sábado, 14 de octubre de 2017

La danza de las flores secretas y otras historias de brujería.





- Oye, ¿Como se ve una bruja?

Me detuve, mirando a mi amiga Flor como si no entendiera muy bien a qué se refería. Aunque claro, si lo sabía. Pero preferí escucharle explicarse antes de tener la enésima discusión sobre el tema.

- ¿Como se ve? ¿Me preguntas si tienen la piel verde y la nariz ganchuda y...?
- ¡No Agla! - soltó una risita - ¡No soy boba!


Ahora me tocó el turno de soltar una risita divertida. Habíamos hablado de lo mismo al menos seis veces en el último año y siempre terminamos discutiendo en voz alta, entre risas y empujones, por las opiniones de Flor sobre cómo debía verse o comportarse una bruja. Nunca me lo tomaba demasiado en serio, pero de vez en cuando me dejaba la sensación que había una imagen sobre las creencias de mi familia muy extraña e incómoda que yo no llegaba a comprender muy bien. La bruja malvada, la violenta, la cruel. La mujer del bosque que era capaz de envenenar, arrojar maldiciones y lastimar inocentes, no era precisamente la idea que tenía sobre la palabra y mucho menos, la mujeres que la usaban para describirse al mundo.

- Entonces ¿qué pasa?
- ¿Una bruja...una mujer normal?

Suspiré con cierto fastidio. Era una pregunta que solían hacerme con frecuencia, sobre todo cuando mi abuela venía a recogerme y todas mis compañeras se sorprendían de su aspecto corriente y bondadoso. Casi siempre, todas insistían en que una bruja no sonreía como ella lo hacía, o caminaba con su paso alegre y juvenil. Mucho menos, hablaba con voz tan pausada y sabía, o era así de cálida. A mi siempre me desconcertaban esas ideas y en ocasiones, hasta me disgustaban.

- ¿Qué crees tu?
- Bueno no sé - respondió Flor sin comprometerse - a veces uno se pregunta si con tantas cosas raras en la cabeza, una bruja no...

Se mordió los labios, como si no tuviera que agregar. Aguardé, tomando la pelota como que habíamos estado jugando todo el rato. Ya sabía que el buen rato había acabado. Me quedé esperando a que continuara hablando.

- ¿Una bruja qué?
- ¿Te molestan te digan lo fea que eres, loca de las escobas?

La voz de Gloria me sobresaltó. Había aparecido por el lado izquierdo del patio de recreo, con el grupito de niñas risueñas que le seguían a todas partes. Ahora estaba de pie a unos metros de donde nos encontrábamos, dedicándome su acostumbrada sonrisa burlona. Contuve la respiración. ¿Podrían ponerse peor las cosas? Cuando Gloria se acercó con paso firme y con evidentes ganas de pelea, supuse que sí.

Gloria era la niña más popular de la clase de tercero y nos llevábamos muy mal. Era popular, muy lista y además muy bonita, lo cual la convertía en una pequeña celebridad entre entre el resto de las alumnas. Quien sabe si porque yo era la más chica, la más nueva y también con toda seguridad la más extrañas entre las niñas de la sección B, le caía muy mal. Tanto, como para hostigarme a toda hora y burlarse de mi a la menor oportunidad. Con el tiempo, me había acostumbrado a que Gloria era una especie de mal necesario en el ambiente represivo y tedioso de la escuela de monjas bigotonas donde estudié. Aunque eso no hacía menos fastidioso su acoso.


- No tengo nada que hablar contigo - le respondí, mientras su coro de amiguitas susurraban a su alrededor lanzándome miradas maliciosas. Ella sacudió la cabeza y su cola de cabello rubia se movió de un lado a otro sobre sus hombros.

- Yo tampoco. Pero ya sabemos como se ven las Brujas, Flor - se río en voz baja - como loquitas despeinadas, mugrientas y feas. Puro ojos y boca deforme.

