miércoles, 16 de diciembre de 2015

El documento visual inmediato: El egocentrismo moderno y la imagen que lo capta.





Hace unos días, una buena amiga me mostró la cuenta Instagram de una fotógrafa que conocemos que,  durante las últimas semanas, se ha dedicado a mostrar los pormenores de un recién nacido romance en una serie de fotografías más o menos semejantes a cualquier cliché de la red Social. No obstante, lo que hacia especialmente desconcertante la interminable serie de imágenes de la feliz pareja, no era sólo el hecho de esa necesidad de mostrar hasta el último detalle de su convivencia sino que en conjunto, las imágenes fueran idénticas unas a otras a millones de fotografías que pululan en cualquier plataforma virtual actual.  Como si de pronto la identidad, la individualidad y los elementos que componen ambas cosas hubieran sido pulverizadas por el imperioso impulso de mostrar que parece regir la expresión visual de buena parte de nuestra generación. Para mi amiga el efecto resultó un poco inquietante.

- Me pregunto si alguien soñó alguna vez que el humilde álbum de fotografías familiar se convertiría en una especie de debate público - me comenta mientras miramos las imágenes que parecen eco de un mismo concepto borroso. Playas, tazas de café, mascotas en situaciones graciosas, besos al atardecer. Tengo la extraña impresión de haber visto antes cada una de las imágenes...y de hecho, así es. Tantas veces y de tantas maneras, que ya no sólo se trata de un motivo fotográfico, sino de una generalización abrumadora de una idea fotográfica única: la desaparición de lo privado.

- ¿Te parece que la profusión de imágenes privadas sustituye al álbum? - le pregunto. Mi amiga, antropóloga y que por años se ha dedicado a la investigación de la influencia e impacto de los nuevos medios en la individualidad, sonríe.

- El álbum fotográfico nunca fue concebido para ser público. Simplemente fue una documentación de lo privado  - me explica. Sigue mirando las fotografías: superficiales, anódinas, corrientes. Pero a la vez, hermosas, entrañables. La extraña mezcla produce un efecto desconcertante - cada uno de nosotros tienen en casa un montón de fotografías que conserva la historia familiar. Que la contiene como una especie de visión de la privacidad. Tan banales como las que ahora se publican en Instagram. Tan accidentales. Sólo que ahora, esa espontánea necesidad de documentar la vida privada pasó a ser otra cosa. Se transformó en un lenguaje.

Mi amiga tiene razón. De hecho, me he obsesionado con la idea durante los últimos meses. Después de todo, el mundo moderno parece tener un confuso concepto entre lo privado y lo intimo. O eso parece sugerir el nuevo auge de la fotografía como elemento inmediato para mostrar el mundo puertas adentro, una interpretación nueva sobre el limite entre lo que puede mostrarse y lo que pertenece a ese anonimato doméstico que tiende a desaparecer paulatinamente. Y es que la visión moderna del hombre y su circunstancia se mezcla con la proliferación de medios que desmenuzan el cotidiano hasta lo inquietante, que muestran ese otro rostro del ojo fotográfico que cuenta, se inmiscuye, analiza y sobre todo retrata el día a día a través de una obsesiva observación.

No es sencillo definir que es privado y qué no lo es, en una época donde la principal presunción parece ser analizar el mundo - privado y externo - a través de lo que se muestra. Nuestra cultura se habituó y de hecho, asume como necesaria,  construir un lenguaje visual basado en nuestra habilidad para hacer público cada aspecto de nuestra vida.  Se trata de un fenómeno que no sólo ha reconstruido lo que consideramos nuestro entorno en contraposición a lo público, sino además que replantea el hecho de lo privado desde una perspectiva nueva. ¿Qué divide lo público y lo privado actualmente? ¿Que puede distinguir lo que asumimos parte de nuestra intimidad y lo que se generaliza a través de esa idea amplia y sin matices que define un mundo basado en la distorsión de lo individual?



Es un tema que se encuentra en debate constante: No en vano, la tecnología visual se hace más compleja y paradojicamente accesible, lo que ha transformado de manera radical los medios y maneras de comunicarse y relacionarse de la comunidad mundial. Tal vez por ese motivo, la asombrosa exposición Privat, en la Galería Schirn en Fráncfort del Meno, Alemania, que se exhibió hasta el 3 de febrero de este año reflexionó sobre lo privado - y lo que no lo es - durante el último cuarto de siglo, llegando a conclusiones cuando menos desconcertantes. Un buen número de creadores visuales contemporáneos, entre quienes se encontraban Andy Warhol y el artista y activista chino Ai Weiwei, se cuestionaron en diferentes planteamientos sobre que tanto admitimos esa visión de lo habitual como elemento fotográfico esencial. Un argumento conceptual que abarca esa visión inquieta de las redes sociales, donde lo privado se desdibuja bajo la necesidad de mostrar en una especie de gran dialogo difuso entre el publico que mira y el observador sin nombre.

El visitante a la exposición tuvo un súbito acercamiento a lo que es la cultura visual del mundo 2.0, desde adolescentes tomando los ya célebres selfies, exponen no solo su rostro sino su vida privada. De pie en habitaciones desordenadas repletas de objetos personales, las improvisadas modelos mostraron no solo su ambiente, sino también partes de sus vidas. Productos de marcas reconocidas, libros abiertos, posters y muestra viva de arte pop parecían resumir esa desvergüenza del que desea expresar una idea visual que no disgrega entre lo propio y lo que pertenece al ojo observador. Mucho más grave, las fotografías de adolescentes semi desnudas, probablemente apenas rebasando la mayoría de edad legal, en las fotografías que los estadounidenses llaman Eva Baden, una especie de solf porno que ha calado muy bien en las redes. Y es que nada parece alejarse de ese reflector implacable que desmenuza meticulosamente lo cotidiano, que descompone lo real hasta convertirlo en una desconcertante puesta en escena perenne. Nada parece ser sumamente privado ni tampoco limitado para no mostrarse, para no dejar claro que la vida del hombre moderno transcurre frente a una pared transparente para disfrute de un observador casual.


