lunes, 5 de marzo de 2018

Todos los misterios inexplicables: ¿Por qué la película “Aniquilación” de Alex Garland es quizás un reinvención de la Ciencia Ficción cinematográfica?






Con frecuencia, la Ciencia Ficción especulativa debe enfrentarse a la percepción sobre lo desconocido desde cierta comprensión del miedo y la vulnerabilidad del hombre. Un viaje a través de la forma en que comprendemos la imposibilidad y sobre todo, lo sobrenatural. Esa frágil brecha entre el horror y la maravilla que sustenta un discurso que intenta analizar la realidad desde lo imposible. Por supuesto, no es un recurso exclusivo del género. En la novela El corazón de las tinieblas Conrad analiza el viaje — físico y mental — de sus personajes hacia la oscuridad de la razón, el miedo y la locura. Lo hace además, desde los límites de la civilización, en un trayecto hórrido y doloroso que convierte el recorrido en una mirada hacia los sustratos más temibles de la naturaleza humana. Una y otra vez, este descenso a los infiernos ha sido reinterpretado en cientos de obras y nociones artísticas, en todo su simbolismo espeluznante y aterrador. El escritor Jeff VanderMeer lo hace desde la ciencia ficción, solo que además añade un elemento inquietante de puro terror silencioso que brinda a la historia un intrincado cariz existencialista. Con la novela Aniquilación (primera de una inteligente trilogía que versa sobre el mismo cariz de las cosas), el escritor encuentra el equilibrio ideal entre el misterio, el terror y la osadía filosófica que sorprende por la belleza de su discurso y la capacidad para cautivar de lo que evoca. Aniquilación no sólo es una novela distópica sino una búsqueda ética, moral y espiritual que se adentra en lo perverso del miedo y crea un nuevo sustrato sobre la paranoia colectiva.

Para Jeff VanDermeer, la noción sobre la especulación científica se relaciona directamente con cierta perversión moral. De manera que combina ambas cosas en un lugar indeterminado y lúgubre que bautiza como «Área X», parte de una Costa Silvestre afectada por un evento no determinado que se relaciona directamente con la percepción sobre una percepción sobre un misterio desastre inminente. La «Área X» es investigado por pequeñas expediciones que avanzan a través de este en apariencia paraíso virgen, para recabar datos pero también, interactuar con lo que les rodea. Uno tras otro, cada grupo de avanzada parece enfrentarse a todo tipo de dolores y amenazas biológicas. Nadie sabe exactamente qué ocurre, pero cada una de las avanzadillas científicas, ha sufrido todo tipo de percances: desde asesinatos en masa hasta rarísimos cuadros médicos, todos han muerto después del regreso. La nueva expedición lo sabe y VanderMeer asume esta serie de pequeñas vicisitudes inexplicables como un riesgo inquietante que no se define de inmediato y que de hecho, agrega capas de temor a la idea general sobre el proyecto científico en ciernes. Pero VanderMeer no pierde el tiempo en analizar la cuestión del miedo hacia lo desconocido desde la sencillez, sino que asimila el riesgo y lo convierte en contexto. Todo un logro argumental que hace más duro e irrespirable el ambiente de la novela.

Además, el escritor juega con la despersonalización: Los nuevos integrantes del equipo son cuatro mujeres sin nombre, solo conocidas por sus disciplinas — topógrafo, antropólogo, psicólogo y biólogo — que tiene, como las anteriores expediciones, el deber de investigar el agresivo ecosistema que nació luego del desastre natural que se insinúa pero que no se explica con suficiente detalle. Para VanDermeer parece de enorme importancia, que su narrador — «biólogo» — no solo sea capaz de describir lo que le rodea sino además expresar la zozobra del grupo entero. Y lo hace a través de todo un ambiente inquietante en el que el miedo se manifiesta como una amenaza invisible y perdurable. Desde el primer acercamiento al ambiente hostil que deben analizar, es notorio que el grupo debe enfrentarse a la vez al terror que se esconde en medio de una jungla asfixiante y claustrofóbica, sino también a sus propios temores. Convertidos en observadoras, las cuatro protagonistas recorren el intrincado paisaje a través de cierta inquietud silenciosa, cada vez más temible y abrumadora. Como si al avanzar en medio de los terrores ocultos, también lo hicieran a través de su desconfianza mutua.

Alex Garland tomó lo mejor y más intrincado de la novela de VanderMeer y lo convirtió en una insólita experiencia visual que transita con comodidad entre la Ciencia Ficción en estado puro y algo mucho más conmovedor. Una percepción del bien y del mal, lo que se asume posible y lo que no lo es, a través de una puesta en escena incómoda, dura y casi inquietante, sin llegar a ser del todo terrorífica. En “Aniquilación” (2017) todo el argumento parece basarse en el desconcierto. “No lo sé” repiten los personajes con cierta frecuencia y esa sensación de confusión (“No sé dónde me encuentro, no sé quién soy, no sé a dónde me dirijo, no sé que ocurre”) lo que sostiene un guion profundamente extraño, que no obstante no adaptar de manera fiel la obra de VanderMeer si logra captar de manera compleja, las ruptura de las leyes tradicionales de la física, la biología, el tiempo y la memoria que la obra original recrea como una noción persistente sobre el horror. “Aniquilación” comienza y termina con una incógnita y es quizás esa aliteración del tiempo y el temor (lo que crea y subvierte el orden de las ideas) lo que dota a la película de su extrañísima atmósfera y noción sobre la realidad.