No dije nada. Apreté los puños y traté de controlarme. Flor a mi lado, tenía la respiración nerviosa y agitada.

- Gloria, deja de molestar - dijo Flor en un tono pretendidamente desdeñoso, pero sabía que estaba asustada. Después de todo, en todas las peleas con Gloria habíamos llevado siempre la peor parte - ¿No tienes nada que hacer adulando a las monjas?

A Gloria no le gustó aquello. Frunció su nariz respingona y se acercó a nosotros, toda ojos brillantes de furia.

- Tu y tu abuela son un par de locas creyendo en hierbas en el diablo - declaró en voz muy alta, para que todo el patio del colegio se enterara - ¡Eres una loca mugrienta que duerme con escobas! ¡Eres una loca mugrienta que...!

Después, no sabría explicarle a la directora cuando y cómo había golpeado a Gloria. Sólo tenía el recuerdo de un rafagón de furia muy roja y la sensación blanca de dolor cuando me tiró del cabello. Luego, un alboroto sofocante y con sabor a tierra, cuando caímos al suelo y rodamos, pateando y arañándonos hasta que un par de manos firmes nos separaron. Después hubo mucha confusión y reclamos. Todo pareció hacerse más claro cuando me encontré sentada frente al escritorio de la directora.

- ¡Son dos señoritas educadas! ¿Qué comportamiento de locos es este? - estalló la hermana Rosa con las manos crispadas de furia - ¡Estoy sorprendida y desilusionada!

Gloria se aseguró de poner su mejor cara de compungida, pero yo no pude y me limité a cruzar los brazos sobre el pecho, mordiendome los labios. Estaba tan furiosa que sentía que las mejillas me palpitaban de calor.

- ¡Ella dijo cosas horribles de mi abuela!
- ¡No es verdad!
- ¡Claro que sí!
- ¡Basta! - cortó en seco la hermana Rosa, al parecer muy harta de aquello - no me interesa quien empezó qué. Lo cierto es que ambas están castigadas.

Gloria hizo como que lloraba. Yo me quedé ofendida y muy tiesa en la silla. La hermana Rosa me dedicó una de sus miradas duras y levemente inquietas.

- Estoy harta de estas peleas entre ambas - dijo entonces - y creo que deben terminar. Es un horror que siendo compañeritas sean capaz de llevarse bien.

Tomé una bocanada de aire, pensando que Hermana Rosa no tenía ni idea de lo desagradable que podía ser Gloria cuando se lo proponía. Que como toda la gente, se dejaba engañar por tus pestañeos, risitas y vocecita de niña buena. Yo en cambio, no podía fingir nada de eso y de vez en cuando me preguntaba si era algo que tenía que lamentar.

Ocupada pensando en esas cosas, no noté que la monja llevaba algunos minutos hablando hasta que Gloria se puso en pie con la cara enrojecida por la furia o algo muy parecido. Parpadeé intentando entender que ocurría.

- ...Así que de ahora en adelante y por un mes harán las tareas juntas - estaba diciendo la monja. Yo también me levanté.
- ¿Como? ¡No! - dije aterrorizada por la mera idea. Gloria me dedicó una mirada y me pareció que por una vez  estaba muy de acuerdo conmigo - ¡Yo no puedo hacer nada con ella!

- No es una sugerencia, es una orden - dijo hermana Rosa con las manos cruzadas sobre el escritorio en el gesto duro y firme que solía utilizar cuando estaba realmente disgustada - y no les estoy pidiendo opinión: de ahora en más, por cuatro semanas, estarán en los mismos grupos, comerán juntas y harán las tareas juntas. Eso imagino les permitirá conocerse mejor y evitar estas situaciones embarazosas.

Gloria apretó los puños y sacudió la cabeza con un gemido de niña malcriada. En realidad, yo habría hecho lo mismo pero una vez, juzgué más prudente quedarme callada, con las manos apretadas contra las rodillas, tratando de asimilar lo que la hermana Rosa acababa de decir. ¿Cuatro semanas? ¡Eso era muchísimo tiempo! ¡Era una ETERNIDAD de tiempo! ¿Cómo se suponía iba a soportar a Gloria?

