miércoles, 11 de enero de 2012

De la Divinidad femenina: sobre el retorno de la Gran Diosa






El tema de la presencia en el mundo de hoy de la antigua y eterna diosa madre es tan inmenso que a pesar de mi intención de ofrecer una visión global al respecto, solo he logrado tocar los temas que me parecen especialmente importantes. No obstante, creo que la compresión sobre el poder y el significado de la Divinidad femenina es vital para comprender el valor y la fuerza de nuestra intrínseca y más personal visión del mundo cultural y moral del cual formamos parte.

Hoy en día, en Occidente, se está hablando en todas partes del “retorno de la diosa”, sin que muchas veces quien escucha esta expresión se pregunte con exactitud qué significa. Para algunas personas representa una moda del feminismo radical o del New Age, es decir, algo que no es necesario tomar en serio; mientras otras reaccionan con un arrebato de fervor casi automático e igualmente superficial. Tener una conciencia clara, en cambio, de la realidad de Ella nos puede iluminar nuestro camino a través de las complejidades y frustraciones de la vida actual y ayudarnos profundamente en nuestro crecimiento espiritual.


Dejando a un lado por el momento la cuestión más difícil del sentido y del modo en que la diosa existe y suponiéndonos creyentes, o con disposición a creer en Ella, ¿quién es Ella y cómo podemos imaginarla, visualizarla, nombrarla? Ella es todas las figuras divinas femeninas que se han adorado a lo largo de la historia de la humanidad y tiene todos sus nombres. Es también la imagen de Ella que crece en la mente y en el corazón de cada persona a raíz de sus experiencias en la vida y de sus esfuerzos por entenderla. Para algunos,esta imagen es una creación o inspiración personal, como se aprecia en las obras de algunos artistas contemporáneos; por ejemplo, aquí en Venezuela, se encuentran visiones de aspectos de Ella en los cuadros de Mario Abreu, Pájaro, Lucrecia Chávez, Haydee Pino, Antonio Eduardo Dagnino. Para otras personas la imagen que asumen interiormente puede ser la de una diosa que pertenece a una religión determinada o un compuesto de elementos de varias tradiciones distintas. Lo importante es la relación que la persona logra establecer en su interior con esta imagen como fuente de entendimiento, poder y orden vital.

En este continente como en todo el mundo católico la forma más visible de la diosa es la Virgen María, madre del hijo de Dios y encarnación de ternura y piedad. Encarnación también, desgraciadamente, de sumisión al hombre, por lo menos en la concepción de la Iglesia y sus devotos convencionales, aunque para mucha gente, para los pobres sobre todo, representa más bien una madre total en su poder y compasión, a quien hasta su hijo divino vino a obedecer.

Históricamente la Iglesia reprimió, para sustituirlas con su dios y con esta imagen de hembra obediente, pura y luminosa, a otras figuras femeninas divinas mucho más poderosas, más completas, con raíces en la antigua noche del tiempo y de la tierra. Estas diosas tenían los aspectos de las fases de la luna y de los ciclos de fertilidad de la tierra: primero frescas y virginales, luego amantes apasionadas y envolventes y por último hondamente sabias pero también tenebrosas, mortíferas, lo que corresponde a la luna negra y al invierno del ciclo de la naturaleza y de la vida humana que Ellas regían. (En la mitología griega,por ejemplo, estas tres fases pueden ser representadas por Artemisa, Afrodita y Hécate).

El culto a Maria Lionza, que ha surgido de manera espontánea y arrolladora en este país, responde a la necesidad de colmar la ausencia de esa figura más completa, madre luminosa y oscura al mismo tiempo, bella y peligrosa, que conecta a sus devotos además con la tradición autóctona. En otras tradiciones, es decir fuera de Occidente, las diosas no han sido reprimidas.

