miércoles, 11 de octubre de 2017

Todas las buenas razones por las que deberías leer a Isaac Asimov si amas la Ciencia Ficción.




El Científico húngaro Zoltán Galántai teorizó durante buena parte de su vida sobre la posibilidad que cualquier inteligencia extraterrestre, sea por completo inexplicable para nuestra percepción del hombre y por el hombre. Una y otra vez Galántai asumió el hecho de la existencia — la versión del bien y del mal, la incertidumbre de lo desconocido y sobre todo, la concepción sobre la identidad — como una serie de elementos angulares hipotéticos que se basan en la percepción del hombre sobre lo que le rodea. O lo que es lo mismo, el hecho de especular sobre todo tipo de posibilidades y razones, más allá del tiempo y la creación del futuro a partir de teoremas más o menos lógicos. En resumen, somos lo que imaginamos y más allá de eso, lo que podemos concebir de manera coherente como percepción de nuestro entorno. Una mirada hacia lo imposible y lo indefinible basada en nuestra imaginación y nuestro intento por explicar lo inefable. Una forma de magia, quizás.

Lo mismo pensaba Arthur C. Clarke, que insistió en sus célebres leyes que una tecnología muy avanzada es indistinguible de la magia. Pero a la vez, Clarke meditó sobre el hecho que el hombre asume la realidad desde sus cuestionamientos y disquisiciones más primitivas, por lo que en esencia, elaboramos ideas complejas a partir de lo que comprendemos como realidad. Tal y como insistía el gran filósofo ocultismo Robert Fludd, la imagen del infinito y el vacío insistente es la mera ausencia de cualquier idea que pueda conceptualizar la realidad. Fludd también insistió que incluso, fenómenos físicos y naturales por completo medibles, pueden analizarse desde cierta óptica de la maravilla. En lo que coincide con Clark, que llegó a decir que una tecnología aún más avanzada de la que podemos imaginar — y en su momento, podía predecir a través de la literatura — era una predisposición a pensamiento mágico, indistinguible de las propias leyes de la naturaleza (e incluso manipularlas de forma imperceptible). Una noción que abarca desde lo que creemos es la realidad (o en el mejor de los casos, lo que asumimos como una idea perenne sobre la individualidad) y el hecho básico del futuro a través de una hipótesis incierta.

Isaac Asimov también lo creía. En su colosal Saga Fundaciones (que nació como una trilogía y terminó extendiéndose como una gran nomenclatura fantástica a través de toda su obra) el autor imaginó a la Galaxia como una especie de terreno inexplorado, a mitad de camino entre el asombro mágico y la anuencia de lo ponderable como científico a través de la curiosidad humana. En los mundos de Asimov, la belleza se asimila a través de la tecnología y de la misma manera que para el astrofísico ruso Nikolái Kardashov — que creó la famosa “escala de Kardashov” como método para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización — asume el hecho de la mirada hacia el infinito — lo que somos y lo que deseamos — como parte de la interpretación fáctica de la identidad colectiva. Para Asimov, la “psicohistoria” es una percepción sobre la realidad que va desde la tecnología al tiempo, la percepción sobre el devenir de la historia y la osadía de la imaginación. Por tanto y según la perspectiva de Asimov, el comportamiento de lo que somos y deseamos ser como cultura y sociedad puede ser predecible, lo que convierte a la Ciencia Ficción en un manifiesto extraordinario y de un enorme valor como documento intelectual.

Tal vez por ese motivo, a Isaac Asimov se le suele llamar el padre de la Ciencia Ficción moderna. Un titulo que puede parecer exagerado, pero que en realidad engloba y define los aportes del escritor a una nueva perspectiva sobre la literatura fantástica. Porque Asimov, con su concepción optimista y sobre todo, profundamente humanista del futuro, reconstruyó y replanteó esa noción sobre el ser humano como parte de su entorno. Más aún, como protagonista y quizás victima de su propia historia. Asimov, obsesionado por no sólo la tecnología como anuncio de los planteamientos de un futuro distante, encontró en la identidad hombre — su cultura, religión, manera de pensar — una forma de aprender sobre lo que consideramos inevitable. El escritor miró el futuro — a mediano plazo, a largo plazo, incluso el distante y aún imposible de asumir como posible — como una combinación de ideas, más que factores y quizás, allí radica la enorme trascendencia de su obra.

Que Asimov estuviera obsesionado con las particularidades del género humano, nadie lo duda. No obstante, lo que sorprende es que esa mirada profunda y analítica sobre la identidad del hombre y sus particularidades, no incluya un juicio de valor. Asimov, quizás es su conmovedora humanidad. Porque la interpretación sobre lo fantástico de Asimov, no se limita a una inteligente reflexión sobre las posibilidades que el futuro puede ofrecer — que también lo es — sino una meditada comprensión sobre lo que hace al hombre ser una criatura racional y más allá de eso, una excepción en medio de la naturaleza. Una y otra vez, Asimov se plantea la naturaleza humana como un misterio en si misma, un descubrimiento asombroso y lo que resulta aún más desconcertante, una fuente de maravilla. Quizás, ese sea la cualidad que hace de las novelas de Asimov renovadoras de un género que hasta entonces, asimiló la cualidad del hombre como criatura natural como parte de una serie de ideas más o menos sustentables, pero nunca lo suficientemente sólidas como para sostener la complejidad de un planteamiento único. Pero Asimov se atreve, construye y evoca a la fantasía como un reflejo no sólo de lo que el ser humano Es, sino como una idea que se elabora a través de sus matices y se asume como parte de lo que creemos esencial. Una interpretación fundacional y primitiva sobre lo que el hombre comprende como su propia humanidad.

