sábado, 26 de diciembre de 2015

La voz del viento y otras historias de brujería.





Nueve estrellas para recordar el Cielo Infinito. Nueve destellos de luz para celebrar el nacimiento de la esperanza. Que la bruja baile y sonría. Que el tiempo sea una forma de crear, las manos alzadas al viento, los sueños palpitando en la punta de los dedos. Que sea cada noche de Solsticio un momento para reir y crear. Que sea cada aspiración y deseo un sueño a punto de crear. 


En una ocasión le pregunté a mi abuela - la sabia, la bruja -  si podíamos celebrar la navidad como el resto de las personas que conocía. Durante todo ese diciembre me había deleitado mirando los árboles decorados y pesebres de mis vecinos y de pronto la casona familiar, con sus pequeñas luces parpadeantes y su sobria decoración de ramas de pino y campanas de cristal, me sabía a poco. Realmente, no tenía mucha idea de por qué festejábamos las fiestas de esa manera austera y simple y lo único que quería era un poco de fastuosidad y brillo que tanto me impresionaba en otras partes.

- ¿Como lo hace el resto de la gente, mi niña? - me preguntó mi abuela. Me encogí de hombros.
- Con un bello árbol lleno de bambalinas. Y un nacimiento con vacas y ovejitas. ¡Incluso una montaña!  - le expliqué ilusionada - ¿No podríamos celebrarlo así?

Nos encontrábamos en la cocina de la casa, rodeadas de los olores deliciosos de los platos que comeríamos la noche del solsticio. El cerdo en el horno se doraba en el horno con un aroma suculento, la torta de chocolate brillaba sobre un plato de porcelana blanco e incluso, el ponche parecía elegante en su sencillez en una bonita botella de cristal. Las hierbas recién compradas parecían flotar contra el techo de madera, impregnándolo todo con sus esencias. En ocasiones como esa, tenía la sensación que en casa, había un especial interés por despertar los sentidos, por celebrar con olores y sabores, los grandes acontecimientos familiares.

- Porque no es nuestra creencia - me dijo mi abuela por último - pero también es muy bonito hacerlo así. Te puedo ayudar si quieres un arbolito y un pesebre.

Me quedé un poco anodada. ¿Que tenían que ver las creencias con la manera como uno celebraba la navidad? ¿No era un tiempo para estar feliz y contento sin importar el motivo? Con diez años, todavía no entendía mucho la manera como el mundo se comprendía así mismo, esas líneas invisibles que parecían dividirlo en pequeños lugares apartados.

- La Navidad Cristiana es una combinación de muchos mitos y creencias de muchas culturas distintas - me explicó cuando le dije lo anterior - No sólo celebra el nacimiento de un hombre extraordinario como lo fue Jesucristo, sino muchas otras cosas que por siglos, formaron parte de pueblos y tribus de toda Europa. Lo que ahora llamamos Navidad, es en realidad la combinación de  mitos y visiones muy antiguas.

Me quedé muy sorprendida. La semana anterior, las monjas bigotonas del colegio donde estudiaba habían dedicado varios días a contarnos la historia del Niño Jesús. Habíamos leído los pasajes de la Biblia donde se contaba como un ángel había anunciado a su madre que nacería  y luego, el largo y difícil camino que sus padres habían recorrido hasta llegar a  una ciudad donde nadie quiso recibirlos. Por último, Sor Elizabeth, nos había descrito con emoción su nacimiento en un pequeño Pesebre, rodeado de humildes animales y bajo la luz de una estrella que anunciaba lo ocurrido al mundo.

- ¿Pueden imaginarlo? Dios convertido en un niño pequeño, en los brazos de Santa María Virgen - dijo con su incómodo acento francés - Un niño que vendría a cambiar la historia y a recordarnos que Dios nos ama. ¡De eso se trata la navidad!

Todas las niñas de la clase parecían un poco aburridas por la historia y supuse se debía a que la conocían tan bien como para que no les interesara en absoluto. Pero era la primera vez que yo  la escuchaba y me sentí entre asombrada y desconcertada por todo lo que contaba la Hermana Elizabeth. Sacudí el brazo para llamar su atención.

- ¿Y quien envió la estrella? - pregunté muy intrigada. La hermana frunció los labios, como si mi pregunta le parecería algo de mal sabor.
- Dios, Damita. ¿Quién más tiene el poder de hacerlo?
- ¿Dios mandó una estrella para alumbrar sólo a su hijo? - pregunté, totalmente anonadada con la idea. Hubo risitas a mi alrededor y de pronto, tuve la impresión que mi curiosidad, como siempre,  no agradaba mucho a nadie. No me importó.
- ¿No crees que no es una buena razón para hacer brillar una estrella?
- Pero... - tragué saliva. A mi alrededor, algunas de mis compañeras de clase me dedicaban miradas aburridas e irritadas, como si no entendieran el objeto de seguir preguntando sobre el tema - ¿Y no todos somos todos sus hijos? ¿No es eso lo que usted dice siempre?

