domingo, 19 de julio de 2015

Fragmentos del sonrisas y otras historias de brujería.





Mi tia L. no era realmente mi tia. En realidad era la mejor amiga de mi madre pero desde muy niña, la había considerado mi pariente. Incluso más querida y cercana a mi que varios de mis parientes reales. Por ese motivo, la primera vez que me escapé de casa - y serían varias - no pensé en un mejor lugar para ocultarme que su casa.

Vivía en una vieja casona que había heredado de sus padres en una calle muy cerca del Ávila, la montaña que rodea a Caracas. Había sido una lugar muy bello, muchos años atrás, pero ahora era una construcción mohosa, con un pequeño jardín chamuscado por el sol, un garaje desordenado y atrás, el taller donde tía creaba sus preciosas esculturas. Tía era una gran artista o a mi me lo parecía: esculpía diminutas esculturas de arcilla con las formas de mujeres de pechos muy amplios y caderas redondeadas. Todas eran distintas entre sí y todas eran hermosas. Como una pequeño tribu de figuras sin rostros y brazos alzados sobre la cabeza, bailando bajo un cielo imaginario.

Pensé en justamente ese lugar, cuando luego de discutir a gritos con prima M. salí corriendo de casa y no me detuve hasta que me encontré a varias calles de distancia y sin la menor intención de regresar. Estaba abrumada, un poco cansada de la sensación de siempre ser inadecuada, el objeto de burlas de una adolescente malcriada y cruel. Mi prima parecía disfrutar de ridiculizarme, de hacer mofa de mi voz chillona, mi impaciencia, mis rodillas flacas y mi cabello desordenado y rizado. En esa ocasión, había cometido el oprobio de revisar mis libros favoritos y reírse de haber encontrado entre varias de las páginas, algunos cuentos que comenzaba a escribir.

- ¡La bruja mocosa ahora quiere escribir! - se rió a carcajadas - ¡la bruja mocosa ahora quiere ser una super mujer!

Intenté arrebatarle las hojas de manos. Mi prima dio un salto y las levantó sobre la cabeza, fuera de mi alcance.

- Eres una mocosa fastidiosa ¿Y ahora te crees escritora? - se mofó - ¡Eres una necia!

Probé a saltar y quitárselas de las manos. Trastabillé, me tambaleé y por último, me caí de bruces al suelo. Prima soltó una carcajada y quizás decidiendo que ya se había divertido lo suficiente, arrojó las hojas al escritorio. Me dedicó una de sus miradas desdeñosas.

- Los escritores son gente muy interesante - sentenció entonces - tu eres una mocosa y nada más. No se te olvide.

Nunca me había sentido más expuesta y más herida. La verdad, es que sí, quería escribir. De hecho, no recordaba cuando no había querido hacerlo. Aunque era una niña pequeña, estaba asombrada con el poder de las palabras. La manera como creaban mundos y Universos, es prodigiosa capacidad para crear y construir ideas y pensamientos que de otra forma no existirían. Leía a toda hora y siempre que podía. Con frecuencia, prefería mis libros a cualquier otra cosa. De manera que escribir, me pareció natural. Usar ese poder recién descubierto para crear y construir mis propios paisajes. Una cartografía extraordinaria de la imaginación.

Comencé a escondidas, robando hojas y lápices de la biblioteca desordenada de mi abuela. Me sentaba a escribir por horas, con esa dedicación absorta de los niños, historias absurdas, fragmentadas, sin sentido. Pero mías. Tan mías que en ocasiones tenía la sensación eran más reales que la realidad misma. Que cuando invocaba a pájaros fabulosos de alas de fuego, montañas de hielo y metal, ejércitos de hombres enormes que debían balancearse para no tropezar con el cielo, existían. Como si yo los creara, como si provinieran de mí. Pequeños trozos de los mundos que vivian en mi mente y que yo atesoraba en secreto. Me obsesioné con aquel hábito solitario, comencé a necesitarlo más que cualquier otra cosa. Como si el mundo real y el mundo de las palabras fueran una misma cosa.

Por ese motivo, cuando mi prima leyó mis cuentos - burlándose, recitándolos en voz alta, riéndose de mis errores - sentí se me rompía el corazón. Me quedé de pie en la puerta de mi habitación, temblando con una hoja. Y después escuché mis gritos, antes de comprender eran míos. Sentí el dolor quemándome, abriéndose paso en mi interior como nunca lo había hecho. Y decidí que no podía estar ni un minuto más allí, escuchando como M. tomaba mis palabras y les arrancaba la magia, las dejaba desnudas. Las rompía hasta transformarlas en trozos de letras sin verdadero significado.

