sábado, 5 de junio de 2010

El Charlatan o de esas pequeñas formas de arte que crean un anecdotario particular


Suspiro, mirando el pequeño retablo con una sensación onírica. Sábado por la mañana, un amanacer manso y grisaceo. Un día levemente caluroso, como todos los procedentes. Sueño con un fragmento carmesí en medio de realidad diáfana. Un trazo diametral, que corta en secante la torva lentitud de un anochecer cualquiera. ¿Cuantos momentos deben transcurrir para crear historia? En ocasiones, he llegado a creer que un solo suspiro es capaz de crear una leyenda.

O una maravillosa futilidad, como la del Bosco en su cuadro El charlatán.

Basta con evocar el nombre del Bosco para que surjan ante nuestros ojos demonios barrigudos o peces voladores, criaturas en forma de arácnidos o abominables seres híbridos mitad hombre/ mitad bestia. Comparados con estos seres de pesadilla, los personajes del Charlatán parecen civilizados.

Este cuadro forma parte de un grupo de obras de juventud realizadas tras 1475. El Bosco debió nacer - nadie tiene constancia cierta de su natalicio - hacia 1450, o sea que contaba con unos 25 años cuando pintó esta obra. En estas pinturas, aunque aparecen los demonios, lo hacen de forma furtiva sin dominar todavía la escena. Lo que domina en ellas es la visión aguda y crítica. En la nave de los Locos, por ejemplo, el pintor muestra a un fraile y una monja disfrutando de un banquete y pasando el tiempo con juegos infantiles y eróticos, en lugar de prepararse para el reino de los Cielos. En el Charlatán quizá quiso denunciar la ingenua credulidad de sus contemporáneos.

El cuadro sigue un orden simple y claro. En el centro, una mesa de cubiletes, bolas, una varita mágica y una rana que podría haber salido de la boca de la gran figura que se inclina hacia delante. Entre sus labios asoma la silueta de otra rana o quizás solo sea saliva. Al borde del grupo de espectadores se encuentra un hombre con el hábito de monje que está a punto de cortar la cuerda que sujeta la bolsa del personaje inclinado. No se indica si el charlatán y el ladrón son complices.

Existen cinco versiones de esta pintura, así como un grabado. Los especialistas no coinciden entre ellos para determinar que versión es la original o si se trata de un original perdido. En cualquier caso, la mayoría se inclina por esta versión. Se encuentra en el muro municipal de Saint-Germaine-en-Laye, cerca de París, y mide 53 por 65 centímetros. No está firmado y se exhibe al público en raras ocasiones. Los prudentes consejales conservan el tesoro en la caja fuerte.

En Otras versiones de El Charlatán se continua la historia del robo. La escena no aparece rodeada por un muro que la aisla del exterior, sino que se aprecian unas casas al fondo. En una de ellas se ve al monje sentado y, un poco más atrás, la horca de la que el monje, falso o auténtico, terminará colgado. De este modo la justicia será restablecida.

En el Grabado se puede leer una advertencia en rima dirigida al público: hay muchos estafadores por el mundo que, ayudándose de trucos de magia, hacen que la gente escupa cosas extraordinarias sobre la mesa; no te fíes de ellos pues "cuando hayas perdido la bolsa te arrepentirás de ello"

En la puntura a la que me refiero se ha renunciado a la advertencia escrita y a la comunicación de la historia. Mediante el elevado muro, el pintor aisla la escena del entorno y le confiere una importancia ejemplar. La cuestión es si, realmente, sólo quería mostrar el engaño y el robo. O una elaborada alegoria sobre la libertina moralidad de su epoca.

Quién Sabe. Para el Bosco el mundo estaba poblado de demonios y pequeñas criaturas oscuras que merodeaban en un hades rutilante. La belleza y la fealdad coexistian en medio de un dagerrotipo minusculo, profundamente humano y a la vez, sacramental. Una hidra de mil cabezas, moviendose a través de los pensamientos y deseos de un tiempo hipocrita y venial.

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