miércoles, 26 de diciembre de 2012

De pequeños / Grandes momentos: Comprender tu imperfección.





Bitacora del capitán: Sesenta y cinco Kilos ( quince kilos menos que al comenzar la dieta ), 6 tallas menos.

Como suele suceder, diciembre - al menos en mi país - es el mes del descalabro de las dietas. La comida tipica de las celebraciones es de una variedad que te hace pensar si no fue concebida para el delirio gastronómico del comelón experto: Si eres venezolano, en tu mesa no van a faltar las exquisitas hallacas, el pernil oloroso, la ensalada de gallina recién preparada, el infaltable pan de jamón, que son el menú de casi todas las semanas finales del año. Y hay un cierto placer culpable en comer sin pensar en la talla y en los kilitos de más. Ya nos preocuparemos después, piensas. Ya en enero volveremos a la "normalidad", insistes. El placer de comer para celebrar, para reir, para simplemente degustar esa pequeña tentación de comer lo que se antoje es inevitable.

Luego de pasarme casi ocho meses en dieta estricta, el mes diciembre me asustaba un poco. La navidad era un poco como poner a prueba esa resolución mía de comer por placer y evitar la compulsión de solo hacerlo por costumbre, por tedio, por inquietud o por aburrimiento. Porque si algo tienen las celebraciones decembrinas, es esa dosis de estres familiar que resultar inevitable. Esa sensación extraña que el tiempo corre de manera distinta y que de pronto, todos somos niños de nuevo. Y cuando somos niños ¿Que nos interesa que nos llevamos a la boca? La idea de comer es casi divertida, con un desparpajo sin cuento. Comer, a toda hora. Comer sin pensar en calorias, en combinaciones, en bienestar. Se come porque nos encanta, porque es divertido. Porque es lo que se hace en navidad. Algo de eso supongo queda al crecer, es parte, tan tradicional como la hallaca y el ponche, de las fiestas navideñas.

Pero en mi caso, no todo es tan sencillo. Me pregunté si era el momento de poner mis resoluciones a prueba o simplemente insistir en la dieta, en mirarla como una forma de vida y continuar con mi rigido método de comer pensando en ello, casi obsesionada con el tema. De hecho, durante las primeras semanas de diciembre, lo hice. Evité comer hallacas, ignoré el pan de jamón caliente en mi mesa, rechacé con amabilidad el ponche casero que más de una vez me ofrecieron. Y me sentí satisfecha...pero también triste. ¿Por esto había trabajado tanto durante el año? Me pregunté con cierta inquietud. ¿Tenía sentido considerar la comida con un enemigo de temer, como algo a lo que debía enfrentarme? ¿No había sido eso el origen de todos mis problemas de peso durante toda mi vida? El pensamiento me sobresaltó y me angustió, aunque no lo suficiente para dejar de continuar luchando con la idea de la dieta a medida que avanzaba el mes. Porque de pronto, la idea de comer por puro placer volvió a preocuparme.  La sensación de perder el control. Otra vez. Porque de eso se trata todo ¿No? El pensamiento de volver a caer en el ciclo inevitable de comer, de agredirme con ese placer diminuto.

Sin duda, comprendí luego de semanas de lidiar con esa leve angustia de lo privado. Perder esta nueva capacidad de lidiar con mi propio caos, de comprenderme más allá de los kilos que pierda o que pueda aumentar a medida que evito preocuparme. ¿Voy a vivir de esta manera siempre? Me pregunté con un sobresalto. ¿El resultado de casi un año de esfuerzo es la de perder la espontaneidad del placer de comer, la risa de degustar mi comida favorita? Entonces...¿En qué consiste el triunfo? ¿Cual es el valor de todo el esfuerzo? De pronto todo fue tan claro, que me hizo reír  El triunfo es justamente comprender que luchar contra mi apetito no es la respuesta, si no comprender mi cuerpo más allá. De reír, sí,  con la libertad de mirarme más allá que la suma - o la resta - de grasa y kilos. Porque la normalidad es imperfecta, el poder de crear espontáneo y sin duda, mi cuerpo es mucho de ambas cosas. Es sin duda, mi mejor manera de crear.

Pienso todo esto mientras mastico con deleite un buen trozo de pan de jamón, bebiendo a sorbitos una gran taza de café con leche entera. Sí, que pecado. Entera. Y siento esa satisfacción placentera, casi "pecaminosa" de comer por purisimo placer. Y hay algo de asumir la idea que cuidar mi peso es simplemente aflojar el puño de vez en cuando, tenerme paciencia y más aun, comprender quién soy, para encontrar ese equilibrio entre la imperfección y más allá, esa salud utópica que sigo intentando encontrar en mis habitos y construir por costumbre.

Una diminuta forma de placer.

C'est la vie.


1 comentarios:

Gabriel Landaeta dijo...

me gustaria recomendarte que busques un libro que se llama The gabriel Method. si bien puedes decir otro libro de dietas mas pues tiene o ofrece un emfoque interesante donde enfoca la comida y el cuerpo no como un enemigo sino como parte de nosotros que debemos comprender para poder superar cualquier asunto emocional que nos ligue a formas de comer sin sentido atipicas o cuando menos poco saludables

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