La monja se quedó rígida, con las manos apretadas sobre el faldón de gruesa tela azul marino. Se balanceó sobre sus pies en un movimiento que me pareció casi nervioso.

- Pero se trataba de su propio Hijo, el enviado para salvarnos del pecado original - terció. Parpadeé.
- ¿Y los demás no merecemos una estrella?

A la hermana Elizabeth se le enrojeció la piel con el comentario. Se quedó muy quieta, mirándome con sus ojitos brillantes y duros como piedras  unos minutos y sólo entonces, noté que había dicho algo seguramente muy  después insultante. Me pregunté qué podría haber sido.

- ¡A la dirección! - me gritó sin responderme. Sacudí la cabeza y abrí la boca para contestar. Extendió el brazo hacia la calle - ¡A la dirección ya mismo!

Mientras caminaba por el pasillo solitario de la Escuela para recibir mi castigo,  me pregunté que podría haber molestado tanto a la hermana Elizabeth. Claro, con frecuencia mis preguntas le fastidiaban y le enfurecían, pero esta vez parecía verdaderamente molesta. La directora, una monja bajita y de piel moteada de manchas rojas, sacudió la cabeza muy irritada cuando me escuchó explicarle que había sucedido.

- ¡Por supuesto que tenía que disgustarse Hermana Elizabeth! - me riñó - estas cuestionando una de las creencias que sostienen lo bonito de la Navidad: Saber que el mundo recibió un regalo extraordinario con el nacimiento del hijo de Dios.
- Pero...
- ¡Pero nada! - bramó la hermana Rosa y por una vez, decidí callarme sin chistar - ¡La navidad es una fecha muy importante y debes entender la bendición que significa recibir la Gracia de conocer su significado!

Pensé en sus palabras mientras escuchaba a mi abuela hablarme sobre la navidad en términos que seguramente la hermana Rosa consideraría muy groseros. Mi abuela me dedicó una sonrisa casi maliciosa cuando se lo comenté.

- ¿Crees que se molestaría de saber que la Navidad proviene de cientos de fiestas muy antiguas? - me preguntó.  Suspiré.
- Creo que sí.
- Es probable que tengas razón - dijo mi abuela. Tomó varias ramitas de Romero y Albahaca que colgaban del techo y  comenzó a desmenuzarlas con dedos ágiles sobre un tazón de arcilla - Con toda seguridad, tu Directora no sabe que la Navidad es la mejor manera de entender que la  Humanidad se encuentran en constante evolución. Eso es bueno y bonito. Como si el mundo fuera siempre joven.

Recordé el aspecto árido, duro e impaciente de la Hermana Rosa. No, ella no parecía muy feliz ni tampoco joven. Me aguanté la risa loca que se me subió a la garganta gracias al pensamiento, porque sabía que mi abuela lo consideraría irrespetuoso.

- Pero ¿Entonces la Iglesia no celebra que Jesús nació sino otra cosa? ¿Por equivocación o que ocurre allí? - le pregunté intrigada. Seguía obsesionada con la visión de los árboles centellantes de luces eléctricas y los preciosos pesebres con figuras de porcelana y cerámica. ¿No era eso una manera de mostrar amor y alegría por el nacimiento del Niño Jesús? ¿Y que era entonces?

- No hay ninguna creencia o religión pura, mi niña - dijo mi abuela tomando el montón de hojitas reducidas a trocitos y arrojándolas a la olla donde cocía lo que parecía ser algo espeso y grumoso de un olor extraño - todas provienen de alguna parte, nacen de algún punto de vista previo. El cristianismo no es distinto.

"En la cultura Griega, durante los meses que podrían corresponder a Diciembre y enero, se celebraba el culto a Dionisos, que los griegos relacionaron con Osiris, que era el padre de todos los dioses Egipcios. No muy lejos de allí, en Alejandría se llevaban a cabo las ceremonias del templo de la Virgen, el Koreión, pues la Virgen - una Diosa sin nombre y poderosa - había dado a luz a su hijo Aión. Como ves, todo se parece mucho a lo que cuenta la navidad actual. Como si fuera otra nueva manera de entender creencias muy antiguas"

Por supuesto, no entendí todo lo que me decía mi abuela. Me perdí en el montón de nombres y referencias históricas que mi abuela me explicaba, pero lo que si tuve muy claro, es que la Navidad, no era una idea original y mucho menos, sólo cristiana. Me sobresaltó ese pensamiento: recordé el disgusto de la Hermana Elizabeth por mis preguntas, el enojo autoritario de la Directora por insistir en ellas. ¿Que pensarían de las cosas que mi abuela me decía? ¿Cómo les haría sentir que antes del Niño Jesús otros hijos de Divinidades habían nacido en la misma fecha?