Supongo que Gloria debía estar pensando cosas muy semejantes cuando la hermana Rosa nos hizo salir de la oficina de dirección. Nos quedamos de pie, una junto a la otra, mirándonos de soslayo, ambas muy disgustadas e incómodas.

- Lo peor del castigo será que tener que soportar tu olor a escobas - masculló. Pero estaba avergonzada de no haberse podido zafar del regaño y muy contrariada por haber recibido un castigo, así que no me di por aludida - No quiero ni saber de ti a menos que sea necesario.
- No creas que me muero por escuchar tu vocecita de niña necia - le susurré a cambio. Levantó el rostro, tenso de furia, pero aún caminábamos por el edificio de administración, así que se guardó lo que sea que quería responderme - igual, no creo que tengamos que hacerlo todo juntas.

***

Resultó que sí teníamos que hacerlo todo juntas. Desde el mismo día del castigo, todas las maestras y monjas a cargo de nuestras clases parecían muy interesadas en sentarnos una al lado de la otra, ponernos en los mismos grupos y asignarnos las mismas tareas. Al principio, intenté que no me molestara y de hecho, logré ignorar a Gloria tan bien como para que no me irritara sus burlas medio susurradas y sus miradas de superioridad. Ella, por su parte, parecía tomarse el castigo como una ocasión para mostrarse más despectiva que nunca y hacer alarde de su popularidad. Sus amigas solían sentarse a nuestro alrededor para cotorrear en voz alta, mientras se tejian el cabello unas a otras o hablaban de todas las divertidas cosas que hacían y a las que yo, claro está, no estaba invitada. Pero transcurridos varios días, ambas comenzamos a estar un poco hartas de aquello y comenzamos a entender que sí, que deberíamos pasar más tiempo juntas que con nuestras amigas más queridas. Gloria fue la primera en comentar el asunto.

- No te soporto - declaró y lo hizo como si tal cosa. Sin mucho espaviento y al parecer muy abrumada. No quería provocarme, simplemente lo dejaba claro - de verdad, no quiero hacer las tareas contigo o pasarme horas viéndote copiar y escribir.

Ya sabía que las buenas notas de Gloria se debían en su mayoría, al buen hacer de su grupito de amigas, que no dudaban en hacer los deberes y facilitarle las cosas para beneficiarse de su popularidad. Pero yo no hacia lo mismo y pronto, Gloria empezó a ponerse nerviosa: era evidente que tenía problemas para comprender algunas asignaturas y que su nueva compañera, o sea yo, no era de mucha ayuda. Le dediqué una mirada dura.

- No podemos hacer otra cosa - dije, también bastante hastiada - tampoco eres una perita en dulce. Siempre te quiero patear.

Por extraño que parezca, la brutal sinceridad mutua tuvo un efecto catalizador de la ira en común. Gloria suspiró, con cristalina sinceridad.

- Este será un mes muy largo - admitió. Me encogí de hombros.
- No veo que podamos hacer.

Se inclinó sobre su cuaderno de matemáticas. A pesar de que teníamos un montón de deberes, apenas había comenzado a resolver la complicada serie de fracciones y multiplicaciones que debíamos completar. Además de su nombre y la fecha, la hoja de ejercicios tenía un aspecto blanco e impoluto. Le pasó una mano preocupada.

- No sé que hacer - confesó con cierto cansando - Mayra siempre me ayuda con la tarea pero...

Mayra era su amiga más querida, una niña callada y amable que extrañamente era una de las pocas del grupito risueño que jamás se burlaba de mi. Desde hacía unas semanas, estaba enferma con varicela y al parecer, no volvería en lo que restaba de mes a la Escuela. Así que Gloria estaba en una situación realmente complicada, tanto como para confesarlo en voz alta delante de mi.

- ¿Quieres que mi tio nos ayude?

