lunes, 9 de octubre de 2017

De la oscuridad a la belleza: todo lo que une a “Blade Runner” de Ridley Scott con “Blade Runner 2049” de Denis Villeneuve.





El cine está plagado de pequeños y grandes mitos sobre sus obras cumbres. Se suele decir que la película “Blade Runner” (1982) es una confluencia de una extraña serie de sucesos que parecieron confluir para crear una improbable obra de culto. Al principio, Scott no estaba muy interesado en filmar una película que toda probabilidad, podría terminar encasillando su trabajo en un único género, luego del resonante éxito de taquilla y de crítica de Aliens, el Octavo pasajero. No obstante, Hampton Fancher, un jovencísimo guionista que había logrado recrear el Universo de Philip K. Dick en un sólido argumento cinematográfico, parecía decidido a que Scott fuera el director de la épica de Ciencia Ficción. “Le perseguí hasta el cansancio, le insistí de todas las maneras que supe. En una ocasión me dijo que había aceptado dirigir más por aburrimiento que por interés” — cuenta Fancher, que luego se convertiría en uno de los amigos más cercanos del director. De la colaboración de ambos artistas, “Blade Runner” obtuvo su magnífica capacidad visual para sorprender y desconcertar y sobre todo, ese sabor amargo que convierte a la película en una obra intimista, aunque no lo parezca.

Porque ante todo “Blade Runner” es un alegato sobre la fragilidad de la naturaleza humana. Uno muy corrosivo, ácido y en última instancia cruel, con sus grandes preguntas filosóficas sin respuesta sobre la responsabilidad del hombre sobre lo que crea o mejor dicho, sobre lo que imagina. “Blade Runner” es profunda a su pesar, épica sin que sea su intención y en última instancia, trascendente por necesidad. Un film que supo resumir todas las visiones de la Ciencia Ficción de la época con una complejidad nueva, con una visión distópica que pareció reconstruir el género. Hasta entonces, el futuro había sido imaginado como limpio, exacto, pulcro. Así al menos fue la visión de Stanley Kubrick, que había revolucionado el género años antes con su impecable “2001: Una odisea en el espacio”. Los contrastes con Blade Runner no pueden ser más notorios: Porque mientras una parece deleitarse en la pulcritud imposible de la tecnología, la otra se asume gris y sucia, un universo notoriamente deslustrado y decadente. La frontera donde la tecnología sumió al hombre en la definitiva tristeza y quizás sustituyó la esperanza por mera satisfacción.

Algo parecido ocurre con Blade Runner 2049, la secuela tardía del clásico de Ciencia Ficción, que llega a la pantalla grande de la mano del director Denis Villeneuve. De nuevo, todas las piezas confluyen para crear una visión sobre la incertidumbre de la existencia, el dolor y el desgarro espiritual de la tecnología en favor de de la identidad del hombre, que sorprende por su eficacia. Como su predecesora, está llena de una simbología oculta, envuelta en todo tipo de interpretaciones pero sobre todo, en una percepción sobre el futuro a mitad de camino de la melancolía y la distopía en estado puro. Con su nueva visión sobre los replicantes — más obedientes, más inquietantes — y un villano cuya maldad se esconde bajo cierta displicencia, la trama avanza entre el existencialismo, la filosofía sobre la individualidad y sobre todo, un fatalismo casi sufriente que convierte la película en una rara pieza de arte de la ciencia ficción.

