domingo, 1 de junio de 2014

La bruja que cantaba en el bosque radiante y otras historias secretas.




En casa de mi abuela, el atardecer era un momento importante. Cada día, cuando el sol comenzaba a reclinar, mis tias y primas salíamos al jardin con una taza de té con sabor floral y disfrutábamos de las últimas luces del día. Era un espectáculo precioso o al menos, a mi me lo parecía: el cielo se teñía de cobre y después de un añil purísimo. Los últimos rayos del sol se enredaban en las nubes y de pronto, el mundo entero resplandencia, tan vivo que me dejaba una sensación de portento desconcertante. Cuando la linea de la noche aparecía sobre el horizonte, había un silencio lento, parpadeante. Como la primera luz de las estrellas.

Por años, no me atreví a preguntar el motivo de aquel pequeño ritual. Sabía que había algo de pequeño homenaje a esa infinita dulzura de la última luz del atardecer, aunque no sabía por qué era tan importancia o merecía esa celebración tan intima. Finalmente me armé de valor y le pregunté a mi tia M., que me dedicó una sonrisa misteriosa. Mucho después, sabría que esa pregunta tenía cierto significado en la herencia de brujería, aunque por entonces yo no imaginaba que podría ser.

- El amanecer y el atardecer son los momentos más intimos del día, una mirada a esa sutil belleza de cualquier lugar - me explicó - Muchas tradiciones paganas Europeas consideran el atardecer y el amanecer especialmente mágicos.

- ¿Por qué? - pregunté maravillada. El pensamiento me parecía muy dulce y delicado: casi podía ver con los ojos de la mente, esa luz dorada del cielo recién nacido o a punto de morir, estallando en todas direcciones, anunciando el nuevo día o contando las últimas historias del crepúsculo. Imaginé a las brujas de antaño, de pie en un bosque tupido y extraordinario, levantando las manos para recibir el primer soplo de cálidez o el último aliento del día. Me pareció toda la idea tenía un significado primitivo, esencial. Enigmático.

- La luz es el lenguaje de la Diosa - me dijo - es la manera como se manifiesta. Esa ha sido una creencia muy antigua en diversas tribus y pueblos Europeos y de la America ancestral. La luz que anuncia la llegada de todos los colores y momentos del día. La luz que los despide. Amanecer y atardecer como fragmentos de una misma aspiración de belleza y poder.

Entonces vi la imagen muy clara en mi mente: la luz extraordinaria parpadeando entre los árboles de un bosque muy grande. Las brujas esperando, con los brazos levantados. Y el beso del sol en sus mejillas, llenándolas de luz. Después, una gota de luz en sus ojos, anunciandoles que la esperanza renacía. Las imaginé bailando quizás, para agradecer el renacer en luz o lo obtenido durante el día, riendo, las manos  recibiendo la luz como un don exquisito, intimo. Inolvidable.

- Para la brujería el amanecer es un símbolo de renacimiento, una oportunidad diaria para asumir el poder de la creación y de la capacidad para aprender - continuó. Nos encontrábamos ambas en la cocina cálida de mi abuela, preparando el té de la tarde. Era un ritual en sí mismo: tía separaba las bolsitas de té hecho en casa en varias porciones y los combinaba en la pequeña tetera de metal abollado que había pertenecido durante generaciones en nuestra familia. Me gustaba esa tetera: tenía pequeños arabescos grabados en la diminuta tapa y al hervir, producía un silbido con olor a tarde soleada, a risas del jardín, a pequeños susurros. Mi tía la dejó en la llama de la hornilla, mirando el metal empañarse y luego vibrar.

- Todos nacemos al nuevo día - dije, recordando una vieja invocación que había leído en el Libro de las Sombras de mi abuela alguna vez. Tia me dedicó un guiño cariñoso.

- Y todos agradecemos la vida, en cada atardecer - completo la invocación. La tetera bailó y murmuro quedamente sobre las llamas - la vida es una visión extraordinaria de oportunidades y posibilidades, solo que casi nunca lo notamos. ¿Lo piensas? ¿el milagro que es despertar? ¿O lo hermoso que resulta sonreír al mirar la primera estrella de la noche, luego de haber vivido todo un día extraordinario? Somos seres sensitivos y espírituales, lo olvidamos con muchísima frecuencia. Pero el amanecer y el atardecer te lo recuerda. Te obsequia lecciones tan sutiles que quizás, te lleva mucho tiempo comprenderlas. Pero cuando lo haces, asumes ese poder, de renovación. De cada día abrir los ojos y cerrarlos, con una sonrisa.

