sábado, 31 de mayo de 2014

La bruja que danzaba en sueños y otras historias de recuerdos.





Érase una vez un árbol de ramas tan enormes, que sus frutos eran las estrellas. Un árbol con sueños en lugar de hojas, plantado en la tierra fértil de los recuerdos. Su macizo tronco tenía la circunferencia del mundo y se hacia enorme a medida que los años transcurrían. Entonces...


Contuve la respiración. En mi mente, la imagen del árbol infinito era tan clara que tuve la sensación que me encontraba sentada bajo su calor mientras escuchaba su historia. Mi abuela me miró por encima de la solapa de su libro de las Sombras y sonrío.

- Ahora, tu deberás imaginar que sucedió.
- ¿Cómo? - pregunté sorprendida. Mi abuela cerró el libro.
- Que ahora debes soñar y escribir, cual es la historia del árbol infinito. La que sueñas para él.
-  Pero.. - balbuceé - ¿Cómo sabré es la correcta?

Mi abuela me dedicó unos de sus guiños maliciosos. Se tomó unos minutos para contestar, mientras colocaba su libro de las Sombras de nuevo en la biblioteca. La luz de la tarde llenaba de sombras azules y verdes la biblioteca. El sol caliente de una tarde de mayo brillante en Caracas, flotaba a nuestro alrededor.

- Lo sabrás.

¡Pero eso no es justo! me dijo, mirando la biblioteca con  los labios apretados de frustración. ¿Cómo sabría de qué manera continuaba la historia? ¿Qué o quienes esperaban más allá de ese prometedor "entonces".. que parecía abrir una puerta hacia miles de aventuras y posibilidades? Cuando le pregunté a mi Tia M. si sabía como continuaba la historia del árbol infinito, soltó una carcajada.

- Sé como continúa mi historia - me explicó - no la tuya.
- ¿Qué quieres decir?
- Imaginala.

Caramba, de nuevo con eso, me dije pateando las piedritas de jardin antipático de mi abuela. Sí, sabía que las brujas consideraban la creación y la imaginación el máximo don divino, pero ¿Qué podría saber yo que ocurriría con una historia que no me pertenecía? Eran todas mis escenas, mis imágenes, mis maravillosas historias. No las del árbol. ¿O sí? Tatarabuela me explicó que era casi lo mismo.

- En Brujería, las historias se transmiten a fragmentos, heredadas de madre a hija - me explicó con una sonrisa. Ya era muy vieja por entonces, con el cabello blanco cayendole trenzado sobre el hombro delgado. El rostro era aún bello, a pesar de la fina red de arrugas que lo recorría. Pero los ojos de mi querida P. seguían siendo los de una niña. Lo eran a menos esa tarde cuando me abrió su libro de las Sombras para mostrarme el dibujo que había hecho del árbol infinito.

En realidad, no se trataba de un dibujo, sino algo a mitad de una maravilla de pasamineria y una delicadísima pintura. El bordado y la pintura se confudian para crear el enorme tronco y las estrellas que rodeaban el árbol como un cúpula de luz y belleza. Lo miré asombrada.

- ¿Así continuaste la historia? - pregunté boquiabierta. Se encogió de hombros.
- De generación en generación, la historia del Árbol infinito cambia - me dijo. Los canutillos y pequeñisimos trozos de cristal adheridos al dibujo brillaron bajo la luz de la mañana. La imagen tenía un aspecto cristalino y reluciente. Estaba vivo, pensé desconcertada. Allí, desde la hoja de papel, vivo en verde radiante, vivo en ramas de hilos de oro. Vivo para contarme una historia - cada bruja le brinda un significado. Cada bruja sueña con un bosque distinto. Cada bruja lo mira de manera distinta. Yo lo miré a través de mis manos y mis dedos. Lo vi en mi mente por meses, hasta que nació de mis manos.

No supe que responder. Inquieta e incómoda permanecí sentada muy quieta, ordenando toda aquella información en mi cabeza.  Tatarabuela cerró el libro con una sonrisa, mirándome con cariño.

- ¿Qué te preocupa?
-¿Y si la historia que imagino para él no es tan bella? ¿Y si imagino un bosque extraño, lleno de sonidos y susurros en la penumbra - pregunté. Porque de hecho, así me lo había imaginado algunas veces desde que abuela me había pedido continuar la historia. Me había visto correr entre las ramas torcidas de un bosque muy tupido. Buscando algo, aunque no sabía el qué - eso no estaría bien ¿verdad?

- Sería tu historia - me respondió - preguntante porque quieres contar justamente esa.

Lo hice. Durante los días que siguieron, continué imaginandome el bosque enorme y retumbante de sonidos inquietantes. Las ramas de los árboles muy viejos confundiéndose en una maraña casi asficiante. Y yo corría entre ellos, con los brazos extendidos, el cabello empapado en sudor. Corría siguiendo el camino de tierra apenas visible en la oscuridad. ¿Donde está? ¿Podré encontrarlo? Un rayo de sol a la distancia.

