lunes, 2 de febrero de 2015

De la perspectiva pragmática al ideal: La percepción de la Venezuela política.




La pregunta parecía simple: ¿Qué ocurre en tu país?. Mi amigo P. me la formuló con esa curiosidad un poco desconcertada que la situación Venezolana suele despertar en quienes la observan a cierta distancia. Sobre todo P., ciudadano español y que ahora mismo, se debate en la disyuntiva de lo que llama un cambio “radical” y el continuismo de un bipardismo decepcionante. El panorama podría parecer idéntico al de la Venezuela de 1998 pero no lo es. Y quizás por esa necesidad de comprender las diferencias, de analizar el punto de vista histórico a la distancia, P. insiste en tratar de comprender el proceso histórico y político Venezolano.

¿Que ocurre en Venezuela? Medito la pregunta con una sensación de urgencia. Necesito responder el planteamiento o más bien, comprenderlo a cabalidad. La primera respuesta que se me ocurre es obvia: Sufrimos una crisis política, social y económica de consecuencias imprevisibles que se agrava a medida que transcurre el tiempo. Una crisis además, que parece no sólo una combinación de circunstancias sino la síntesis de una serie de errores históricos difíciles de comprender a simple vista. De manera que esa no es la respuesta, me digo. Lo que ocurre en Venezuela es mucho más profundo y complejo.

— Se trata de comprender mi país y el vuestro desde cierto paralelismo — insiste P., desde la pantalla del Skype. Se le ve preocupado, un poco irritado. Hace unos minutos, sostuvimos una tensa discusión sobre Iglesias, “el coletas”, quien P. insiste es probablemente la única alternativa viable en una España sacudida por una grieta social y económica preocupante. Lo escucho y recuerdo las mismas frases, incluso pronunciadas con idéntico énfasis, hace casi dieciséis años, en una Venezuela sacudida por la consciencia de un inevitable cambio político. Cuando se lo menciono, P. sacude la cabeza. “Venezuela no es España” me dice. Suspiro, cansada. Venezuela ya no es Venezuela, pienso.

La respuesta entonces sobre lo que ocurre en nuestro país no puede sólo analizarse sobre las consecuencias de un hecho inmediato o relativamente claro. No se trata sólo que Venezuela reaccionó a la consecuencia de una serie de circunstancias que erosionaron el entramado político, sino que se construyó un momento histórico idóneo para la existencia del fenómeno Chavez, del autoritarismo militar encarnado por un caudillo carismático, símbolo de la ruptura social con la política tradicional. Como ahora en España — y por supuesto, salvando las distancias y consideraciones de índole económico e social — el ciudadano Venezolano decidió que el necesario cambio en el panorama el país, debía ser la consecuencia de un planteamiento por completo nuevo, una visión radical sobre los errores del poder. ¿El resultado? al menos en Venezuela, un escenario de ruptura, una lucha ideológica que sintetizó los puntos más endebles de una democracia imperfecta y un nuevo discurso basado en esa noción del error histórico y económico que sostiene la reivindicación. El chavismo como consecuencia y no como causa, de una serie de variables esenciales que ahora mismo, parecen ocultarse bajo el rostro de una crisis coyuntural.

De manera que al preguntarse ¿Qué pasa en Venezuela? la respuesta debe incluir esa interpretación del hecho histórico y sus múltiples interpretaciones y mucho más, esa necesidad de asumir la crisis no cómo una inevitable mezcla de situaciones y omisiones, sino como un proceso histórico en si mismo. Una visión mucho más amplia de una situación en extremo compleja y sobre todo, cada vez más impredecible. Al analizarlas, mi conclusión podría ser algunas consideraciones muy concretas:

* En Venezuela ocurre la exclusión:
Durante cinco o seis décadas, Venezuela ha sido un país con enormes diferencias sociales y económicas. La bonanza petrolera no benefició directamente a las mayorías, debido en esencia a la torpe administración de los recursos públicos y la incapacidad del poder para construir una visión sobre el planteamiento político y social incluyente. De manera que Venezuela pasó de ser un país rural a otro relativamente urbano gracias a las grandes obras en algunas ciudades, pero sin atacar los verdaderos problemas y carencias de una población mayoritariamente desprotegida. De hecho, el breve período de la Venezuela Saudí es quizás la mayor causa de pobreza histórica: no sólo los Gobiernos de turno ignoraron esa creciente población desposeída y marginal, sino que además, acentuaron las diferencias existentes. A pesar que la bonanza petrolera propició el nacimiento de la clase media venezolana — profesional, pudiente y con enorme motilidad social — también acentuó la brecha de la pobreza y sobre todo, creo todo un nuevo planteamiento sobre el deber político y la responsabilidad histórica del gobernante de turno. Quizás esa pobreza de solemnidad en constante enfrentamiento con la idea de la prosperidad inalcanzable fue la primera interpretación Venezolana sobre el voto castigo.

