viernes, 30 de mayo de 2014

Proyecto una película cada viernes: Pi de Darren Aronofsky.




La naturaleza humana - sobre todo, su singularidad - suele analizarse en el cine como una abstracción poco menos que desconcertante. Una y otra vez, el lenguaje visual intenta captar esa intrigante capacidad del hombre par cuestionarse a través de un menta mensaje simbólico que no siempre logra abarcar esa cualidad única que define al hombre, como creador. Una y otra vez, el cine insiste en asumir el rol de observador de la cultura y la sociedad desde una providencial distancia que le permite analizar con cierto asombro, cuando no curiosidad. Y aún así, son pocas las películas que logran captar esa desigualdad laberíntica de la mente humana, esa extrañísima dimensión donde la realidad se construye en visiones más o menos comprensibles de si mismas. Una búsqueda incesante del yo creador, o quizás de lo esencial del espíritu humano: su necesidad de cuestionarse. Cual sea la intención, el cine, como arte mayor insiste en esa búsqueda y lo hace a través de esa necesidad de revisión que toda obra estética sugiere.

Quizás por ese motivo, a la película "Pi" (1998) Darren Aronofsky (Brooklyn, Nueva York; 1969) se le ha llamado la quintaesencia de esa necesidad de deconstrucción de la realidad humana a través de metáforas más o menos complejas. El Film, atemporal y desconcertante,  reflexiona sobre esa necesidad del hombre en mirarse como parte de una creación universal mucho más amplía y la mayoría de las veces incomprensible. Porque "Pi" ambivalente y confusa, no parte del punto de vista del hombre como creador, sino más bien, del mundo como un fragmento de realidad que apenas podemos comprender. Y es que Aronofsky crea un hábil juego de espejos en la búsqueda de un simbolismo propio dentro de una propuesta aparentemente caótica. Una insistente reconstrucción de la idea del hombre como testigo asombrado de lo trascendental, de esa noción de lo inefable que parece superarlo. No obstante, Aronofsky no busca en su propuesta la búsqueda de lo divino sino una visión elemental de la naturaleza humana como eterna cuestionadora del mundo que le rodea.

Con una puesta en escena claustrófica, de espacios pequeños y asfixiantes, el director brinda a la historia una atmósfera indudablemente onírica y sobre todo, esa visión casi obsesiva de  Aronofsky sobre la fragilidad de la mente humana. El director maneja de nuevo sus interpretaciones favoritas sobre la locura que agobia y esa perspectiva paranoica de una realidad que nunca parece ser lo que asumimos de manera inmediata. De hecho, esa grieta entre lo que se percibe y lo evidente,  es la que brinda a la película esa sutil sensación de confusión que la identifica, que le permite profundizar sobre esa disparidad rampante sobre la identidad y el temor. Como si de una lenta agonia se tratase, la narración avanza especulando y redimensionando las ideas esenciales de ese lento trayecto de su personaje principal hacia la enajenación total. Poco a poco, la pelicula discurre entre lo que tememos - que parece superar incluso la mera imagen que se muestra - y lo que se comprende, en una disyuntiva abrumadora que termina por dejar al espectador sin aliento.


Porque "Pi" no es una película que se prodigue fácil y tampoco lo necesita. Con su ritmo accidentado, lento por momentos y completamente absurdo en otros, intenta construir una variación sobre la noción de la realidad que escape a cualquier intención de conceptualizarla de manera directa. Tal vez por ese motivo, el directo dota a su personaje principal de una inteligencia asombrosa, una capacidad para la abstracción que desmenuza el mundo no solo en lo que percibe, sino en lo que puede calcular. Y es que su inquietante  Maxilliam Cohen, un matemático que cree que todo lo que forma parte del mundo real, incluyendo la naturaleza y la misma naturaleza del hombre se puede representar mediante números, es un símbolo de esa búsqueda del director por lo complejo y lo anodino de las obsesiones. En un ciclo interminable, Cohen intenta discernir la realidad en medio de una maraña de símbolos e interpretaciones incompletas que nunca parecen ser lo suficientemente claras para el espectador, pero que aún así, sostienen la historia sobre un planteamiento de la locura que ilumina, que asombra y que al final, atemoriza.


Como planteamiento estético "Pi" alberga todas inquietudes argumentales y estéticas de su director y no obstante, es un planteamiento totalmente nuevo sobre la visión del tiempo, el temor y la complejidad de la mente humana a través de sus transgresiones a lo que se considera evidente. A través de Cohen y sus elaboradisimos procesos creativos y deductivos, Aronofsky recrea quizás ese camino del héroe tantas veces propuesto en el cine, pero desde una vertiente originalísima. Porque más allá del heroísmo, de la nobleza y la bondad, propone a la locura como verdadera justificación al poder creador y a la capacidad de la mente humana para sobrevivir a su propia fragilidad. Con una brillante insinuación de la enajenación como metáfora del caos, Aronofsky propone esa necesidad de destruir nuestros esquemas sobre la realidad en beneficio de una expiación - redención - de nuestros propios dilemas y dolores. Un encuentro directo con nuestra imagen  máa distorsionada- esa que muchas veces nos negamos a mirar - y esa necesidad primitiva del espíritu humano por la salvación y la regeneración de sus elementos más privados.

Una re elaboración de viejos mitos, a través de ese trayeccto accidentado del hombre hacia su redención más sustancial.

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