Me arrepentí apenas lo dije, sobre todo porque Gloria volvió a las andadas y me dedicó una mirada desdeñosa y altiva. Cerró el cuaderno y sacudió su melena rubia con un gesto zalamero.

- No estoy tan desesperada - declaró y levantándose, echó a correr por el patio de recreo. La vi alejarse, aliviada del silencio y no tener que soportarla por un par de horas. Flor, que parecía muy intrigada por el castigo y como me las arreglaba con Gloria, sonrío cuando le conté más tarde la escena.

- Es una estupida. No sabe poner dos números juntos. Ya verás que te viene a pedir ayuda.
- No lo hará.
- Lo hará cuando no tenga más nada que hacer.

Resultó que Flor tenía razón: Luego de ganarse un 0 de color rojo en su tarea, Gloria volvió a mi rincón del patio con la boca fruncida de humillación y cansancio.

- Oye...¿Tu tío de verdad puede ayudarme?
- No sé si hace milagros - me burlé - pero lo podemos intentar.

Gloria puso cara de asco pero se guardó cualquier cosa que tuviera que decir. Me puse el morral al hombro.

- Vamos.
- ¿A donde? - preguntó Gloria con un sobresalto. Sonreí con cierta malicia.
- A la casa de la Loca de las escobas.

***

Mi tio L. era el hijo menor de mi abuela y quizás la persona más lista que conocí jamás. Con casi dieciséis años, había comenzado en la Universidad y estudiaba una de esas licenciaturas científicas difíciles de explicar. Pero sin duda, era la persona correcta para ayudar a Gloria - y de paso a mi, claro - con sus problemas en matemática. Así se lo expliqué a mi abuela mientras caminaba junto a ella y Gloria por la avenida hacia mi casa.

 - Ya veo - dijo mi abuela con voz neutra - ¿Te parece buena idea Gloria?

Gloria iba unos pasos junto a nosotras, como si no quisiera acercarse mucho. Le dedicó una mirada sobresaltada.

- Bueno...
- ¿Te sientes incómoda? - insistió mi abuela. Gloria apretó sus libros contra el pecho.
- No Señora, Gracias.

Mi abuela le dedicó una de sus largas miradas apreciativas. Después se acercó para caminar junto a Gloria. Me obligué a arrastrar los pies hasta donde se encontraba. ¿Por qué mi abuela quería ser amable con Gloria? ¿Por qué? me pregunté con cierto fastidio.

- Sé que no siempre es fácil conocer la casa de alguien más - siguió mi abuela - juguemos a algo. ¿Te parece?

Gloria le dedicó su sonrisa falsa y pretendidamente amable. La quise golpear sólo por eso. Mi abuela apoyó una mano en mi hombro.

- ¿Jugar a qué?
- Hazme diez preguntas de aquí a casa - ofreció mi abuela - todas las que quieras y de la manera que quieras. Todas. Y te las responderé incluso cuando sean muy incómodas.

Gloria se animó. Me dedicó una sonrisa malévola.

- ¿Por qué Agla no se peina?
- ¡Oye! - protesté. Abuela me guiñó un ojo.
- Porque no quiere y yo respeto eso - dijo mi abuela. Gloria se quedó un poco alelada, como si no se esperara aquello.
- ¿No quiere que se vea bonita y arregladita? - preguntó. Abuela - la sabia, la bruja - sonrió con la misma malicia que Gloria.
- La verdad, quiero que ella sepa que es lo mejor para sí misma. Y si no quiere peinarse, la respeto por eso. Además, es una bruja. Las brujas les encanta llevar el cabello despeinado y libre.

Una cosa era que yo hablara sobre las brujas -a tartamudeos y casi siempre un poco cohibida - y otra cosa, era que lo hiciera mi abuela, con su voz cálida y rotunda. Gloria me dedicó una mirada que no pude entender y después a mi abuela.

- ¿Es verdad entonces? - preguntó en voz baja. Se detuvo con un gesto un poco desmañado - ¿Es verdad que...usted...?