La exposición pareció dejarlo bastante claro: más allá de las modernas lolitas armadas con la cámara de su teléfono celular de última generación, encontramos que toda esta necesidad de la nueva comunicación visual sin medida llena todos los ámbitos. En una de las salas, una mujer da a luz frente al lente de la cámara de vídeo, revelando el llamado misterio de la vida en un esplendor casi aterrorizante de imágenes fijas y primeros planos quizás demasiados cercanos. La mujer grita, se se encoge de dolor, se sacude y el espectador lo analiza todo, desde este gran podio silencioso que reconstruye la historia cotidiana ya no en una sutil interpretación de la realidad sino en una inmediata visión de lo que es real, a partir de lo evidente. ¿Lo más asombroso? Que el corto documental no es reciente ni mucho menos fruto del frénesi de redes sociales que vivimos: el corto "Window Water Baby Moving (Ventana, agua, bebé en movimiento) data de 1959 y fue un intento del cineasta experimental norteamericano Stan Brakhage por brindar un sentido artístico al nacimiento de su primer hijo.La pregunta que surge, es por tanto ¿Hasta que punto la necesidad de exhibirse es reciente? o quizás un cuestionamiento más profundo ¿hasta donde las nuevas tecnologías han estimulado esa necesidad de mostrarse de manera explicita en el consciente colectivo? Nadie podría decirlo con exactitud y es que quizás la respuesta se encuentre en un limite entre ambas cosas.


Y es que la necesaria pregunta que se hace cualquiera, perdido en medio de esta tumulto de información que parece provenir de todo medio posible, es una muy evidente y directa: ¿La vida privada dejó de serlo? ¿Se ha convertido la intimidad, gracias a la fotografía y los nuevos medios de difusión, en un bien público? Nadie lo sabe con exactitud y es que quizás la respuesta a medio camino entre el análisis de lo que subyace bajo la intención del que muestra y la reacción - necesidad - del que mira.


El mundo abierto a Interpretación:

La fotografía es la expresión inmediata de la imagen. Exacta, precisa y usualmente subjetiva, tiene la capacidad de captar no solo lo que se muestra - lo evidente - sino lo que se sugiere a través del discurso visual. Por ese motivo, es el medio idóneo para expresar todo este nuevo despertar del análisis subyacente del ojo observador que todo lo ve. Y es que la fotografía y la tecnología crean el caldo de cultivo ideal para esa nueva interpretación del mundo privado más allá del círculo familiar y de los amigos. La curadora de la Galería Schirn lo ve incluso de manera más clara: Lo visual es el instrumento elemental para comprender al hombre y su ámbito “nuestra relación con la privacidad se está negociando todo el tiempo”.  En otras palabras, lo privado se transforma a medida que nuestra definición de lo que nos pertenece y lo que puede mostrarse de nuestro mundo intimo se hace menos claro, un concepto que se insiste sobre todo al analizar la forma como las redes sociales influyen en la creación visual.

Por supuesto, todo este descubrimiento de la idea del hombre y su privacidad como sujeto de expresión artística no es nueva: desde el inquisitivo estudio sobre el hombre y su yo urbano del colectivo Belga Leo Gabin ( que recopiló una serie de fragmentos de vídeos de gente golpeándose en la calle, borrachos a punto de derrumbarse en el suelo y mujeres semidesnudas bailando en su casa ) hasta la directa aproximación de Youtube, hace que el mundo transparente se cuestione así mismo como información elemental. Porque es este nuevo creador visual sin técnica formal pero con mucho que decir, lo que hace de la fotografía experimental, la espontánea y amateur toda una tendencia en sí mismo. Un reflexión profunda sobre la naturaleza humana, su necesidad de expresión y lo que parece ser incluso más esencial y evidente: la visión del otro como parte del mundo personal.

¿Pero es realmente una nueva inquietud formal de una cultura sobreestimulada por los medios? Probablemente no: además del nombrado corto de Stan Brakhage, en 1974, el sociólogo estadounidense Richard Sennett insistía en conceptos sobre la privacidad y la intimidad que actualmente nos parecerían muy conocido. En su obra la “tiranía de la intimidad” Sennet indaga en la necesidad cultural del hombre de mostrarse como una suma de obsesiones que se superponen para crear un nuevo discurso, distorsionado y contaminado por la necesidad de mirar la vida del otro desde un plano casi analítico. En otras palabras, se asume que esa coyuntura del ojo público, del observador omnisciente, del medio que cuenta, es parte de alguna oscura necesidad del espíritu cultural de contemplarse, en un egolatra regocijo, como parte de la historia que se construye. ¿Y que otro lenguaje puede brindar mayor sentido a esa búsqueda inagotable de significado que la fotografía? Una imagen que define, que capta e incluso, invade, como documento visual del futuro.



Pienso en todo lo anterior, mientras contemplo mis propias fotografías en la red Social Instagram. Momentos intimos, privados expuestos para la especulación, la mirada del otro, la interpretación de la mirada ajena. ¿Cuando nos hicimos tan sensibles a la capacidad del espectador para la especulación y la reinterpretación de lo que somos? No lo sé, me digo con cierta inquietud y quizás, en eso radique el nuevo mundo de imágenes que creamos a diarios. En la incertidumbre de quienes somos y quienes aspiramos a ser.

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