lunes, 24 de junio de 2013

Para reir, para llorar: Pecados al buen gusto o la diversión del incorregible.





El buen gusto se alaba mucho. Es de esas características que todos quieren tener y que probablemente, pocos puedan presumir de ella. Pero todos queremos ser admirables,  elegantes y sofisticados. Y como nos esforzamos por lograrlo: intentamos estar enterados de lo último de la moda - o tendencia, como me corregiría mi profesor de Coolhunting -, nos preocupamos por nuestro aspecto físico, de escuchar al cantante del que todos hablan, de leer a ese autor que a todos les gusta. Y al final del  día, que agotador resulta esa búsqueda constante de entender a la sociedad a través de sus símbolos de estatus, de esa ideología de lo "in" que a todos nos obsesiona alguna vez. Pero ¿que pasa con el otro lado de la moneda? ¿Esa visión mucho menos popular de las cosas? ¿Esa traviesa necesidad que todos tenemos de transgredir la norma más de una vez?

Bienvenidos todos, a los pecados al buen gusto que todos cometemos alguna vez.

Porque existen, porque los disfrutamos, porque los cometemos en secreto o quizá, ni eso. Porque son parte de ese niño interno que se niega a aceptar ninguna norma, la buena educación. Porque a todos nos hace sonreír la tremendura, nos alegra el espíritu esa rebeldía a lo que se impone, a la esa idea cultural de lo correcto. De manera que el pecado del buen gusto es uno de esos momentos de suprema libertad de los que todos gozamos de buen gusto...y con que deleite además. Una sonrisa privada, quizás.

Y ¿Cuales son esos pequeños pecados inconfesos o quizá no tanto que todos cometemos alguna vez? Los mios, son estos:


* El Arte de comer en plena calle:

A todos nos lo dicen alguna vez: comer la comida callejera es un No-no. Ya sea por insoluble, peligro para la salud arterial o simple consejo de abuelas, comer en plena calle, bajo el sol y menos aún, uno de esos deliciosos bocados callejeros, parece ser una de esas cosas que nadie que se precie de tener buen gusto hace. Pero lo hacemos, claro que sí: Perros calientes, hamburguesas y si vives en Venezuela, las populares cachapas, son el platillo por excelencia del Menu improvisado al que todos hemos sucumbido alguna vez. Y no importa, lo mucho que se nos haya advertido sobre el riesgo que se corre con el manjar de calle, lo paladeamos como si se tratara del mejor platillo gourmet. Tal vez el ingrediente principal del buen sabor sea lo prohibido, ¿verdad?

* Las historias de amor trilladas, los malos libros de ciencia ficción y otra fauna secreta de la biblioteca:

La mayoría de nosotros declaramos ser amantes de la lectura. Y también de los grandes autores, por supuesto. Nada mejor que un libro de Marcel Proust, Doltoieski, Tolstoi y otras eminencias de literatura Universal para esos largos ratos de reflexión. Y si es ruso mejor. Pero lo que a nadie le gusta confesar - y todos hacemos cada vez que podemos - es leer esas historias ridiculas que el Best Sellerse se empeña en regalarnos como para recordarnos lo divertido que puede ser la sencillez y lo aparentemente barato. Porque admitamoslo ¿Quién no ha sucumbido a un libro de esos que todos desechan por simplón pero que se disfruta justamente por eso? Ah, de esas historias ridículas, las que te hacen reír y llorar, las demenciales, las que repiten los viejos clichés, las que muy leídas, las muy criticadas. A veces tengo está imagen de un lector cualquiera: Los grandes clásicos sonriendo al día y detrás, los verdaderos favoritos, esbozando una sonrisa de complicidad.

*El mal vestir y otros temas:

A todos nos gusta ser elegantes, o pensarnos así, al menos. Usar ropa sofisticada y bella, los zapatos pulidos, el cabello perfectamente peinado. Pero la verdad es que, al final del día, preferimos el jean gastado, la camisa manchada, el cabello en desorden, los zapatos viejos. Y es que hay una sensación de alegre rebeldía en eso de asumir nuestra propia capacidad para el desorden, ese caos personal que tiene mil experiencias guardadas: los zapatos rotos que conservamos por sus buenos recuerdos, la pijama que nos viene pequeña - y apretada - que nos hace sentir tan en casa. Porque cada cosa tiene su historia y muchas veces, tiene la suficiente sustancia para hacernos sonreír, como niños, quizá, de nuestra propias y discretas obsesiones.

*La groseria, la jeringoza y los placeres del mal hablado:

En lo particular, amo el idioma castellano: me gusta pronunciar correctamente las palabras, usarlas con propiedad. Placeres de tener por lengua materno al idioma de los Dioses, como diría Borges. Pero también disfruto, y mucho, ese otro lenguaje, el de todos los días, el que incorpora la torpeza verbal, las palabras mal pronunciadas y todos esos crímenes del buen discurso que perpetramos a diario. Y lo hago porque lo disfruto, con toda esa voluntad infantil como disfrutaba de niña decir groserias a gritos, o tener errores ortográficos a drede. Pura declaración de intenciones: el mundo puede ser divertido y de vez en cuando podemos reir con él.  Ola ke ase, habla mal o ke ase?

Seguramente, mi estimado lector, estarás sonriendo y pensando cuales son tus travesuras diarias, esas que cometes con el placer del pecado inconfeso. ¿Las quieres contar? Nos leemos en los comentarios!

2 comentarios:

Unknown dijo...

Aglaia enumeraste uno tras otro mis pequeños placeres, pero te faltaron algunos! Disfruto de los animes, algunos me sacan carcajadas con sus obscenidades y chistes picantes como GTO (Great Teacher Onizuka) y otros me hacen pensar como Ghost in the Shell. Otro placer culpable es que disfruto discutiendo y ridiculizando a las personas; discutir sólo por llevar la contraria y dejar sin argumentos al interlocutor (aún si realmente no crees en la posición que defiendes) es en extremo divertido!
Y uno de mis más grandes placeres culpables y que disfruto muchísimo es ser políticamente incorrecto! Exponer una barbaridad con total seriedad, con argumentos y lograr la duda en un desconocido (quienes me conocen no me siguen el juego) puede ser extremadamente satisfactorio!
En fin, mientras más logre molestar a la gente, mejor! =D

Irene Karenina dijo...

"los placeres del mal hablado"... Recuerdo un monólogo del comediante apellido Donoso donde el monito decía que la gente se puede morir por no soltar un "COÑO" atorado entre pecho y espalda. Sin duda, es el placer del desahogo. Lo sublime no es la única catarsis.
Saludos.
Irene Karenina.

http://eltrasnocho.blogspot.com

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