Gloria tenía un rostro muy expresivo. Tenía grandes ojos claros y una boquita de piñón que podía ser muy mezquina o muy franca dependiendo de su humor. Me sorprendió notar que por una vez, parecía genuinamente asombrada. Como si le hubiese pillado por sorpresa lo que mi abuela acababa de decir.

- ¿Esa sería tu tercera pregunta? - dijo mi abuela. Gloria asintió de un cabezazo.
- ¡Sí! ¿De verdad son brujas?
- Sí, lo somos - dijo mi abuela con toda soltura - somos brujas porque practicamos la brujería, que es la Tradición de la Diosa.

A estas alturas, ya habíamos cruzado las seis cuadras que nos separaban de mi casa. Gloria abrió mucho los ojos pero apretó el paso para seguir el de mi abuela. Por el momento se había olvidado que yo estaba allí.

- Pero eso no puede ser.
- ¿Por qué no? - preguntó mi abuela con sencillez - ¿Que te preocupa de esa idea?

Cruzamos la esquina hacia nuestra calle. Tenía un aspecto muy bonito: iluminado por el sol y con los árboles frondosos flaqueando la calle. Observé de reojo a Gloria que tenía un curioso aspecto: parecía asombrada, desconcertada y también muy curiosa. Todo a la vez y mezclado con un poco de verguenza. Me hizo sonreír verla así. Después me sentí muy mezquina por hacerlo y adopté de nuevo mi pose digna de anfitriona de casa.

- No sé...las brujas...son mujeres - carraspeó - siempre en los cuentos viven en los bosques, se ven...pues...desastrosas y malignas. Usted...bueno...usted...

Abuela sonrió, todo hoyuelos y amabilidad. El cabello cobrizo le rodeaba la cabeza en una trenza y llevaba un bonito vestido de lana beige que la hacía parecer muy fresca y juvenil. Sí, nadie podría decir que mi abuela era algo más que una bella mujer madura. Supuse que eso era lo que intrigaba a Gloria.

- ¿Me veo normal?
- ¡Eso! - Gloria se emocionó - ¡Usted se ve normal!
- Me veo normal porque lo soy - respondió abuela - soy una mujer igual que cualquier otra. Ser bruja no me hace distinta, me hace fuerte y me hace creadora. Y eso, es un don no de mis creencias, sino de mi capacidad para expresar mis ideas.

Yo ya estaba acostumbrada que mi abuela respondiera así a mis preguntas, pero supongo que Gloria no. Se quedó de una pieza, mirando a mi abuela con la boca entreabierta.

- Eso suena...complejo.
- No, en realidad es bonito - dijo mi abuela con enorme paciencia - Ser bruja es tomar todo lo que es mi espíritu y mis pensamientos y crear algo bueno con ellos. Crear algo hermoso, fuerte, perdurable. Que todo lo que haga tenga significado, que todo lo que haga, contribuya a hacerme más sabia, más feliz. Que no dependa de nada ni de nadie para aspirar a la libertad que necesito. Eso es una bruja, nada más.

Lo decía como si fuera poco, pensé desconcertada. Gloria debía estar pensando algo parecido, porque entró por la reja de la casa con la cabeza medio inclinada, como si pensara en cosas muy importantes. Mi abuela nos guió hacia la puerta, con su habitual paso firme y seguro.

- ¿Pero una bruja no hace magia? - dijo entonces Gloria. Mi abuela soltó una carcajada.
- ¿Y quién te dijo que eso no lo es?

Gloria miro a nuestro alrededor, como si le sorprendiera el aspecto corriente del salón, con sus muebles viejos y su papel tapiz, las cortinas de encajes y las flores en maceta. Miró hacia las escaleras, llenas de cuadros y fotografías enmarcadas, la cocina luminosa, más allá el jardín repleto de maleza mal cortada y que enviaba ráfagas de olor a fresco por la puerta abierta. Tenía una expresión levemente confusa e incluso irritada.

