jueves, 29 de mayo de 2014

La lucha indirecta o la indiferencia contemporánea: dos rostros del nuevo activismo.






Durante las últimas semanas, la noticia del secuestro de más de 200 niñas en Chibok, Nigeria, llenó las redes sociales de mensajes de apoyo y solidaridad mundial con la difícil situación que atraviesan no solo las victimas sino también sus familiares. La etiqueta #BringBackOurGirls corrió como la pólvora a través de cualquier medio de comunicación masivo y muy pronto, la voluble atención mundial tuvo interés en un hecho oprobioso que demuestra un tipo de crueldad desconcertante. No obstante, a casi dos meses y un poco más del secuestro, los progresos reales hacia la liberación de las niñas han sido pocos y la real atención política y cultural sobre el tema, escasa en consideración a la gravedad de la circunstancia.

Siento un profundo escepticismo hacia el posible resultado de la campaña, sobre todo por el hecho que luego de semanas en que la campaña pareció formar parte de esa gran conversación mundial de las redes Sociales con gran frecuencia, el interés por el caso de las niñas secuestradas comienza a decrecer. Aún el paradero de las victimas continúa siendo desconocido y aunque se ha insistido más de una vez en una eminente liberación de al menos la mitad de las niñas secuestradas, a casi dos meses y un par de semanas después, el hecho simple es que aún no hay indicios que algo semejante ocurra. Poco a poco, esa cultura mundial de la mirada superficial a circunstancias complejas, parece aplastar la noticia en medio de un alud de nuevas circunstancias que disimulan la verdadera gravedad de la situación. Y es que es inevitable analizar, casi con un pragmatismo cercano al cinismo, cual es el verdadero valor de iniciativas que involucren la participación de ese gran público anónimo que forma parte de la comunidad virtual.  Una idea inquietante y sobre todo, que me hace cuestionarme el real valor de iniciativas parecidas, que parecen depender de la muy confusa idea de una presión social para contribuir a la resolución de conflictos de verdadera envergadura.

- No puedes ignorar el peso que tiene la opinión internacional - me insiste mi amiga Adriana (no es su nombre real). Amante del social media y últimamente activa participante en una serie de iniciativas del mundo 2.0 para distintos proyectos culturales, está convencida del poder de las redes sociales para transformar el mundo. Cuando me escucha criticar el planteamiento de #BringBackOurGirls, insiste en que se trata de una manera de visibilizar lo que ocurre hacia un público que usualmente desconoce la crítica situación que atraviesan diversos lugares del mundo - es una platea de enorme repercusión y que además, proporciona la oportunidad al ciudadano común de expresarse libremente.

Nadie lo duda. Yo he sido una de esas millones de voces que se han manifestado contra circusntancias durísimas vía redes Sociales. Me he expresado publicamente contra la ablación, el tráfico y trata de mujeres, la violencia de género. También, he desmenuzado por meses la critica situación política que atraviesa mi país, denunciando en la medida de mis posibilidades, situaciones que considero ilegales, insostenibles, atentados a mi identidad ciudadana. Además, iniciativas como las auspiciadas por Amnistia Internacional, que mediante el uso de la presión internacional ha logrado verdadera repercusión en casos muy concretos de violación a los Derechos Humanos, no es una experiencia desdeñable. No obstante, por mera comprensión de los alcances y limites del mundo virtual, me pregunto hasta que punto mis denuncias y puntos de vistas pueden ejercer una presión real sobre situaciones tan graves como las que atraviesan las niñas secuestradas. ¿Hasta que punto una etiqueta repetida hasta la saciedad en medios populares puede lograr que el poder establecido dirigida su atención hacia la dirección más eficaz? Es una pregunta que me hago con preocupación y sobre todo  con cierta urgencia de calibrar el alcance de mis esfuerzos.

- No digo que no sea válido y creo es una manera de llamar la atención sobre ideas muy precisas sobre la realidad mundial - le respondo - pero mi cuestionamiento es sobre que tanto esa visión de la presión social sustituye iniciativas mucho más efectivas. ¿Cuantas manifestaciones mundiales además de las locales y grupos sociales sensibilizados por el tema provocó #BringBackOurGirls?

- Hablas de una de las maneras de protestar y ayudar incluso de manera indirecta - insiste - me refiero a que incluso el menor gesto puede ser valioso y simbólico en el debido contexto.