En la India, por ejemplo, nunca ha cesado su culto a todos los niveles, desde la propiciación de las diosas de las pestes, específicas de cada pueblito,hasta los rezos populares y cultos a diosas más universales de la fortuna y las alabanzas de un gran místico como Ramakrishna. Kali, según el concepto de sus devotos verdaderos, representa el entero espectro de los poderes divinos femeninos, destructivos como iluminadores. La Tara budista es una figura de gran altura espiritual y el boddhisattva de la compasión tiene, según la tradición china y japonesa, forma femenina. Con la facilidad de las comunicaciones en el mundo de hoy, podemos, si queremos, identificarnos con estas tradiciones y adquirir a través de ellas una visión profunda, capaz de tocarnos y hasta cambiarnos en lo más esencial de nuestro ser, de lo divino femenino.

No puedo dejar de mencionar en este lugar, también por la influencia que tuvo en mí personalmente, uno de los primeros occidentales que propició una nueva realización de la presencia de la diosa, el gran poeta inglés Robert Graves.

Despertó un nuevo interés en Ella no sólo con sus estudios históricos de la Gran Madre de Europa y el mundo mediterráneo, sino también con su insistencia en la relación esencial del poeta con su musa, representante particular de la diosa triple, que inspira sus poemas y domina su vida con sus mandatos.

Cito a Graves: “El poeta está enamorado de la Diosa Blanca, de la Verdad; se le parte el corazón de anhelo y amor por Ella. Ella es la Diosa de las flores, Olwen, pero es también Blodeuwedd, la lechuza de ojos incandescentes y grito funesto, con su sucio nido en el hoyo de un árbol seco...” Es decir, de nuevo, la personificación de todos los contrastes vitales.

Probablemente esta obsesión les parezca a la mayoría de los lectores de Graves una excentricidad y la lateralización de una metáfora, pero para algunos su visión empezaba a abrir las puertas a una fuerza capaz de transformar elmundo. Para Graves, como para muchos pensadores —sobre todo, quizás, las feministas— que lo han seguido, el retorno de la diosa con su sabiduría intuitiva, lunar, respetuosa de la naturaleza, representa la única esperanza para la renovación de este mundo sometido a la voluntad de dominio, monocorde y violenta,que ha imperado durante toda la época patriarcal.

Nos toca ahora, en nombre de la razón, volver a la pregunta: ¿en qué dimensión podemos responsablemente afirmar la existencia de la diosa y la realidad de su retorno? No hace mucho que yo habría dudado de la necesidad de insistir en el respeto de la razón en este contexto, considerándola más bien un obstáculo al contacto vivencial con las divinidades; pero mientras tanto han surgido condiciones que me parecen imponerlo. La explosión de lo que se llama “New Age”, un conjunto de creencias en todo lo exótico y sobrenatural, a lo cual se llama con gran facilidad “espiritual”, representa para mí una traicióna las alturas del desarrollo espiritual logrado en las grandes tradiciones, mientras al mismo tiempo, a nivel personal de los practicantes, comporta un peligro de regresión psicológica a niveles pre-egoicos y prerracionales, justo en el momento en que se sienten más “avanzados” respecto a los comunesmortales.

La razón —y hablo de la razón verdadera, la capacidad para el uso libre y objetivo del intelecto— es nuestra herencia cultural y nos protege contra las disoluciones y fanatismos de nuestra época. Existen instrumentos que permiten respetarla plenamente, sin por eso dejar de penetrar en la dimensión de las imágenes vivas que tanto conocimiento y tanta posibilidad de relación nos ofrecen. Estos instrumentos son, para mí, la teoría de los arquetipos de Jung y la luz que sobre ella arroja la hipótesis de la causalidad formativa, desarrollada por el científico inglés Rupert Sheldrake, según la cual la realidad posee una dimensión invisible, hasta ahora poco reconocida pero perfectamente real, constituida por “campos morfogenéticos”, campos de potencia formal, por cuya acción todas las cosas, físicas como mentales, son llevadas hacia la realizaciónde sus formas específicas.

Todas las cosas que existen y viven, dice la hipótesis, poseen resonancias, vibraciones específicas, que las conectan con los campos apropiados a su desarrollo. También nuestro sistema nervioso posee vibraciones que nos conectan con los campos de la memoria, sea remota y general como personal e inmediata, por obra de esta “resonancia mórfica”.

