jueves, 13 de junio de 2013

Otra victima de la Violencia: Venezuela, el país donde cada ciudadano tiene una bala con su nombre.




Hoy iba a escribir sobre otra cosa en este, su blog de confianza. De la fe, las creencias y la divinidad, como cada jueves. De hecho, revisaba los últimos detalles del artículo cuando escuché el teléfono sonar. Me extraño, las llamadas suelen comenzar a partir de las 10 de la mañana o un poco más allá. Y me asusté. Porque si vives en Venezuela, las llamadas inesperadas te intranquilizan, te preocupan. Casi nunca son buenas noticias. Esta no lo fue.

A José Antonio lo conocí gracias a la amistad de su esposa con mi madre. Esas amistades casuales que forman parte de tu vida y que aún así, aprecias.  Era un señor silencioso, amable, tímido. Laura, su esposa, siempre fue la más graciosa del binomio matrimonial. La más ruidosa. Y José Antonio era su contraparte:  siempre me pareció que la fascinaba ese don de la carcajada de su mujer, esa alegría de vivir. En contraste, él era de los observadores, de los que disfrutan en segundo plano, de los que rien en voz baja. Pero a mi me agradaba mucho el señor José. Me simpatizaba por su discresión, por su manera silenciosa y sutil de analizar la vida. Era un gran lector también y tenía la rara virtud de devolver los libros. Los devolvía incluso en mejor estado en como se los solía prestar: desdoblaba la punta de las hojas, borraba los apuntes en lapiz. Y siempre incluía una nota en la solapa posterior: "Gracias". Daba gusto prestarle un libro a José.

Pienso en estas cosas mientras escucho la noticia de su muerte. La pienso mientras escribo esto, llorando sin poder contenerme, asustada, furiosa, aterrorizada.  Porque Venezuela es el país donde las historias acaban muy pronto, donde todos tenemos mucho miedo de lo que pueda ocurrir más allá de la puerta familiar. Hoy, José Antonio salió a la calle y no regresó. Un hombre armado tomó la decisión de destruir su historia, de cortar, de arrebatarle la risa a Laura, de dejar huérfanos a dos niños tan parecidos a su padre que me duele mirarlos ahora ¿Que país es este que me tocó vivir? ¿Que sociedad es esta donde cada ciudadano parece tener una bala con su nombre? ¿Cuando se hizo tan barata la vida del Venezolano como para que su muerte sea solo una estadistica? ¿Cuando la violencia se hizo común, se normalizó, empezó a formar parte de las cosas que se aceptan, que se asumen, que te causan resignación? No lo sé, y me angustia la respuesta, me deja sin voz, me desespera no encontrarla.


Escribo esto con una sensación de irrealidad: porque aún soy de ese grupo de inocentes que cree que "eso no le sucederá a nadie que conozcas". Soy de las sobrevivientes, de las que puede agradecer haberme enfrentado dos veces a la violencia y contarlo. Pero esa idea me hiere, me asusta: José Antonio salió de su casa a trabajar. Al amanecer, como todos los Venezolanos que aún confian en este país. Los venezolanos que aún aspiran a que el país pueda construirse a cuatro manos, sea producto de la esperanza. Pero ahora mismo, Venezuela es la consecuencia de sus miedos, los escombros de la idealización de un proyecto de país que fracaso. José Antonio era un votante, levantó el dedo púrpura en cada elección y se sintió orgulloso de contribuir a crear su idea de país. José Antonio marchó con sus hijos y su mujer, bajo el sol, levantando la bandera de la esperanza. José Antonio se levantó hoy a trabajar, convencido de una Venezuela posible, que este país merece la oportunidad de redimirse de sus errores, de renacer de sus cenizas, de comprenderse en sus errores y fallas.

José Antonio murió hoy, victima de este país. Victima de la indiferencia, la desidia. Victima de todos los que creen que la violencia es un arma de poder, de los que asumen la inseguridad como un mal necesario, de lo que no asumen que la violencia en nuestro país es critica, es frontal, es destructora. José Antonio es otro rostro anónimo, otro número rojo de la Venezuela indiferente, de la que ignora, de la que esconde una realidad destructora, que erosiona esa idea privada de país, que desdibuja la esperanza de construir un rostro humano para esta ciudad anarquica, que te golpea y te agrede. Que mata.

Y lloro de frustración. Lloro escribiendo esto, sabiendo que no habrá justicia. Lloro pensando en familia rota que deja una muerte, en el vacío que deja una herencia de puro dolor. Escribo porque no sé hacer otra cosa, porque las palabras intentan ordenar la angustia, hacerla comprensible, pero no sé si lo logran. Porque la tragedia es enorme, querido lector, la tragedia no solo es de la familia que llora su perdida, sino de la sociedad que se lamenta por su ceguera, del país que se desploma, lentamente y sin control, resquebrajado por sus propios errores. Porque esta Venezuela del nuevo milenio es también una huérfana, es también victima de esta sociedad que presume de una bala en lugar de un libro. Esta Venezuela padece la violencia como ideologia, la sangre como bandera. Este es el país al que despierto. Este es el país que temo y al que pertenezco.

Soy un rehén en mi propia casa.

1 comentarios:

GÜNTHERVIEW dijo...

Que triste, pero es cierto. Venezuela es un país, donde lamentamblemente, cada uno de nosotros tiene una bala con su nombre...!!!

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