Por supuesto, que la Ciencia Ficción es un terreno literario difícil: no solo se trata de construir mundos — lo que en esencia, es el mundo de la escritura — sino además, también, reformular el propio en inspiradas y en ocasiones, inquietantes visiones. Y eso, no siempre es sencillo, mucho menos manteniendo esa necesario equilibrio entre la realidad y la fantasía, la ciencia y la imaginación que identifican al género. Tal vez por ese motivo, Isaac Asimov sea uno de sus autores más representativos: se puede amar su obra o criticarla hasta el cansancio, pero siempre sorprenderá. Su novelas y cuentos no solo tienen la capacidad de sorprender sino además, reflexionan sobre el futuro y el tiempo de una manera totalmente nueva: una concepción del hombre vinculado de manera muy directa con las consecuencias de sus decisiones culturales y más allá filosóficas.

Además, Asimov tiene el raro mérito de revolucionar un género en esencia vanguardista: tantos en ideas como conceptos, las historias del autor crean toda una nueva perspectiva sobre la Ciencia Ficción que sorprende por su amplitud, sustancia y coherencia. Porque para Asimov la distopía y la utopía se confunden para construir una visión del futuro hermosa, que roza la ciencia sin sujetarse a ella por completo, que analiza la cultura y quizás la crítica, pero siempre mantiene la esperanza. Y que rara hazaña lade Asimov, de brindar un cariz realista a un tema que en esencia no lo es, a inventar sobre lo que inventado y brindar una sutil visión filosófica a lo tecnológico. Ninguno de sus libros o cuentos pierde esa necesidad de comprender al mundo como una consecuencia de su visión de sí mismo e incluso, una consecuencia de sus propias decisiones. El futuro del hombre creado a la medida por el hombre.

En toda su obra, Asimov pondera sobre las relaciones de lo humano con lo tecnológico. Pero es en “Yo, Robot” en donde encuentra una forma de fundir ambas especulaciones en una visión progresiva sobre la Ciencia Ficción como reflejo de la realidad. Además, la novela tiene una significativa importancia para los amantes de la ciencia ficción: en ella Asimov crea las tres leyes fundamentales de la Robótica, usadas tanto por él como por gran cantidad cuyo trabajo se nutren de su obra. Por extraño que parezca, Asimov interpreta la existencia del robot no como una mera utilidad mecánica — consecuencia tecnológica — sino como parte de ese singular ecosistema científico que se construye a partir de la visión del hombre como creador. Y esa visión — en ocasiones opinión — es evidente en estas tres leyes, que resumen las complicadas relaciones entre el creador y su criatura: Primera, Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño; Segunda: Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera Ley; Tercera: Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera y segunda Leyes. Un decálogo del deber ser que parece sujetar la creación tecnológica a una diatriba moral desconcertante. Quizás emulando a Philip K. Dick, Asimov cuestiona en su obra la responsabilidad de las criaturas tecnológicas del hombre sobre el mundo que habita, a pesar de sus limitaciones como creación restringida al uso e incluso, al simple capricho.

Lo más intrigante de Yo, Robot es justamente esa visión amplia y detallada sobre el Universo de la robótica: todas las visiones resumidas en varios relatos concatenados que juntos forman una novela completa, en una perspectiva tan profunda como dura sobre el Mundo que vio nacer la cultura del Robot y se hizo involuntariamente dependiente de ella: desde el mecanismo más primitivo y rudimentario que era incapaz incluso de comunicarse, hasta el más moderno y sofisticado con aspecto y comportamiento casi humano. Resulta fascinante la manera como la historia, dividida en visiones distintas, contradictorias y por último complementarias, hila la mitología sobre la cual se sostendrá en el futuro toda obra de ficción que beba de la obra de Asimov. Porque Yo, Robot, no solo medita con inusitada dureza sobre el hombre como individuo, sino la tecnología como sustento de la creación. Una idea intrincada, con numerosas lecturas y que resulta fundamental para comprender el planteamiento de la Ciencia Ficción, no solo como género literario sino como crítica social.

Asimov escribía con la misma pasión del antiguo Egipto que sobre los dinosaurios, la extinción — probable — de la especie humana o acerca personalidades históricas y su influencia sobre el historia. Para Asimov, el conocimiento humano era una gran síntesis, sin fronteras ni pequeñas divisiones. Una percepción que le llevó a imaginar el tiempo, el espacio y las posibilidades desde la curiosidad y cierta inocencia. Quizás un logro asombroso en medio del cinismo de nuestra época. Quizás una forma de esperanza como forma de creación de la realidad.

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