jueves, 15 de mayo de 2014

De la identidad, la cultura y otras pequeñas obsesiones: ¿Como interpretamos lo femenino actualmente?





Hace unos días, un amigo me llamó " una mujer difícil". Lo hizo en un tono burlón y supongo que le sorprendió que no sonriera, sino que le mirara fijamente, no exactamente disgustada, aunque sí un poco incómoda. El término no me parece exactamente ofensivo, pero si, que describe un tipo de prejuicio lo bastante complejo - y confuso - como para que amerite uno que otro análisis. Cuando se lo dije, se encogió de hombros.

- No es un insulto - me aclaró.
- No dije que lo sea.
- ¿Entonces por qué te molesta?
- No entiendo bien que significa para ti difícil.

Suspiró y por su expresión deduje que mis preguntas le preocupaban. Tal vez pensaba que se había metido - sin comerla ni beberla - en una de esas interminables diatribas sobre Patriarcado, feminismo o incluso, en una de esas discusiones sobre lo que es políticamente correcto que nadie encaja muy bien. Pero en realidad no se trataba de eso. Mi pregunta era sencilla y directa: quería saber por qué le parecía yo era una mujer difícil.

- No lo sé, no se te complace con facilidad - dijo por último - contigo todo es un poco sinuoso, como si debieras cuidar que dices o que asumes, porque cualquier arista puede herirte o enfurecerte. Eres...complicada de entender.

No respondí. Mentalmente, me pregunté si  mi amigo se refería a mi afición a la argumentación, a la discusión y el debate o algo más profundo, más enrevesado y como el mismo había dicho, difícil. Aunque en realidad, pensé con cierta sorpresa, nunca me he considerado especialmente agresiva o polémica. Pero al parecer lo soy, me digo con cierto sobresalto. Más de una vez, mis amigos más cercanos me han insistido me dejo llevar con mucha facilidad por las discusiones y las argumentaciones, de enfrentarme de palabra y de hecho, a una serie de ideas que se suponen son ideales o "normales", en todo caso, con respecto a los planteamientos más cotidianos. Pero ¿Eso me hace dificil? Lo que describe mi amigo se asemeja mucho más a un concepto más duro, indefinido que no logro precisar. ¿De qué hablamos en realidad?

- Es decir, que al parecer soy...¿Discutidora? - pregunto. Mi amigo se encoge de hombros.
- Sí, pero no se trata de eso.
- ¿De qué se trata entonces?
- No es nada tan sencillo de explicar. Pero eres alguien que siempre tendrá algo que decir, objetar y opinar con respecto a cualquier cosa. Siempre habrá que debatir cualquier idea contigo, cualquier...

Silencio. De pronto noto que él se encuentra tan incómodo como yo, como si expresar en voz alta toda una serie de ideas le hiciera más consciente de su significado, o lo que es aún más desconcertante, esa lógica singular que parece bordear el simple prejuicio hacia algo más turbio. En realidad, no sé exactamente que pensar sobre toda esa declaración de intenciones, esa mirada a la opinión que roza algo concreto, una visión muy dura sobre lo femenino y lo que se considera real. Mi amigo sacude la cabeza, enciende un cigarrillo. Aguardo, con las manos apretadas y una sensación indefinible de desaliento. ¿Siempre habrá un punto de inflexión a este respeto?

- Quizás solo se deba a la costumbre - me explica - La mujer casi siempre es más flexible, amable y poco agresiva.
- O sea que serlo ¿Te hace díficil?
- Al menos inusual.

Ya vamos avanzando, me digo. Me pregunto si debo seguir cuestionando, insistiendo, intentando entender el concepto que mi amigo intenta expresar con tanto esfuerzo, pero me pregunto si es necesario, so tiene incluso sentido hacerlo. Y es que hay un terreno desconocido y muy árido en toda esa serie de definiciones un poco resquebrajadas sobre la mujer, lo que se asume como "real" y lo que es aún más preocupante, lo que se supone es lo femenino. Por supuesto que, no es una idea nueva: durante toda mi vida he escuchado frases semejantes, aseveraciones sobre la mujer que van desde exaltarla como una Santa revestida de pureza hasta la célebre puta, combinación de fantasía sexual y una pura visión de la libertad personal. Y sin embargo, entre ambas cosas parece existir una linea que define y concreta un rostro de la mujer muy especifico, tallado a mano por siglos de erosión de conceptos e interpretaciones sobre lo que la mujer es y que terminan aceptándose  como indispensables. Pero ¿Qué ocurre cuando no encajas en ese molde suavizado por la marea de la historia? ¿Cuando la máscara del deber ser no encaja perfectamente en tu rostro?