Tan ambigua como el primer libro de la saga Southern Reach (que componen una dura e insólita trilogía sobre el absurdo) “Aniquilación” no se prodiga con facilidad y no lo hace porque lo esencial de su discurso, analiza esa percepción sobre lo inexplicable que carece de explicación. El guion no sólo no ofrece explicaciones — al menos no sencillas — sino que además, de la misma manera que la novela homónima, recurre a la incertidumbre para definir lo espeluznante. Con una puesta en escena que recurre a todo tipo de referencias sobre lo atemporal y lo impredecible — árboles que no parecen serlo, paisajes que cambian bajo la luz del sol, construcciones inexplicables — es difícil comprender lo que está ocurriendo a primera vista e incluso, desde una visión mucho más minuciosa. De la misma manera que en “Ex Machina” Garland juega con lo simbólico para elaborar un contenido discurso sobre lo misterioso que se sostiene con dificultad pero también, en un elegante equilibrio. En medio de todo lo anterior, Garland apuesta por una mirada deslumbrante sobre lo terrible y lo inevitable, hasta presionar por un concepto sobre lo terrorífico que no termina siendo del todo claro pero tampoco, incongruente. Una sabia combinación de elementos que muestran al terror que se mueve debajo de la premisa entera de la película como una presencia invisible y violenta.

Para la ocasión, Garland crea un mundo en que lo familiar, lo fantástico, lo espléndido, lo grotesto, lo repugnante y lo bello se mezclan como en un paisaje de pesadilla que resulta cuando menos incomprensible. Para la zona misteriosa que VanderMeer describe en su libro como “distante, incomprensible, con fauna y flora inclasificable”, Garland construye una universalidad dispareja y sin verdadero sentido: flores que nacen y se extienden sobre el suelo en formas extravagantes y en apariencia voluntarias, árboles con apariencia humanoides o pequeñas criaturas cristalinas que reptan en lo que podría ser — o no — estructuras conocidas. Todo, mientras las cuatro expedicionarias — tan deshumanizadas y aterrorizadas como para ser apenas figuras anónimas que deambulan en medio del extrarradio — deben cuestionar su sentido del tiempo, la realidad y aún, su propia existencia. Cada detalle y elemento tiene un aspecto — y una implicación — levemente enfermiza y parece construir una salvedad sobre lo que comprendemos tan desconcertante como novedoso.

Garland tomó el riesgo de versionar la historia original, tomando solo los hilos argumentales principales y desdeñando todo tipo de pequeños subtextos que el libro utiliza como dobles lecturas de metalenguaje. La fuerza estructural de un espacio malévolo e inexplicable al que un grupo de científicos deben enfrentarse, sin explicaciones y sin herramientas, continúa siendo el centro de la narración, pero Garland evita las explicaciones, los sermones, los diálogos cualitativos o cuantitativos, para concentrarse en el misterio, lo que hace a la película magnífica en su cualidad incomprensible. La tensión aumenta, se hace cada vez más insoportable, la narrativa por completo impredecible. Es entonces cuando Garland hace uso de los mejores recursos del cine de Terror y lo elabora como un discurso coherente sobre lo incierto. Le añade interés, profundidad y dimensión. Y en medio de las incógnitas, la película avanza con buen pie sobre lo que no muestra para mantener el suspenso, una decisión argumental que Garland sustenta con una formidable inteligencia narrativa.

Pero en realidad, lo que sostiene este recorrido/viaje iniciático hacia el miedo, son sus personajes (sobre todo, una inusualmente contenida Natalie Portman, muy lejos de sus tics habituales) elaborados desde la noción de una profunda verosimilitud. Eficientes, racionales y sobre todo, con reacciones creíbles ante eventos fantásticos. El guión jamás sacrifica la sagacidad, inteligencia, osadía o firmeza de sus personajes en favor del suspenso, lo que crea un diálogo fluido entre la narración — lineal, furtiva, dura, abstracta por momentos — y la lucha de las expedicionarias para comprender lo que ocurre a su alrededor. Garland además, está consciente que necesita trascender el género, la edad o incluso la apariencia física de sus personajes, por lo que las convierte en una batalla intelectual y moral que la película dibuja con cuidado, una enorme predilección por la sutileza y además, la percepción inquietante y sombría que la amenaza — el misterio sublime que se esconde en medio de la extraña naturaleza que estrecha su cerco — está cada vez más cerca y entraña mayor peligro.

Natalie Portman es el rostro más visible en medio del grupo de científicas que acometen la extraña misión de recorrer una tierra hostil y sobrenatural con apenas recursos o explicaciones. Fuerte y ferozmente convincente, la actriz abandona sus tendencia al drama excesivo y compone un personaje duro, firme y pétreo. Jennifer Jason Leigh dota a su personaje de una contención dura y violenta, una mirada hacia el secreto dentro del secreto, que convierte cada una de sus líneas en una experiencia hipnótica. El resto del equipo está a la altura de esta particular lucha de caracteres y brillante visión sobre los arquetipos: Gina Rodríguez brinda una arista casi amable al extrañísimo grupo de aventureras y Tessa Thompson, silenciosa e irascible, completan un elenco coral en estado de gracia que apuntala los momentos más interesantes del film.

“No lo sé” la frase parece definir la atmósfera provocativa, violenta y preciosista de “Aniquilación”, pero la película es mucho más que el enigma. Es un fascinante recorrido en medio de las sombras, del terror y de un tipo de angustia visceral y existencialista que avanza hacia lo desconocido en medio de una puesta en escena poderosa y valiente, que quizás es el punto partida hacia una nueva forma de comprender la Ciencia Ficción.

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