelo. Fue el primer regalo que me hizo al conocerlos. Una vulgar y fea rosa. De manera que planté el tallo en el jardin e intenté naciera algo bueno de ella. Y lo logré.
- ¿Eso es todo? - dije impacientandome - ¿No hay una historia extravagante de por qué motivo son tan espantosas tus rosas?
- ¿Como cual?
- No lo sé - suspiré - imaginaba que las conservabas por una razón. Que quizás, te atraía que no fueran bellas, espléndorosas, delicadas. Que lo realmente importante en ellas no era que tuvieran un aspecto tan fuera de lo común, tan cercano a lo asombroso, sino que sostenían algo más...sustancioso que se yo.
- ¿Algo relacionado con eso de la brujería? - dijo mi abuela con una sonrisa traviesa. Levanté las manos, vencida.
- ¿Lo tiene? Vamos, quiero saber.

Mi Abuela no respondió. Me miró un largo momento, con la expresión un poco brumosa de quien está perdido en sus pensamientos. Me quedé muy quieta y expectante. Tuve la sensación que mi abuela ordenaba sus recuerdos, intentaba avanzar entre ellos hasta encontrar una palabra o una imagen de especial importancia. No tenía de lo que podía ser.

- Como te dije, intenté hacer crecer un rosal de la primera rosa que me obsequió tu abuelo - dijo por último. La voz baja, las manos abiertas sobre el mantel de encaje. Un raro gesto tenso - me molestó que lo hiciera ¿Nunca te lo he dicho?. Cuando se presentó allí, con esa Rosa fea, me pregunté si este hombre no me comprendía en absoluto, si creía que lo mejor que podía obsequiarme era vulgar rosa. ¿Por qué no un libro? ¿Una de las bellas cajas que tallaba? No, sólo una rosa. Y una espantosa por cierto.

"Pero tu abuelo me gustaba. Era tan joven como yo, pero ya había atravesado lo suyo: era emigrante de una Guerra de la que yo sólo había oído hablar y tenía una mirada triste muy anciana. Así que le perdone la rosa, le perdone el gesto vulgar. Pero no me quise conformar sólo con eso. Me pareció que podía hacer otra cosa más hermosa y significativa".

- Y la plantaste - le interrumpí - Y nacieron esas rosas horribles.
- En realidad la arrojé al jardín de mi madre - río en voz alta - no tenía intención de plantarla ni nada por el estilo. Quería olvidarme del gesto, pensar que él podía ser mejor que una Rosa barata. Me dije que el amor era un asunto de paciencia. No me gustó la idea.

"No sé que ocurrió. O quizás sí, es muy simple: la naturaleza siguió su curso. La Rosa se aferró a la Tierra, nació por cuenta propia. Cuando tu abuela me la mostró, era un retoño retorcido y debilucho intentando abrirse paso al sol. Me sorprendió verla. Mi madre pareció complacida. "¿Te parece que todo es tan sencillo como abandonar? Eres una ingenua". Y me encargó las cuidara".

Miré con disimulo al salón más allá de la puerta abierta del comedor. La bisabuela leía atentamente, inclinada en su sillón favorito. El cabello rizado cayendole sobre los hombros, aún abundante y brillante, su rostro bello tenso en una expresión de concentración. Me encantaba su extraño espíritu rebelde, agrio. Podía imaginarla riendose de su hija adolescente, enamorada y confusa. Pidiendole cuidara de un rosal inexistente.

- Lo hice claro, a mi madre no podía decirsele que no. Pero no lo hice a despecho - continuó mi abuela - lo llevé al último lugar del jardín y confié que las sombras y la muralla humeda lo mataran. Estaba convencida que nada podía sobrevivir a eso. También estaba convencida por entonces que lo mio con tu abuelo no podría prosperar. No sé como lo supe. Simplemente fue muy claro que no yo no podría jamás tener un romance con un hombre tan callado y cotidiano, con un muchacho de tan tímido que se negaba a besarme incluso cuando estábamos solos. La vida era algo más que esa modestia, esa tristeza suya. Yo quería que lo fuera.