- La historia del Árbol Infinito es una manera de asumir que la Tradición de la Brujería se conserva a partir de lo que se crea y se construye a partir de ella - me comentó mi tia L. con su habitual tono pragmático. En su taller, el calor era sofocante pero me encantaba quedarme junto a ella, muy quieta, mirandola crear a partir de la arcilla, bellisimas esculturas de mujeres anónimas. Siempre eran muy parecidas: el cuello largo y esbelto, las caderas anchas, el pecho opulento. Me recordaban los dibujos de  mujeres que poblaban los libros de las sombras de mi casa: Mujeres de aspecto esencial, radiante, primitivo y saludable. Había algo mágico en sus figuras. Algo definitivamente atrayente.

- ¿Es decir que cualquier cosa que cuente sobre el árbol infinito será correcto? - dije. Tia L. no me miró. Con la palma abierta, modelo el cuerpo amplio de una de sus esculturas. La arcilla dúctil pareció zigzaguear entre sus dedos, tan viva, tan radiante que me hizo sonreír. Una metáfora de crear y construir, pensé. Una manera de soñar.

- Para cualquier creencia basada en la tradición oral, la imaginación es un elemento esencial - me explicó - es inevitable que la información sobre historias y costumbres se pierda. De manera que cada generación, cada infinita variación en la interpretación de la herencia que se transmite la reconstruye, la regenera, la transforma en algo nuevo. Imagina que cada rito e invocación que forma parte de la Brujería fue imaginado por una bruja, por una mujer que asumió la necesidad de reformular una idea vieja en algo recién nacido. Una visión de la fe siempre joven.

¡Que idea tan bonita! me dije deslumbrada. Tia L. siguió aplastando y delineando a sus mujeres sin nombre con los dedos mientras yo meditaba sobre toda esa red de conocimiento, poder y belleza que había perdurado por tanto tiempo. ¿Puedes imaginar a cientos de mujeres, miles de ellas, unidas por una idea que crece a través de ellas? ¿La manera como las palabras, cánticos y creencias se hacen cada vez más ricos y espléndidos, más profundamente significativos a medida que pasan de una generación a otra? En la oscuridad de mis párpados cerrados, vi con claridad a la primera mujer que imagino la historia del árbol Infinito, que la creó con las palabras justas, que la rescató del caos. La vi elaborarla hilo a hilo hasta lograr algo tan extraordinario como perdurable: un simbolo. Y quizás, después entregarlo a alguien más, con los brazos abiertos, como un tesoro que continuó su lento avance hasta llegar a mi mente, a mis sueños. A mi forma de crear.

Corro, en el bosque en penumbras. Tropiezo, una y otra vez, con las raíces serpeteantes de los árboles antiquisimos que me rodean. En una ocasión, casi caigo al suelo, pero me detengo, en mitad de las sombras triples que me rodean, para escuchar, para intentar recordar que busco. En esta inmensidad gris y verde, el sonido tiene una resonancia extraña: mi respiración agitada se escucha apenas entre el eco de las ramas al chocar. Un surruro entre los surruros. De pronto, un hilo de luz palpita más allá de la rama más alta. Un breve resplandor desconcertante que por un momento creo que imaginé, hasta que se repite y me deslumbra. Entonces recuerdo hacia donde voy y lo que busco. Sonrío.

Releo lo que escribí. Las manos empapadas de sudor, el corazón latiendo muy rápido, impaciente. ¿Qué ocurre después? El árbol de mi imaginación espera en alguna parte ¿Pero donde? ¿Qué encontraré antes de llegar a él? Levanto los ojos y contemplo la biblioteca de mi abuela. Las decenas de libros cerrados que me escuchan pensar, que intentan quizás, atisbar en la hoja blanca que está contando una historia nueva. Aprieto los labios, miro por la ventana. La linea verde de la montaña ondula en el cielo radiante, tan brillante que deslumbra. Luz. La sensación de asombro ante la belleza. ¿Que será lo que deseo obsequiar a la futura bruja que leerá mi historia? ¿Cómo deseo mostrarle el mundo que hereda a través de mi? ¿Como será mi árbol de infinitos conocimiento que le brindo como un obsequio silencioso a la distancia? Me inclino, el lapiz danzando entre los dedos, frágil y ligero. El sueño naciendo en fe y palabras.

La luz se hace más radiante, casi cegadora. Pero continúo caminando hacia ella. Con los brazos extendidos. A mis pies, la hierba se hace verde, fresca. Me invita a continuar. Un olor exquisito que no logro reconocer me rodea. ¿Es el aroma de los buenos recuerdos que se atesoran, intimo y perdurable? ¿O le perfume de la promesa que encontraré, perdida y reconstruida para otros ojos más allá de mi? Camino, tropezando, los ojos entrecerrados, la piel caliente por la luz, como si su caricia encendiera un pensamiento de fuego en mi espiritu. Una silueta se alza en el resplandor de luz. Las ramas alcanzan a las estrellas, el tronco tan enorme parece crecer de edad en edad, firmemente plantado en los recuerdos. Entonces...

La herencia. La belleza. Lo que nace y lo que nutre. Una tradición que crece y florece en mi.

Así sea.

A N. que me recordó esta historia.

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