- Pero...¿El niño Jesús entonces...? - no sabía como explicar lo que pensaba - ¿Por qué se celebra la navidad como se celebra?

- Mi niña, todos miramos el mundo en la misma dirección aunque no lo sepamos. Celebrar la Navidad, El Solsticio, Fiesta de la Cosecha, Celebración de Dionisos, como sea que le llame lo que te hace comprender el valor espiritual de lo que amas y consideras bueno, simboliza algo extraordinario: la capacidad del espíritu humano para encontrar razones para celebrar lo bueno, lo profundo y lo infinito. Cada cultura tiene fechas y motivos para celebrar. Los antiguos celtas, la llegada de un nuevo ciclo que les brindaría una nueva oportunidad de comprender el mundo. Los griegos, una fecha para asombrarse de lo Misterioso. Y los Cristianos, celebrar el nacimiento de un hombre que creyó firmemente en la Esperanza. ¿Lo entiendes? El mundo siente la misma necesidad de sonreír y maravillarse. Y todos tenemos buenas razones para hacerlo.

Pensé en cómo la madre de mi amiga Flor había tardado varios días en decorar, rama a rama, el alto pino que colocó en el salón. De como había cuidado hasta el último detalle de su gran pesebre en una esquina de su jardín. Recordé su sonrisa emocionada cuando me lo mostró. En su emoción como de niña, tan parecida a la de Flor mientras daba palmas al ver las luces navideñas parpadear. Era forma de celebrar, bonita y festiva, pero...no se parecía en nada a lo que comentaba mi abuela. O a mi me lo parecía.

- A veces, olvidamos de donde proviene lo que forma parte de nuestra vida - con cuidado, revolvió el liquido espeso de la olla y lentamente este comenzó a espesarse. De pronto, reconocí que se trataba de cera de velas, derritiéndose poco a poco y mezclándose con las especias. El olor se alzó en espiral, pareció enredarse en las hierbas que decoraban el techo - pero está allí, en las grandes y pequeñas cosas. Cada veinticinco de diciembre, buena parte del mundo se toma un momento para pensar en todo lo bueno, lo especial y lo importante que forma parte de su vida. Y lo hace con una gran inocencia. Como antes, como después.

Mi abuela dejó la cera calentándose a fuego lento y luego, tomó una pequeña caja de la alacena. Cuando lo abrió, descubrí que guardaba cuatro cilindros de arcilla, bien cortados y envueltos en papel transparente. Tomó uno y con cuidado, comenzó a mordearlo, presionando las esquinas, estirando un poco el material hasta que de pronto, una estrella de cinco puntas apareció entre sus manos. Sonreí, asombrada por su habilidad.

- En brujería, creemos que toda creencia es esencialmente inspiradora, que es capaz de hacernos recordar por qué  la capacidad para crear y la esperanza son los mejores elementos del espíritu humano.  Recordar que a pesar de lo que nos hace diferentes, hay una idea que nos une, que nos enlaza unos a otros, que nos hace sonreír a pesar de todo. Una forma de comprendernos como partes de una misma idea muy grande y profunda.

Mi abuela siguió moldeando las estrellas con cuidado, con los dedos enrojecidos por el esfuerzo y el rostro iluminado por una amplia sonrisa. Luego, tomó un pequeño cuchillo de punta afilada y con una habilidad impecable cortó y delineó las esquinas para perfeccionar el aspecto de las estrellas. Aún así,  se veían humildes, artesanales. Como las decoraciones del salón, pensé. De hecho, nuestra casa, durante las fiestas navideñas, no tenía un aspecto tan espléndido como la de los vecinos. Y comenzaba a entender por qué. Me quedé un poco asombrada por la simplicidad de la idea.

- ¿Celebramos entonces todo lo bueno? - pregunté. Abuela siguió moldeando con enorme delicadeza la arcilla con la cabeza ladeada y los ojos entornados. Tuve la sensación que pensaba en mis palabras y en muchas otras más, que quizás lo que le decía invocaba.

