martes, 21 de enero de 2014

Los dos rostros de Venezuela: ¿Cuanto conoces a tu país? Una pregunta sin respuesta.






Soy de esa gente un poco extraña que aún compra el periódico impreso. Lo hago por una especie de costumbre tan vieja que no recuerdo de donde proviene, pero disfruto mucho. Me encanta sentarme a leer las opiniones, noticias y visiones del mundo a través de ese acto tan sencillo como es hojear página tras página, tan poco práctico pero de alguna forma, parte sustancial de mi manera de comprender el mundo de la información. Lo sé, con el auge de la sociedad interconectada, con esta gran conversación en redes sociales, el periódico parece una antigüedad que no encaja en ninguna parte. Pero quizás para mi y me parece que para una buena cantidad de lectores, el periódico continúa teniendo un valor intrínseco, como símbolo de esa necesidad de la cultura de hacerse escuchar, de ser accesible y lo que es mucho más significativo, de formar parte de ese día a día borroso que todos compartimos.

Por ese motivo, cuando escuché que debido a la crisis económica Venezolana y de manera más especifica, a la demora en el proceso de asignación de divisas la mayoría de los periódicos del país dejarían de imprimir sus versiones impresas, me preocupé. No solo por lo que juzgo es un grave atentado a la Libertad de expresión sino además, como una manera de lastimar ese músculo discreto de la divulgación de la cultura que siempre ha sido los impresos en nuestro país.  No obstante, aún me preocupó algunas reacciones de esta cultura sobreexcitada por las redes sociales, abrumada de canales de información.

- No importa - me comentó una amiga, periodista a más señas, cuando le comenté mi inquietud respecto al tema - casi todos los periódicos tienen una versión web.

Muy bien, me dije. Miré la calle que bordeaba el pequeño restaurante donde almorzábamos. Mire los rostros tensos y serios de los transeúntes. ¿Cuantos de ellos tenían acceso a Internet? ¿Cuantos de cada caraqueño, aún más, venezolano, tiene la posibilidad de conectarse desde su computadora personal para revisar los contenidos y noticias del mundo? Más allá, de tenerlos ¿Cuantos de ellos lo hacían como hábito? ¿Cuantos habían incorporado en su vida cotidiana esa gran mirada a las noticias que el internauta promedio hace con frecuencia? ¿Lo haría esa mujer de mediana edad con el cabello corto y uniforme de algún tipo de establecimiento comercial? ¿Se interesaría por las noticias ese hombre de manos cubiertas de callos, que hablaban de una ardua vida de trabajo físico, a la manera que se había hecho habitual durante la última década? No obstante, la mayoría de ellos llevaban un ejemplar de algún periódico doblado por el brazo. Por primera vez en mucho tiempo, noté que muchos transeúntes sostenían periódicos. O lo leían en las esquinas o cómodamente sentados en las mesas a nuestro alrededor. El habito de décadas, de esa lectura intima y tranquila, no sería tan sencillo de cambiar. No lo había sido de hecho, me dije, inquieta.

- Venezuela no está preparada para un cambio semejante - comenté. Mi amiga sonrío, casi condescendiente.
- ¡Por supuesto que sí! En todo el mundo, las experiencias con periódicos web ha sido muy exitosa, con frecuencia mucho más que su versión impresa - me respondió - hablamos de accesibilidad, de una forma sencilla...
- Estamos en Venezuela - objeté. Parpadeó.
- ¿Eso que tiene que ver?

Suspiré. Pensé de nuevo y de hecho, no es la primera vez que lo he hecho durante los últimos años, en que el Venezolano desconoce las particularidades de la Tierra donde nació. Lo pensé, intentando ordenar mis ideas para explicar lo que significaría el vacío que dejaría la ausencia del tradicional periódico, desde el respetable hasta el panfleto, desde el que llenaba sus páginas con columnas de opinión y meditados artículos, hasta los que simplemente contaban anécdotas de la farándula nacional. Y pensé, otra vez, en lo peligroso que es esa ignorancia, en lo que afecta nuestra percepción como ciudadanos, en el hecho que apenas conocemos la situación y la circunstancia del país donde vivimos. Con una cierta tristeza, pensé que Venezuela no solo se encuentra dividida en dos por la ideología política, sino por la manera como se concibe así misma. La cultura que excluye, la mirada incierta hacia la sociedad como una forma elemental de comprender nuestro concepto de nación.

De la ceguera selectiva a la miopía Conveniente: La Venezuela que mira a otro lado.

