martes, 23 de abril de 2013

El libro y la rosa: Regalando sueños en forma de libro.




Los libros son mi mundo desde que recuerdo. Leer ha sido mi vicio, mi pasión y mi manera de ver el mundo desde que era muy niña, cuando descubrí la magia que habita en la palabra, cuando abrí por primera vez un libro y se escapó una historia desde sus páginas. No hay un momento en mi vida que no haya tenido un libro entre las manos, desde los más tristes a los más felices, desde los más intimos a los simples. Un libro siempre ha sido mi acompañante, el motivo para sonreír y reflexionar. La forma más inmediata que tengo de construir un nuevo espacio en mi mente. Una manera de soñar y reir.

Por ese motivo, celebro el día del libro dando en adopción uno. Lo he hecho durante siete años. Una costumbre que se ha hecho profundamente significativa en mi pequeño calendario de celebraciones personales. Y es que regalar un libro es sin duda la mejor forma de brindar amor, de crear ideas, de construir un mundo como en el que aspiro vivir. Obsequiar un libro es una forma de decir te amo en silencio, es poner en otras manos un mundo que será distinto cada vez, que tendrá todos los rostros de una aventura recién nacida. ¿De qué otra manera se puede obsequiar esperanza que no sea a través de una palabra? ¿Existe una manera más intima de sonreir desde el espiritu que a través de un libro? Si la hay, yo no la conozco.

Dar en adopción un libro es una aventura siempre es distinta e igual de emocionante: abandono el libro en la mesa de un café, en el banco de una plaza, en el asiento de cualquier transporte público. Y aguardo, cerca. Con el corazón latiendome muy rápido. Porque soy una madre, claro, madre de mis libros y de mis sueños y siento angustia. Casi dolor. Me duele pensar que mi libro estará allí, a solas, preguntándose porque lo abandoné, porque olvidé nuestros días juntos, porque de pronto, dejé de quererlo. Y que sensación tan amarga son esos pocos minutos de espera - siempre son pocos - mientras aguardo por el siguiente visitante en el mundo de las palabras. Me contengo para regresar, intento no regresar y abrazar a mi hijo libro para explicarle que lo quiero más que nunca, que lo llevo a todas partes en mi mente, y por ese motivo lo dejo en libertad. ¿Como explicarte hijo libro, que te obsequio para que alguien más pueda soñar? ¿Para brindar el mismo consuelo y sonrisa que me diste a mi a un desconocido que seguro lo necesita? ¿Se puede explicar eso? ¿A tus páginas manchadas, a tus palabras que me sé de memoria, a las escenas que imaginé para ti, a los sueños que abandono entre las esquinas de las historias que me contaste? Quisiera hacerlo. Necesito hacerlo. Por eso espero, mirándote, con las manos húmedas de sudor por puro miedo. ¿Y si nadie te adopta hijo libro? ¿Si nadie te mira? ¿Si pasas inadvertido, si sigues olvidado allí y te pierdo, no en las manos de un lector sino en cualquier parte donde no puedan apreciarte, paladearte como yo lo hice? ¿Que pasará hijo libro si tus historias se pierden, si la emoción se queda encerrada en la solapa cerrada? ¿Que ocurrirá si simplemente te desvaneces entre las cosas comunes, entre los objetos sin forma y la vida que guardas entre tus párrafos se deshace, con lentitud, página a página por mi culpa? Siento dolor, una angustia que nadie que no sea un lector devoto puede comprender. Un asiduo visitante de las palabras puede consolar.

Pero siempre sucede el milagro. Alguien llega y te mira. Ah, hijo libro que momento tan hermoso es ese. Te mira como te miraría yo quizás, de estar en la misma situación. Con sorpresa y desconfianza. ¿Que haces allí? ¿Como te has perdido de tu biblioteca, de las manos de quien te lee? Pero allí estas. Y ese nuevo lector siempre sonríe. Ni una sola vez he visto a quién te adoptará que no sonría, espontáneamente. Como los niños. Con esperanza e ingenuidad. Te toma entre las manos, te acaricia la solapa. ¿Que te dirá ese lector que te ha encontrado? ¿Que pensará? ¿Ya conocerá tu historia? ¿O será totalmente nueva? Pero sonríe, siempre es así. Entonces abre la solapa y encuentra el papel. La única palabra escrita con mi letra desordenada: "Leeme". Solo eso. Una invitación sencilla, pero tan poderosa. Como una pequeña invocación. Leeme y recorre conmigo estos sueños que te acabas de encontrar, leeme y construye conmigo este mundo, palabra a palabra, sonrisa a sonrisa, sueño a sueño. Leeme y crea, leeme y aspira. Leeme y ten fe.

Entonces sí, puedo irme tranquila. Porque ya perteneces a alguien más, hijo libro. Alguien que quiza te lleve en su morral, en sus brazos, en sus manos por muchos años más, como yo te llevo en el corazón.

De manera que hoy, en el día de libro, voy de nuevo para obsequiar a alguien más lo que los libros me han obsequiado cada día de mi vida: el milagro de construir un mundo en mi imaginación.

C'est la vie.

1 comentarios:

Carolina Fernández dijo...

Espero encontrar tu libro... Maravillosa reflexión

Publicar un comentario