- ¡Esto es una casa normal! - dijo como si esperara otra cosa, aunque yo no sabía muy bien qué. Abuela suspiró y ladeó la cabeza para mirarla.
- Escucha Gloria, la gente normal hace cosas extraordinarias a diario. Hace bellas cosas. Crea a cada momento. La magia no se disfraza, nutre y fluye cada pensamiento.

Gloria escuchó aquello y lo repitió en voz baja. Parecía asombrada y desconcertada. Tanto, como para siguiera con la misma expresión un rato después mientras tio nos enseñaba los misterios de las fracciones y la hipotenusa. Le dediqué un codazo la tercera vez que la descubrí mirando a su alrededor, con los ojos iluminados de curiosidad.

- Presta atención - le susurré. Ella volvió la cabeza en un gesto altivo y brusco. Tio sonrío por lo bajo.
- Tranquilas, la matemática sólo necesita un poco de esfuerzo y ya - dijo malinterpretando nuestro pequeño intercambio de codazos y miradas furiosas - no se angustien. Les voy enseñar.

Suspiré, mirando a Gloria que seguía mirándome a mi, a la casa y a la silueta de mi abuela más allá con un gesto alelado. De nuevo, su página de ejercicios tenía apenas unos garabatos. Esta será una semana muy larga, pensé.

***

Lo fue. Gloria seguía sin entender una pizca de fracciones, triángulos, cálculos y nada por el estilo, lo que nos obligó a reunirnos en mi casa casi a diario. Pero para mi sorpresa, ella no parecía especialmente molesta. Todos los días, jugaba con mi abuela el juego de preguntas y respuestas, aunque ya había rebasado el límite de preguntas hacia bastante rato. De pronto, pareció que Gloria quería saberlo todo sobre las brujas.

- Pero lo que quiero decir es que usted se ve como cualquier mujer - insistió Gloria en una oportunidad, sentadas las tres en la cocina. Puse los ojos en blanco, fastidiada. Gloria ni me miró - lo que quiero decir es que...siempre imaginé que una bruja...

- Tenía la piel verde, sombrero picudo y vestido negro - repetí con fastidio. Gloria me fulminó con la mirada. Mi abuela rió, tomando un sorbo de su té favorito.

- Una bruja no necesita verse de ninguna manera para celebrar su feminidad ni tampoco su poder interior - explicó mi abuela - Una bruja es una mujer que lleva sus virtudes y defectos entre las manos, como una forma de comprenderse. Una bruja es una mujer temible, amable, fuerte e impaciente, impulsiva y llena del poder de crear y sonreír. Una bruja lleva el cabello corto o largo. Una bruja es baja o alta. Una bruja es delgada y también opulenta. Se viste como quiere, se viste como quiere. ¿Sabes por qué?

Yo, que si sabía, levanté la mano como hacia en clase. Fue el turno de Gloria de poner los ojos en blanco. Luego me olvidó y volvió a prestar completa atención a mi a abuela.

- ¿Por qué hace lo que quiere?
- Porque hace lo que quiere, sí. Es libre pero también responsable de esa libertad. Esa una mujer que toma sus decisiones, que se construye así misma. Es una mujer que se atreve a caminar en la Oscuridad para encontrar la luz. Es una mujer que se atreve a confesar su miedo para poder luchar contra ellos. Es una mujer que ríe para recordar como llorar. Es una mujer poderosa y también una mujer discreta. Es una mujer que lleva su sabiduría y su capacidad para la esperanza a todas partes. Es una mujer que baila en su espíritu, que aspira al fuego que purifica. Una mujer que nunca se calla, una mujer que siempre sabe el valor del silencio. Una mujer poderos en su misterio, independiente en su sinceridad. Una mujer que viaja sola por la vida. Una mujer que abre los brazos para ir por el mundo y sonreír.

Gloria pareció muy impresionada con todo aquello. Volvió la cabeza para mirarme.