Suspiro. Durante las últimas semanas, la discusión sobre la naturaleza terrorista del secuestro de las niñas nigerianas parece haber tomado un rumbo mucho más tortuoso. Se debate sobre las políticas norteamericanas en situaciones de conflicto y el hecho que la iniciativa #BringBackOurGirls pueda justificar, de una manera u otra, una presencia militar Norteamericana en África. Además, el suceso parece diluirse entre todo tipo de debates donde la seguridad, paradero y sobre todo, situación en que puedan encontrarse o no las jovenes rehenes, toma un lugar secundario. Se habla de la Negligencia del Gobierno de Goodluck Jonathan con respecto a los sucesos que desencadenaron un acto criminal de tal magnitud. También, los hilos del poder mundial, parecen moverse con desacostumbrada lentitud con respecto a una resolución concreta a la gravísima situación. Unos pocos lideres mundiales han hecho comentarios aislados e instituciones supuestamente respetables como la ONU y otras tantas de defensa de los DDHH algún que otro comunicado, exigiendo de manera tibia, una respuesta concreta a la situación. Pero el hecho es que las niñas continúan secuestradas. De hecho, la situación que atravesaban las niñas secuestradas solo llegó a la palestra pública casi un mes después del secuestro y solo gracias a los esfuerzos de grupos de activistas alrededor del mundo por mostrar la peligrosa situación que atravesaban las niñas, muchas de ellas sometidas a tratos inhumanos y probablemente a un tipo de violencia que se recrudece a medida que transcurre el tiempo y la situación se hace cada vez más dura. Porque en realidad, el mundo continúa sin asumir que el crimen que se cometió en Nigeria, demuestra un tipo de indiferencia mundial vergonzosa, un silencio cómplice que promueve esa visión del mundo limitada y excluyente.

- Estás analizando la situación desde el punto de vista de resultados inmediato - puntualiza Adriana - la campaña por las niñas ha logrado que el mundo entero conozca la situación y asuma su responsabilidad. Sí, quizás es un esfuerzo mínimo, pero es mucho más necesario que un silencio cómplice.


Durante los días siguientes, me dedico a investigar un poco sobre como ha prosperado la campaña, una vez que se hizo parte de una especie de debate mundial que alcanzó una importante cuota de atención mundial. Los datos que encuentro parecen sugerir que el impacto ha sido suficiente como para que personalidades de la talla de Michelle Obama, Angelina Jolie  y hasta el mediático Papa Francisco, participen, haciendo pública su exigencia de una respuesta a una situación cada vez más grave. Y aún así, para las niñas y sus padres, la circunstancia parece haberse detenido en un punto sin retorno: la milicia Radical de Boko Haram continúa reteniendo a las rehenes sin dar muestras de aceptar negociación alguna y el gobierno Nigeriano se debate entre la confusión y un profundo desconcierto que no ha superado y que parece contribuir al clima anárquico que ocasionó el acto criminal. Y de nuevo me pregunto, abrumada por la simple evidencia, hasta que punto esa inocente visión del mundo como una aldea interconectada tiene repercusión en el ahora real, en la construcción de una visión efectiva sobre nuestra responsabilidad y nuestra capacidad para brindar apoyo a situaciones en extremo complejas. La sensación de impotencia me hace sentir curiosamente desvalida, pero aún más, lo suficientemente consciente que nuestra visión del mundo se construye a base de nuestra limitada interpretación de lo que consideramos real. Casi con cierto cinismo, me cuestiono incluso si somos conscientes que a pesar del reclamo, la consideración y el apoyo virtual, somos esencialmente hipócritas, un poco infantiles en nuestras peticiones y muestra de solidaridad. Una gran comunidad torpe que intenta comprender las circunstancias que lo rodean desde la superficialidad de un discurso limitado.

 Dentro de poco, un grupo de niñas cumplirán tres meses sometidas al poder de la bala, la vergüenza y el menosprecio a su dignidad. En pocas semanas, más de doscientos hogares lloraran la ausencia no solo de la victima que padece, sino de las esperanzas que la pesadilla que atraviesan termine. En pocas semanas, más de doscientas niñas cumplirán dos meses de haber perdido la aspiración a una vida mejor que construían con enorme esfuerzo, en las condiciones más difíciles y enfrentándose a la desigualdad con la única arma de la educación.

¿Cual es la respuesta del mundo que se llama así mismo civilizado a esa conmemoración del oprobio? ¿Cual es la visión que se enarbola en este doloroso silencio mundial sobre un hecho que demuestra el limite entre la indiferencia de la comunidad internacional y la realidad más allá de sus fronteras?


La respuesta a cualquiera de esos cuestionamientos me preocupa, me duele, me enfurece. De nuevo, la etiqueta #BringBackOurGirls solo parece demostrar que somos una cultura hipócrita, un elemento histórico que se regodea en sus propia mezquindad para ocultar su futilidad. Y me pregunto, si cuando el rostro de las niñas y el terror que produce la circunstancia que viven se desdibuje en las cientos de noticias diarias, aún el mundo sea capaz de asumir su responsabilidad. De mirarse como parte de su época y no como un observador distante sobre el horror de una realidad cultural que sobrepasa cualquier enmienda.

Tampoco tengo la respuesta para eso. Y me preocupa no tenerla.

C’est la vie.

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