Supongo, me digo con una sonrisa casi amarga, que es cuando todo se hace "dificil".

De la mujer y la búsqueda de la identidad: El Yo espejo y la expresión más profunda de la feminidad.


En el Siglo XIX, comenzó a hablarse sobre "La cuestión de la Mujer".  En otras palabras, la mujer - como identidad y personalidad - comenzó a ser entendida como "problema social". Hasta entonces, lo femenino se reducía a una interpretación borrosa de una especie de criatura desordenada y sin voluntad sometida al varón. Eso a pesar de los avances logrados durante la Revolución Francesa con los "Clubes de Mujeres", que no eran otras cosas que lugares de reunión exclusivamente para Damas, donde se debatía con la misma ferocidad del hombre sobre política y cultura. No obstante con la muerte de uno de los auspiciadores, el admirable filósofo Condorcet, esos pequeños avances con respecto a la identidad femenina se difuminaron de nuevo en la historia natural y general. Otra vez la mujer - o su existencia, mejor dicho - se supeditó a la razón masculina y lo que resultó más doloroso, la visión elemental de su papel secundario dentro de la crónica de los siglos y las décadas.

Pero con el resurgimiento de ciertos temas sobre la Igualdad tocados durante el siglo XIX, la "Cuestión de la mujer", demostró que la identidad femenina necesitaba ser reformulada. Tal vez se debió a que la Revolución Industrial destruyó la vida familiar tradicional, sacando a la mujer de las cocinas y cuartos de costuras y permitiendole prosperar como individualidad o al hecho simple, que la pobreza orilló a la cultura a una reconstrucción pragmática. Cualquiera sea el caso, la mujer, aunque continuó siendo parte del ámbito familiar - y comprendida a través de él - pasó a formar parte de la vida real, puertas afuera y muy probablemente ese paso, permitió que el entorno doméstico demostrara su valor como ciudadana formal. Y es que la Revolución industrial le arrebató a la mujer todos los pequeños oficios que formaban parten de su vida cotidiana: desde el jabón que podía comprarse en las tiendas hasta los colegios que educaban a los niños. De manera que la mujer tuvo que mirarse en el espejo de lo cotidiano y encontrar un nuevo lugar que la simbolizara. Y de esa reconstrucción - visión - renacida sobre la mujer, surgió quizás, la mujer "Dificil".

Porque la "Cuestión de la mujer" - esa insistencia en comparar la identidad femenina con la normalidad masculina y tratar de entenderla a través de ella - no hizo otra cosa que construir un parámetro de lo que supuestamente era incorrecto o correcto en la mujer. En pleno debate filosófico, los filósofos del siglo XIX se preguntaron en voz alta sobre la naturaleza de la mujer, de donde provenía o algo menos, si podía compararsele con el hombre. Incluso Darwin, comedido y discreto, tuvo sus palabras para todo este descubrimiento de lo que llamó "la hembra de la especie humana". Para el cientifico, la mujer era a todas luces inferior que el hombre pero a la vez, su semejante. Un concepto complejo y extraño que parecía resumir ese pensamiento victoriano que juzgaba a la mujer débil, una criatura enfermiza y extrañamente ambigua. Y es que para la sociedad de la época, la mujer era poco menos que un reflejo del hombre, una combinación de características incompletas, jamás su igual. Como la sufrida y talentosa, Alice James, hermana del célebre Henry James, una mujer talentosa y creativa que sufrió un enigmático mal depresivo que la llevó a la muerte a unos tempranos cuarenta y tres años. Inteligente y apasionada, Alice escribía y trató por todos los medios a su alcance de construir una interpretación sobre la mujer que pudiera satisfacerla. Pero jamás lo logró. Atrapada por su época, su circunstancia y sobre todo, sus propios prejuicios languideció la mayor parte de su vida en una confusa vida a medias, en un quiero y no puedo que terminó destruyendola emocionalmente mucho antes que su muerte física.

