sábado, 6 de abril de 2013

De la rosa al mito: La mujer como idea cultural.







Hace un rato, en mi revisión cotidiana de mi TimeLine de la red social twitter, leí un comentario, dirigido a mi amiga @Dra_Guaripete, que me dejó desconcertada. Alguien señalaba, con esa parquedad del que se cree en posesión de la verdad, que últimamente las mujeres, hacemos "cosas de hombres", cualquiera sea el significado de una frase tan absurda como superficial. No solo me sorprendió el hecho que aún alguien tenga una idea tan retrógrada sobre la igualdad de géneros, sino que exista una sociedad - idea cultural - donde pueda apoyarse. Y el análisis de ese pensamiento, me llevó a otro más profundo, a preguntarme hasta donde la imagen de la Feminidad ha sido desvirtuada, golpeada y vituperada por esa idea cuando menos primitiva de la mujer menospreciada por un concepto cultural.

Hablar sobre la mujer y más aún, una ideal que sea esencialmente femenino, nunca es sencillo. No me refiero por supuesto, a un concepto victimizante: la mujer ha recorrido un buen trecho para lograr la igualdad de género, comprenderse como un ciudadano antes que un estereotipo cultural. Con todo, la mujer - como ciudadano y como idea social - nunca ha sido comprendida más allá de su rol biológico, un concepto que resulta extraño aun hoy. La imagen de la Madre, de la esposa, la compañera, siempre parece superar a la del espiritu libre, el individuo en constante construcción de su propia imagen individual. Y es que ser mujer, siempre ha sido una lucha contra la opinión de la sociedad y un deber ser latente en toda cultura.


Hace unos meses, leí un artículo muy interesante sobre la influencia del Eterno misterio femenino sobre la cultural occidental. Me asombro un poco que la lectura me dejó con una sensación un tanto amarga: la vida de la mujer, históricamente hablando, siempre ha sido invisible. Porque, aunque desde hace un par de siglo, hemos empezado a cuestionarnos y a preguntarnos el porque de las diferencia entre géneros,  el papel de la mujer carece de la relevancia, riqueza, fuerza que desearía pudiera tener. Sí, lo sé, exponer este tipo de ideas, debatirlas, siempre provoca que me llamen "feminista" sin más,  o peor aun, "radical", pero aun así, estoy convencida que la visión del mundo desde el ángulo femenino - creadora, brillante, estética, ambivalente, poderosa - se encuentra menospreciado por una serie de conceptos más antiguos, arraigados en la historia Universal que compartimos como comunidad biológica. Por supuesto, alguna mujer especialmente osada, ya se había atrevido, cuando era ilegal hacerlo, preguntarse en voz alta el motivo de las diferencias, porque debía aceptarlas sin más. Un buen ejemplo de esa necesidad de comprensión fue el maravilloso libro "La Cité des Dames" escrito en 1405 y que cuestionaba, en un tono bastante moderno, digamos, el rol obligatorio que la cultura imperante imponía sobre la mujer. Porque de hecho, hablamos de un rol que se hereda, de un lugar social que hasta hace poco pareció incontestable. No obstante, tuvo que llevar el positivismo, para que la curiosidad intelectual fuera más fuerte que un aparente orden natural y que la mujer pudiera comenzar a ocupar un lugar bajo el sol por derecho propio, por valor personal.


Aún no hay respuesta para la mayoría de las preguntas que definen el rol de género. ¿Como se estableció el quién es quién dentro de la cultura occidental? ¿Hubo una edad de oro donde la mujer no dependió de la identidad masculina para encontrar su identidad cultural?  De hecho sí, el matriarcado fue un concepto que durante muchos siglos, formó parte de la cultura y la vida cotidiana de numerosas tribus y civilizaciones antiguas. Una manera de concebir a la mujer como ente creador, divinizado. Sin embargo, ese papel puramente emocional, probablemente entronizado en el poder reproductivo de la mujer, acabó con la propiedad privada y la familia, cuando las tribus dejaron de ser nómadas y se asentaros en poblados concretos. Según Engels, quién por mucho tiempo debatió la identidad y el rol sexual a un nivel cognoscitivo,  el hombre necesitaba asegurarse hijos propios a los cuales pudiera heredar las conquistas, los logros de guerra, el nombre. Y para eso, necesitaba controlar a la mujer, quien engendraba y paria a los hijos que heredarian. Pero la mujer jamás se conformó. A pesar del peso social, de la idea de encontrarse supeditada al hombre y a la idea familiar que parecía aplastarla, la mujer, como identidad, sobrevivió incluso así misma.