Nunca iba sola por la calle. Así que la travesía hasta la casa de tia L. me inquietó. Recuerdo que me repetí en voz muy bajita su dirección docenas de veces, intentando no equivocarme. Agradecí que la tia me la hubiese apuntado una vez en mi cuaderno favorito "No sea que necesites visitarme y nadie quiera traerme" había escrito en esa ocasión. Me aferré a esas palabras cuando me quedé paralizada de miedo cuando el autobús comenzó a atravesar calles y avenidas de la ciudad donde nunca había estado. Cuando caminé las tres cuadras y media que me separaban de su casa desde donde el vehículo me había dejado, con las piernas temblandome de miedo. Finalmente respiré aliviada cuando reconocí la fea reja de hierro forjado, que había conocido mejores años, alzándose al final de la calle. Corrí hacia ella, con el corazón latiendo muy rápido y tratando de contener las lágrimas. Sólo en ese momento me permití admitir todo lo asustada que había estado todo el rato.

Tia apareció por la puerta con pinta de sorprendida. Llevaba una de sus largos vestidos de tela floreada que ella insistía, la hacian sentir libre y sobre todo, fuerte. Tenía muchos parecidos y todos tenían un aire descuidado que a mi me encantaba. Vi el revolón de la tela cuando se acercó a todo correr para abrirme.

- Eres una loca - comentó haciéndome pasar. No sé como, había descubierto antes que yo dijera cualquier palabra, lo que había ocurrido. Supongo que no era tan difícil de deducir, encontrándome sola frente a su casa con cara de susto - No debiste hacerlo. Lo que sea que haya sucedido.

No dije nada. Me quedé con el morral de la escuela aferrado al pecho y un poco atemorizada por su mirada dura y su expresión severa. Ella me miró, inclinado su cabeza leonina de rizos color cobrizo.

- ¿Quieres que avise ya?

Me guiñó un ojo. Dejé escapar una bocanada de aire, sintiéndome que se me relajaba la tensión del cuerpo. De nuevo, sentí el escozor de las lágrimas y de pronto, me sentí muy estúpida y pequeña, una malcriada que había huido de casa, al más ridículo estilo de una barata película de cine. Comencé a transpirar, sintiendo que el calor de la tarde septiembre de alguna forma tenía cierto sabor a mi vergüenza.

- Quisiera explicarte que ocurrió - balbuceé. Ella asintió, con uno de sus rápidos gestos un poco bruscos.
- Claro que lo harás.

Me llevó a su taller y nos sentamos juntas entre las sombras rojizas de su taller. Las paredes estaban llenas de repisas donde cientos de pequeñas muñequitas nos miraban desde sus rostros planos. Tuve la sensación era una audiencia silenciosa que me escuchaba con atención de la oscuridad húmeda de la habitación. No fue un pensamiento agradable.

- No fue grave.
- Lo fue lo suficiente para venir - me insistió. Me encogí de hombros.

Le conté como mejor pude la desagradable discusión que había sostenido con mi prima. Le hablé de lo terrible que me había sentido cuando le había escuchado leer mis cuentos, la sensación de desnudez que me había provocado. Dicho en voz alta, la historia sonaba como una tonteria sin importancia, una de esas peleas infantiles sin mayor trascendencia. Pero tia me dedicó una larga mirada.

- No sabía que escribías - dijo por último. Me tomó por sorpresa el comentario. Estaba convencida me recriminaría el haber armado todo aquel escándalo por semejante nimiedad. Pero en realidad parecía preocupada.
- Bueno. Escribo párrafos - le aclaré - no cuentos ni cosas así. Es...

No sabía como explicarle lo que me hacia sentir escribir. La sensación que las palabras me transportaban a otro lugar de mi mente, que delineaban una realidad distinta, única y muy importante para mi. No sabía exactamente qué lo provocaba pero si sabía que escribir era una especie de lugar privado, una idea mucho más importante en mi mente que cualquier otra.

- ¿Como magia? - insinuó la tia. Solté una carcajada y me asombró la facilidad como la tia me hizo reir.
- No todo es brujería, tia.
- En tu casa podría serlo.

Reímos juntas. Tia siempre solía burlarse un poco de lo que llamaba "poesía amable" en la que me educaban. Aunque respetaba las creencias en que las que estaba creciendo, cada vez que podía solía recordarme que incluso, el pensamiento más elevado y sutil, debía ser analizado desde lo complejo. Problematizarlo, lo llamaba con cierta agudeza maliciosa. Buscar el problema en medio de lo aparentemente bello y equilibrado.