- ¿Tu crees en esas cosas? - me dijo en voz bajita. Sonreír.
- Y quiero hacerlas todas cuando sea mayor.

Gloria suspiró. Se miró las manos impecables y pareció de pronto muy joven y pequeña. Quizás un poco sola. Eso me desconcertó. Y por primera vez desde que la conocía, Gloria me agradó.

Seguí pensando en eso mientras ambas esperábamos que su mamá fuera a recogerla. Nos encontrábamos en la puerta de la casa, en la parte más verde y frondosa del patio interior. Me dedicó una mirada rara.

- Oye Agla, ¿Te gusta ser bruja?
- Todavía no lo soy - le aclaré - tengo que aprender mucho.
- Pero...eso que dijo tu abuela...eso de ser libre y feliz y eso...¿Te gusta? ¿No te asusta?

La miré a los ojos. Gloria era una niña muy rara a veces: podía ser petulante y odiosa, pero ahora también sabía que podía ser amable e incluso un poco temerosa. Eso me hizo sonreír.

- No. O sí, pero igual quiero hacerlo - sacudí los brazos y di un salto sobre un charco de barro que había entre las ramas de los árboles - quiero hacer muchas cosas que me den miedo. Que me parezcan imposibles. Que me aterren por ser muy grandes. Pero las haré porque sé que puedo hacerlas. Porque soy bruja, porque soy fuerte. Porque...creo que puedo ser libre.

El viento olía a humedad y a verde. Un olor bonito y cargado de la voz de la lluvia. Suspiré, llenándome los pulmones de él. Gloria me miró, curiosa.

- ¿Y que...pasa si no puedes hacer todo eso?
- Entonces haré cualquier otra cosa. Pero siempre intentaré que el mundo sea una aventura. Que sea cosas buenas y cosas que me hagan reír. Cosas por las que valga la pena ponerte triste.

Sentí la primera ráfaga de viento en las mejillas. Gloria se apresuró a ponerse bajo el árbol cercano, mirando hacia el cielo. Yo en cambio, me quité los zapatos y avancé hacia la luz gris de la tarde lluviosa.

- ¿Por qué eres bruja?
- Y también porque soy libre.
- ¿Una bruja siempre es libre?
- Lo intenta - dije en voz baja. Sentí una alegría salvaje y caliente llenándome los dedos de las manos - lo intenta a toda hora y siempre.

Cuando empezó a llover, me dejé llevar por las ráfagas de lluvia, palpitando entre los dedos, el rostro. ¡Que sensación más bonita, más fuerte, más poderosa! ¡Y tan sencilla! Comencé a saltar por la hierba mal cortada, pensando en todo lo bonito, lo extraño, lo fuerte. En todas las cosas pequeñas y preciadas que escondía mi espíritu, en esa noción sobre mi misma que tanto apreciaba y disfrutaba. Sentí que la lluvia me mecia, me abrazaba, era plata pura rodeandome helada. Y eso me hizo reír a carcajadas.

- ¡La vida son todas estas cosas! - grité. Y de pronto, Gloria también estaba riendo. De pie, con los ojos muy abiertos, mirándome bajo el árbol - ¡La vida son las cosas que te hacen reir, las cosas que te hacen llorar, las que te hacen sentir así de contenta! ¡Una bruja es una mujer que sabe que lo mejor está dentro de si misma! ¡Y que siempre lo estará!

Cuando la mamá de Gloria vino por ella, me dedicó una mirada de nariz fruncida. Miró mi cabello mojado, mi ropa sucia y se apresuró a llevarse a su hija. Pero Gloria se detuvo antes de entrar en el automóvil y de nuevo sonrío.

- Uno tiene que estar un poco loco ¿No? - dijo entonces - para ser feliz.
- Muy loco. Y eso es lo bueno - sonrió - y eso es...ser libre.

Una bruja, pensé pero no lo dije. Una mujer que sabe volar, incluso con las alas rotas.