"Pero el Rosal no murió. Comenzó a crecer a través del muro, aferrándose a las rocas con la tenacidad de la vida. Lo hizo, a pesar de todas las veces que olvidé regarlo, podarlo. Que incluso dejé de hacerlo con toda intención. Lo miraba asombrada, esa belleza salvaje, naciendo de entre los pliegues de la tierra, alzándose al sol. Las hojas enormes y feas, deslustradas. Las ramitas tan gruesas que tenían un aspecto inquietante, las espinas incluso peligrosas. Y luego vinieron las flores, de pétalos de aspecto casi vulgar y olor dulzón. Sobrevivió a pesar de todo, incluso de mi misma. Lo miré prosperar, asombrada y desconcertada. Finalmente admirada.

"Y tampoco dejó de crecer la relación con tu abuelo. De alguna manera tu abuelo se transformó en un misterio. Era sí, un muchacho tímido, pero también profundamente inteligente e intuitivo. Tenía una capacidad innata para crear y construir, para enfrentarse a la tristeza cotidiana. Era fuerte donde yo era débil, era libre donde yo aún tenía miles de interrogantes abrumándome. En más de una ocasión me pregunté si quererlo era amar la diferencia en ambos, o quizás comprender ese sutil hilo de pura emoción que nos unía. Estabamos juntos, a pesar de mis dudas y temores. A pesar incluso de mi misma."

Mi abuela guardó silencio, las manos apretadas ahora sobre el fino encaje de la mesa. Tensas, con las arrugas y las pequeñas cicatrices de su larga vida sobresaliendo sobre la piel. No era una historia feliz la que me contaba, pensé con un sobresalto. Tampoco una triste. Era una historia. Una llena de pequeñas paradojas y contradicciones. Una que me mantenía desconcertada y atenta, a pesar que no la comprendía muy bien. Miré las rosas deformes, brillantes en rojo carmesí sobre la mesa blanca. Un pequeño fragmento de algo más profundo y significativo de lo que había supuesto hasta entonces.

- Nada es evidente, nada es completamente cierto o falso. Nada brilla por completo ni tampoco se encuentra en completa oscuridad - dijo mi abuela - lo descubrí con las rosas, deformes, horribles desafiantes. En brujería, hay una historia sobre el poder de las rosas: su olor puede sanar un corazón herido. Pero también puede despertar uno dormido. Hay un poder misterioso entre sus pétalos, una grieta infinitamente dura entre lo que supone podría ser y lo que es. Una rosa es el Símbolo de la Diosa, la creatividad, de la fertilidad. Del poder enorme de lo que aspiras construir, de la esperanza que nace y muere. Una rosa es una metáfora de lo que somos, lo que podemos ser, lo que perderemos quizás y la esperanza de comprender el sentido de ese ciclo misterioso y a medias que intentamos recorrer".

Guardé silencio, mirando el ramillete de rosas deformes un poco sobresaltada. De pronto, era más evidente que nunca su formas siniestras casi desagradables. Pero también, ese misterio en entre su fealdad, esa fragilidad de la imperfección, esa dulzura casi dolorosa de lo que puede sobrevivir así mismo a pesar de todo. Porque una rosa siempre será una rosa. Pero también puede ser un símbolo, una forma de valor, una creación de la imaginación.

- Después de todo si era sobre brujería lo que tenías que contarme - dice al cabo de varios minutos. La voz temblorosa, un poco desconcertada por mis pensamientos. Mi abuela sonrió, esa sonrisa secreta, maliciosa, brillante de pura travesura tan suya y que yo apreciaba sobre todas las cosas.

- Tal vez, mi niña, todo tiene que ver con la brujería. La magia en todas las cosas.

Recuerdo esas palabras de vez en cuando, en momento de profunda tristeza y también de alegría. Y lo hago, por esa conciencia de suprema comprensión que el mundo se crea a partir de sus matices, de sus espléndidas grietas, de los misterios incomprensibles y sobre todo, esa necesidad del espíritu humano de elevarse para asumir su necesidad de soñar y crear. Después de todo, somos pequeños fragmentos de historias a medio contar.

C'est la vie.

0 comentarios:

Publicar un comentario