Como narración, el guión de Blade Runner 2049 deja algunas preguntas que parecen formar parte de la nueva mitología de la película y remiten por supuesto, a las pequeñas piezas de información de su antecesora, que se desplaza a la periferia sin llegar a ser un homenaje. Para Denis Villeneuve, la noción sobre el bien y el mal se entrelaza con algo más sutil, que parece crear estratos consecuentes que sostienen a la película como una pequeña estructura. De nuevo, El Universo concebido por Ridley Scott es analizado desde la singularidad desnuda: ¿Qué somos? ¿Cómo nos comprendemos y en que forma, la línea absurda y persistente de la memoria colectiva nos hace ser ideales de lo humano como idea conjunta? Para la ocasión, Villeneuve crea un trasfondo lento y comedido sobre la realidad de los replicantes luego de la “rebelión” y lo hace a través de una sutileza medida y metódica. Su “K” (con Ryan Gosling convirtiendo al personaje en todo un diorama de desconcierto existencial basado en la alienación social y familiar) es quizás la prueba más evidente que entre ambas películas hay un trecho apreciable aunque no limitante. El cinismo práctico del personaje, tiene una relación evidente con la percepción del director y de su guión sobre las certezas — o la falta de ellas — en un mundo construido a la medida de los pequeños pesares del cinismo. K, que carece de identidad y ejerce su trabajo como policía con cierta pesarosa percepción de sí mismo, se plantea las mismas dudas existenciales de sus predecesores pero sin especial énfasis en la existencia. Un anacronismo resignado y casi cercano al tedio existencial que conmueve por sus matices.

De nuevo, la paradoja de Blade Runner está allí y se manifiesta a través de la especulación futurista a través de un reborde ético y moral. La insistencia en la capacidad de los replicantes para “sentir” reelabora la comprensión sobre su naturaleza y la completa, lo que añade profundidad a la visión Futurista en Blade Runner, que era totalmente anacrónica y de hecho, casi atemporal: Los ventiladores de aspas programados para obedecer a una orden oral, los mismos detectives fumadores y bebedores que dieron forma al cine negro, los coches voladores, entrevistos en medio de una espesa neblina, deslizándose entre las palabras de la historia con la misma facilidad que el concepto más profundo del planteamiento. Pero también, había una cualidad moral, un insistente cuestionamiento de lo que somos y lo que esperamos — como colectivo, como individuo — al mismo tiempo que la plenitud de esa duda sobre la persistencia de la memoria se convierte en algo más elemental y desconcertante.

En “Blade Runner” había una condición esencial sobre los replicantes: existen como reflejo de lo humano y nada más que eso. El concepto se convirtió en piedra angular de la Ciencia Ficción actual y evolucionó en películas tan dispares como I. A. Inteligencia Artificial de Steven Spielberg (en la que la meditada identidad irreal del robot crea un contexto de la trama) o Ella de Spike Jonze (en la que los sentimientos forman parte de una experiencia puramente sensorial), lo que hace que Blade Runner 2049 deba también analizar el concepto de la creación humana desde una ligera evolución: de nuevo, los replicantes no tienen un lugar en la sociedad como no sea el de ser mano de obra esclavizada y también, una percepción política sobre su existencia. Mientras en la Blade Runner original, el llamado “Pathos” era la condición misma del replicante — más vivos que la vida misma a pesar del no ser — en su secuela, la inteligencia artificial es un error ético y emocional que es imposible de subsanar porque nuestra civilización se sostiene sobre su mera existencia.
El propósito y sentido de la vida, también es notorio en la obra de Villeneuve, como escala emotiva que avanza y se analiza desde la idea — consecuencia. Rick Deckard es una respuesta — y no la que todos los fans de la película original imaginan — sino que simboliza todos los pequeños espacios temibles y terribles de la especie humana, sublimada en su mejor obra. Villeneuve, encontró en el fotógrafo Roger Deakins un cómplice que le permitió expresar en inspiradisimas imágenes, el cuestionamiento ontológico que Ridley Scott resumió en símbolos por momentos muy evidentes y en otros, casi emblemáticos. Pero Villeneuve fue más allá: gracias a la puesta en escena del jefe de diseño de producción Dennis Gassner, la película medita sobre la incertidumbre del dolor humano a través de una propuesta visual que asombra y conmueve sólo por su hermosura, sino por los cientos de alegorías visuales que contiene. Con su densidad psicológica y la calma proclive hacia una mirada a la reflexión, Villeneuve amplía el Universo de Blade Runner y le dota de nuevos recursos para expresar viejas ideas.

