jueves, 12 de enero de 2012

De la imagen y el concepto más profundo Alfred Eisenstaedt






Para Eisenstaedt, la fotografia era una experiencia personal y abrumadora. Le otorgó una impronta personal, profundamente sentida, un rostro intimo del que había carecido como arte. La fuerza de sus fotografías reside en la sencillez de la composición. Los retratos de Eisenstaedt reflejan la manera de pensar y el carácter de sus modelos, ya sean célebres o no. El carácter íntimo de sus fotografías envuelve al espectador y le da la impresión de encontrarse junto al fotógrafo.

Nació en 1898 en Dierschau, Prusia Occidental. Desde muy joven se sintió atraído por este nuevo arte que empieza a vivir sus primeros años de esplendor con la entrada de la década de 1910. Tomó sus primeras fotografías a los 13 años con una cámara Kodak que le habían regalado y su primer encargo fué un reportaje sobre la entrega de los premios Nobel a Thomas Mann en 1929.

Es 1927 un año fundamental en la vida de Alfred Eisenstaedt. Vende su primera fotografía a una publicación y se plantea seriamente que puede dedicarse profesionalmente a ello, cosa que ahce trabajando de fre-lance en Berlín y otros países europeos. Unos años después toma una decisión trascendental: compra una Rolleiflex y emigra a Estados Unidos, convirtiéndose en ciudadano americano y pasando a entrar a formar parte de la amplia plantilla de Life Magazine.

Para esta importante publicación norteamericana, Eisenstadt hace sus mejores fotografía, sobre todo la más celebrada ‘VJ day en Times Square’, que se convierte en una de las portadas más famosas de la mítica revista. Pero no la única, porque este hombre llegó a conseguir más de noventa portadas de Life y en esa publicación llegaron a sacar más de diez mil imágenes suyas.

En 1935 emigró a Estados Unidos donde trabajó, en un principio para Harper`s Bazaar, Vogue y Town and Country. Eisenstaedt llego a NY en el momento en que acababa de ser creada la revista LIFE e ingresó a la plana mayor de sus colaboradores permanentes, a principios de 1936.

Eisenstaedt renunció muy pronto al flash para hacer más luminosa la atmósfera de sus motivos y es uno de los pioneros de la fotografía con luz natural.

Un legado de una espléndida consistencia, una forma de expresión amplia y raquídea, que retrató el nacimiento de un siglo convulsionado, poderosamente visual. Eisenstaedt le dió un significado nuevo y consistente a la fotografia periodistica, al rostro de un mundo concreto y esencialmente pleno de metáforas contudentes. Su visión, magnifica y enigmática construyó una estructura de ideas profundamente arraigadas dentro de la cultura y la imagineria visual.

Si hay que definir el trabajo de este magnífico artista, podríamos decir que el binomio humildad y humanidad se conjugaban perfectamente en todos sus trabajos, llegando a fotografiar a numerosos personajes de la vida pública, así como situaciones de diferente complejidad. Trabajador incansable hasta bien entrados los noventa años, este hombre pasará a la historia como un referente de la fotografía, el fotoperiodismo y el buen saber hacer.

Actualmente, uno de los premios más prestigiosos de la fotografía mundial lleva su nombre.


La Obra de Eisenstaedt: El misterio de la Cotidianidad.

Si en su día la foto que inmortalizó el izado de la bandera de Iwo Jima significó para el mundo (o más bien para los Estados Unidos) el fin de la guerra en forma de esperanzadora victoria, esta foto no es menos digna de tal simbología, pero esta vez de verdad. La foto de Iwo Jima fue, en cierto modo, una farsa, porque la guerra aún estaba a varios meses de su conclusión y su famoso izado sólo hizo que la gente creyera algo que no era cierto.

Una de las fotografias más conocidas de Eisenstaedt es ‘VJ day in Times Square’, un canto magnifico de victoria y esperanza. Finalmente, la guerra había terminado. La sangrienta década que acogió como concepto y como expresión de la visión mundial a la II Guerra Mundial, concluía. Y la alegría, esta vez real, desatada e impulsiva, es lo que se ve al mirar esta imagen que ha pasado a la historia como eso precisamente: como el ataque más sincero de una alegría largamente deseada. Y lo de impulsiva lo digo al pie de la letra: en un súbito arranque de alegría, un soldado toma entre sus brazos a una sorprendida (y desconocida) enfermera en plena, festiva y abarrotada Times Square y le da un apasionadísimo beso en los labios fruto de la euforia más desenfrenada. Las calles estallan de júbilo a su alrededor, la magia lo impregna todo y un fotógrafo avezado está presto al disparo instantáneo de su cámara. La magia hace el resto y la imagen es ya parte de la historia del hombre del siglo XX. Así se le mostró al mundo cómo USA celebraba la victoria de su ejército sobre las tropas de Japón.