La rebeldía del espíritu del Aguila, podría decirte una bruja de la Tradición que practico. La fuerza de la razón y ese predominio de la idea sobre la generalidad,  por encima de cualquier idea y desazón.

Hay una palabra que Jung utiliza muchas veces para expresar una cualidad esencial de las ideas culturales catalogadas como arquetipicas: la numinosidad. Una y otra vez habla de la fuerza numinosa de los arquetipos. Y cuando entendemos bien lo que significa esta palabra, el carácter sagrado o de deidad del numen, entendemos también el alcance que Jung concede a los arquetipos y al inconsciente. Reconoce, en efecto, en ellos una entidad real, que si bien deja para los físicos, se trasluce continuamente en sus escritos, en los que siempre planea lo que podríamos denominar una realidad metafísica de fondo. Reconoce al inconsciente, aparte de la fuerza numinosa de los arquetipos, la capacidad de intuir y hasta la posibilidad de prever el futuro y, si esto pareciera poco, incluso le reconoce la posibilidad de hacerse con todo el control de la psique y “poseer” al individuo, como explicación a los conocidos fenómenos de posesión espírita.


De manera que, muchas veces me pregunto si esta idea de la mujer que divina, la mujer que es por si misma Sagrada, no será una idea numinosa, un planteamiento que permanece al borde de esa expresión cultural que se repite en todas partes con diferentes nombres. La mujer como icono, la mujer maldita y bendita, la mujer creadora, la mujer secreta. La Diosa sin nombre. En toda cultura existe al menos una Diosa tentadora y una que salva, una diosa creadora y otra que destruye. La Divinidad femenina, como origen, como necesidad cultural pocas veces expresadas. Y es que la mujer - la identidad de la mujer, en todo caso - siempre ha estado sujeta a debate, a una argumentación continúa incluso de su existencia. La cultura parece en ocasiones incapaz de brindarle un lugar, una manera de comprenderse así misma y eso se refleja en esa herencia confusa que situa a la mujer en medio de un debate histórico constante.

Siempre diré que toda esa diatriba se resume en el fascinante mito de Lilith: la tradición judía cuenta que fue Lilith - no Eva - la primera mujer de Adán. Pero Lilith, a diferencia de la sumisa Eva, quiso ser igual que Adán. De hecho, hay curiosas leyendas que insisten que Lilith se negó a obedecer a Adán y le abandonó. La rebeldía de la busqueda, la necesidad de identidad individual. Más adelante, la creencia patriarcal de la época redujo el mito de Lilith al de un demonio devorador de niños - una idea enormemente simbólica: la mujer que devora su propia capacidad creativa - y aún más, un personaje meridiano en la historia. Sorprende que una leyenda semejante sea incapaz de sostenerse más allá de las idea cultural sobre la mujer: Lilith como idea reinvidicadora, sino como idea de censura sicual.

Un simbolo, por derecho propio. Una idea que se crea así misma y que trasciende el tiempo.

Sin duda, media humanidad a vivido durante casi toda la historia a la sombra, como parte de concepto que intenta englobarla e incluirla contra su voluntad. Y sin embargo, la identidad femenina brilla, se levanta por encima de la horma social en que estuvo atrapada, siempre por encima de todo prejuicio y estereotipo que intenta aplastarla. Una forma de crear, una interpretación del mundo más allá de lo que insiste - casi a la fuerza - una idea de sociedad cada vez más fragmentada y venial.


C'est la vie.

0 comentarios:

Publicar un comentario