Pero ya había indicios del nacimiento de la mujer "dificil", esa mujer que se imponía a la época y quizás a su historia con una necesidad enorme de reconstruir su propia visión del mundo. Mujeres que de pronto, descubrieron el placer de la lectura, la escritura, el debate. Mujeres que comenzaron a hacerse preguntas. Mujeres que comenzaron a mirar en direcciones distintas a ese limitado camino que la interpretación de la historia parecía conferirle. Mujeres como la española María Martínez Sierra (1874 - 1974) feminista que insistió y logró cierto reconocimiento con la pluma. Y es que a medida que el siglo XIX avanzaba a trompicones, la nueva mujer, la dificil, la compleja, la extraña, surgía de todas partes. La Madame Curie que necesitaba mirarse así misma a través del conocimiento, la reelaboración del lenguaje que se adjudícó a lo femenino por demaasiado tiempo. Y es que la normalidad no pudo contener a la mujer, no pudo someter la identidad a algo tan diminuto e incómodo como una idea tradicional. Una figura irreal de la mujer que se debate entre el peso de la historia - la anónima, la que olvida con suma facilidad el legado femenino - y algo más profundo, sustancial y poderoso. La mujer que crea un lugar mucho más amplio para si misma, su visión de las cosas y su circunstancia.

La mujer completa: del como, del cuando y quién es.

Desde niña me han acusado de "preguntona", de "discutidora" y "dificil".  Tengo mis propias opiniones, me considero mentalmente independiente y la mayor parte de mi vida, me he preocupado por brindar mi visión de las cosas - quien soy, que deseo - de la manera más profunda posible. ¿Eso me hace díficil? Pero, si lo analizamos ¿Qué es una mujer dificil? ¿La que argumenta? ¿La que se niega a cumplir esas pequeñas reglas sociales que forman parte de un concepto mucho más elemental de la realidad? No hablamos ya de lo masculino, que por reverso pareciera perder sentido sobre quienes somos como individualidad y cómo nos relacionamos, sino algo más sutil, que pasa desapercibido. Y es que pareciera que la cultura insiste en un rol definido y construido a trozos, a objecciones y restricciones que se sujetan a una imagen de la mujer sin rostro, la anónima, la que debes ser. ¿Que pasa con la mujer que no desea calzar en esa visión? ¿La que no aspira al matrimonio? ¿La que no se interpreta a través de la maternidad? ¿La que no obedece los códigos de estética habituales? ¿La que se mira bajo una interpretación completamente personal? ¿La que se asume distinta, la que celebra esa diferencia? ¿La que simplemente no acepta la imposición cultural y social? ¿La que construye un rostro nuevo a esa feminidad que se celebra? ¿Qué ocurre con la que no es santa pero tampoco puta, la que no lleva falda pero se viste de rosado, la que desea una pareja pero no matrimonio? ¿La libre, la indiferente, la dura, la cruel, la fuerte, la independiente? ¿La que escoge a quien llevarse a la cama o se lleva a una mujer? ¿Hasta donde el concepto de quienes somos, esa feminidad perenne, renaciente y primaveral se opone a lo que consideramos habitual, lo que asumimos por costumbre verídico? Un debate interminable entre la historia que se mira como cierta y esa otra, la real, la que construye una nueva visión de quienes somos, más allá de quien debieramos ser.

En una ocasión, uno de mis profesores Universitarios me llamó "odiadora de hombres". Lo hizo en un tono chistoso que no resto dureza al insulto ni hizo menos ofensiva la insinuación. Nos encontrábamos en su oficina, en un acalorado debate sobre el papel legal de la mujer en Venezuela y mi opinión que la ley Venezuela es machista le enardeció. Cuando le recordé que el Código Civil Venezolano hablaba sobre "asesinatos por honor" y otras ideas desconcertantes sobre la identidad de la mujer, sonrío con cierta suficiencia.

- La ley protege a la mujer de acuerdo a la sociedad a la que pertenece y la Venezolana siempre ha sido conservadora - dijo - también debes recordar que el Código Civil es un reflejo de su época. Hace cincuenta años la situación de la mujer era diametralmente distinta a la actual.
-  Apenas en 1982 se logró la reforma del Código Civil que brindó igualdad legal a  la mujer dentro del matrimonio y se abolió la diferencia legal entre hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio, entre otros - aduje - es una reforma tardía y poco satisfactoria, además.

Recordé además esa noción Venezolana de mirar a la mujer como minusvalida legal, esa insistencia en concebirla como parte de la familia, el matrimonio y jamás como sujeto individual. Faltarían varios años para las modestas reformas impulsadas por el Chavismo intentaran equiparar el papel femenino en un juego de roles más ideológico que cultural. Aún, la ley Venezolana continuaba asumiendo una visión paternalista y directamente desconcertante de la identidad de la mujer en nuestro país.

- Como te dije, nuestro país es conservador - insistió el profesor - no se minimiza el rol de la mujer, se le brinda un rol tradicional.
- ¿Y cual es ese?