Con respecto a la dimensión que nos interesa, la de las presencias divinas, voy a permitirme citar un ensayo que leí hace un par de años (y que está publicado en el libro de Juan Liscano sobre Nuevas tecnologías y capitalismosalvaje):

"En el nivel de la experiencia humana, la misma hipótesis nos permite concebir una esfera de fuerzas supraindividuales conectadas con nuestra psiquis. Cada vez que experimentamos una emoción poderosa o nos sentimos en presencia de fuerzas que tradicionalmente han sido llamadas dioses o espíritus, nos encontramos bajo la influencia de un arquetipo; y vimos ya que un arquetipo no es otra cosa, según el lenguaje de Sheldrake, que un campo mórfico.

A los arquetipos podemos aplicarles también las observaciones de Sheldrake acerca del atavismo en la biología en general, a la luz de la atemporalidad de los campos: pueden desaparecer los seres que los expresaron, pero los campos mismos, una vez que aparecieron en la vida del universo, no pueden destruirse.

Si por alguna razón —por ejemplo una mutación genética o una presión ambiental fuera del común— algún sistema vivo se pone en resonancia con los campos de un tipo ancestral o extinto, entonces estos campos podrían volver a expresarse y las estructuras arcaicas podrían reaparecer de repente.

Actualmente vemos cómo, ante la disolución de formas de organización social y del pensamiento y la amenaza muy real de desastre ecológico, vuelven aimponerse arquetipos antiguos, aparentemente dejados atrás en algunos de los colectivos donde resurgen. Las “vibraciones” de miedos, deseos e ímpetus de superación en nuestra psiquis podrían corresponder a situaciones de otros tiempos en que los “dioses” intervenían para aliviar, castigar o guiar a nuestros antepasados. Los dioses y las diosas (como todos los campos) están siempre presentes.

Los conceptos de arquetipo y campo mórfico, aceptables para nuestra inteligencia, nos pueden liberar del conflicto entre nuestra razón y nuestras intuiciones e imaginación y concedernos el espacio para entregarnos, sin caer en la locura, a la posesión por estas antiguas fuerzas, buscando la sabiduría y el poder de sanar que les son propios.

Es por supuesto la diosa, la fuerza que principalmente se reafirma como respuesta a las necesidades de esta época caótica y autodestructiva. Definir a la diosa como arquetipo o campo mórfico, quizá no suena muy romántico, pero no equivale a reducirla a metáfora, menos a superstición de ignorantes. Significa reconocerle una realidad mental supraindividual, un ámbito al cual podemos entregarnos sabiendo que es parte de nuestra herencia como seres humanos y nos conecta con lo más profundo de nuestro pasado mientras nos gula hacia el futuro"

La forma de esta entrega, como decíamos antes, depende de cada una y cada uno ser la respuesta a una llamada, más allá del yo, hacia la fuerza profunda que reside en uno mismo, quizás una plegaria o una inspiración poética. Para empezar a entrever la diosa es bueno, por ejemplo, estar atentos todas las veces que alguien señala la belleza y variedad de lo femenino, hacer el esfuerzo por concebir al poder que crea y mantiene el mundo no como Él sino como Ella; y participar también en celebraciones de sus poderes tan variados.

No es difícil hoy en día encontrar información sobre la diosa histórica, sus ritos y misterios y la posibilidad para las mujeres de hoy de encontrar en estos patrones una manera de dar forma y sentido a sus vidas, adaptándolos a sus propias necesidades y condiciones. En la doncellez, en la iniciación al amor y a las responsabilidades de la vida, en la maternidad, en la vejez, mientras acompañamos a alguien que se acerca a la muerte o buscamos la inspiración para un cuadro o un poema, podemos reforzar nuestro intento personal de cumplimiento y comprensión, apoyándonos en los poderes espirituales que emanan de cada fase del ciclo eterno de la diosa. En cualquier momento podemos invocar su protección y celebrar nuestros ritos en nombre de Ella para ayudar a que recobre fuerza en este mundo tan necesitado de su presencia.

Por último quisiera sugerir que, aunque en Ella encontraremos siempre un apoyo íntimo contra la idea patriarcal más extendida, tomar los valores cognoscitivos que representa para lograr la realización de nuestros ideales como mujeres, sea colectiva como individual e independiente, y en el desarrollo de esa compasión profunda hacia todos los seres que es su característica más alta.

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