Cuando el Presidente  difunto Hugo Chavez Frías ganó las elecciones del Referéndum revocatorio que se llevaron a cabo en el año 2004, hubo una especie de sacudón emocional en el país. Recuerdo que yo fui una de las que se sorprendió por las cifras del triunfo Presidencial y las que se sintió más o menos estafada por los resultados electorales. De hecho, por un buen tiempo, estuve convencida que había ocurrido algún tipo de ilicito electoral que había inclinado la balanza a favor del oficialismo. Lo pensé hasta en unas cortas vacaciones fotográficas, visité un remoto pueblo del Estado Lara, San Rafael del Río. Lo que descubrí allí, fue toda una revelación.

Me encontraba en compañía de un grupo de conocidos que habíamos decidido fotografiar escenas rurales. Así de snob y poco sustancioso como se escucha. Recuerdo haber pensando que era una idea un ridícula - lo era - pero que me permitiría superar mi propia idea sobre la vida rural en Venezuela, lo que resultó del todo cierto. La primera sorpresa que me llevé, apenas llegamos al pueblo en cuestión, fue encontrar que la exigua población - unos 2000 habitantes - estaba celebrando y de manera bastante ruidosa el triunfo del Presidente Hugo Chavez.

No supe que decir. Recordemos que, a todas luces,  gran parte de Caracas estaba sufriendo aún una especie de luto electoral luego de los resultados electorales. Lo viví en las calles solitarias de una ciudad silenciosa, en los rostros entristecidos y decepcionados de todos los que conocía. Tenía la inequívoca sensación que el resultado electoral había resultado un revés para buena parte de la población y eso era evidente. Por lo que me sorprendió las muestras de entusiasmo en el pueblo, el indudable ambiente festivo del que parecían disfrutar sus habitantes.

- Estamos muy contentos del triunfo del comandante - me explicó una anciana, ofreciéndome una taza de Café oscuro y de buen sabor en uno de los kioscos de lo que supuse era una improvisada celebración. Me dedicó una sonrisa amplia y satisfecha - el Presidente Chavez es nuestro Padre.

Lo que ocurría me desconcertó. No sé que pensarían el resto del grupo que me acompañó, pero caminar por las calles del pueblo y ver las genuinas expresiones de alegría, de escuchar las explicaciones sobre lo mucho que debían al "Comandante Presidente" me dejó en claro que había muchas cosas sobre la política oficialista que desconocía. Fue una mirada a una realidad que desconocía, un país que hasta entonces, no había admitido podía existir, más allá de mis opiniones políticas y lo que es aún peor, mi manera de interpretar el país. Recordé la noche en que se habían divulgado los resultados oficiales, la manera como la urbanización donde vivía había demostrado su descontento con un silencio compungido. Pero aquí estaba la otra cara de las cosas, pensé, aturdida. Aquí podía entender - un poco, quizás - los resultados electorales que tanto me habían sorprendido. Porque siendo como soy una asidua a las redes sociales y a toda comunicación internauta, había tenido una idea muy concreta sobre el posible resultado electoral: Mi opción podía triunfar. Mi opción tenía grandes posibilidades de vender a la maquinaria gubernamental. Recordé las larga fila que lleve a cabo por horas para votar y más aún, la sensación de triunfo que tuve al depositar mi voto. Y luego, el sorprendente - para mí - resultado electoral. Un poco abrumada, miré esa celebración espontanea, los gritos de apoyo al Presidente Hugo Chavez que me rodeaban y me sentí avergonzada al tener que admitir lo poco que conocía a mi país, al Venezolano más allá de Caracas, a la visión de nación y de gentilicio que se construía más allá de mis limitados medios para interpretarla. De alguna manera a la decepción del resultado electoral se sumo la de tener que asumir, con toda humildad, que Venezuela - como gentilicio y concepto - me resultaba una gran desconocida.

Le conté mi experiencia a uno de mis profesores Universitarios. El profesor F. Sociólogo, comunista y ateo, es sin embargo lo suficientemente cínico como para no dejarse llevar por el veleidoso ánimo nacional. Y me pareció justo la persona que podría comprender ese desconcierto mio, esa nueva mirada a una Venezuela anónima cuya identidad no reconocía como propia. Me escuchó con enorme paciencia y para mi sorpresa, no se burló de mi inocencia o mejor dicho, ingenuidad. O quizás simple ignorancia, quien sabe.

- Es natural, todos creemos que lo que nos rodea es una porción representativa de la realidad - comentó - todos estamos convencidos que nuestra forma de interpretar el mundo es la correcta. Y quizás lo es. Pero olvidamos que correcta no significa por supuesto, sea la única o la más general. Solo es una de las tantas. Una de las cientos que forman parte de este enorme diorama de hechos y circunstancias que llamamos realidad. Pero por supuesto, todos tendemos a intentar imponer la nuestra o estar convencidos que nuestra opinión es quizás mucho más valiosa que la del resto.