- Bueno, sí...podría llamarse "magia" - admití - es...una especie de....y mi prima se burló de eso. Fue como un golpe en algún lugar doloroso. Ahora me pregunto si sólo...no sé...

Sacudí la cabeza. Recordé la sensación de asombro, poder y maravilla que me provocaba escribir. Esa necesidad enorme y ambigua que parecía brotar de un lugar desconocido en mi mente. Tia suspiró, dejándose caer en su banco de trabajo.

- Siempre bromeo sobre la brujería, pero esencialmente, la Tradición de la Diosa es una manera de comprender la capacidad creativa. De los motivos por los cuales creamos, de la manera como lo hacemos - me dijo - siempre he tenido la sensación que la brujería es en realidad una celebración a esa vida intima tan importante y tan esencial como es crear.

Me sorprendieron sus palabras. Durante el año y poco más en que había estado aprendiendo el arte de la Diosa junto a la abuela, me había sorprendido que tal y como decía tía, la brujería era una manera de comprender como nuestro pensamiento y nuestra capacidad para construir ideas, podía transformar nuestra perspectiva del mundo. La magia como una herramienta para recorrer nuestra mente y espíritu. La brujería como una gran reflexión muy profunda de la identidad. Recordé todas las ocasiones en que mi abuela me había dicho que crear era una manera de asumir el poder de nuestra imaginación y que la vida, era un conjunto de visiones sobre esas creaciones personales. Una idea que aún no entendía del todo.

- Bueno...el caso es que me gusta escribir. Y fue humillante... - tragué saliva - perder esa intimidad. Como exponer todo a la luz. Por eso salí corriendo...
- Y viniste aquí.
- Todo muy necio - admití - mi abuela se disgustará muchísimo.

Ya debía estarlo, pensé con un sobresalto. Seguramente ya sabía que me había ido de casa y estaría muy irritada por mi necedad. También preocupada. Imaginé su rostro severo mirándome con tristeza, como solía hacerlo cada vez que me reprendía. La imagen mental me hizo sentir mucho peor.

- ¿Por qué escribes? - me preguntó de pronto mi tia. La pregunta me sacó de mis pensamientos como un empujón.
- No lo sé.
- ¿No lo sabes?

La primera cosa que había pensado al escucharla había sido "porque lo necesito". Pero no sabía como explicarle que para mí, escribir era tan importante como para otra gente comer y dormir. Escribir era mi conexión directa con una serie de pensamientos tan profundos en mi mente que en ocasiones me sorprendían, como si los descubriera por primera vez gracias a las palabras. Era todo un recorrido no sólo por intimidad - que aún no tenía una idea muy clara de qué podía ser - sino una parte de mi misma que jamás había creído podía existir.

Pero solo era una niña y no sabía como explicar de una manera muy clara eso. Al contrario, pensé en cómo se me secaba la boca de emoción cuando tomaba un lápiz, en todo lo que imaginaba durante el día y la noche para luego, construirlo a través de las palabras. De las historias que me contaba a mi misma. De las que tomaba de otras partes para construir algo nuevo. Era una aventura infinita, siempre nueva y estimulante.

- Una vez, cuando tenía tu edad, mi padre me preguntó por qué hacia muñequitas en arcilla - me dijo de pronto mi tia, sacandome de mis pensamientos. Cuando la miré, tenía el rostro blando y pálido por los recuerdos, como si de pronto, fuera muy joven - tampoco supe que responder. Mi padre me dijo que "hacer muñequitas" era simplemente una manera de pasar el rato. Otra de mis chifladuras. Y me dijo que ya se me pasaría.

"Ese pensamiento me entristeció porque sentí que todo el amor que sentía por crear, toda esa sensación de portento que me producía todo el proceso de tallar y modelar una muñequita, era una especie de etapa. Una cosa banal que "se me quitaria" en algún momento y sería sustituida por otra cosa. Me paralizó el miedo que una cosa así sucediera".

- Claro - dije un poco asombrada porque me contara aquello - ¿Y que hiciste?
- Fui a hablar con tu abuela.

Miré a la tia, fascinada. No era una bruja como tal, pero en cierto modo, sí lo era. O al menos, a mi siempre me lo había parecido. Era fuerte, heroíca a la manera de quienes siguen sus sueños. Era además, muy talentosa, audaz. Sus muñequitas parecían el reflejo de su espíritu, de su fortaleza. Y eran también, un tipo de arte único. Sus esculturas no eran enormes, tampoco portentosas. E incluso, habría quien podría decir que tampoco bellas. Era mujeres rollizas, voluptuosas, como si brotaran de un recuerdo muy viejo  Siempre que las veía, pensaba en todas las brujas que había leído en los Libros de las Sombras de la casa, que cantaban y tejian, dibujaban y escribían para hablar con los espíritus más antiguos. Y tenía la sensación que tia también lo hacia: todas sus esculturas tenían una belleza primigenia, primitiva. Poderosa.