La primera Blade Runner aprovechó el “problema” psicológico de la máquina convertida en vehículo del espíritu y la conciencia humana como un reto artístico que resolvió con una tendencia a la tristeza, al cine Noir en estado puro y a la belleza delicadísima de escenas pausadas y casi agobiantes en su ritmo gradual. Scott supo recrear esa dualidad del bien y del mal aparente a través del Hollywood clásico y convirtió a su película en un improbable híbrido entre el expresionismo alemán y un aire ciberpunk basado en un ambiente artificial que no era otra cosa que un reflejo evidente de como concebía a sus replicantes. Al contrario “Blade Runner 2049” va al otro extremo: en Ciencia Ficción sin matices pero también se aferra a la misma pregunta que concibió y sostuvo su predecesora ¿Qué es la realidad? ¿Cómo la concebimos? ¿Que hay en medio de todas las preguntas que nos obliga a formularnos la idea coherente sobre la identidad? ¿cómo sabemos incluso si somos reales?

A pesar de las expectativas, Deckard no es la gran sorpresa — ni la gran respuesta — en la película, pero si actúa de catalizador en las grandes interrogantes que se plantea y que su personaje encarna sin querer. “Yo sé qué es real”, dice el cansado y cínico K cuando finalmente ocurre el primer encuentro con Blade Runner original en medio de un escenario decadente que retrotrae de inmediato al film original y que Villeneuve homenajea con un paisaje de botellas de Whisky en diferentes estados de deterioro y la voz de Frank Sinatra como telón de fondo. Villeneuve toma el mismo camino de Scott y evita llevar a la palestra la verdadera naturaleza de Deckard como el tema que sostenga la trama principal, por lo que deja abierto el debate. No obstante, si utiliza al personaje para dejar claro que hay una línea evidente que une a los replicantes y a los seres humanos: una prueba cierta que la diferencia entre replicantes y el hombre es mínima, cuando no inexistente. Es entonces cuando Villeneuve logra elaborar una identidad independiente para su película: la discusión filosófica continúa pero sobre todo, se nutre de su propia imposibilidad de respuesta inmediata. Tal pareciera que Villeneuve necesita dejar muy claro que el dilema de la realidad y lo artificial que plantea en su película, lo desborda y lo sustenta como una versión imposible y lenta de la realidad.

Además, Villeneuve toca el tema sobre el libre albedrío de los replicantes, pero a diferencia de Scott no lo asume como motivo de rebelión o de desastre, sino que reflexiona sobre la posibilidad de lo que ocurra y sobre todo, se analice desde la pared que separa al hombre y su obra más sofisticada. Y es quizás esta comprensión sobre la naturaleza nuclear que une ambas películas (como si K y Deckard fueran de algún modo reflejos uno del otro) es la percepción más poderosa del vinculo entre ambas propuestas.
“Blade Runner 2049” no deja de girar y reconstruir el mismo centro de su propuesta a partir de su noción sobre las posibilidades que ofrece los nuevos temas que plantea. Una rebelión replicante parece ser inevitable y el villano mítico de su predecesora — esa criatura empática que es capaz de resumir la naturaleza humana en su sensibilidad — se transforma ahora sí en una amenaza, silente y compleja, pero sobre todo, casi dolorosa en su extraña filosofía. Y Deckard cambia de cazador a un simple instrumento de esa cultura que no comprende la creación más allá de lo utilitario. En medio de ese vertiginoso juego de Roles, Scott logró encontrar una fisura, una extraordinaria visión de lo bello y lo doloroso. A su vez Villeneuve alcanzó una versión de la realidad mucho menos íntima — y ese quizás es el punto más bajo de la película — pero sí, una versión más enigmática sobre la identidad y la individualidad. Entre ambas cosas, los replicantes y su promesa de futuro, parecen ser la noción más poderosa sobre la naturaleza humana y quizás, la más confusa. Una versión del ayer y del hoy suspendida en medio de una versión del mundo plena de belleza.

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