miércoles, 19 de diciembre de 2012

Carta al niño Jesús:




Querido niño Jesús:

Se ha hecho una costumbre que te escriba por estas fechas, aunque ya no tenga la edad de un niño, aunque sí la convicción, quizá. Porque lo hago, sin falta., por esta sensación de prodigio que me invade desde que empiezo a redactar las primeras lineas. El asombro de creer, con toda la confianza limpia de quienes confiamos  en los milagros. Sonrío, sí, mientras recuerdo mi niñez, las numerosas cartas que te envié y que de alguna manera u otra siempre tuvieron respuesta. Porque como diría el inefable Antoine de Saint-Exupéry, lo realmente valioso solo puede verse con los ojos del corazón.

De manera que vuelvo a escribirte para contarte este año tan poderoso en significado, en crecimiento y en sueños que he vivido. Para narrarte, otra vez, como me he vuelto un poquito más niña, al comprender que el mundo es de los que soñamos, los que construimos, con una paciente lentitud, ese camino hacia lo que creemos, lo que confiamos, lo que está por venir. Y que esperanza es esta Niño Sagrado, la de confiar en que somos capaces de construir algo totalmente nuevo a partir de cada idea y pensamiento. La esperanza de los que miramos el mundo recién nacido cada día, de los que cerramos los ojos para escuchar la canción del viento, los que caminamos por la calle de la ciudad e intentamos encontrar en ella belleza, a a pesar de todo lo que puede ocultarla. Los que luchamos por creer.

Pensé durante días en qué podría pedirte me dejaras al pie del árbol navideño que nunca he colocado en mi casa. ¿Que obsequio podría desear, esta mujer niña en que me he convertido con esfuerzo, que ha crecido para encontrar que en realidad todos somos ingenuos en el deseo? Y de pronto, comprendí que no quería nada porque todos mis regalos, los valiosos, los importantes, los he recibido durante el año. Sin saberlo, quizá sin comprenderlo del todo. Pero están allí:   obsequios de los que llevo entre los brazos a diario, de los que agradezco a ciegas. Los que llevo en mi espíritu y en mi boca. En mi manera de crear. Porque esta carta, como cada año, no es para pedirte un obsequio, si no para agradecerte, todos los que he tenido, los invisibles, los ingrávidos, los inesperados. Los realmente valiosos.

Porque he recibido tanto de cada sueño que nace en mis dedos: he fotografiado hasta la extenuación. Llorando de frustración y luego de alivio, siempre sosteniendo la cámara entre mis manos para observar el mundo desde los salones de mi mente. Cada imagen un obsequio, cada rostro que he capturado, una historia que contar, un momento que atesoro. He fotografiado con los dientes apretados de rabia, de furia, de angustia, de felicidad, de satisfacción. He llorado a través de imágenes, he bailado en la oscuridad de mi mente. Y que obsequio ha sido este, el de continuar un año más encontrando un significado a la luz y a la sombra, confiando en mi sueño para continuar.

Y también recibí el obsequio de leer. A toda hora, en todo momento. Apretando los libros con el fervor del creyente, abrazando la palabra para encontrar mundos en ella, mirándolos flotar a mi alrededor. Libros que me conmovieron, me asustaron, me hicieron sentir amor y dolor. Libros y Universos nuevos, que me recordaron cuan poco sé del mundo, cuanto necesito aun descubrir. Libros y palabras, hablándome de ese poder de creación misterioso que podemos olvidar en lo cotidiano, en el día a día que desgasta, que a veces agota tanto.

Escribir, como siempre, fue el regalo que me prometí. Y me lo obsequié cada día, cada noche, a toda hora. Escribir por deseo, por necesidad, por angustia, por encontrarme en mis palabras, por olvidarme en ellas, por cerrar puertas que estuvieron demasiado tiempo abiertas, por abrir otras y aspirar el aroma de lo nuevo. Cada palabra tallando un nuevo rostro a cada sueño. Lo hice a diario, a conciencia, con los labios apretados , los dedos temblandome. Porque escribir duele, divino Niño, porque escribir desconcierta y se clava en un lugar de la mente que te deja tan exhausto como vulnerable. Pero lo sigues haciendo. Por el deseo y el sueño, porque no puedes contenerte, porque no quieres contenerte quizá.  Y comprender eso es el gran obsequio, la necesidad, el silencio, la manera de creer y confiar.

Porque si algo aprendí este año, Niño hermoso, fue a confiar. Sin dudas, luchando con la incertidumbre a diario, a volverme de nuevo ingenua a pesar del riesgo, de comprender el valor de un acto de fe. A paladear el placer enorme y casi olvidado de sonreír por pura ingenuidad. De esforzarme por encontrar la belleza en mi mundo, por construir algo mejor que la simple desazón. Ha sido una lucha pequeña, personal pero enorme en su significado y tal vez, el gran regalo que he recibido, ha sido ese: aprender que lo que deseas, es un trabajo de todos los días, es una esperanza que sostienes con esfuerzo, que levantas a pesar que a veces sea tan pesada que sientas no puedes sostenerla sobre los hombros. Pero de alguna manera encuentras la fuerza. La encuentras para enfrentarte al miedo, a la angustia, a la simple incertidumbre. Lo logras y sonreír, es el regalo, el obsequio sutil que no esperaste recibir.

De manera Divino Niño, que esta vez, tampoco te pido nada, porque ya lo tengo. Tal vez, ese sea otro de esos aprendizajes que solo comprendes cuando estás a sola y el tiempo transcurre a tu alrededor, sin nombre. Que cada regalo en tu vida, ya lo obtuviste por la mera idea de soñarlo e intentarlo alcanzar.

Gracias entonces, pequeño recuerdo de la infancia, por recordarme el peso de las pequeñas cosas y el deseo de los grandes y personales descubrimientos.

Te quiere siempre.

A.

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