- El Solsticio de Invierno era en Europa una fiesta que recordaba que todo ciclo termina para permitir que otro comience. Que la oscuridad antecede a la luz y que la Luna descubre al sol cada amanecer. En brujería, creemos que el Solsticio representa todo lo hermoso relacionado con nuestras manera de construir la bondad: la familia, el aprendizaje, los amigos queridos, los que están ausentes. Cada idea que forma parte de lo que somos, de lo que creamos, lo que construímos, lo que recibimos y dejamos partir.

Mi abuela suspiró. Sobre la mesa, había 9 estrellas de cinco puntas de arcilla, con un aspecto delicado y primitivo. Abuela las acarició con los dedos con cuidado, como si disfrutara de su textura.

- Una bruja sabe que no necesita razones especiales para celebrar que hay esperanza y que siempre se puede volver a comenzar, que nuestra vida se encuentra en constante renovación y que somos parte de una ciclo interminable de pensamientos que nacen y mueren para crear otros nuevos - me explicó - No hay un motivo único para reir, para recordar las pequeñas luchas diarias, los triunfos y el aprendizaje diario. Sin embargo, celebra por el Sol, por la Luna, por la alegría de quienes les rodea. Por comprender el poder de crear y creer.

Llevó hasta el mesón de la cocina las estrellas y luego, con una enorme delicadeza, vertió la cera sobre cada una de las estrellas. El olor profundo y denso de la mezcla me abrumó por un momento. Luego se hizo lento y frágil, flotando por las ráfagas de viento que entraban por la ventana. Toda la escena tenía algo de onírico. de exquisito.  De enorme significado, aunque no supiera exactamente cual era en realidad.

- La Navidad es un momento que recuerda que lo antiguo y lo nuevo, siempre crearán una nueva aspiración a construir algo significativo - me dijo entonces. Las nueve estrellas de cera brillaban bajo la luz del sol de la tarde como pequeñas gotas de oro - Que celebramos el Nacimiento de un gran hombre, pero también, las viejas culturas que durante ciclos, supieron que la Tierra se renueva en cada ciclo, que el Infinito habla el idioma de las estrellas y el mundo es hermoso en su inocencia. Como sea que lo celebres, eso es valioso, es trascendental. Es eterno.


Nos quedamos las dos de pie, frente a la ventana de la cocina. Más allá, las casas de los vecinos comenzaban a titilar en encendidos colores en la semi penumbra del atardecer. Los imaginé sonriendo, junto a sus pinos y pesebres. Imaginé esa felicidad antigua, tan vieja que quizás no sabía de dónde provenían. Como las hierbas en mi casa, que recordaban viejos rituales perdidos y las estrellas que parpadeaban en luz, para recordar ciclos nuevos. Tomé la mano de mi abuela y apreté sus dedos entre los míos.

- De verdad, no creo que necesite un arbolito para estar contenta - comenté. Lo dije con total sinceridad, aunque seguía fascinada por el brillo de las casas ajenas. Pero aún así, comprendí que todos, de alguna manera mirabamos la esperanza de la misma manera, con la misma ingenuidad y emoción. Y eso era suficiente para mi.

- Podríamos hacerlo aún, si lo deseas - comentó mi abuela. Me encogí de hombros.

- Bueno, quizás el año que viene - miré hacia la bóveda nocturna que parecía pendular sobre el mundo - Abuela ¿Entonces todos merecemos una estrella?

- Todos merecemos esperanza. Y sí, una estrella que nos recuerde que somos parte de una gran historia.

Abuela sonrío y yo también. El atardecer llegó como un lento resplandor de fuego carmesí y verde. Y después, el silencio dulce y sosegado del viento del montaña, de esa pálida brisa decembrina que parecía cargada de deseos y sonrisas, flotando como un deseo silencioso en la oscuridad.

***

Nueve estrellas para recordar el Cielo Infinito. Nueve destellos de luz para celebrar el nacimiento de la esperanza. Que la bruja baile y sonría. Que el tiempo sea una forma de crear, las manos alzadas al viento, los sueños palpitando en la punta de los dedos. Que sea cada noche de Solsticio un momento para reir y crear. Que sea cada aspiración y deseo un sueño a punto de crear. 

Y bailo, en la Oscuridad de una noche que celebra la bueno y lo profundo de quienes somos. De esa esencia que crea y construye los lugares misteriosos de nuestro espíritu. Por todos quienes están convencidos del poder de las buenas intenciones. Por el poder de las brujas que construyen cada día esa visión del mundo siempre en renovación. Una y otra vez, en medio de los sueños perdidos y encontrados, de las historias incompletas que nacen en cada rayo de luz y sol. Una celebración sin nombre, tan antigua como inolvidable. Parte de nuestro mundo interior.


0 comentarios:

Publicar un comentario