- ¿Qué te dijo? - me asombré. Ella sonrío.
- Tu abuela de niña me daba un poco de miedo - me confío - tu madre me hablaba de ella como una mujer simpática y muy práctica, pero para mí era una bruja, tal y como siempre las había imaginado. Con el cabello largo y trenzado. La ropa hecha a mano. Tan intuitiva como elemental. Por supuesto, mi imaginación la pintaba con brillantes colores. Pero a mi me gustaba así. De manera que cuando tuve aquel enorme conflicto me pareció lo más natural pedir consejo de una bruja.
- ¿Y que te dijo? - le pregunté curiosa.
- Me escuchó. Me consoló. Dejó que llorara muy dramáticamente, debido a ese dolor inmenso y abrumador por creerme común. Y después me dijo: regresa a verme cuando se te haya pasado esto.

Tia soltó una de sus carcajadas atronadoras. Se levantó en una confusión de telas y movimientos rápidos y se acercó al anaquel donde una de las figuras parecía flotar en la oscuridad rojiza. La figura tenía enormes senos, caderas muy amplias y brazos abiertos al frente, como si abrazara a un cuerpo invisible. Me hizo sentir inmediatamente feliz, consciente de lo importante de ese gesto justo antes de un abrazo cálido. El pensamiento me pareció precioso en su sutileza y poder. Y todo gracias a la escultura de mi tia, pensé. Todo gracias a ese instante de creación suya. Me sorprendió esa idea, aunque no era la primera vez que la tenía.


- ¿Y cuando regresaste?
- Todavía me espera supongo.

Tia me dedicó una mirada dura y bella, tan brillante que tuve la impresión su rostro se llenaba de luz. Sostuvo la esculturas entre las manos.

- Con los años, tu abuela me ha envíado pequeños rituales escritos, reflexiones. Objetos para recordarme el valor de crear - continuó - pero siempre recuerdo esa invitación. Y lo que me hizo sentir. Poner un límite de tiempo concreto a la idea de crear y construir ideas. Pensar que algo tan importante en tu mente puede tener en realidad una frontera. Y cuando asumí que no existía, que mis muñecas eran mi forma de expresión, pensé...
- En la magia - dije en voz baja. Tia asintió.
- En la magia. En la brujería, que por siglos ha protegido y celebrado la necesidad de crear. Que te empuja y te hace indica el camino hacia tus ideas más profundas. Que te hace mirarte. Y que te hace sentir que lo haces tiene poder. No importa que ocurra. O por qué lo haces. Es por esa sensación...esa...necesidad.

Sentí un sobresalto. Como si tia estuviera diciendo en voz altas mis pensamientos. Ella camino por su taller, majestuosa, el cabello brillando bajo el sol. Los hombros erguidos.

- No sabes porque escribes, pero escribes. No importa que pase después, si a alguien le parece ridiculo o no. Hazlo. Busca la satisfacción. Busca esa necesidad. Busca esa forma de construir ideas. Es más fuerte que cualquier cosa. Y más importante también.

Dejó la muñeca en su lugar. La miré, una mujer con brazos abiertos para abrazar el infinito. Como la que vivía en mi espíritu. Como esa necesidad profunda que me llevaba a levantar el lápiz para soñar. Sentí una subita tranquilidad. una extrañisima sensación de alivio. Esta vez, no contuve las lágrimas. Mi tia me miró mientras me las secaba con el dorso de la mano.

- ¿A casa?
- Por favor.

Mi abuela no dijo nada cuando me vio entrar con tia por la puerta. Me dedicó, como había imaginado, una de sus miradas severas y tristes. Pero también me abrazó. Un abrazo fuerte, cálido. Pensé en la escultura de tia. Pensé en todas las posibilidades. Pensé en la necesidad de crear. Pensé en la magia.

- ¿Todo bien? - me preguntó acariciandome el cabello. Asentí.
- Lo lamento.
- Ya hablaremos de eso - miro a tia L., que esperaba a unos pasos de distancia - ¿Sólo de visita o viniste a hablar?

Tia río. La abuela también.

- Sólo de visita - dijo la tia inclinando su bella cabeza llena de rizos - como siempre, sólo de visita.

Crear para creer. Construir para soñar. Un espiritu que migra del deseo a la idea, de la necesidad a la desazón. Una idea que se construye así misma. Una forma de magia muy intima. Quizás la más antigua de todas.


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