El profesor me miró en silencio. Siempre me había parecido un hombre adusto aunque esencialmente práctico pero en esta ocasión, la conversación parecía incomodarle por razones que yo no podía comprender. En su elegante oficina universitaria, aquella conversación nuestra, lenta y trabajosa, parecía tener otro cariz, uno más profundo y extraño del que podía suponerse de un simple debate académico. ¿De qué debatimos realmente? me pregunté ¿Hacia donde avanzamos en esta conversación?

- La mujer es lo que es en Venezuela: el pilar de la sociedad, la madre abnegada, la niña inocente. Y la ley, en correspondencia, protege esa figura - respondió. Le noté incómodo, un poco colérico - Me parece lógico que la ley sea un reflejo cultural.

- ¿Y que ocurre con la mujer que no calza en ninguno de esos aspectos?

- Todas calzan.

- Yo no - insistí - no soy abnegada, ni pilar de la sociedad ni una niña pura, no en el sentido que usted lo mira.

- Lo serás - dijo. Apretó los labios - toda mujer...

- ¿Es parte de esa femenina necesaria? ¿Del deber ser?

- Bueno, quizás habrá una que otra odiadora de hombres, como tu.

Soltó una risotada, como si se tratara de un chiste privado. Uno que yo tendría que comprender, que debería celebrar. Pero no lo hice. Permanecí callada, con las manos rigidas contra los costados, mirándole ofendida y herida. Finalmente el profesor se encogió de hombros, como si mi furia o el mero hecho que sus palabras me parecieran ofensivas estuvieran fuera de su comprensión.

- No es tan simple - insistió.

- Tampoco es real.

Pensé en esa conversación por años. La recuerdo cada vez que discuto, que debato ideas sobre lo femenino que se consideran indispensables. Lo hago cada vez que un hombre habla sobre la "puta" o  "alaba a la Santa". Cada vez que un pariente me pregunta cuando me casaré o un amigo si "ya senté cabeza". Y es que parece que la mujer difícil continúa sin tener un lugar, una visión de si misma real y sustancial. Forma parte de una contradicción enorme, una especie de debate de ideas sociales que nunca termina de cuajar. Pero allí se encuentra, la del reflejo complejo, la de los cuentos de matices.

La mujer real.

Mi amigo camina en silencio a mi lado. Finalmente se detiene, dedicándome una mirada casi humorística. Durante toda la tarde, seguimos conversando de cualquier otro tema más allá de lo femenino, pero el primer traspiés de la tarde continuó allí, un poco evidente aunque escondido entre las palabras y las anecdotas. Me dedica un guiño malicioso.

- La palabra no es dificil - declara - pudiera pensarse que sí. Pero es otra cosa.
- ¿Cual es la palabra entonces?
- Imprevisible. Espontánea. Incomprensible.

Aguardo. Él parece debatir consigo mismo ideas profundas, que quizás nunca ha mirado lo suficiente y que deben sorprenderle. Mira a su alrededor y de pronto, parece que repara en las mujeres a su alrededor: la que lleva jeans ceñidos y camiseta - inevitable -, pero también en la de cabello corto y que no lleva maquillaje. La mujer madura que camina con rapidez llevando a un niño de la mano o la joven con una camiseta que le viene al menos dos tallas más grandes. Y es que entre todas ellas, hay un misterio, una complejidad, una noción de identidad mucho más fuerte de lo que se supone es la idea más amplia, la general, esa Universidad perpleja que se define a medias, que se queda corta. Cuando me mira otra vez, está sonriendo.

- ¿Es esto no? - pregunta. Casi con inocencia - ¿Lo que hablamos antes? ¿La dificultad de entender?
- ¿Que opinas?
- Que la palabra jamás será díficil - repite - tampoco compleja. Quizás la palabra no existe aún. Pero llevará tiempo inventarla.
- ¿Es necesario?

Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Nos entendemos. Esta visión del otro, de la aceptación de las diferencias, de lo que somos y sobre todo, de lo que asumimos real. Una palabra a futuro que pueda definirlo. Una manera de comprender esa brecha que une a la idea con lo real, y que a la vez la separa. La eterna paradoja.

Y que es quizás, la palabra no sea "dificil" en la medida que ninguna mujer parece ser lo suficientemente simple para que el concepto pueda construirla, definirla, estructurarla, sino algo más arrollador, sincero y real. Una visión de quienes somos, como parte de todas las ideas sociales que se entrecruzan y se combinan para dar sentido a algo mucho más vital, sentido y real.

Quizás la palabra sea solo "mujer". Bastante sencillo ¿Verdad?

C'est la vie.

1 comentarios:

Patricia Ramírez dijo...

Qué gusto es leer algo como esto...

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