El fotógrafo era Alfred Eisenstaedt, pero ¿quiénes fueron los protagonistas de tan apasionado momento? Durante muchísimos años su identidad ha sido un auténtico misterio, al menos hasta que en el año 1979 una mujer, de nombre Edith Shain, asegura ser la enfermera besada (dice del beso que duró como siete segundos, fue cálido y no uno de los mejores de su vida). La imagen, publicada en la revista Life en 1945, había llegado entonces a sus manos, pero había mantenido su identidad oculta porque aseguró sentir “algo de vergüenza”… No olvidemos que el momento en que fue tomada la fotografia era la época cristalizada en imagenes e icónos de "Estilo de vida Americano", envuelta en el concepto de una moralidad limitante y refractaria.

“El muchacho me agarró, yo cerré los ojos y… después me dejó sola y yo me marché”. Asegura ella, echando por tierra las románticas ideas de quienes se esperaban una tórrida historia de amor y desencuentros tras aquel pasional beso. “Por supuesto que le dejé besarme, porque había estado en la guerra, luchando por todos nosotros, y realmente me sentí feliz de hacerlo”, afirma ahora sin remilgos la enfermera que entonces contaba con 26 lozanos años.

Desde 1979 la deuda de Edith con la sociedad está saldada. Hasta el propio Eisenstaedt asegura que, efectivamente, la hermosa enfermera que es tomada en un arranque de efusividad y llevada directamente al éxtasis de un beso lleno de victoria y alegría, es Edith Shain, y eso que otras dos mujeres aseguraron también ser ‘ELLA’. Hoy, esta buena mujer ronda los noventa y vive en la otra punta del país -California-, donde disfruta de su jubilación de maestra de escuela, sus nietos y sus retacitos de gloria. Se la pudo ver, no obstante, hace un par de años, inaugurando una estatua de J. Seward Johnson (llamada ‘Rendición incondicional’) que, de nuevo, la inmortalizaba como símbolo supremo de la alegría desbocada tras la guerra, en esa misma Times Square que vio el famoso beso en versión original sesenta años atrás.

La identidad del apasionado marinero es ya otro tema. Y es que no han sido tres los hombres que han asegurado ser ese arquetipo de la victoria aliada, sino 11 los antiguos miembros de la marina de los Estados Unidos quienes pretenden tener el honor de haber sostenido en sus brazos a Edith el día de la esperada victoria. Son, entre otros, el policía retirado Carl Muscarello y el pescadero de Rhode Island George Mendosa (que hasta demandó a la revista Life). Aunque ninguno de los dos ha podido hacerse con tal honor, la pugna continúa.

Muscarello, tan anciano como Edith, lleva años firmando autógrafos como protagonista de la foto y rememora aquel momento siempre que pilla a alguna desprevenida ‘enfermera’, siempre entre risas y acompañado por un sorprendente buen humor. Mendosa, denuncia a Life mediante, ha llegado a recurrir a las más modernas tecnologías para demostrar que su hoy ajado rostro de 84 años, es el de aquel jovenzuelo marinero en plena efervescencia desbocada. Pero es difícil lograr dilucidar esta cuestión pasado tanto tiempo, porque es cierto que no se le ve muy bien el rostro al soldado y, todos los reconocen, hubo cientos de avispados marineros que sembraron mil besos en mejillas y labios de bellas y exultantes enfermeras ese loco día de alegría. Muchos de ellos no fueron fotografiados o, si lo fueron, nunca llegaron a saberlo. Ellos dos, como otros muchos, borrachos y presos de la euforia tomaron las calles de Nueva York, para celebrar con alegría el final de muchos meses de guerra y allí, entre bastidores, donde se mueven los que pasan desapercibidos, estaba Alfred Eisenstaedt, genial fotógrafo de crónica social, que aquel día consiguió su trabajo más reconocido.

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