¡Que idea tan curiosa y bella! lo pensé más tarde, mientras nos sentábamos juntas en el jardin: mi abuela en su silla de mimbre favorita, blanca y llena de astillas. Mis tias y primas en la hierba, de cara al sol. Nuestro perro Capitán olfateando y ladrando a las mariposas. Y de pronto, cuando la luz varió, un fragmento pequeñisimo, un prisma en el horizonte, sentí emoción. Una muy clara, profunda. La luz que era liquida, que era belleza, que eran nuestros suspiros. La luz tan viva, rodeando a aquel pequeño grupo de mujeres risueñas, que levantaban el rostro hacia el Ávila imponente para agradecer lo vivido, lo aprendido, lo que se creó en cada minuto de aquel día. Y nos vi allí, tan jovenes y tan viejas, tan inocentes y tan sabias, en la soledad de ese momento extraordinario de luz y sombra. ¡Que sensación esa, de saberte parte de una historia que se escribe a diario! ¡Que profunda maravilla la de mirar tu vida como una sucesión de pequeñas escenas de alegría y belleza, temor y alegría!

Con los ojos cerrados, levanté los brazos. Te recibo conocimiento, te recibo sabiduría. En mis pies desnudos, en mi manos abiertas. Te recibo en el olor del sol y la belleza, de todas las cosas buenas que llenan mi vida de significado. Lo recibo con alegría, con el entusiasmo de desear continuar. De asumir la necesidad de crecer y confiar, como una forma de vivir.

Me sobresaltó el roce de una mano en mi hombro. Cuando me volví, mi abuela me extendía una taza de té humeante. Tenía un delicioso olor a manzanilla y algo más dulzón, que no pude reconocer. Lo probé con una sonrisa, mientras la linea de la noche caía sobre nosotras con un zumbido lento y cálido.

- ¿Te enseño algo la última luz del día? - preguntó. Miré hacia la montaña: la copa de los árboles coloreadas de carmín, el viento con olor a polvo de estrellas. Y pensé en todo lo que había vivido durante ese día, las palabras que aprendí, la fotografía que tomé, ese leve escalofrío de placer que me recorrió con mi canción favorita. Todo ese pensamiento se hizo una única idea, tan radiante que me deslumbró y me dejó abrumada por unos minutos. Tomé un sorbo de té, que se me derramó en los labios como un sorbo de luz.

- Me enseñó que estoy viva - dije. Y es que no encontré una mejor manera de expresar la emoción profunda que me abrumó en medio de la luz del atardecer, de cara al sol. Ese pensamiento ilimitado de poder y aprendizaje que me unía con todo lo que me rodeaba, desde el sonido del viento hasta la risa música de mi tia más querida. Un misterio entre miles de misterios, un fragmento de luz enredado entre los dedos, coloreando mi imaginación.

Mi abuela sonrío, y en la oscuridad creciente de la noche, tuve la impresión que esa sonrisa tenía un toque enigmático. Pero eso no lo sabría hasta meses después y me sorprendería el significado como algo tan sencillo como paladear la belleza del atardecer. Pero eso es otra historia que contaré en su oportunidad.

La noche pareció elevarse alrededor de nosotras, las brujas, las mujeres que amaban la luz. La primera estrella de la noche, brilló sobre la montaña.

La sonrisa radiante: La Diosa y su baile de rayos de luz.

Para la tradición de Brujería que practica mi familia, tanto el amanecer como el atardecer son momentos de enorme significado mágico, una manera de reconectarte con tu experiencia diaria y tu poder de creación.  En el caso del atardecer, se considera el momento idóneo para agradecer lo recibido durante el día y comprender las lecciones aprendidas. Para celebrar su significado, se llevan a cabo varios rituales, entre ellos el siguiente:


Necesitaras:

* Incienso de Azahar.
* Un vaso con agua fresca (nunca fría)

Disposición:

A pocos minutos del atardecer, enciende el incienso. Disfruta de su olor mientras miras las últimas luces del día desaparecer. Cuando el cielo se haga azul oscuro, pero aún puedas percibir algo de luz, invoca de la siguiente manera:


"Danza la sabiduría en mis dedos
Que la estrellas sean mi norte
y mi conocimiento el obsequio del Sur
Que el Oeste cante una vieja canción de sueños
y el Oeste mi visión de la redención".

Ahora, toma el vaso de agua y levantalo hacia los últimos rayos de luz. Imagina que el agua los absorbe, los transforma en un resplandor cálido y radiante. Bebe un sorbo. Ahora invoca:

"Soy poder
Soy luz
Soy poder
Soy belleza
Así sea"

Permite que el incienso se consuma y disfruta del silencio de los primeros momentos de la noche.

Sonrío. El viento de la noche me cuenta historias. Y siento esta maravilla, como de niña, ante este espectáculo simple de la noche que susurra, que danza y sonríe, en la oscuridad.

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