* En Venezuela ocurre la distorsión sobre la percepción del poder:
Venezuela es un país signado por su percepción del poder como un atributo del gobernante y no como, una responsabilidad que el ciudadano brinda de manera deliberada a un funcionario competente. De hecho, la idea del poder político se relaciona directamente con una figura simbólica, que no sólo resume esa apreciación del poder sino su inmediata consecuencia: el caudillo. En nuestro país, la noción del “hombre fuerte” sustituye a la de un administrador político, un proyecto país e incluso un planteamiento coherente sobre la administración pública. El Venezolano suele ejercer el voto por un motivo visceral antes que razonable: Se vota por simpatía, no por comprensión política del proyecto que se plantea. Se vota por conveniencia, no por una noción de la propuesta política que el candidato representa. De manera que la disyuntiva entre emoción y poder, hace que la posibilidad del ejercicio político y de la administración pública siempre posean un rasgo personalista. En Venezuela, el poder “pertenece” a una figura atractiva, no forma parte de las funciones de un líder competente que estructure una respuesta política clara.

* En Venezuela ocurre la irresponsabilidad del ciudadano:
El ciudadano Venezolano no sabe que lo es, en la medida que sus atribuciones legales y sus responsabilidades sociales parecen mezclarse con esa noción del poder como atributo personal de un líder especifico. La inmediata consecuencia de esa noción es un insistente presidencialismo: la figura del hombre fuerte, mezcla entre padre e idolo histórico y social, crean una percepción de la política donde el ciudadano es una victima circunstancial. Y es que el ciudadano Venezolano no se comprende así mismo como actor político, sino como parte de una idea mucho más general sobre las actuaciones del Estado y el Gobierno, una donde el funcionario, el líder e incluso las figuras políticas que detentan el poder, no responden a responsabilidades o exigencias algunas de cara a su responsabilidad moral. Mucho más preocupante aún, esa noción personalizada del Estado — como atributo inmediato de una figura representativa — convierte a las instituciones en meras herramientas del poder.

Por supuesto, sin duda se trata de la consecuencia de décadas de gobiernos paternalistas: desde la visión semi Feudal de un Juan Vicente Gomez, cuyo control dictatorial del país sentó las bases para la idea de un Estado dependiente de una única figura representativa, hasta los cuarenta años de democracia clientelar, el ciudadano Venezolano fue limitado a la idea esencial de una figura de poder donde se concentran la mayoría de las funciones y planteamientos políticos. La gran mayoría de las veces, la noción de poder parece signada no sólo por la capacidad política del Gobernante sino además por su habilidad para asumir el riesgo de la manipulación política. Una combinación la mayoría de las veces preocupante y peligrosa.

* En Venezuela ocurre que la democracia se resume al hecho electoral.
En más de una ocasión, El chavismo ha insistido en que su legitimidad esta garantizada por el derecho al voto. De hecho, durante los quince años de Gobierno Chavista, se han llevado a cabo muchas más elecciones que en cualquier otro momento histórico del país. No obstante, durante el mismo período, han ocurrido muchas más violaciones constitucionales, atropellos legales, destrucción del entramado democrático que en cualquier otra etapa histórica Venezolana. Y es que el Venezolano parece no asumir que la democracia es un planteamiento mucho más profundo que el simple acto de votar. Una idea que debilita esa exigencia ciudadana sobre los deberes y derechos del Estado y sobre todo, lo que debemos interpretar como atribuciones del poder político establecido.