No supe que responder. Me sentía un poco humillada aún por lo ocurrido en el pueblo y tenía la sensación que había una lección allí que asimilar, aunque no sabía exactamente cual. ¿Que había interpretado a Venezuela de manera muy limitada? ¿Que estaba estaba intentado encontrar sentido a la situación política y económica desde mi restringida visión? Probablemente algo entre ambas cosas y mucho más. Porque lo que había descubierto, era que conocía tan poco a mi país como para que me sorprendiera, me dejara sin forma de construir una visión critica sobre lo podía afectarme como ciudadana y lo que era aún peor, dejarme sin armas para enfrentarme a esa realidad del cotidiano, del todo los días. El profesor F. soltó una carcajada cuando escuchó mis reflexiones.

- No, no me río de ti - dijo, interpretando bien mi expresión tensa y furiosa - mi estimada, descubriste el motivo por el cual Venezuela tiene dos rostros y no solamente desde que Hugo Chavez Frías lo hizo evidente. Venezuela está dividida en dos realidades desde su nacimiento como República, desde que el rico y el pobre forman parte totalmente distintas y hasta antagónicas de paisaje del país.

- No creo que esto sea tan sencillo como una lucha de ricos y pobres - dije. El profesor F., asintió con un gesto lento y preocupado.

- No, pero es una de las infinitas implicaciones de quienes somos, cual es nuestra identidad - contestó - somos un país que se vanagloria de su calidez y amabilidad. Un país de gente trabajadora o eso parece sugerir el enorme esfuerzo que hace una buena cantidad de población para sobrevivir. Pero eso solo son estereotipos, simplificaciones. Venezuela es un crisol, es una mezcla de razas y de condiciones sociales. Es una sociedad clasista, estratificada y llena de prejuicios.

- Casi todas lo son - rebatí.

- Pero no todas lo ignoran.

Una idea difícil de asimilar. Esa conversación me lastimó, me disgustó. La recordé mucho tiempo, tratando de ignorarla, de rebatirla, pero no pude. Y es que a medida que la Revolución Bolivariana parecía avanzar, esa cualidad dual, la  Venezuela enfrentada en mitades irreconciliables, se hizo cada vez más evidente. Por supuesto, acentuada por un gobierno que se beneficia de la grieta, que se insiste en utilizar los elementos que dividen social y culturalmente con una forma de ideología. Muy probablemente, para el Difunto Presidente Hugo Chavez Frías la noción de esa Venezuela rota a pedazos fue el aliciente para fundar un sentimiento popular basado en la exclusión, en la ceguera circunstancial del Venezolano de a pie, del que ignora la mayor parte de la temperatura del País, de su idiosincrasia y sobre todo, el verdadero rostro de un país que se construye a través del prejuicio y un tipo de racismo tan definido como evidente. El odio al diferente.

La hoja de periódico: La última perdida. 

Continué debatiendo con mi amiga sobre la necesaria existencia del periódico impreso, de ese humilde vehículo de divulgación que intenta sobrevivir a pesar del poder de las Redes Sociales y quizás, en una especie de oposición mínima a ese gran universo anónimo de la web. Mi amiga insiste en su punto de vista y lo defiende con esa solida opinión de quien asume su postura como inevitable.

- Tal vez es un buen momento para que todos nos habituemos a las nuevas tecnologías - comenta - tal vez, esto hará que los medios de difusión en el país se modernicen.

Pienso en el pescador, en su peñero, leyendo a la luz de la mañana un viejo periódico arrugado. O al obrero, sentado en medio del tumulto del Metro de Caracas, hojeando algún ejemplar de un periódico que acaba de comprar. Pienso en la anciana en una Iglesia cualquiera del país, con un periódico primorosamente doblado bajo los dedos. O la mujer que atiende un restaurante desvencijado de la frontera, leyendo unas pocas noticias de un hoja borrosa que llegó por casualidad al loca. También pienso en Caracas, pero esa otra Caracas, las que se esconde detrás de edificios, las que sueña con prioridades y ventajas del primer mundo sin recordar que aún está en un país del tercero. Pienso en todos los que somos, en lo mucho que nos desconocemos, en los lugares que ignoramos y las palabras que nos dividen. Y sobre todo, pienso en el Venezolano, en el que madruga para subirse a un transporte público destartalado y en el que conduce su automóvil por una autopista con asfalto cuarteado. Todo parece mezclarse, construir una imagen confusa de un país doloramente escindido, mudo, abierto en dos. Un país con dos rostros distintos, que nunca mira en la misma dirección. Siento miedo, también tristeza, pero sobre todo una angustiosa sensación de incertidumbre.

