lunes, 12 de mayo de 2014

La eternidad y el homenaje: Venezuela de Luto.




Escucho la noticia sobre la muerte del doctor Jacinto Convit y se me llenan los ojos de lágrimas. No sólo por la pérdida de un Venezolano insigne sino además, por esa historia mínima, de todos los días, que el Doctor Convit también abandona. Porque más allá de una personalidad publica y un reconocido científico, el Doctor Convit fue un gran Venezolano. Un hombre que enalteció el gentilicio siempre que pudo y que demostró que la Venezuela posible es real, que existe al margen de las diatribas y enfrentamientos. Y es que el doctor Convit fue hasta el último día de su vida, el símbolo de una cultura de servicio, humildad y probidad que la Venezuela de todos los días, la herida por la indiferencia y el menoscabo ético, necesita recordar.

Al doctor Convit le conocí en una ocasión en la Universidad Central de Venezuela. Era muy niña y el Doctor ya era un hombre inmenso, célebre por su vocación de servicio y sus descubrimientos. Había escuchado su nombre muchas veces: de la boca de mi familia que le admiraba, de muchas personas que le profesaban una enorme estima. Era un Venezolano Ilustre, dentro y fuera de Venezuela.  Pero en ese momento yo no recordé nada de eso: de la mano de mi tio materno, sólo vi a un anciano venerable, llevando bata blanca que hablaba con entusiasmo sobre el mundo posible, sobre la salud al alcance de todos, sobre la necesidad de construir un país próspero. Le recuerdo alto, impecable, sin sonreír. Un hombre respetable que sin embargo tuvo un momento para inclinarse y mirar a una niña pálida que lo miraba entre admirada y temerosa. Me tomó de la mano - la suya cálida, seca, de buen Venezolano trabajador - y me dedicó una pequeña sonrisa, una muy sutil. Una sonrisa de buenos amigos, del reconocimiento mutuo, de los corazones muy grandes.

- ¿Y que serás cuando seas mayor? - me preguntó. Con ocho años recién cumplidos y una imaginación salvaje, tenía cientos de imágenes para esa pregunta. Un radiante camión de bomberos rojo, un escritorio lleno de hojas por escribir, un salón de clases repleto de alumnos. Pero de pronto, su bata blanca, la sonrisa, las venerables arrugas me parecieron un futuro hermoso. ¿Te imaginas? Tantos años para sonreír, para crear. Tantos años para curar, para mirar a Venezuela con cariño. Tantos años para soñar con cosas buenas, con la salud y la prosperidad de un país humilde. Pero claro está, yo no pensaba en términos tan complejos. Solo sabía que su impecable bata blanca simbolizaba lo bueno, lo hermoso, lo que podía ser en un futuro de promesas.

- Quiero ser buena - dije. Era la mejor manera de resumir lo que sentía, de ese asombro por su bondad, por esa sensación de alegría que me producía. El doctor Convit sonrío - ahora sí, un gesto amplio y generoso - y me acarició la cabeza en un gesto de abuelo, de amigo entrañable.

- Entonces siempre trabaja y siempre hazlo con amor.

Se alejó, se confundió entre el grupo de adultos y regresó a su lugar de la historia. Y yo me quedé allí, aferrada a la mano de mi tio, atesorando sus palabras sin entenderlas, pero pensando en lo que podían significar. Años después, siempre que encontré sus fotografía en periódicos y revistas, que le escuché hablar en programas de televisión, recordé ese pequeño fragmento de mi niñez y ese consejo, simple pero eminente, de un hombre que miraba el mundo con optimismo, de un Venezolano que tomó la decisión consciente de soñar con un país promisorio más allá de la incertidumbre.

Y es que el Doctor Convit demostró al Venezolano la medida de la grandeza de un país que se construye y se sueña a base de trabajo, de constancia y sí, también de amor. Un hombre que fue, no solo el ejemplo para generaciones de Venezolano que podrán enorgullecerse de su trabajo, honestidad y el valor del gentilicio más allá de todo epíteto sino que además, enalteció al Venezolano trabajador. El ciudadano que como él, cada día lleva al país en las manos que crean, en el espíritu que sueña y sobre todo, en el valor de ese legado personal - único e indivisible - que brinda sentido a esa aspiración del país que es una esperanza.

Hoy Venezuela lamenta la muerte del Doctor Convit pero yo me pregunto si enaltecerá su memoria y su legado. Una herencia de amor, trabajo y constancia en un momento histórico donde es imprescindible recordar que el país es algo más que la lucha política, la consigna ideológica y el enfrentamiento dialéctico. Quizás, como ese anciano maravilloso dijo a una niña pequeña hace mucho tiempo, solo necesitemos trabajar con amor, por un futuro a cuatro manos que celebre la Venezuela que todos aspiramos a crear.

C’est la vie.

1 comentarios:

simonrodcarias dijo...

Una pregunta algo complicada de responder, pero apelaré a tu probada honestidad: ¿Crees que con la partida del Dr. Convit se fue el último venezolano de la Venezuela que merecemos?

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