* En Venezuela ocurre que el gobierno en funciones se concibe así mismo militarista y basa las relaciones de poder en la obediencia vertical:
No es un fenómeno nuevo. El militarismo ha estado presente durante toda la historia repúblicana del país. De hecho, somos un país profundamente obsesionado con la figura militar y las perrogativas castrenses. Tal vez por ese motivo se asume el poder como un atributo inmediato de una figura autoritaria y la ciudadanía, bajo la presunción de la obediencia debida. Con el Gobierno chavista, esta confusa percepción sobre el mundo militar no hizo más que acentuarse: Hugo Chavez Frías no sólo construyó una visión política basada en una improbable alianza entre el poder civil y militar, sino que instauró un tipo de percepción política basada en la jerga militar y la percepción cuartelaria del poder. De manera que Chavez, con su audaz olfato político, acentuó un mal endémico de la política nacional: la de considerar al militar no sólo como una figura reivindicadora sino también, como una idea que insiste en la destrucción de lo civil como elemento indispensable en el poder político. La destrucción de la percepción sobre lo civil bajo la bota militar.

* En Venezuela ocurre que realmente no existe una ideología sobre la cual se sostenga el gobierno y por tanto, no hay planes, proyecto o algún tipo de identificación política con algún tipo de pensamiento político real.
Venezuela nunca se ha definido bajo un concepto político real. De hacerlo, con toda probabilidad sería de un centro izquierdismo muy conservador. De hecho, incluso Chavez, que se proclamó así mismo “Socialista” unos cuantos años después de ganar su primera elección presidencial, presentó un plan de gobierno con una solida visión de la izquierda moderada, con cierta inclinación al Centro político. No obstante, el Chavismo, siempre ha sido una combinación confusa entre el izquierdismo tradicional del hemisferio, el comunismo retrógrado de sus principales mentores ideológicos y también, del militarismo cuartelero del hemisferio. Pero incluso, el Chavismo parece una combinación de los rasgos más evidentes del Capitalismo de Estado, algunos rasgos de Nacionalismo y de ultra izquierda. Todo mezclado con un discurso dogmático sin asidero económico y sobretodo, condenado a la confusión ideológica.

¿Qué puede esperarse de una combinación tan frágil y explosiva? probablemente lo que ahora mismo vivimos Venezuela: una crisis que se acrecienta a medida que las variables que la provocan se acentúan, una ruptura esencial de la percepción democrática y mucho más preocupante aún, una visión cada vez más restringida de las libertades ciudadanas. Un caldo de cultivo para el desastre social y cultural.

* En Venezuela ocurre que no existe una oposición real al gobierno o sus políticas.
La oposición Venezolana puede ser percibida como un híbrido entre los líderes que insisten en mostrarse como antagonistas del gobierno y el descontento genérico Venezolano. Entre ambas cosas, existe una enorme brecha de planteamientos y visiones sobre posibles alternativas democráticas que no llegan a satisfacer a esa porción de la población que aún apoya al Chavismo. Justamente es esa brumosa propuesta social y cultural lo que hace que la oposición sea una especie de mezcla inconsistente de planteamientos y preocupaciones sociales sin un verdadero sentido. ¿La consecuencia inmediata? un gran malestar ciudadano carente de visibilidad y representación política, enfrentándose a un gobierno que cierra espacios democrático y usa la opresión como arma judicial, sin que exista un real contrapeso social.

P. me escucha preocupado e inquieto. El panorama que le describo es por supuesto, muy distinto a la España de 2015, golpeada por graves problemas económicos y una efervescencia social desconocida durante las últimas décadas. No obstante, la posible comparación con Venezuela no sólo se basa en los improbables paralelismos históricos, sino en la reacción social de una generación politicamente insatisfecha y con una incierta necesidad de reivindicación inmediata. Sacude la cabeza, suspira.

— De manera que lo único idéntico aquí, es la reacción del pueblo, esa noción de salto al vacío que una opción radical representa — me dice. No sé que responder a eso. Porque sí, hace quince años a Venezuela le ocurrió esa percepción del cambio como una transformación elemental, abrupta y que parece sostenerse sobre una endeble percepción política. ¿Que tan válida es nuestra experiencia para cualquier otro país? Cuando P. cuelga la llamada, tengo la sensación que ese silencio, esa incertidumbre construída a partir de ideas a medio plantear, es quizás lo más temible de una oferta social agresiva, incapaz de asumir sus errores y sobre todo, su visión del país real.

Sí, a Venezuela le ocurrió el Chavismo. Pero antes de eso, le pasó un lento proceso de confusión sobre el origen del poder político, sus alcances sociales y sobre todo, su percepción social. Una idea desconcertante que sin duda, es la raíz de lo que ahora mismo llamamos, crisis social.

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