¿Quienes somos en medio de la debacle?

¿Quienes nos somos más allá de ella?

Cuestionamientos que parecen abrirse en un abanico de decenas de preguntas más. Ninguna sin respuestas. Pienso en eso mientras camino en medio de esta Caracas que desconozco, a medio construir. Lo medito mientras me siento, de nuevo, una extranjera en mi propia tierra. Un ciudadano sin rostro en medio del devenir de la historia reciente de mi país.

C'est la vie.

1 comentarios:

AaronLujan dijo...

Wow, a decir verdad, salté algunos párrafos, no por fastidio, por difícil o fácil lectura. Fue porque me duele saber que no estoy loco y que hay personas que piensan igual que yo. (sueño con ser un psicótico, pesimista, que un día amanece y todo era contrario como el pensaba)

Sin embargo, a parte de felicitarte por la buena narrativa —se nota la lectura y el instinto poeta —

Voy a tomarme unos minutos para reflexionar en esa mima línea de pensamiento:

Si, como valor, como tradición, es muy doloroso y, a decir verdad no creo que dejen de imprimirlo. Al final son empresarios y de alguna manera buscarán resolver.

Ahora bien, tengo algunas preguntas ¿De verdad hay libertad de expresión en los periódicos?

¿Será que la política nauseabunda Venezolana llegó a los niveles más exacerbados que puedan existir? Con solo leer los titulares de cualquier periódico, los que vemos más allá, entendemos sus intenciones de manipular, tergiversar, engrandecer o lo que es peor: jugar con el lector.

En caso de que por razones "equis" ajenas a la voluntad de la institución, los diarios dejaran de circular, ¿no sería esto, un poco de justicia? esa que muchos deseamos..

Justicia a quienes han engañado, a quienes con conocimiento y con arte de persuasión a través de la escritura (copy) logran que tengamos a la sociedad que mencionas. Esa sociedad dividida.

Si no existiesen periódicos, el señor con las manos cubiertas de callos ¿qué haría? ¿Qué haría la mayoría?. ¿Creer menos? ¿Pensar más? ¿Buscar otras maneras de expresarse? si es que acaso las tenían. ¿eso ayudaría?

¿Necesita esa Venezuela dividida pisar fondo? ¿Qué es el fondo? ¿fondo es igual a guerra? hambre, pobreza. Si es que no estamos en esas situaciones ya.

Por una parte pienso optimista y digo: esto es solo una situación coyuntural, tarde o temprano pasará, y será nuestro renacer como sociedad. Luego días como hoy me digo, bájate de esa nube, Venezuela hará historia, nos convertiremos en el país más pobre del mundo, incluyendo África, habrá guerra hambre, ¿no lo notas? el país no está mal, está mal para una mitad, una mitad que nos quejamos por twitter, que decimos Wow no tengo cupo electrónico, ¿cómo compro por Amazon? que pensamos en migrar.

Y mientras, la otra mitad está bien, la clave de ellos es el odio, y como ellos mismo dicen "con hambre y sin empleo con Chávez me restéo" ya no está el Supreme Lider y ahora piensan ¿Vamos a dejar perder todo los logros de la revolución? y gritan al unísono. NOOOOO.

¿Ellos están mal? ¿alguna vez estuvieron bien? en los gloriosos 90 (época dorada para mi) ellos tenían Mercal, Pdval, hacían colas para que le regalaran algo? o mejor ¿tenían empleo truculento en el gobierno? No, ahora lo tienen y con eso se conforman, ellos están bien, y estarán mejor mientras la otra mitad esté peor.

En fin, no me quita el sueño si eliminan el periódico. Me quita un pedazo más de corazón, o de lo que siente él por esta nación. Nación cuyo único error cosmogónico es ser rico, es tener abundancia de todo lo carece el resto del mundo. El cosmo lo equilibra todo y no "le da cacho a burro"

PD: hoy estoy depresivo, compulsivo, hater, anárquico, hasta con ideales Nazzi, creo que en esa sociedad no hay cabida para las dos líneas de pensamientos.

Pero mañana comentaré otro post diciéndote que si se puede, argumentaré casos de éxitos, reflexiones pacificas de Ghandi, citaré a Sábato, a Galeano, a Platón y su república y terminaré con alguna de mis citas favoritas de Woody allen. ;)

y a caso ¿De eso no estamos hechos los humanos? contradicción...




Publicar un comentario