***

De nuevo, el olor de la lluvia. Condesado, delicioso, un poco triste. Miré el patio del colegio convertido en una colección de grises. Flor me dedicó una mirada celosa y fastidada cuando me senté junto a ella en el recreo. Enarqué una ceja.

- ¿Ahora que pasa?
- Te llevas de maravilla con Gloria ¿No? - me respondió. Aguanté la risa.

La verdad era que sí. Luego de cuatro semanas agónicas de convivencia, finalmente algo había sucedido. No eramos amigas, claro está. Tampoco enemigas. Eramos quizás cómplices de ciertas ideas que nadie comprendía. Nos sentábamos juntas a hacer las tareas sin que nadie nos obligara a hacerlo, conversábamos en voz baja. Tanto el grupito de niñas risueñas como Flor parecían asombradas. Y esta última, definitivamente ofendida.

- Oye, la verdad no somos amigas...sino...

Flor sacudió la cabeza. Comenzó a recoger sus libros y lápices mientras el olor a lluvia se hacia más denso.

- Bueno, no sé es cosa tuya.
- Tu eres la amiga más querida de todas mis amigas - aclaré - eso ya...

Comenzó a llover. Me apresuré a cubrir mis cuadernos con mi sueter mientras Flor corría a guarecerse. Entonces vi a Gloria, en mitad del patio y me quedé sin moverme.

Estaba de pie, mirando al cielo. Con los brazos abiertos. Y cuando empezó a llover, comenzó a dar saltitos de un lado a otro, riendo feliz. La miré sin saber que hacer, asombrada por esa naturalidad, esa maravillosa espontaneidad. Esa fuerza. Y pensé que la libertad a veces es inevitable, está en todas partes, en las pequeñas cosas.

Como el espíritu de la bruja.

Gloria bailó y bailó, sacudiendo la cabeza, soltando carcajadas en voz alta, mientras la lluvia se hacia más y más fuerte. Todo el mundo la miraba desde las esquinas, sin saber que decir de aquella niña que bailaba a solas, que se soltaba el cabello, que parecía beber de la lozanía de la lluvia. Nadie se acercó, como si de la misma manera que yo, supieran se trataba de un momento íntimo, interminable, preciado. Todos mirábamos, asombrados, esa felicidad simple y sencilla. Todos sonreíamos, también.

Cuando Sor Elizabeth apareció con un paraguas y tomó a Gloria del brazo, hubo un suspiro colectivo de decepción. Miré a Gloria caminar, empapada de pies a cabeza, temblando de frío y aún riéndose. Y cuando la vi alejarse hacia la dirección, me pareció que jamás había conocido a nadie tan feliz, tan simplemente libre de toda tristeza.  Flor a mi lado, soltó una pequeña carcajada de asombro.

- ¡Se volvió loca! - dijo entonces. Y alguien más allá, soltó una risita. Miré a Flor con una sonrisa.
- Sí, creo que sí.

***

Gloria parecía muy cómoda, sentada en las raíces del árbol de mango del jardín de mi abuela. Miraba al cielo con expresión soñadora.

- ¿No sueñas a veces con volar?
- Claro - abrí los brazos como si quisiera abrazar el cielo - como si pudiera elevarme sobre todo, la ciudad y la montaña y llegar a las estrellas.

No dijo nada. Se recostó del tronco del árbol y me dedicó una de sus sonrisas genuinas, sin petulancia ni arrogancia. Y pensé que quizás Flor tenía razón: De alguna manera, Flor y yo nos habíamos hecho amigas.

- ¿Todas las brujas sueñan con las estrellas?
- Todas soñamos con volar.

Gloria río en voz baja. El silencio del jardín tenía algo de simple, de amable. De natural.

- ¿Quizás...yo sea una bruja entonces? - preguntó. Me encogí de hombros. Las primeras estrellas comenzaban a aparecer en el horizonte.
- Quizás, todos los que creen y sueñan lo son en realidad.

El aire bajo cantando de la montaña. Como un canto viejo. Como una manera de soñar.

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